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jueves, 1 de abril de 2021

Por la sierra del Burete y las pedanías de Cehegín y Bullas

 


El cielo está sucio. Tiene un color raro. No sabría decir que color es, pero va desde gris al ocre, creo que es cosa de la calima que viene desde el Sahara para fastidiarnos dejándolo todo perdido. Estamos en Bullas y queremos hacer una ruta que mezcle un poco de todo, pero sin abusar; asfalto, grava, y otra vez asfalto, disfrutar o padecer según se mire a mi amigo Antonio que me acompañará hoy, y lo digo más que nada por la comida, nunca tiene ganas, justo lo contrario que me pasa a mí, pero que le vamos a hacer hay que aceptarlo como es, aunque, y esto no se lo digas a nadie, jode un montón.


 

Poco después de las nueve estamos aparcando el coche y sacando las bicicletas para irnos a desayunar. Ya subidos en nuestras monturas nos dirigimos hacia el ayuntamiento y por la fachada de la iglesia del Rosario nos encaminamos a la salida del pueblo por su lado oeste, rodeando el cerro de la Atalaya por el sur, queremos coger el camino viejo de Bullas a Vélez Blanco. Circulamos por una carreterilla asfaltada que recorre el bonito valle que forma el río Mula entre las estribaciones de la sierra de Lavia por el sur y los montes del Coto de la Marina por el norte, entre plantaciones de almendros que han perdido la flor y se están vistiendo de verde con hojas nuevas. Las vides parecen esqueletos oscuros pegados a la tierra; sin ramas; sin hojas.


 

Pierde el río Mula su nombre y lo sustituye por el de rambla de Ceacejo. El valle se cierra un poco más y la carreterilla pierde su asfalto. Estamos en la antigua Venta del Pino, recibimos por nuestra derecha la rambla del Charco y nos vamos por la pista que remonta su margen derecho. Los campos de almendros empiezan una desigual pelea con el pinar hasta que este le gana la batalla. Circulamos ahora entre pinos, algunos de gran porte, con las morras del Manzano por un lado y la del Ratón por el otro. Llevo un rato observando una cosa curiosa, casi todas las piedras del lado izquierdo del camino se encuentran cubiertas de excrementos de un color negro, son más bien pequeños, como un dedo meñique y en grupos de tres o cuatro por piedra. Desconozco de que bicho serán pues no estoy muy puesto en estos temas, pero me inclino quizás por un zorro. ¡De improviso desaparecen!


 

Casi sin darnos cuenta llegamos al collado del Charco, ahora el camino cambia a cuesta abajo y el valle se abre, entramos de lleno en el Coto Real de la Marina en plena sierra del Burete. Dejamos atrás la subida a la Garita del Pino de la Virgen, lugar de referencia para los ciclistas de la zona. Seguimos bajando pasando junto al albergue del Coto. Nos detenemos, unas fotos y continuamos ya con la pista convertida en carretera asfaltada. Unas cuantas revueltas más y desembocamos en la carretera que viene de La Paca y Doña Inés y se dirige a Cehegín. La seguimos en esta última dirección, lo que nos sitúa en un paso elevado sobre la autovía del Noroeste. Continuamos por la vía de servicio en dirección a Cahegín hasta que un kilómetro después la abandonamos para dirigirnos hacia yacimiento arqueológico de Cabezo Roenas, donde se encuentran las ruinas de la ciudad tardo romana de Begastri. 


 

En este momento decidimos prescindir de la visita a Cehegín, uno de los pueblos más bonitos de la Región de Murcia, pero que nosotros hemos visitado en numerosas ocasiones y optamos por seguir al río Quipar en su deambular hacia su encuentro con el Segura. Se dirige indeciso, configurando numerosos meandros, en dirección noreste. Nosotros lo acompañamos por un tiempo, incluso lo atravesamos en un par de ocasiones, aunque más que verlo lo intuimos, no hay agua, solo carrizo y algo de vegetación de ribera, en algún meandro prospera el pinar. Pasamos junto a pequeñas ermitas como la de la virgen de las Nieves en el Escobar y atravesamos profundos barrancos que sorprenden por estos parajes de monte bajo. Sé que hay vestigios del antiguo complejo minero del Chaparral o de Caneja, pero yo no los veo desde la carretera. En estos cotos mineros se extraía la magnetita, uno de los minerales de hierro que más porcentaje presenta. Estuvieron en funcionamiento hasta finales del primer cuarto del siglo XX y un cable transportaba el mineral directamente hasta la estación de ferrocarril de Calasparra. También he oído de viejas graveras en esta misma rambla lo que me ofrece la excusa perfecta para un nuevo recorrido. 


 

Ya es medio día cuando entramos al Chaparral, le propongo a Antonio tomar algo, por la hora y porque llevamos ya tres cuartos del recorrido. Preguntamos a unos paisanos y nos recomiendan el único local que ha quedado vivo tras todo este lio de la pandemia, bar La Pulga.

-Ahí les hacen a ustedes lo que quieran, embutido, carne a la brasa, conejo al ajillo, arroces, vamos lo que ustedes quieran…

Se me hace la boca agua pensando en el homenaje que nos vamos a dar.

Pero como siempre Antonio no tiene ganas, él nunca las tiene. Yo solo tomaré un Belmonte; me dice, dejándome la moral por los suelos. Trato de convencerlo, de explicarle que es bueno tomar algo, que nos puede dar una pájara, que voy a llegar deshidratado, que me tocará arrastrarme de mala manera hasta bullas…, pero nada, él impasible, tu tomate lo que quieras -me dice-, pero ¡cómo me voy a poner “morao” mientras él solo mira! Nos hacemos una foto en la ermita de Nuestra Señora de la Asunción, visitamos el lavadero y nos encaminamos hacia la Copa, otro lugar del que han desaparecido los bares. Pero yo recuerdo haber comido aquí un bocadillo monumental, de lomo con tomate, con mi amigo Ángel mientras descendíamos el Quipar.


 

La vida da demasiadas vueltas y cuando llegas a cierta edad corres en peligro de vivir de los recuerdos, así que adelante, hacia Bullas, ya comeremos algo allí, pero me temo que yendo con Antonio no será para tirar cohetes. Los murcianos no sabemos vendernos ni valoramos nuestras cosas en la medida que deberíamos de hacerlo. Bullas, ciudad del vino y denominación de origen y te tienes que pelear con los camareros para poder tomarte uno. Ni saben ni quieren. Falta profesionalidad y así nos va, terminas tomando una cerveza -que tampoco está mal-, y un bocadillo de jamón en una terraza.

Mariano Vicente, 1 de abril de 2021

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domingo, 8 de mayo de 2016

200 Millas I




Según la Real Academia Española (RAE) reto es un objetivo o empeño difícil de llevar a cabo, y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta. Y de eso se trata, de ir más lejos, de plantear un nuevo desafío, un verdadero reto personal y una forma de evaluar nuestra capacidad ciclista.
De vez en cuando nos planteamos realizar alguna locura, que en realidad no lo es tanto. Será un duro esfuerzo que pondrá a prueba nuestra capacidad de resistencia, nuestro afán de superación. Pero con tenacidad aguantaremos el envite y obtendremos la satisfacción de conseguir nuestro reto.

Recorrer nuestra región en un par de jornadas con una ruta circular. Algo más de 100 millas diarias sobre nuestras bicis de carretera. Es una distancia que para muchos ciclistas no es algo insuperable, pero para nosotros, simples aficionados es todo un reto. En realidad serán algo más de 200 millas unos 360 kilómetros.

La diseñamos para salir de Murcia y por el desfiladero del Garruchal acceder al Campo de Cartagena y los Alcázares. La Unión y Cartagena serían nuestro próximo reto. Conseguido, tendremos que superar el Cedadero y por el Puerto de Mazarrón y Morata atravesar la sierra de la Almenara para acceder a Lorca. Aun nos espera toda la subida hasta nuestro lugar de pernoctación en Coy. En total unos 180 kilómetros.
En la segunda jornada; desde Coy, buscamos la sierra del Burete y por la solana de las Cabras y Quípar llegar a Cehegín. Calasparra será nuestra próxima meta y Jumilla la siguiente. Bordeamos la sierra del Carche y la de Quibas para llegar a Abanilla. Solo nos queda ya llegar a nuestra querida ciudad de Murcia, otros 180 kilómetros.

Las cosas no siempre salen como se espera y la pernoctación fue algo difícil de digerir. Por lo que cambiamos la distribución de las etapas, ahora saldríamos de Lorca hasta llegar a Murcia por el norte de la Región; al día siguiente la tocaría al sur. Así que los dos únicos que concurrimos; Juan Bautista y yo, nos encontramos en la estación del Carmen para coger el tren de las 6.35 a Lorca. Aun nos permitimos el lujo de un buen desayuno en el Mesón Lorquino, antes de comenzar a pedalear a las ocho de la mañana.



El día se presenta nuboso, amenaza lluvia y es algo fresco; buscamos la carretera de Caravaca y empezamos a entrar en calor, nos esperan 42 kilómetros de constante subida. Algunas gotas de lluvia hacen su aparición pero no llegan a mojar. Por fin aparece La Paca, tomamos dirección a Doña Inés, aún queda algún kilómetro de subida.

Cuando dejas hacer a su antojo a determinados programas ocurren cosas extrañas. Preparé el track con Strava sin comprobarlo en profundidad, y mira por donde me dirige por una pista sin asfaltar hacia La Encarnación, por el camino viejo de Caravaca a Lorca. Decidimos continuar por nuestra carretera hacia Cehegín, por lo menos esta asfaltada. Pedaleamos en dirección hacia el paso entre las sierras del Burete al sur y las de las cabras y el Quipar al norte. El paisaje se estrecha, carretera minimalista sombreada de pino y el asfalto en condiciones aceptables. Serpentea por la umbría de la sierra del Burete, el pinar más extenso e importante del municipio de Cehegín. Carretera que va a desembocar al sur de la población, por lo que unos kilómetros antes optamos por un desvío a nuestra izquierda que atravesando el Quipar nos lleva en el centro de Cehegín.



No nos entretenemos, algo poco recomendable, pues se trata de una de las poblaciones más bella de la zona del noroeste, con un casco histórico bien conservado y estupenda gastronomía que bien merece una visita. Nosotros, asiduos visitantes, decidimos buscar sin más dilación la carreterilla de Canara, junto al embalse del Argos, que a través de Valentín nos Llevará hacia Calasparra. Población famosa por su arroz con denominación de origen, aquí entramos momentáneamente en contacto con él Segura que sigue su camino hacia el sur mientras nosotros nos dirigimos al este, hacia la Venta del Olivo, paisaje dominado por los frutales y la sierra del Puerto, que cierra el horizonte por el norte. Buen asfalto y demasiado tráfico.

De la Venta del Olivo a Jumilla la vid es la protagonista, que alterna con modernas plantaciones de hortalizas, totalmente mecanizadas, que ponen el producto directamente en la mesa sin más manipulaciones. El horizonte cubierto, cada vez más negro, no augura nada bueno. Caen las primeras gotas que pronto mojan la carretera. Ahora ya es lluvia cerrada, Juan Bautista va delante, pero parece que está detenido; ha pinchado. Bajo la incomodidad de la lluvia reparamos y seguimos adelante. Entramos en Jumilla.



Tenemos hambre; buscamos donde saciarla; el bar Sebastián, en la plaza de abastos, puede ser un buen sitio. Mientras me lavo las manos Juan ya he empezado a pedir; veo sobre las mesa unas cervezas bien frías y un plato de jibia a la plancha. Me siento a la mesa y Juan va al baño, cuando vuelve ya hay sobre la mesa un plato de embutido variado. Ya juntos, pedimos garbanzos con chorizo y oreja en salsa. Creo que es suficiente y más si pensamos que nos quedan por encima de cien kilómetros para llegar a casa. Aún así, nos tomamos un par de trozos de pan de calatrava y café.

Cuando nos ponemos en marcha sigue lloviendo. Es algo desconocido para nosotros, es muy improbable que montemos en bicicleta si llueve. Son pocos los días que lo hace y entonces nos quedamos en casa. Esta vez es diferente, lo teníamos todo programado y Juan se había tomado el día. Mientras pedaleaba; lo hacía con una sonrisa en los labios, acordándome de Carlos y Luisa, entrenando en el garaje durante todo el invierno y;  cuando llega la primavera; también. Es lo que tiene Cantabria; tan verde; tan hermosa.

La carreterilla del Carche tiene el asfalto regular y pica hacia arriba, pero es tranquila y agradable. Pedaleo bajo la lluvia sin más complicaciones que el paso embarrado de las obras de la futura autovía de Yecla. Pasan monótonos los minutos, los kilómetros empiezan a hacerse notar, el final del pequeño puerto formado por las estribaciones de la sierra está a punto de acabar y ya todo será más sencillo hasta la Capital. Noto algo extraño en la rueda trasera. He pinchado. Un pequeño contratiempo fácilmente solucionable. Desmonto, revisó la cubierta y pongo cámara nueva. Lo más molesto inflar de nuevo la rueda con estas bonitas y minimalistas bombas, pero con las que tienes que bombear "millones" de veces hasta conseguir introducir la presión suficiente para continuar. Juan me está esperando en lo alto del puerto, me pregunta por el retraso y le cuento lo que ha pasado. Continuamos a buen ritmo hacia Pinoso.



¡Juan creo que he pinchado otra vez! A la entrada de Rodriguillo, volvemos a cambiar la cámara, ya es la segunda. Esta vez me ayuda Juan y terminamos antes. Bajo la cuesta Colorada con la barbilla sobre el manillar, lanzado a todo trapo. A la altura de la Venta de los Collares, ¡no puede ser! ¡Años sin pinchar y hoy es la tercera vez! Hemos desmontado la cubierta para revisarla al derecho y al revés, nada. Juan solo tenía una cámara de repuesto y la había usado, así que ponemos un parche a una de las cámaras usadas y continuamos rezando por qué todo termine bien, aún nos quedan más de cuarenta kilómetros y empieza a atardecer.

Al entrar en Murcia lo primero que hago es parar en una tienda de bicis al paso y comprar un par de cámaras, mañana hay que hacer la otra mitad de las 200 Millas y no nos podemos aventurar.

Mariano Vicente, 1 de mayo 2016 

lunes, 24 de noviembre de 2014

Canal del Taibilla. Recorrido completo del ramal principal



El track se ajusta, donde ello ha sido posible, con bastante fidelidad al trazado del canal, con algunas salvedades:
- El canal se adapta a la difícil orografía del terreno; para salvarlo, utiliza numerosos túneles y viaductos, que nosotros solventaremos de la mejor forma posible.
- Siempre que ha sido posible se ha utilizado el propio camino de servicio, con la salvedad de unos kilómetros antes de Casas Nuevas, que por error, el track se va hacia la izquierda cuando debería hacerlo hacia la derecha por el GR-252.
- Entre Cehegín y Bullas se ha utilizado la Vía Verde del Noroeste. Recorrido totalmente ciclable sin demasiadas dificultades, salvo las propias de la orografía. El camino de servicio presenta en numerosos tramos un piso bastante incomodo con piedra suelta y en algunos puntos como las sierras de la Muela y Espuña, fuertes pendientes. 

Hay suficientes poblaciones a lo largo del recorrido. El tramo más solitario se presenta entre Socovos y Moratalla –Sierra de la Muela y Los Cerezos-. 

Cualquier tipo de bicicleta puede ser apta para realizar el recorrido, con la excepción de las puras de carretera. Muy recomendable la utilización de bicicleta de montaña.
- Dos bicicletas se han utilizado en el recorrido; una vieja compañera del viajero, la Cannondale F 500 con suspensión delantera (Fatty) y alforjas, los dos primeros días. Cannondale Russ de doble suspensión para las jornadas 3 y 4. 

En este recorrido realizado en cuatro días se ha pernoctado el primer día en Letur (Hostal Rural Letur 687 70 57 13), y las otras dos noches en su domicilio. Para lo que se utilizo autobuses (Líneas Costa Cálida Teléfono: 968 298 927) entre Cehegín, Murcia y viceversa para el segundo día. El tercer día el ferrocarril de cercanías entre Totana y Murcia. Tanto autobuses como cercanías tienen una frecuencia aproximada de uno cada hora, entre la 7 y las 22 horas.

martes, 18 de noviembre de 2014

El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Cuarto día de viaje: Totana-Cartagena





En la calle hacía algo de fresco, pero en el tren se está muy bien. Durante el trayecto duda el viajero que será lo más conveniente, desayunar en Totana o hacerlo en El Paretón -pequeña población a 17 kilómetros de Totana y en la que conoce un par de establecimientos-. Se le eriza el vello al bajarse al andén, no hace frío pero la diferencia con el tren se nota, de todas maneras se le pasa nada más comenzar a pedalear. Desde la ventanilla ha visto a su compañero junto a las vías; las cruza para continuar a su lado, entre lechugas, brocoli y algún olivo, hasta el Guadalentín. Aquí al viajero no le queda más remedio que buscarse la vida, pues su compañero vuela entubado sobre él, lo hace por el propio cauce hasta una carreterilla que se encuentra a un centenar de metros a su derecha. Continua por ella, va paralela al canal guardando la distancia. A ratos lo ve y otros desaparece, pero él sabe que está ahí.



Hasta El Paretón sigue la carreterilla ahora convertida en vereda de ganados, la que une Lorca y Cartagena. Nada más entrar en la población se dirige al bar; bocadillo de tortilla de patatas y magra con tomate desayuna el viajero, cerveza y café, quizá no se lo más adecuado pero a él le gusta. Repuesto busca la calle de la Fragua que lo llevará al cementerio y a la que quizá, algún día, llegue a ser la Vía Verde del Campo de Cartagena. 



De pronto se lo encuentra; ahí está, olvidado y abandonado, con las entrañas pudriéndose al sol. Mudo testigo de la desidia de un pueblo -el español-, cafre y analfabeto. Ciudadanos y políticos -dignos representantes de su pueblo-, dejan perderse elementos insustituibles de nuestra cultura, de nuestras tradiciones. Pero él aún se mantiene en pie, orgulloso de su pasado; digno a pesar de haber perdido la techumbre y que las aspas yazcan desmanteladas a sus pies. Su otrora potente maquinaria, que molió el trigo para calmar el hambre de tantos hombres, se pudre lentamente a merced de los elementos. Sí ahí está, esperando el milagro que lo salve del destino al que esta inexorablemente abocado.


Entre estas y otras disquisiciones llega el viajero a la antigua plataforma ferroviaria y recuerda cuando le llamo Carmen Aycart, antes y ahora, presidenta de la Fundación de las Ferrocarriles Españoles dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, a mediados de los años 90, para preguntarle sobre el estado de esta infraestructura y del ramal de la Pinilla a Mazarrón. En inmejorables condiciones, le contesto. Salvo algunos almendros plantados por los agricultores en plena plataforma, y una fábrica de plásticos en plena construcción, por lo demás está bien. Vino, comprobaron lo expuesto y elevaron la propuesta de convertirla en vía verde al ministerio, comunidad autónoma y ayuntamientos. Después de 20 años todo esta... mucho peor. ¡País!


Demasiado tiempo ha pasado y el viajero pedalea por esta plataforma con cierta tristeza por lo que pudo haber sido y no fue, pero como es de natural optimista no pierde la esperanza. Los conejos también se han empeñado en contribuir, a su manera, en destrozar esta antigua infraestructura ferroviaria, en algunos puntos tan horadada, que hay que extremar la precaución para no caer en sus agujeros. Igual pasa con las trincheras, innumerable galerías las socavan hasta su derrumbe. Al final de una de estas trincheras, junto a la carretera E-11 de La Carrasca, gira el viajero a la izquierda siguiendo la Vereda de Venta seca para reencontrarse con su compañero, aunque por poco tiempo, la finca de los Cánovas se lo impide. Las fincas de vallan, se cierran, no importa si se incumplen leyes y costumbres, sus dueños hacen alarde de su talante y sensibilidad, demuestran así a todo el mundo que la finca es suya, mientras quienes tienen que velar por la legalidad, se pliegan ante los hechos consumados o miran para otro lado.


Rodea el viajero vallas y cadenas hasta volver a encontrarse con su viejo amigo; lo seguirá, de aquí en adelante, bien a su lado, bien sobre él. Se suceden los cultivos y algunos pueblos a los que no entran, lo que hace que el trayecto se transforme en solitario. Pedalea el viajero sobre el lomo del canal, y tras cruzar una rambla, se da de bruces con la valla de la autopista Cartagena-Vera. Afortunadamente hay un puente a su izquierda.


Domina el paisaje el esparto acompañado por algunos almendros escuálidos. El camino, ahora, es aún más solitario. Se vislumbra un caserío desperdigado en lontananza, unos perros ladran. Las casas y el terreno se confunden; ocres los campos, ocres los tejados, ocres las paredes, ocres los perros. No hay nadie; las casas, cerradas, parecen vacías. Y sin embargo, cientos de ojos lo observan. Inmóviles, siguen su paso en silencio, solo algún valido les delata. Al viajero le queda poca agua y busca a un ser humano que se la dé, pero no lo consigue. 


Continua y llega a los Puertos, lugar más civilizado y que conoce el viajero; Perín está  cerca y decide seguir su camino. Llega al pueblo y se detiene junto a la ermita, mira la hora y piensa que es buen momento para comer y el centro social un buen lugar. No se equivoca, entra la bicicleta hasta el patio interior y se acerca a la barra. En un extremo un parroquiano, palillo en mano, se entretiene en mondar sus diente uno a uno con empeño. Detrás un hombre de aspecto afable parece ser el camarero.

-Buenos días. ¿Para comer?
-De lo que ve usted aquí.

El viajero mira y ve, entre otras cosas, una apetitosa sangre frita con cebolla y piñones. Se la pide. Y también una cerveza bien fría y unas olivas. Continua con unos calamares a la romana sabrosísimos y un bonito en escabeche para chuparse los dedos; el postre un rico flan de piña. Termina el viajero con un café y un vasito de orujo de hierbas para ayudar en la digestión. Descubre que la artífice de de tales manjares es la señora del camarero, a la que ruega que felicite encarecidamente.


Sale de la diputación cartagenera para reencontrarse con su compañero, encarnado en un magnifico acueducto que salva la rambla. Sigue hacia La Corona y cruza la carretera de Isla Plana, incorporándose a la colada del Cedacero que discurre hermanada con el canal. Atraviesa alguna rambla entre pitas y baladres antes de llegar a Canteras, junto al antiguo depósito de aguas de los Ingleses, anterior a la llegada del canal. Sabe que su recorrido llega a su fin, en Tentegorra están los grandes depósitos del canal que proveen de agua a Cartagena. Al viajero poco más le resta por hacer, salvo buscar la estación de ferrocarril y un tren que le lleve a su casa y terminar así esta aventura que le ha hermanado con esta magnífica obra que es el Canal del Taibilla.
Mariano Vicente, noviembre de 2014.