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lunes, 24 de junio de 2024

Río Segura, Torre de los Freiles, noria del Tío Rapao y regreso por la Vía Verde del Noroeste.

 

 

El carril bici de la margen izquierda del Segura será el hilo conductor que nos sacara de Murcia hasta la Contraparada, azud mayor en Segura del que parten las dos acequias principales, Aljufía, al norte, y Alquibla, al sur. Aunque de probable origen romano, su importancia se acrecentó en época de Abderramán II. A día de hoy sigue derivando sus aguas sin interrupción desde, al menos, el siglo IX. Tras gozar un rato de su contemplación, abandonamos el lugar buscando de nuevo la margen izquierda, el río Segura hasta encontrarnos con la carretera de la Ribera de Molina.

Pronto la dejamos atrás y a la altura de la Ribera nos incorporamos a la Vía Verde del Noroeste, que no abandonamos hasta el puente Rojo o de Alguazas que atraviesa el Segura, para continuar por su margen izquierdo, buscamos la vieja Torre de los Freiles, que no logramos encontrar. Lo que sí encontramos es la “Máquina” antigua noria transformada en “fábrica de luz” que daba servicio a las poblaciones de Lorquí y Ceutí. Hoy; solo un motor de riego.

 

 

Continuamos junto a la Acequia Mayor de Alguazas hasta enlazar con la mota derecha del Segura que seguimos hasta el puente de la carretera que une las poblaciones de Ceutí y Lorquí para dirigirnos a esta última población cruzando el Segura. Nos encontramos de frente con la vieja Noria del Marqués de Corbera, hoy fuera de servicio y restaurada como objeto ornamental, aunque funciona perfectamente. Cruzamos la carretera para dirigirnos a otra noria, la del Tío Rapao, situado en la acequia Mayor del Azarbón de la Cierva es un arte significativamente más grande que la anterior, pero que regaban el mismo número de tahúllas, unas trescientas, construida en acero y madera, contiene 112 cangilones y 156 paletas. Está declarada Monumento Histórico Nacional.

 


 

Es buena hora para almorzar y que mejor sitio que en el Merendero El Cordero, cerca de la noria y en servicio desde 1991, unos trozos de morro a la brasa y cerveza bien fría serán suficientes para reponer fuerzas y llegar a Murcia. Atravesamos Lorquí pasando por delante de fábrica de conservas artesanales Modesto, donde solo me detengo para comprobar que todo sigue igual; espárragos, tomate, pimientos, alcachofas, mermeladas y hasta atún, todo con muy buena pinta, ya volveré.  
La ruta aún nos dará otro punto de interés antes de finalizar, el museo etnográfico Carlos Soriano. En 1875, un tal Joaquín Portillo terrateniente del lugar, vendió al abogado Carlos Soriano unas tierras en El Llano de Molina con noria incluida situada sobre la acequia Subirana, y este creo una colonia agrícola poniendo en cultivo las tierras con olivo y morera -ya había subvenciones en aquella época-. Por ley estas colonias debían de disponer de viviendas, -hasta seis llego a tener-, para los colonos, escuelas para sus hijos, almacenes comunales y hasta una iglesia que se construye en 1892. El museo como tal surge en 1999 con la adquisición de los inmuebles por parte del ayuntamiento de Molina. Está compuesto por la propia ermita y la casa solariega del abogado. Es un edificio de dos plantas, la baja de servicios y la superior de dormitorios. Se conservan la cocina original, los tinajeros y el dormitorio y en las salas habilitadas para exposición hay trajes regionales, enseres y menaje de la época.

 


Tras recrearnos un buen rato en la contemplación de la bonita y coqueta noria que toma sus aguas de la acequia Subirana, junto al museo. Continuamos sobre el propio cauce de la acequia, (está entubada) hasta salir a la carretera y meternos de lleno en el espectacular soto de los Álamos donde los árboles se miran coquetos en las aguas del Segura formando un frondoso bosque de ribera. La Vía Verde nos llevará hasta la Universidad de Murcia y de allí bajaremos hasta el Molino del Amor y el Cuartel de Artillería en nuestro querido Barrio del Carmen, donde finalizaremos el recorrido.  

Mariano Vicente, junio 2024




sábado, 30 de enero de 2021

Jugando con el agua

 


Paseo por el río Segura y su acequia Aljufía

Hoy es uno de esos días en los que uno no sabe que hacer, entre la pandemia y el confinamiento perimetral estoy algo deprimido. Salgo sin rumbo determinado terminando en el carril-bici, pedaleo sin voluntad, distraído, me cruzo con la diversa fauna de este hábitat, desde ciclista pro que pedalean como si le fuera la vida en ello, convirtiendo el carril-bici en un peligroso circuito de carreras; patinadoras, y empleo el femenino porque curiosamente todas sin chicas; tertulianos andarines; señoras fotosensibles intentando absolver el sol a raudales y algún que otro abuelo con su vieja bici y su caja de frutas en el portaequipajes que se acercan a matar la mañana al huerto; en fin, todo un abanico de individuos que hace que llegue casi sin darme cuenta hasta el azud mayor de la Contraparada.



Paso, sin solución de continuidad, de la apatía a la nostalgia; estoy en el escenario de mis aventuras infantiles. Los recuerdos se agolpan sin orden ni concierto, vertiginosos se amontonan unos sobre otros produciendo una sensación de caos. Me detengo junto a uno de los bancos del área recreativa, me siento e intento poner un poco de orden. Junto a mí el fragor de la pequeña cascada del sangrador de la Aljufía ordena los recuerdos. Pasábamos muchas horas en él, tenía demasiados atractivos para niños de nuestra edad, una considerable profundidad que el salto de agua había horadado con el paso de los años, eso nos permitía hacer “clavados” desde estratégicos salientes de las paredes y eso sin contar los infructuosos intentos de pasar bajo ella. Lo normal era salir repelido nada más acercarte y cuando lograbas aproximarte lo suficiente eras engullido por el torbellino de agua y espuma que te expulsaba unos metros más allá con la adrenalina a tope. No menos excitante era aventurarse por los canales sumergidos de una vieja central eléctrica que alimentaba un salto que procedía de la misma acequia. ¡Que bien nos lo pasábamos! ¡Y con menos de diez añitos! Que diferencia con el mundo de hoy donde los críos no pueden hacer nada por si solos. He de reconocer que no todos éramos tan pequeños pues normalmente se iba en grupo y eso incluía a hermanos y primos mayores que nosotros.



Un recuerdo “doloroso” me viene de golpe a la cabeza. En el pasillo de casa estaba mi padre reparando la moto, una magnífica Ducati 175 de depósito ondulado de color azul y blanco.

-Ya vienes de la Gras (nombre popular como se conocía en el pueblo al azud mayor de la Contraparada) -dijo mi padre.
-No que va, vengo de jugar en la huerta.
-Espera un momento.

Se levantó y cogió un tubo de goma, de esos naranjas para la cocina de butano. “Zasss…”, sentí un tremendo quemazón en las posaderas y al echarles mano lo supe. Supe como mi padre había averiguado nada más verme que venía de la Contraparada ¡había desaparecido toda la parte del pantalón que cubría el culo! Toda la tarde habíamos estado “rascullándonos” por el hormigón de la presa. Buscábamos cualquier cosa que nos sirviera como deslizador, troncos, latas de aceite de las de cinco litros, y lo más peligroso para mi integridad; cartones. Nos los poníamos bajo el culo y nos tirábamos pendiente abajo, cuando se gastaban, los sustituíamos por otros. Aveces apurábamos demasiado. 


Otro episodio luctuoso y que me produjo durante mucho tiempo una sensación de culpa, ocurrió en el sangrador de la Alquibla. Allí el agua había excavado un par de pozas de lo más interesantes, más amplias y abiertas que el de la Aljufía, cuajadas las orillas de aneas y carrizos, entre las dos, una enorme roca que nos servía de trampolín y de lugar de reposo para tomar el sol, especialmente en los días invernales. Durante todo aquel verano un numeroso grupo de críos corrimos todos y cada uno de los lugares en que el río Segura y sus acequias nos ofrecían alguna oportunidad para disfrutar. Era un grupo estable, unos seis o siete, casi siempre los mismos salvo los fallos inevitables, que eran pocos, por alguna cuestión familiar. Durante todo ese tiempo un primo mío, Raimundo, nos acompañó en todas y cada una de nuestras aventuras acuáticas. Era de mi edad, más flaco e igual de alto, un poco tímido, pero majo, llevaba siempre consigo la cámara de una Vespa metida por el brazo hasta la axila que todos pensábamos que la llevaba por comodidad y esnobismo, pero no, nos equivocábamos, especialmente yo. Estábamos tumbados sobre la roca, el cuerpo recalentado por el sol, alguien tomo la decisión y todos al unísono, gritando como posesos, nos precipitamos al agua. Con el salto a Raimundo se le deslizó la cámara desde la axila a hasta la mano, lo que yo aproveche para gastarle una broma arrebatársela. Nos estábamos riendo a carcajadas cuando todos enmudecimos. Raimundo chapoteaba en el centro de la poza, los brazos en cruz, solo asomaba la coronilla y las puntas de las manos que se movían compulsivas como la cola de un pez asfixiándose fuera del agua. Aquello tenía mala pinta, me acerqué a él y se aferró a mí con la fuerza de una anaconda. Nos hundimos. Mientras bajábamos, no sé cuanto tiempo paso, pero a mí me pareció eterno, pensé que aquello no tenía solución, que nos ahogaríamos, y lo “curioso” del tema era que ahogarnos y morirse no era lo mismo, para un crío de mi edad las dos cosas no estaban asociadas. Mis pies se hundieron en el fango tocando algo sólido, con una gran patada logramos salir a la superficie y tomar aire, no sé cuantas veces repetí la jugada hasta lograr separarme de mi primo y mantenerme en la superficie. Yo estaba salvado, pero para él la cosa fue a peor, se quedó como al principio asomando sobre la superficie la coronilla y la punta de las manos. Aquello no podía durar mucho, tenía que hacer algo y se me ocurrió empujarle con cuidado hacia la orilla procurando que no me cogiera. En dos o tres intentos conseguí que sus manos tocaran los carrizos de la orilla y todo acabo felizmente. 


Dicen que la nostalgia conduce a la añoranza y yo me estoy empachando. Tomo rumbo otra vez al carril-bici por la plataforma de la vieja vía del ferrocarril que unía la estación de Santa Bárbara con la fábrica de la Pólvora -otra vez la nostalgia-, iba a regresar a Murcia, pero me acordé de unas fotos que mi amigo Paco Párraga nos pasó del rehabilitado molino de la Pólvora, así que cambio de dirección y me voy en su busca. Rodeo la antigua fábrica de la Pólvora por el camino asfaltado que va junto a su tapia, cruzo la carretera y por un camino de tierra alcanzo la rambla de Ventosa que nos acerca al paraje de las Tres acequias lugar de donde parten las acequias de Churra la Vieja, Alfatego y la propia Aljufía, junto a él la noria de la Ñora. Es metálica como casi todas las actuales y reemplazó a una anterior de madera de la que se tienen noticias desde principios del siglo XV. Tiene un diámetro de diez metros y eleva el agua hasta una altura de nueve, a un acueducto para riego que alcanza los 220 metros, construido con fábrica de ladrillo macizo a cara vista. Hipnotiza su lento girar y el sonido del agua que se derrama perezosa de los cangilones.


Seguimos el camino del agua para encontrarnos con el primer molino del recorrido, el de los Casianos, que hoy es una vivienda particular, un restaurante o una casa rural, que uno no sabe bien que. Caserón del siglo XVIII con una arquitectura austera de gruesos muros y escasos vanos, su fachada pintada de añil y por su parte trasera podemos observar la salida de aguas de sus tres piedras dedicadas a moler cereal que con el paso de los años lo hizo con el pimentón, regresando a la molturación de cereal para la fabricación de piensos animales.


Continuamos junto a la Aljufía por un placentero camino asfaltado para encontrarnos unos cientos de metros más adelante los restos de lo que fue un importante molino harinero, luego de pólvora y uno de los pocos que también movía un batán. Está ubicado en el paraje de Los Canalaos y sus orígenes son del siglo XI como molino harinero, pasando en el XVIII a Molino de Pólvora por obra y gracia del administrador de las fábricas del Rey. El ayuntamiento de Murcia ha realizado las obras de rehabilitación y puesta en valor de los restos arqueológicos, construyendo un mirador sobre el cauce de la Acequia Mayor Aljufía permitiendo a murcianos y foráneos disfrutar de estos vestigios de una forma muy cómoda.


Seguimos el caminar de la Aljufía perdiéndola y reencontrándola aquí y allá hasta llegar al Molino del Amor, también rehabilitado por el ayuntamiento, pero que no puedo visitar, está cerrado a cal y canto. Prosigo para llegar a los molinos de las Cuatro Piedras y de Funes que esperan pacientes que les llegue su turno de rehabilitación, cosa que deberá ser más pronto que tarde si queremos tener algo que recuperar. Ya la acequia se sumerge en intrincados pasajes subterráneos bajo la ciudad de Murcia y nosotros la dejamos junto a otra obra hidráulica, el Malecón cuyo objeto era y es servir de muro de contención frente a las crecidas del río Segura. Por el nuevo jardín de Murcia Río accedemos al margen y entramos en Murcia. Pasaremos, siguiendo el cauce, bajo los principales puentes de la ciudad.  
 
Mariano Vicente, finales de enero de 2021

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sábado, 10 de agosto de 2019

Paseo hasta la Contraparada y un poco más allá



Este es un paseo que se puede realizar en cualquier época del año, nosotros ahora en agosto, aprovecharemos las primeras horas de la mañana que son las más frescas y por el carril-bici nos acercaremos hasta el gran azud de la Contraparada origen de la huerta de Murcia.




Nuestro recorrido comienza en la puerta de carruajes de la estación de ferrocarril del Carmen en el popular barrio del mismo nombre. Por la calle Marques de Corvera nos dirigimos hacia la iglesia arciprestal del Carmen. El templo, tal y como la conocemos hoy, es de estilo barroco y comenzó a construirse en el año 1721 consagrándose en 1769. Pero su historia es muy anterior. Tiene su origen en el convento carmelita que se levanto sobre la antigua ermita de San Antón en el siglo XVI, pero esta se levanto a su vez sobre la mezquita Alhariella. Junto a ella, en la antigua universidad, se haya ubicado el Museo de la Archicofradia de la Sangre. Cofradía penitencial más antigua de Murcia y de la Diócesis de Cartagena, datándose su fundación en 1411. Su titular, el Cristo de la Sangre, desfila la noche del Miércoles Santo en la popular procesión de “Los Coloraos” que tiñe de rojo la ciudad de Murcia.

 

Por la Calle Cartagena buscamos la pasarela del Malecón o de Manterola nombre por el que se la conoce popularmente debido a su diseñador el arquitecto Javier Manterola. Es un puente peatonal que cruza el río Segura entre el Barrio del Carmen y el comienzo del Malecón del que recibe su nombre. Es de acero con una plataforma curva sostenida por 30 tirantes que confluyen sobre un mástil de 15 metros de altura. Sobrevuela el histórico azud del Malecón que remansaba las aguas para los antiguos molinos de San Francisco y el Álamo, cuyas ruinas aparecen en las margenes del río. Comienza aquí el carril-bici que por la margen izquierda del Segura nos llevará hasta nuestro destino el gran azud de la Contraparada.



¿Pero que es la Contraparada? Es una presa colocada en el cauce del río con la finalidad de remansar y elevar el agua que por estas tierras se denomina azud (palabra árabe que significa “barrera”) en este caso el Azud Mayor de la huerta de Murcia. De él nacen las dos acequias mayores; la Alquibla o de Barreras que riega el heredamiento sur de la margen derecha y la Aljufía que lo hace por el norte o margen izquierda. Constituyen una red que forma un intrincado y complejo sistema hidráulico que a través de las dos grandes acequias se van ramificando en cauces progresivamente menores llamados hijuelas, y estos a su vez en brazales y regaderas que llevan el agua a los bancales (las tierras de regadío). Las aguas sobrantes -muertas- se recogen a su vez en otros cauces llamados escorredores, que van creciendo con su unión con otros mayores como las azarbetas, los azarbes y los azarbes mayores que vuelven a desembocar en el río. Su historia se encuentra íntimamente relacionada con la fundación de la ciudad de Murcia, pero su origen puede que sea más antiguo y remontarse hasta época romana. Autores islámicos aseguran que en el lugar ya se encontraban grandes bloques de piedra a modo de presa que derivarían el agua hacia la parte norte de Murcia -zona de Churra-. De lo que sí se tiene constancia fehaciente es que en el siglo XIII la presa se encontraba en ruina debido a la riadas, instando el rey Alfonso XI a su reconstrucción. El historiador Cascales en 1621 describe así la contraparada: “...una grande pieza de piedra y cal, la mayor y más costosa que hay en España...” 

   

Nos dirigiremos hacia ella a través del carril-bici, entre huertos de cítricos -casi urbanos- y los cañaverales del río. Zona de huerta jalonada por numerosas pedanías tanto a un lado como al otro del río. En los escasos 12 kilómetros que nos separan de la Contraparada pasaremos junto a La Arboleja, La Albatalia, Rincón de Beniscornia, La Ñora y Javalí Viejo por la margen izquierda y  Rincón de Seca, la Raya, La Puebla de Soto, Alcantarilla y Javalí Nuevo por la derecha. Sobre los 10 kilómetros de pedaleo podemos ver al otro lado del río el paraje del Agua Salá, surgencia de agua de sabor ferroso que hacía las delicias de los niños de mi generación, hoy supongo que totalmente olvidada. Muy cerquita la ermita de la Salud y el Museo Etnológico de la Huerta. Un poco más adelante, en nuestra misma margen, llegamos a la parte trasera de la Fábrica Nacional de  Pólvora Santa Bárbara, instalada en 1747 sobre un viejo molino para pólvora a orillas de la acequia Aljufía concedido en 1633 a Francisco Berastegui y Lisón, esposo de Giomar Carrillo, dueña del mayorazgo de Javalí Viejo. En 1802 se hizo cargo de ella el arma de Artillería del Ejercito de Tierra. Después de la guerra en 1946 se uniría por ferrocarril en la estación de Santa Barbara con la linea Madrid a Cartagena. Esta pequeño ramal de poco más de un kilómetro trae a este cronista bonitos y viejos recuerdos de cuando su padre, factor de circulación en Alcantarilla y que venía a Santa Barbara para hacer las maniobras, le dejaba acompañarlo y hasta le montaba en la vieja maquina de vapor que empujaba los vagones hasta llegar a la fabrica. Esta siempre iba en cola, con los vagones delante que eran los que entraban hasta las instalaciones, quedando la maquina sobre el puente para evitar que las carbonillas pudieran producir una explosión. 



Llegamos así a nuestro destino. Después de unos años de abandono y degradación se ha procedido por parte del ayuntamiento de Murcia a una rehabilitación, que no se parece en nada al bosque de ribera y la vegetación casi salvaje que cubría la zona en mis tiempos infantiles, pero que se ha convertido en referente ambiental con la reforestación, acondicionamiento paisajístico, creación de zonas de recreo, fuentes  y pasarelas sobre el río, una de ellas como referente del “Puente de las Ovejas” por donde pasaba el cordel de los Valencianos. Se esta habilitando un centro de interpretación que puede convertir a la Contraparada, un enclave milenario, en un lugar para aprender cómo eran los antiguos sistemas de regadío, para pasear en familia o simplemente disfrutar de una naturaleza domesticada, pero naturaleza al fin.



Uno quizá sea un poco inconformista, pero decido continuar un poco más allá. He de confesar que en el fondo, lo que me ha impulsado a seguir adelante, ha sido lo cerca que esta el bar Los Limoneros, apenas unos tres kilómetros, y me apetecía desayunar viendo a las golondrinas dar de comer a sus crías. 



Mariano Vicente, agosto de 2019 

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sábado, 18 de julio de 2015

El Río Segura catorce años después; a modo de resumen



El recorrido realizado; totalmente ciclable, ha sido duro, muy duro, no por el perfil o el terreno, sino por el calor. Hemos soportado temperaturas superiores a los 48º y que ya desde primeras horas se dejaba notar. Solo tuvimos problemas con el agua en un par de ocasiones, principalmente por ser lunes y estar casi todo cerrado. La primera, una vez pasada la fuente de los Cuatro Caños, dos o tres sitios que encontramos estaban cerrados. Hubiera sido sencillo desviarnos hasta La Graya, pero no lo hicimos. La segunda en Salmerón, todo cerrado, en una casa particular preguntamos por el bar y al estar cerrado o no haber, no estoy seguro, nos ofrecieron agua.

Hemos circulado tanto por asfalto como por caminos de tierra, estos últimos en general en buen estado, con algún tramo roto pasado el cortijo del Almired. También en esta zona una finca ha desviado el camino a su alrededor, junto a una valla y la siguiente creo que el Cortijo del Rincón Grande, lo ha cortado directamente, con un caballón de tierra y a continuación una pequeña valla. Labrado y transformado en una moderna plantación de olivos, no sabemos cuál puede ser la mejor alternativa. El resto del recorrido no ofrece dificultad alguna, ni de piso ni de orientación.

A la altura del Hondón, -Pasado el embalse del Cenajo- hay que abandonar la margen derecha del río Segura y subir al collado entre las sierras de Cubillas y de Pajares. Se nos presentan dos opciones; una avanzar hacia la sierra de Pajares y bajar de nuevo al río, para cruzarlo por un pequeño puente de cemento hacia El Maeso y las Minas. Otra bajar hacia Salmerón por la Cañada de Mobarque. Solo en invierno, cuando el río baja con el caudal ecológico se puede cruzar por un vado, en el azud del que parten las acequias del Maeso y Minas.

Pasado Calasparra podemos tomar la margen izquierda hacia Cieza o subir, como hicimos nosotros, por la solana de la Sierra del Molino y el pantano de Alfonso XIII.

A lo largo del recorrido existen multitud de establecimientos de hostelería, tanto en las poblaciones por la que pasamos, como en otros lugares del camino. Por lo que no hallaremos grandes dificultades para comer, avituallarnos o dormir si nos apetece. Nosotros pernoctamos en Yeste, Calasparra y Murcia.

Antonio ha realizado el recorrido con una bici eléctrica. Ha transformado su specialized epic a eléctrica, ha sustituido su rueda trasera por otra con motor. Un par de baterías aseguran una autonomía suficiente para el recorrido diario. En realidad con una ha resultado suficiente para la jornada. El contratiempo más importante; un pinchazo.

Algunos datos:

Integrantes:

Matías Martín Gil
Antonio Máximo
Jesús Torrecillas
Mariano Vicente

Kilómetros totales: 286
Desnivel+: 4.686 metros
Desnivel-: 6.051 metros
Media: 13 Km/h.
Altura máxima: 1.608 metros
Altura mínima: 44 metros

Yeste:
Hotel Yeste 967 431 184 (Yeste)
Calasparra:
Camping Los Viveros (Piscina) 968 73  58  89/ 657  94  17  50 (Calasparra)
El Cañar:
Poyo del Cañar –Socovos (Albacete)
902 006 389 / 292 551 257

miércoles, 15 de julio de 2015

El Río Segura catorce años después. Tercera jornada Calasparra-Murcia







Las persianas, levantadas, dejaban ver clarear la noche por las ventanas. Ayer, Jesús enfermó. Él y Matías decidieron abandonar y por la noche se fueron a casa. Nos quedamos Antonio y yo. Al levantarnos descubrimos la rueda vacía, el sellante no ha hecho su trabajo, Antonio prefiere ir a un taller a reparar. Entre reparación y desayuno nos dan las diez, comenzamos a pedalear con el sol ya alto. La sierra del Molino y el embalse de Alfonso XIII nos esperan.

La sierra del Molino, listada como sandía, se pinta de color calabaza en estas horas de la mañana. La pista; de grava, se muestra hostil a mis ruedas lisas. Espejea al fondo el pantano siempre vigilado por la mole gris del Almorchón. Más calor, El agua helada de los botes es ya sopa ardiente en el pantano. 

 

Cieza nos espera; albaricoques y melocotones se doran al sol. Buscamos la sombra de las cañas, cabellera foránea que ahoga a nuestro compañero. De pronto un chiringuito; las gente va y viene, del río al bar, bebe y se baña, pero no se refresca, el calor no lo permite, ha convertido la orilla en una sauna. Tres días; tres ya, pedaleando con temperaturas que superan los 45º. Paciencia.

El río constriñe la villa, aquella a la que "dieron la muerte por pasar la puente" y a la que él devuelve la vida. El camino se ciñe a la orilla del río blanco bajo la musulmana Siyasa; casi desaparece en el paraje del Menjú, antigua fábrica de luz, soto fluvial e importante bosque de ribera. Abarán y un chiringuito junto al río, que aprovechamos. Seguir, siempre seguir, el ánimo derretido, las ganas; dejadas atrás, a la sobra. Azudes, melocotoneros, fábricas de luz, granados, acequias, limoneros. 



Del vocablo Insolar dice el diccionario:
1º -Poner al sol hierbas, plantas, etc., para facilitar su fermentación o secarlas.
2º -Enfermar por demasiado ardor del sol o por excesiva exposición a él.
Eso somos nosotros, miserables yerbajos macerándose al sol, en esta estrecha y soleada senda de los moriscos, tan blanca que duele mirarla. Ni una sombra, ni siquiera el verde de los limoneros nos conforta.

Blanca está a tres tiros de piedra, pero no llegamos. Vemos las ruinas pardas de su castillo, pero no llegamos. Parecen estar siempre en el mismo lugar, etéreas, flotantes, inalcanzables. El caserío se arremolina, monte arriba, al otro lado del río. Una heladería, el frescor del aire acondicionado y un granizado de limón, nos salvan.



La carretera recorre el valle morisco serpenteando junto a segura; valle de las cinco villas, que recorremos una tras otra sin entrar en todas. En Villanueva la dejamos; precioso sendero de maderos orlado; entre el río y la acequia; tunelado por las hojas lacias de las cañas. Archena y sus baños, y sus azudes, y su fábrica de luz, y una fuente.

Meandros que enloquecen. Lorquí; aquí y allá, aun lado y al otro. Tapizado el margen por la caña cortada. Limoneros, naranjos. Furgonetas veloces, polvorientas; conductores irascibles. La Huerta de Abajo, bosques de ribera. Alguazas, puentes rojos. La Ermita, un bar y en él Matías, ha venido a vernos, a tomarse un litro con nosotros.



La tarde esta crecida; por poniente la lejan
ía se torna violeta; oscurece el carril bici. La Contraparada; el Javalí; mi Javalí. Patines y bicicletas, paseantes y perros. La torre de la catedral dorada y única, el Cuartel, la Estación. He terminado. Trescientos kilómetros de sudor y polvo, sofocantes y agotadores, pero también de amigos, de bicicleta, del río que nos da la vida.

Murcia, 8 de julio de 2015

martes, 14 de julio de 2015

El Río Segura catorce años después. Segunda jornada Yeste-Calasparra



Se destiñe el negro de la noche agrisando la atmósfera por levante. Durante el desayuno contemplamos el encierro pamplonica; 37 años ya que no corro ninguno, decididamente me estoy haciendo mayor. El negro asfalto nos engulle, porcentajes del 10% nos sitúan en el puente de La Vicaría sobre el embalse de la Fuensanta. Las Casas; mínimo caserío con fuente, restaurante y lavadero. Agosta el cereal rubio y brillante, partido en dos por la línea gris de la carretera.

Letur aparece tras un altozano, buen sitio para almorzar. Más el calor y Letur empeñado en que no lo abandonemos sin sufrimiento. Socovos nos recibe con los brazos abiertos, tanto que no querrá dejarnos marchar. Más calor. El grupo; sofocado, se parte. La mitad ira por carretera hasta Calasparra; la otra, seguirá el camino previsto por el pantano del Cenajo.

Se desliza la carretera entre adelfas en flor; blancas, rojizas, róseas, amarillentas. En el Cañar; un camping y en su interior un bar, y en el bar aire acondicionado. Cerveza, jamón, queso... En una mesa contigua unas señoras, que lo son, además, de unos compañeros de "La Cabra", el mundo es un pañuelo.



Las nubes; huidas. El cielo como de plomo. Voló de pronto una perdiz aleteando un aire denso, caliente, que dolía respirarlo. Unas abejas se posan sobre unas matas. Reverbera el adobe del pardo cortijo del Almirez. Seguimos. Descansamos bajo un enorme pino. Los párpados como de sueño, el horizonte de un azul pesado, metálico. Continuamos con esfuerzo, sudor que empapa el camino roto. Una alambrada acota el camino y nuestra libertad en una tierra parda. Otra, que saltamos. Corren asustadas las perdices entre olivos grises. Una carretera nos devuelve a la civilización, a la presa, al hotel Cenajo, al aire acondicionado, al granizado de limón.

A los pies de la presa, la orilla nos devuelve el verde fresco y el volar de los pájaros, la humedad del río y un pedalear calmo, casi contemplativo, encajonado entre altos farallones dorados por el atardecer. No podemos seguir, solo se puede cruzar el río con el caudal ecológico del invierno. No queda más remedio que abandonar el ribazo y trepar la sierra de Cubillas. Se nos presentan dos opciones, bajar un poco más adelante, de nuevo al río, cruzar por un pequeño puente y seguir por la margen izquierda hasta las Minas; o bien dejarnos caer barranco abajo hasta Salmerón. Optamos por esta última.



Muchos kilómetros y demasiadas horas ya bajo este calor africano. Alivio, cuando al camino lo convierten en túnel los álamos blancos. Tijeretean las golondrinas entre las altas copas de los chopos que pueblan la orilla, en formación casi militar, en esta margen derecha del Segura. Antonio, nuestro E-Máximo, cambia la batería de su Epic transformada al albur de los tiempos. La raya del ocaso colorea violáceos las crestas de los montes. Pinchamos y para colmo la rueda trasera; la del motor. Antonio se niega a reparar. Daremos aire cada pocos kilómetros, esperando que haga efecto el líquido sellador.

La estación de Calasparra aparece entre dos luces, blanquean junto al río los arrozales y los murciélagos anuncian las estrellas, que tímidas, comienzan a pintar el cielo. Ya de noche buscamos el amparo del camping. El bocadillo bajo la Osa Mayor sabe a gloría.

Camping de Los Viveros, Calasparra, 7 de julio de 2015