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jueves, 13 de octubre de 2016

El Veleta y yo: La subida



Hoy es el gran reto, el Veleta me espera. No he querido consultar altimetrías; para que, si yo sufro desde el minuto uno, en el mismo momento que el desnivel se hace positivo. Sé que son más de 50 kilómetros de constante subida, para que preocuparse. Pedaleo en "modo supervivencia" con el mínimo esfuerzo posible. El único método que conozco para superar un reto de estas características es aguantar, aguantar y aguantar. Pasan los kilómetros, lentos, parsimoniosos, voy distraído, haciendo cábalas sobre la marca y el modelo de los vehículos, que camuflados, suben y bajan el puerto. Luego, tomando un tentempié en Prado Llano, me entero de que es una práctica habitual durante los meses de julio y septiembre. Las marcas traen sus nuevos vehículos a probar a esta zona porque reúne unas características muy especiales de humedad, temperatura y altitud, pasando del nivel del mar a los 3.000 metros en apenas 50 kilómetros.



Tengo a la vista la estación invernal de Prado Llano cuando descubro un cartel a mi derecha: Fuente de Don Manuel, que me viene como anillo al dedo, el bidón está en las últimas. Esta fresca, bebo casi con avaricia, queriendo superar inútilmente el cansancio. Llego a la estación de esquí y la carretera se asusta y gira 180 grados, para volver a girar un par de kilómetros después, en el mismo sentido. Se hace monótona, a pesar de contemplar abajo, por nuestra derecha, las infraestructuras de la estación. Al llegar a las últimas instalaciones hago una parada y aprovecho para comer algo. Estoy exhausto, llevo más de 40 kilómetros subiendo ¡con lo mal que se me da!



El camarero del chiringuito, chico cercano y amable, me confiesa que también es ciclista y me pone al día de todo este barullo de coches y camiones. Me alienta a continuar; que solo quedan 11 kilómetros, le confieso que estoy por desistir. Me pregunta que de dónde soy y se sorprende de que venga en bicicleta desde Murcia. Le cuento por encima las vicisitudes para sortear la A-92 y me comenta una anécdota de ayer mismo donde la Guardia Civil tuvo que "rescatar" a un grupo de ciclistas perdidos en la vía de servicio, precisamente entre Baza y Guadix. !Como me alegro de haber tomado el autobús! Tienes suerte me dice, ayer mismo nevó en el Veleta, quedo todo blanco, pero enseguida se despejó en cuanto salió el sol, ha sido la primera nevada del año.



Son solo 11 kilómetros; me ha dicho el camarero en un tono que auguraba una cierta facilidad para superarlos. Pero en esta vida las cosas no siempre son como las deseamos. Yo miraba de reojo al Veleta y no lo veía tan fácil, pero al final comienzo a pedalear confiado y haciéndome algunas conjeturas; llevo más de 40 kilómetros y solo me quedan 11, no puede ser tan duro. ¡Que equivocado estaba! No sé si era la altitud, el cansancio o mi cabeza, pero buscaba constantemente excusas; el paisaje, una foto... para detenerme y recuperar el aliento. Eran solo unos instantes pero me sabían a gloria. Así, uno tras otro, fui superando los kilómetros. El Veleta casi al alcance de la mano, tan cercano y tan lejano al mismo tiempo.



El piso de la carretera se descarna por momentos, voy haciendo eses para librar los agujeros, verdaderos pedregales que me obligan a extremar la precaución. Unos metros delante de mí, acceden a la carretera tres ciclistas, luego descubriré que son franceses, desde un sendero próximo. Para mi sorpresa echan pie a tierra al llegar a una de las zonas pedregosas, llevan dobles suspensiones y desarrollo suficiente y yo paso con un hierro de 15 kilos y ruedas de carretera. Me adelantan mientras pido a unos chavales que me hagan unas fotos. Estoy a los pies del "monstruo", el último kilómetro de tierra, pero más cómodo que el anterior con el asfalto roto. He dicho antes que "descubrí más tarde" que eran franceses; lo demostraron con creces, hicieron gala de todo su chovinismo mientras se hacían una y otra foto, primero con un móvil, luego con el otro, ahora con esta máquina, luego con otra. Mientras espero estoico. Creo ser un hombre paciente y correcto, pero hay momentos en los que uno debe dejar aflorar su personalidad más oscura y en un tono similar al de Marlon Brando en El Padrino les dije: ¡franchutes! ¡fuera!, con una ligera inclinación de cabeza. ¡Dio resultado! Me miraron sorprendidos y abandonaron de inmediato el vértice geodésico que acaparaban desde hacía rato.  



Cumplido el objetivo comienzo la bajada. Regreso al mismo chiringuito del medio día, las manos doloridas, 11 kilómetros sujetando los frenos es lo que tienen. Me pido un café calentito, empieza a hacer fresco, relleno el bote con la media botella de agua que me habían guardado al medio día. Me abrigo, quedan 40 kilómetros de bajada. Una verdadera delicia, te dejas caer y no tienes que tocar los frenos hasta entrar en Granada.



Para finalizar, comentar que mi vieja Conor se ha portado estupendamente, ni una queja, ni un reproche, todo a funcionado a la perfección. Lo de vieja es un decir, realmente de la original solo queda el cuadro con la horquilla y dirección. También los guardabarros, todo lo demás es nuevo o vive una nueva juventud.

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Mariano Vicente, finales de septiembre de 2016.  

miércoles, 12 de octubre de 2016

El Veleta y yo: Guadix-Granada



No han hecho falta empaquetar la bici, un autobús vacío de maletas, ir a la primera parada y un amable conductor ha hecho el resto. Durante el trayecto "echo cuentas" de lo que cuesta la cerveza por aquí; 1.20 € la caña grande. Pero esta cerveza viene acompañado por una tapa, la primera de un plato de magra con tomate, la segunda uno de costillejas bien fritas, la tercera huevos fritos con patatas, la cuarta... una cena en toda regla.


El cielo oscuro, totalmente cubierto deja caer algunas gotas sin llegar a mojar la carretera. Abandonar Guadix te calienta enseguida, tienes que superar fuertes rampas para salir de su famosa "hoya". La carretera es un constante sube y baja entre viñas de uvas diminutas que van clareando para ser sustituidos por pinares, cada vez más espesos, entre grandes barrancos y elegantes balnearios donde los huéspedes pasean embutidos en blancos albornoces.


Mientras en el horizonte aparecen algunos claros y la población de la Peza, decido parar a almorzar y me cuesta conseguirlo, solo dos bares y es demasiado temprano para ellos, por fin lo consigo y me conformo con una tostada con jamón. Tras la Peza, comienza una subida constante de 9 kilómetros entre pinares. La carretera serpentea junto al regato; uno y otra se encajonan cada vez más, hasta que la última supera el puerto de Los Blancares  y sus 1.297 metros de altitud. Lo bueno; es que hasta Granada, todo es descenso. Bonita bajada entre pinares y ciclistas que circulan en sentido contrario. A nuestra izquierda el pantano de Quentar y el pueblo prendido de la ladera bajo nosotros. Fachadas encaladas, tejados rojos, puertas y ventanas de colores, la gente en las terrazas. Ya se siente la proximidad de Granada, poco después entró en ciudad; autobuses, tráfico y turistas. Sacromonte, El Albaicín, dos carriles, el de la derecha caril-bus, dudo, me dejo llevar por otros ciclistas, llego a la catedral, estoy en mi destino. Esta tarde, llega mi mujer, iré a recogerla al autobús, después tapas y cerveza que para eso estamos en “Graná”.


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martes, 11 de octubre de 2016

El Veleta y yo: Lorca-Baza





Mi particular celebración de la Semana Europea de La Movilidad será un recorrido de alrededor de 350 kilómetros uniendo las localidades de Lorca y Granada con subida al Veleta incluida, por aquello de que el movimiento se demuestra andando.
  
Son Las 7.28 cuando el tren que me llevará a Lorca se pone en movimiento. Ha llegado el día; el día de la segunda juventud de mi vieja Conor, de cumplir con el objetivo previsto de conquistar el Veleta. He optado por Lorca lo que me deja una jornada mucho más accesible que la de comenzar en Murcia. Hace una temperatura agradable y el cielo es claro y luminoso, el sol deja a contraluz el castillo de Lorca mientras pedaleo por la carretera de la Parroquia, junto al cauce del Guadalentín, dominado por baladres y tarays. Más arriba su afluente, el Vélez es como él una cinta seca de arena escoltada por una agónica línea de eucaliptos amarillentos. 


Llego a la Parroquia, pueblo tranquilo donde los perros sestean al sol y las muchachas se solazan en la terraza del bar. La carretera, entre almendros, se dirige inexorable hacia los cada vez más omnipresentes Gigante y Pericay que cubren con su mole el horizonte, hasta que asustadiza gira 90º y se dirige más decidida hacia el oeste. En un horizonte brumoso por un sol aún bajo destaca el rojizo castillo de Xiquena. El silencio se apodera del paisaje, solo interrumpido por el trinar de los jilgueros. Poco después el altivo castillo de los Fajardo lo sustituye en el horizonte. La carretera que hasta el momento tendía a subir, se empina decididamente. Pronto el encalado caserío de Vélez Blanco aparece a los pies de su castillo. Seguimos subiendo hasta ponernos a la altura del pueblo egetano que derrama su caserío ladera abajo. Su origen musulmán, siglo XIII, con ser significativo, lo es menos que el haber dado a la provincia de Almería su imagen; el indalo, pintura rupestre con forma humana aparecido en la Cueva de los Letreros y declarada Monumento Histórico Nacional en 1924.



Hago un alto y tomo un refresco mientras descanso, no he terminado la ascensión, aún me queda subir a María. Este pueblo me trae recuerdos de antiguos recorridos por el Nerpio y la Puebla de Don Fadrique. - Sabe usted que tengo dos hijas en Murcia; una es directora de Caja Murcia, la otra, es profesora en Guadalupe, me dice con orgullo de madre la dueña del local en el que estoy comiendo, la misma que hace más de 15 años me preparo una súper cena con todo lo que encontró en la cocina, según ella para que me pudiera recuperar del esfuerzo de la bici. Lo malo es que yo había pasado la tarde alternando por los bares de la localidad, y tienen la costumbre de ponerte una tapa con cada cerveza. Así que esa noche cene dos veces.


La llanura de Orce se extiende ante mí, el viento la recorre sin impedimento alguno. Carteles solitarios, descoloridos, situados junto a la carretera, recuerdan que de aquí salieron los primeros pobladores europeos. Campos llanos, del amarillo de los trigos segados, insensibles a nuestro esfuerzo, los kilómetros caen lentos, muy lentos, demasiado. El viento ayuda poco; contrario y pertinaz, impide avanzar a pesar de la tendencia descendente del terreno. Orce se presenta ante mí en la ladera del barranco, tiene torre y castillo, plaza e iglesia, y hasta cuartel de la Guardia Civil. Relleno el bote con agua de la fuente y sigo luchando contra el viento hasta girar hacia sur por la carretera de Huéscar a Cúllar. En este último, asamblea vecinal y consenso en el recorrido a seguir; evitar la vía de servicio y dirigirse a Benamaurel, girar 90 grados y llegar a Baza. Aquí no sirve eso de que la hipotenusa es siempre más corta que la suma de sus catetos. Pasado Benamaurel, Baza a parece en el horizonte. Campos amarillos que con el paso de los minutos cambian al gris y Baza en el mismo sitio. Se tiñen de negro y Baza no se mueve. Estoy cansado, muy cansado y no se mueve. 


La desafortunada costumbre de este país de convertir las viejas nacionales en autovías, nos dejan en demasiadas ocasiones sin alternativas, ahora me toca lidiar con la vieja N-342 reconvertida en autovía entre Baza y Guadix. Hoy me ha obligado a dar un buen rodeo por Benamaurel y para mañana no sé qué hacer. Elegí el recorrido por Vélez Blanco, María y Orce huyendo del Tráfico y la A-92, pero el destino y la geografía me fuerzan hacia ella como la polilla a la luz. Pero se impone el sentido común, me dejaré de aventuras por el pantano del Negratín, de carreteras sin asfaltar y posibles fincas valladas. De vías de servicio que se interrumpen en la nada, con la posible solución kilómetros atrás. Uso la cabeza y no el corazón y tomaré un autobús que me lleve a Guadix y me evite el caos de esta A-92, una posibilidad que me sugirió Matías y ha madurado en mi cabeza a lo largo del día. Me decido y pido a la camarera de Casa Grande un par de bolsas de basura, de las grandes, por lo que valgan, que me servirán para "empaquetar" la bici en el autobús. No me las cobran y yo agradecido. 

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jueves, 25 de agosto de 2016

El Veleta y yo 1


Septiembre se presenta complicado. Al principio todo era un camino de rosas, La Otero, La Retrovisor, Unibike y como colofón; El Veleta. Estos eran mis proyectos para septiembre, completo y difícil de conjugar con el trabajo, pero con muchas posibilidades de éxito. Todo marchaba bien, todo según lo previsto, hasta que la desgracia se cebo conmigo en forma de lumbalgia. Desde finales de julio ando padeciéndola, pero esta última semana ha sido horroroso. Totalmente inutilizado para casi todo, en especial para la bici. Unos pinchazos, pastillas a mogollón y a esperar una pronta mejora que me permita recuperarme y poder cumplir mis objetivos, aunque será difícil, he perdido el 100% de la forma física y solo quedan unos días. La Otero queda casi descartada, pero con la Retrovisor tengo un compromiso ineludible, iré aunque solo sea para hacer acto de presencia y no defraudar a los amigos. Queda el Veleta. 



Mi vieja Conor está casi lista, la he recuperado después de años de abandono. Aquella que me acompañó en mis primeros viajes iniciáticos en el mundo de las rutas con alforjas; rueda de nuevo. Necesitábamos para el estreno un reto importante, pero que no supusiera demasiados días ni una intendencia complicada. Granada está relativamente cerca y el Veleta junto a ella; se convierten así en un magnifico objetivo. Septiembre es el mejor momento, época en la que el tiempo es aún benévolo, 3.000 metros de altura no son ninguna broma.

Ya está casi lista, se ha transformado en una especie de Frankenstein, con viejos retales que me han proporcionado mis amigos; bielas y platos de Paco Bombas, un RX100 de Shimano triple y medidas de 28, 40 y 50 dientes. Antonio Máximo ha proporcionado el sillín; un precioso Ferrari Desing de Selle Italia aún en buen estado, el manillar y las manetas; unas vetustas, pero que funcionan bastante bien, Shimano Ultegra SC 6500 con su Flight-Deck que a pesar de los años, funciona como el primer día. Montadas por mi y partiendo desde cero -es mi primera vez-, unas ruedas con buje Shimano Deore en la trasera y Tiagra en la delantera. Las llantas son unas Mavic A119 y 36 radios de acero inoxidable a tres cruces. Creo, y no es falsa modestia, que me han quedado perfectas. También le he puesto tija y potencia nuevas. De la vieja Conor solo queda el cuadro, la horquilla y los guardabarros. El cambio es nuevo, un Acera que gestiona un casete de 9 coronas -antes llevaba seis-, con un rango que va del 11 al 32. El Pedalier también es nuevo al igual que el desviador, un Dura-Ace de tres platos. Los frenos que llevaba, unos cantilever de Shimano, los he tenido que sustituir porque los plásticos que soportaban los muelles estaban calcinados por el paso del tiempo y saltaron a la primera de cambio, han sido sustituidos por unos Avid Shorty 4 muy utilizados en ciclo-cros. Creo que ya no queda nada salvo el portaequipajes, que también es nuevo y los pedales, unos viejos Cona que ya veremos si conservo.



Ella está lista, el que no lo está, soy yo. ¡Maldita lumbalgia! Quizá influya superar los sesenta y rondar los cien quilos de peso, tener abandonada la bicicleta desde mediados de junio y estar trabajando todo el verano, pero apenas me puedo subir a la bici y cuando lo hago no ando; si me quedaba alguna forma del Triángulo Santo ha desaparecido. Si quiero subir al Veleta tendré que tomármelo en serio; pero que muy en serio. Lo primero la ruta, ¿por dónde? La mala costumbre de construir las autovías sobre las antiguas nacionales hace que en determinados tramos no haya otra alternativa que el arcén. Y me niego, aunque tenga que andar más kilómetros, buscaré otras opciones. 



La primera jornada entre Lorca y Baza presenta dos posibilidades de recorrido totalmente distintos; el primero, en constante subida desde Lorca, se dirige hacia Vélez Blanco y María para tras pasar por Orce llegar a Baza. El segundo por el sur, hacia Albox; es un poco más corto, apenas unos kilómetros, y tiene algo menos de desnivel, por lo que será posiblemente el elegido, aunque probablemente el tráfico sea peor. Los dos rondan los 150 kilómetros por lo que la distancia no será determinante. La cosa se complica entre Baza y Granada. El recorrido natural es por Guadix, pero lo ocupa la A-92 y alternativas hay pocas. En principio solo he visto una que forma una gran ese; se va hacia el norte por la carretera de Pozo Alcon, para al llegar al embalse del Negratín, girar hacia el sur formando un gran arco que atraviesa la autovía pasado Guadix, para girar de nuevo hacia el oeste, hacia las estribaciones de Sierra Nevada entrando en Granada por el sur. Una variante de esta, y que tiene muchas posibilidades, es la que en Huélago, continua hacia el oeste por la A-308 y entra en Granada por el norte, igual distancia pero con algo más de desnivel.



Para la tercera jornada no hay dudas, seguir desde Granada la A-395 hasta su final junto al Veleta. Casi 50 kilómetros de constante subida que ponen a prueba las fuerzas de cualquiera; y en mi caso hasta la paciencia, pues no tendré más remedio que poner "molinillo" prácticamente desde la salida, lo que se hará muy pesado. Pero los retos es lo que tienen, los haces o no, pero no te puedes quedar a medias tintas. Ya os iré contando cómo se desarrollan las cosas.

Mariano Vicente, agosto de 2016.