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jueves, 8 de julio de 2021

Ojos del Luchena-Pantano de Valdeinfierno (Sierra del Pericay)

Sierra de la Culebrina en las Tierras Altas de Lorca. Desde la altura del Cerro de los Machos, acomodados en sus buitreras nos vigilas los leonados, como estamos de buen ver supongo que estarán valorando las posibilidades de darse un atracón. Hemos venido a la zona buscando los Ojos del Luchena, surgencia artificial —data del siglo XVII— del acuífero Pericay-Luchena. Dos kilómetros aguas abajo de la presa de Valdeinfierno surge junto a la Casa de Chiripa, justo a la salida del angosto Estrecho del Infierno, en un idílico lugar, bello y poco conocido. No será difícil ver galápagos leprosos, barbos gitanos, tortugas moras y desde 1995 buitre leonados, desaparecido en nuestra Región y reintroducido gracias a la actuación de algunas asociaciones y a la continuidad de la Dirección General del Medio Natural, que han hecho posible que la primera colonia de esta especie se asiente de nuevo en nuestras tierras.



Estamos en Zarcilla de Ramos pueblo de poco más de 1000 almas en lo que se ha dado en denominar Pedanías Altas de Lorca en la Región de Murcia, elegido porque tiene un bar donde comer, una de nuestras prioridades al planificar la ruta. Somos débiles que le vamos a hacer. Bajamos las bicis junto a la iglesia, creo que es la única, de Nuestra Señora de la Piedad y frente al bar de Ángela donde comeremos si llegamos con fuerzas suficientes, pero primero las cogeremos con un buen café —le hemos añadido un poquito de anís seco para alegrarlo—, y unas madalenas. Salimos por una carreterilla paralela al río Turrilla en dirección suroeste en busca del Luchena, es la misma que nos llevaría hasta Vélez Rubio si continuáramos por ella. A nuestro lado campos de cereal ya segado que picotean las perdices. Al frente, el Cerro del Freile nos sirve de guía. Estamos casi en la frontera del parque natural de Sierra María-Los Vélez en la provincia de Almería y colindante con la Sierra del Gigante y la Culebrina en tierras murcianas que prácticamente forman un único espacio natural de los más valiosos de sureste peninsular.


 
Llevamos unos siete kilómetros cuando giramos a la derecha por un camino cruzando la rambla de Periago y buscando las faldas del Pericay. Se empieza a notar un cambio en el paisaje, el terreno es más agreste y el pinar hace su aparición, sería fácil cruzarse con algún arruí que desde Sierra Espuña se ha extendido hasta estas sierras. Pasamos junto al caserío de Luchena, muy cerca ya del barranco del río, cinta verde oscuro que contrasta con el dorado de los campos. Bajamos al cauce y nos aproximamos a los Ojos del Luchena. Esta infraestructura se construyó en el siglo XVII constaba de una serie de pozos conectados por una galería. Obra de calado con paredes de mampostería de más de metro y medio de grosor y bóvedas de más de un metro que a pesar de todo destrozó una riada, reconstruyéndose en el siglo XVIII. A lo largo del tiempo sus aguas fueron objeto de diversos proyectos para su aprovechamiento, al principio eran de propiedad privada pasando luego, en la segunda década del siglo XX, a manos de la Junta Social de los Riegos de Lorca. Hoy esta infraestructura no está en activo, pero hace que el río tenga agua todo el año.

 
El rumor fresco del agua, los pequeños barbos gitanos jugando al escondite, el agua fresca y cristalina y la exuberante vegetación hacen de este lugar un hermoso paraje, íntimo y acogedor. El agua brota bajo un desvencijado tablacho, oxidado por la falta de oso y el paso de los años. Salta hasta el río encajonada por recias paredes de hormigón formando una pequeña y entrañable poza. Los galápagos leprosos sestean entre los carrizos. Decidimos vadear el río en lugar de buscar el paso aguas arriba del seco Caramel. Jesús, decidido y valiente lo intenta el primero. La superficie tersa del agua y su transparencia hacer que subestimemos su profundidad. Cortan el agua las cubiertas y el pedalier se introduce como la quilla poderosa de una barca. Salpican los pedales en espumoso jolgorio cuando los pies se introducen bajo el agua. Botas y calcetines empapados y nosotros felices como niños.


 
Ya al otro lado nos encaramamos, siguiendo el margen del barranco Oscuro, a la ladera de la Serrata del Prado. Camino empinado y pedregoso, duro, que nos sacará a la pista que rodea por el norte el Cerro de los Machos, monte de cumbre redondeada que supera los 1.200 metros y que nos va a permitir tener unas vistas sublimes del desfiladero del Infierno. Sus paredes verticales alojan hoy día una colonia de buitres leonados. Al otro lado, sobre una atalaya, las ruinas de la torre del Luchena, viejo castillo islámico de los siglos XII y XIII. Pedaleamos por una pista arenosa con fuerte pendiente que dificulta el avance. Circulamos entre un espeso pinar que complica sobremanera la contemplación del Estrecho. Nos detenemos cada vez que un claro nos da la oportunidad de observarlo. En una curva a izquierdas el pinar se abre y nos deja contemplar el espectáculo natural que tenemos a nuestros pies. Lo más próximo, las paredes calizas, blancas y verticales, como agujas alzándose al cielo del Estrecho del Infierno. Más al fondo, el húmedo paraje de los Ojos del Luchena y la cinta oscura del río camino del embalse de Puentes. Cerrando el paisaje por el sur la silueta del Gigante y las desdibujadas sierras de la Torrecilla y la Tercia, ya en Lorca. Frente a nosotros, una bandada de buitres sobrevuela la silueta puntiaguda del Pericay recortando sus siluetas contra el azul de un cielo tachonado de blancas e inofensivas nubes.


 
Continuamos subiendo acercándonos al collado de la Carrasca, media docena de revueltas con una fuerte pendiente nos harán falta para conseguirlo. Ahora es cuando empiezo a disfrutar, todo para abajo. La pista, en buen estado, recorre la umbría de la sierra de la Culebrina, y aquí estoy un poco descolocado, veo letreros que hablan de la sierra de la Culebrina, pero he consultado varios mapas y veo una serie de morras al sur del cerro de los Machos; del Tabaco, Peguera, Cocón, Trancos, hasta la morra de las Carboneras ya en la sierra del Gigante, pero no de la Culebrina. Sospecho que esta sierra es en realidad la que conforma el cerro de los Machos; y la del Pericay, la que tiene el pico del mismo nombre al otro lado del Estrecho. Casi sin darnos cuenta llegamos al albergue de Casa Iglesias, está abierto y sopesamos la posibilidad de tomar algún refresco, pero no es posible, nos dice el encargado que el protocolo covid se lo impide. Nosotros nos vamos con la envidia de contemplar como los chavales disfrutan de un refrescante chapoteo en la piscina.



Seguimos bajando, la ladera se abre y desde el mirador de los Forestales podemos contemplar un amplio paisaje, desde el seco embalse de Valdeinfierno en primer término, a casi todo el valle del Caramucel que cierra por el norte la sierra del Oso. El ánimo un poco compungido por una serie de cicatrices blancas que salpican el terreno, son nuevas canteras de mármol que destrozan el paisaje y los caminos. Diez centímetros de un polvo blanco, como talco, cubren la pista, las cubiertas se hunden en él y lo esparcen todo alrededor, terminando como los pinos y el matorral de las orillas, como fantasmas blanquecinos. Llegamos a la presa del pantano que se comenzó a construir en 1985 y se terminó 21 años después para mejorar el sistema de regulación contra las avenidas del Luchena-Guadalentín y como aprovechamiento de los riegos de Lorca y Totana. Ha sufrido numerosas transformaciones, sobre todo de recrecimiento, la última en 1965. Hoy apenas tiene un palmo de agua que aprovechan unas avecillas para chapotear displicentes. La sierra del Almirez y el Morrón de las Ciervas nos separan de unas cervezas bien frescas en Zarcilla.


 
Sentados a la mesa, ante nuestros platos comentamos la jornada, todos coincidimos en que ha merecido la pena, hemos tenido de todo. Nos hubiera gustado quedarnos en el nacimiento del Luchena, incluso habernos dado un baño y no solo de pies. La contemplación del desfiladero del Estrecho o el colmatado pantano de Valdeinfierno han sido otros de los motivos para recordar. Como en otras ocasiones la zona no nos ha defraudado, incluso la comida ha sido sabrosa, abundante y barata, qué más podemos pedir. Nos confabulamos para volver en invierno a otra ruta por los alrededores, quizá el propio desfiladero del Infierno.



 
Mariano Vicente, 8 de julio de 2021. 
 
 
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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez: Sierra Larga y pantano de Valdeinfierno




Ruta que rodea Sierra Larga en el Parque Natural de la Sierra de María-Los Vélez, saliendo de la presa del pantano de Valdeinfierno.

Interés de la ruta:

La ruta propuesta por el amigo David discurre entre los espectaculares macizos calizos del Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez, que se encuentran separados por amplios y soleados valles donde languidecen los cultivos de secano; antaño de cereal, y desde la última mitad del siglo XX de almendros, que junto a las explotaciones cinegéticas son la base de la economía de la zona. Las umbrías están colonizadas por frondosas formaciones boscosas en las que predomina el pinar, que se abre y entremezcla con el matorral al acercarse a las solanas.
Patrimonio de la Humanidad son las pinturas rupestres de los abrigos rocosos de la sierra de Los Gavilanes y la Culebrina, entre las que sobresalen las de los Gavilanes y el Mojado.

Asistentes:

David "Tito Abuelito", Antonio Máximo, José Luis Menéndez, Ángel y Vicente Martínez, Antonio Cervantes, Jesulen, Juan Bautista Tudela, Mateo Sánchez, Antonio Hernández y un servidor; Mariano Vicente.

Distancia: 35 km.
Salida/llegada: Pantano de Valdeinfierno (Lorca-Región de Murcia)

Desnivel +: 777 metros
Tiempo: 4 horas
Altura mínima: 697 metros
Altura máxima: 1.180 metros



Crónica:

A estas horas de la mañana -son poco más de las nueve-, la sombra del Pericay se extiende como un manto húmedo hasta cubrir la presa del pantano de Valdeinfierno. Hace frío; los termómetros, remolones, se niegan a subir más allá de los cero grados. Una capa de hielo cubre el rincón sur de la presa. Tiemblan los ciclistas al bajar de los vehículos; ante ellos se extiende la colmatada superficie del pantano, buena para la maleza y que solo sirve para corregir pequeñas avenidas. Al norte, la Serrata de Guadalupe sirve de margen al embalse, tras ella; el río Caramel y la rambla Mayor drenan los Llanos de Abarca. A nuestros pies; el lecho de lo que será el río Luchena bajo las escarpadas paredes del Estrecho, que se abre paso a trompicones entre cerros que bordean los mil metros.



La pista, de buen firme, se retuerce entre pinares bordeando el Abrigo de los Gavilanes y del Mojado hasta la casa forestal y albergue de las Iglesias. A Mateo le cuesta, hoy ha estrenado bicicleta y es la primera vez que no pisa asfalto en 25 años. Mateo es un hombre valiente que hace unas semanas ha cumplido los 79 años. Corajudo y orgulloso, no quiere que le esperen y pide que continúen los demás, que le dejen a su aire; que se hará con la bicicleta, pero solo. Los demás protestan, algunos sin mucho entusiasmo, otros con pesar, pero todos respetan su decisión y siguen adelante. 


Bajo el cerro de la Sima, toman a la izquierda; suben hacia el collado de la Manila bordeando las Piedras del Engarbo que alcanzan los 1.413 metros de altura. Las bicicletas; se detienen. El barro las atenaza, las envuelve hasta el punto de no distinguirse los platos, de no diferenciar lo que es cadena de roldanas. El desviador perdido bajo un enorme bloque pegajoso que envuelve pedalier y basculante. No queda más remedio que limpiar para continuar. Eso sí, unas han quedado mas afectadas que otras, lo que provoca un animado debate. Unos afirman, sin rubor, que es la habilidad del ciclista lo más importante. Otros opinan que es el peso, lo que hace hundirse más profundamente a las ruedas en el barro; alguno otro, más prudente, sugiere que es posible que el diseño de la cubierta propicie que retenga más o menos cantidad de barro. Sin llegar a ponerse de acuerdo y tras un concienzudo "desbarrado" continúan hasta el collado.



El relieve; espectacular. Las sierras del Gigante, Vélez Blanco y Maimón colman el horizonte extendiéndose de este a oeste, que el sol ilumina a contra luz, como mochas crestas de gallo. Son formas tabulares, llanas en sus cumbres, conocidas como muelas; separadas por valles, algunos como el de La Hoya de Taibena, entre ellos y Vélez Blanco, cuyo castillo blanquea nebuloso en la distancia. Según gente instruida; estos valles, son depresiones provocadas por el hundimiento de grandes cuevas, que el tiempo se encarga de rellenar, dando lugar a los llamados poljes.



Bajan por el camino de Gabar, ya sin barro, hacia la vereda real de la Loma del Águila. El Cerro de Gabar recorta sus mil quinientos once metros sobre el firmamento azul del oeste. Ya, casi abajo, después de pasar lo que queda de la casa forestal de Pozo Trigueros, lo dejan por el camino de la Umbría que sale a su derecha, en ángulo casi inverso. El camino sortea, uno tras otro, los barrancos que drenan sierra Larga por el norte, hasta llegar al collado de la Sima. Bajan hasta retomar el camino primero, para desandar lo andado y regresar al área recreativa  de Las Iglesias, donde recuperan las unidades perdidas; Mateo, Vicente -que se volvió poco antes del collado de Manila, lo que lo libro del barro- y Máximo, que también se libró. Ya todos juntos regresan al pantano.  



En Zarcilla de Ramos harán la segunda parte de su recorrido, frente a una mesa bien surtida; ensaladas y platos de embutido sirven para entretener la espera; unos níscalos, también ayudan hasta que llega el plato principal; arroz y conejo con serranas. Rico, rico, como diría algún famoso presentador de televisión.
El mundo es un pañuelo; dice el dicho popular. Se enteran entre bocado y bocado, que el dueño del bar regentó otros locales en Murcia capital, entre ellos La Bodeguilla, en la calle de las Mulas, lugar habitual de esparcimiento de Paco, hermano de Mateo, y que incluso llego a ser su amigo.



El pantano

La acuciante falta de agua y su oportunidad ha sido desde siempre un problema en el sureste español, en especial en las áridas tierras de Lorca. Con recursos propios tan limitados, necesariamente se han buscado desde siempre aportaciones foráneas; ya en 1550 los agricultores lorquinos solicitaron a los poderes públicos aportaciones de la cuenca del Guadalquivir, en concreto de los ríos Guadal y Castril. El recelo de los andaluces llevo a Carlos III a desestimar el proyecto y a la construcción de dos presas; la de Puentes sobre el río Guadalentín y la de Valdeinfierno sobre su afluente el Luchena. Comienzan las obras en 1785 en el estrecho desfiladero que excava el río entre las sierras del Gigante y la Culebrina, finalizando en 1806. Problemas con la maniobrabilidad de las compuertas provoca su colmatación con las primeras avenidas. En 1850 esta inservible, por lo que se recrece su presa en 15 metros, acabando las obras en 1897. Hoy se encuentra en situación similar, por lo que el Ministerio de Medio Ambiente ha redactado un anteproyecto para la construcción de una nueva presa, aguas arriba de la actual. Obra comprometida, al poner en peligro los numerosos yacimientos arqueológicos de la zona.



Mariano Vicente, diciembre de 2014.