viernes, 30 de abril de 2021

Asfalto y grava por la sierra de Lavia


 

Cuando los ánimos están bajos, cuando el día parece oscuro, cuando el trabajo se vuelve monótono, cuando la esperanza apenas parece merecer la pena, simplemente monta una bicicleta y sal a dar vueltas sin pensar en nada más que el viaje que estás tomando”. – Arthur Conan Doyle

Ahora se lleva mucho lo trascendental y yo no puedo dejar de estar de acuerdo con el creador de Sherlock Holmes, pero de ahí a que se le atribuya a la bicicleta un poder casi mágico para solucionar nuestros problemas va un abismo. Que tengamos un mal día, que la mujer no nos haga caso, o que nuestro jefe sea tonto del culo, no significa que un recorrido en bicicleta lo pueda solucionar. Yo uso la bicicleta cuando me da la gana, aunque no tenga ningún problema, solo porque me apetece. Ya me he jubilado por lo que el trabajo y los jefes me la traen al pairo. Monto en bici porque sí, porque quiero, cuando y donde me apetece y no me siento mal por ello. A sí que voy a coger el tren hasta Totana para hacer una ruta que me llevará primero por la estribación oeste de sierra Espuña hasta Zarzadilla de Totana por una carretera y si hay algo abierto me tomaré unas cervezas bien frías y tampoco tendré remordimientos por ello. Después, ya por camino de tierra me dirigiré a Avilés donde una carretera solitaria y encantadora me llevará hasta Bullas. Pienso que a este pueblo llegaré el medio día lo que me dará la oportunidad de tomar algo si me viene en gana, y ya sin prisas, continuaré por la Vía Verde del Noroeste hasta Murcia. Y sí, lo voy a hacer porque me da la gana, así sin más, porque no necesito justificaciones transcendentales para montar en bici.


 

A las 8.15 horas hemos quedado en la estación del Carmen para coger el tren de las 8.30 a Lorca mis amigos Antonio Máximo y Jesús Montoro. La estación está totalmente desconocida. He trabajado los últimos treinta años en ella y no puedo dejar de sonreír. Estoy en una estructura elevada con 6 ascensores, unos andenes amplios, con modernos teleindicadores y lo suficientemente altos para subir al tren con facilidad. A Ángel, el operador del gasoil, le han puesto hasta una plataforma elevada con tres surtidores y que los trenes no tengan que moverse para repostar, antes andaba el pobre arrastrando mangueras por el balastro. Y todo es provisional, para tres o cuatro años que duraran las obras de soterramiento. Precisamente son el tipo de instalaciones que hemos estado pidiendo, por activa y por pasiva, durante más de 30 años, sin embargo, hemos tenido que trabajar con infraestructuras obsoletas, desfasadas y peligrosas, inmerecidas para una capital como Murcia, la séptima ciudad española. Entre gestores y políticos estamos arreglados.


 

Poco después de las 9 estábamos en Totana y nos vamos hasta el centro para desayunar antes de comenzar a pedalear en serio. Tras el café, tomamos la carretera de la Santa con algo de tráfico, pero no demasiado. Pica para arriba, pronto alcanza las estribaciones de Sierra Espuña y se eleva algo más. En el kilómetro siete entramos de lleno en el Estrecho de la Santa, las paredes se estrechan y en unas pocas de curvas llegamos al santuario. Los caballeros santiaguistas traen la devoción por Santa Eulalia hasta Totana, lo hacen después de que Alfonso X el Sabio en 1257 donara estas tierras a la Orden Militar de Santiago. Se sabe que un ermitaño cuidaba la ermita y las huertas aledañas, pero fue en 1573 cuando el Concejo comienza las obras de una iglesia mayor y a finales del XVI ya había construcciones aledañas para el culto. Hoy la ermita se encuentra en el centro de una serie de edificaciones complementarias; a la izquierda, un complejo hotelero y a la derecha las dependencias de los Hermanos de la Santa. En su interior podemos apreciar sus muros decorados con pinturas murales realizadas al temple en las que se relatan los milagros de Santa Eulalia y la vida de varios Santos, en especial de San Francisco. Hablo de recuerdos, porque no pudimos acceder al interior al estar la ermita cerrada en esos momentos.


 

Dejamos el santuario entre aromas de pinos, tomillos y romeros para adentrarnos en las estribaciones de Sierra Espuña, el paisaje se hace más agreste y el pinar domina en este tramo con rotundidad. Son 17.804 hectáreas las que abarca el Parque Regional de Sierra Espuña y 1.875 más si añadimos los Barrancos de Gebas que muestran una amplia variedad de paisajes que van desde cumbres que alcanzan los 1.585 metros, a profundos barrancos casi infranqueables como el de la Hoz. La carretera continúa ascendiendo en dirección noroeste bordeando la sierra; las Cabras, los Pollos de López y el propio Morrón cierran el horizonte por nuestra derecha, por la izquierda; se alternan el pinar y los campos de almendros, entre los que se deja ver alguna vid. La carretera se civiliza conforme se aleja de Sierra Espuña y se acerca a Zarzadilla, el paisaje se abre y proliferan los campos de labor.


 

Detrás del pequeño estrecho que forman unos montes de nombres llamativos, los cerros de los Apedreados y de las Mulas -rondan los 1.000 metros-, aparece Zarzadilla de Totana. Son más de las doce y hay gazuza; no sabemos como estará la situación más adelante y aquí hay un bar abierto. Preguntamos por algo para comer. Unos bocadillos; nos responden. Más vale pájaro en mano que…, y nos sentamos en la terraza. Mientras esperamos un paisano nos aconseja tomar un camino que encontraremos por nuestra derecha, apenas a un kilómetro al salir del pueblo.

-Si no lo dejan, pasaran una casa a la izquierda, y todo seguido llegan a Avilés. Está bueno, se puede pasar con coche. Nada que mi trotona no pueda superar con sus cubiertas de 38.


 

Alimentados e hidratados convenientemente reanudamos la marcha. Tal y como sugirió el paisano, tomamos el camino que nos indicó, resulta que al comprobar posteriormente los mapas descubrimos que se trataba precisamente del camino a Zarzadilla de Totana a Avilés. Es un camino con un firme en perfecto estado que se introduce, rambla arriba, hacia el paso entre las sierras de Pedro Ponce y Cambrón por el norte y la del Madroño por el sur. Nos ceñimos a la umbría de esta última, siempre en subida, hasta alcanzar el collado del Madroño. El paisaje se abre, y un gran valle aparece ante nosotros con las pedanías altas de Lorca; Avilés, La Paca, Doña Inés y Coy salpicando el territorio. Entramos en Avilés junto al viejo lavadero; hoy, lienzo del arte popular. Es una población pequeña que no llegará a las cuatrocientas almas, viejos caserones con enrejados artesanales, portones de madera remachada que dan acceso a amplios patios, muchos aún conservan en lo alto de sus fachadas las poleas con las que elevaban, hasta los desvanes, los productos agrícolas. Es un pueblo dedicado al cultivo de la vid, el almendro y en menor medida el cereal y el olivo. Una de sus principales actividades fue; y hoy parece que todavía persiste, la elaboración artesanal de vino, famosas fueron sus bodegas Beltrán, hoy abandonadas.


 

Desde aquí teníamos dos opciones; una por el norte de la sierra de Lavía, el viejo camino de Avilés a Bullas, en algún punto transformado en sendero. Otra por una carreterilla al sur de Lavía que une Lorca con Bullas. Casi la hora de la siesta, Antonio sin gana de senderos y los demás sin muchos ánimos para llevarle la contraria, optamos por esta última, la más fácil, y la verdad es que no nos arrepentimos. Es una carreterilla preciosa, sin apenas tráfico que ondula entre campos de almendros y cereal salpicados de vides y olivos. Hacia el fondo, por el sur, las estribaciones de Pedro Ponce ya sin cultivos, poblada por el sotobosque en el que abundan romero y tomillo, acompañados de esparto, coscoja, enebro, cambrón y lentisco entre otros. A saltitos, junto a la carretera, pululaban burlones y curiosos los gorriones. Sobre los campos; bandadas de mirlos describen acrobáticas piruetas, sabemos que abundan las rapaces, pero no vimos ninguna, como tampoco zorros o conejos, muy numerosos en la zona.


 

Pasamos el mojón que separa los términos municipales de Lorca y Bullas para introducirnos en el paraje del Jabonero, terreno quebrado en el que confluyen la propia fuente del Jabonero, el barranco del Tenajo, el barranco del Medio y un par más de los que desconozco el nombre si es que lo tienen. Zona abundante de pino y monte bajo. Estamos rodeados de cerros que sin proponérselo superan con creces los mil metros; Morra de don Francisco 1.065 metros, Morra de los Cuchillos 1.189, Morra del Barranco de la Mula 1.242, Morra del Collado del Lobo 1.271, Lavía 1.236, o el Morrón del Rivazuelo y el Pico de la Selva que superan los 1.500 metros. A partir de aquí, se abre el paisaje en el hermoso paraje del Aceniche donde se mezclan en perfecta conjunción el bosque y los cultivos. Continuamos para introducirnos en el no menos hermoso paraje de Ucenda en el que la vid empieza a ganarle la partida al pinar. 


 

Bullas nos recibe con calles vacías, como a medio gas, es mediodía y el personal está en casa, todos menos el bullicioso grupo de mujeres que se encuentran en el restaurante el Borrego donde hemos pardo a tomar algo. Están repartidas a nuestro alrededor, mesas enteras de solo mujeres, no sé el motivo, quizás la festividad del 1 de mayo, Día del trabajo o el de la Madre del día siguiente, o simplemente casualidad, pero aquí están y se nota, todo jolgorio y algarabía. No comimos, pero nos pedimos unos suculentos postres para reponer lo que pudiéramos haber perdido. Café, chupito y al camino. 


  

Ahora será la vía verde del Noroeste la que nos conduzca hacia Murcia. Aprovecha el viejo trazado ferroviario que se construyó en 1925 para unir Murcia con Caravaca y que fue cerrado en 1971. Numerosos túneles y viaductos jalonan su trazado y lo bueno es que desde Bullas pica para abajo, y nos viene bien porque aún nos queda la mitad del camino, unos sesenta kilómetros. El piso es de zahorra en unos tramos o de asfalto muy deteriorado en otros, pero de un rodar fácil. Vamos rápido y los kilómetros caen con rapidez, La Luz, Mula, La Puebla, Los Baños, Albudeite, Campos del Río, Los Rodeos, Alguazas, se suceden casi sin solución de continuidad. El paisaje cambia con rapidez, de los pinares a los cultivos de albaricoque, de los cítricos a las hortalizas. Entre medias los 'badlands' de la cuenca del río Mula; profundos barrancos que se forman en los materiales blandos e impermeables de margas, arcillas y limos por la acción de lluvias torrenciales frecuentes en este clima semiárido. Al no filtrarse, el agua corre por la superficie excavando profundos surcos, con cada nueva lluvia, aumenta la anchura de estas grietas dando lugar a la formación de estos espectaculares barrancos que constituyen un verdadero y espectacular paisaje lunar.


 

Alcanzamos las feraces huertas del río Segura a la altura de Alguazas, ya casi estamos en casa, aflojamos el ritmo, tenemos tiempo. ¿Y si tomamos algo antes de llegar? El bar la Ermita no está mal, o quizá él Salamanca, los dos están al borde del camino, pasas junto a las mesas de la terraza. Mejor el primero, aquí en Molina, por aquello del “pájaro en mano…”. Dicho y hecho, hacemos nuestro tercer alto en el camino para reponer fuerzas y no nos vamos a cortar, solo nos quedan unos pocos kilómetros y todo está ya hecho.


 

Mariano Vicente, Murcia a 30 de abril de 2021

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miércoles, 21 de abril de 2021

Rambla de las Buitreras-Archivel

 


Traicionera rambla que nos tiene bloqueados, las ruedas hundidas en esta amalgama de cantos rodados y arenas que impiden el avance. La ruta nos ha llevado de forma artera y sibilina hasta no dejarnos otra salida que el seco y duro cauce, el estómago rugiendo por el hambre, deshidratados, pensando en esa cerveza fría que nos esperaba a solo unos pocos kilómetros. El tiempo corre y la hora de comer se nos echa encima. ¿Cómo nos hemos metido en este embrollo teniendo la carretera a solo unos centenares de metros?

Todo empezó semanas antes, también en estas tierras de Archivel cuando estuvimos visitando sus fuentes; durante la comida alguien sugirió volver a recorrer la bonita rambla de las Buitreras, ¡hace años que no la visitamos! Y así fue como me puse manos a la obra, visitaríamos la rambla de las Buitreras, pero en lugar de hacer su cauce alto hacia el campo de Béjar, lo haríamos al revés, subiríamos por la sierra del Gavilán hasta su collado, cruzaríamos la rambla de Béjar para acceder al bonito valle del nacimiento del río Benamor y rodeando la sierra del Pajarejo, entrar al cauce alto de la rambla de las Buitreras para descender hasta el paraje del Corral de la Capellanía donde accederíamos a la carretera y de allí a Archivel, solo que está vez daríamos una vuelta de tuerca más para llegar por la misma rambla hasta cerca del pueblo.

No son las diez de la mañana cuando estamos pedaleando en dirección a la sierra del Pinar Negro, vamos en bajada hasta cruzar la rambla de las Buitreras y comenzar la subida por el barranco del Castillico. Tenemos el cerro de los Moros a nuestra derecha mientras el camino toma altura hacia el collado del Gavilán. El piso es bueno, estupendo en algunos tramos, deja pedalear sin más preocupación que superar el desnivel. El olor a tomillo y romero se deja notar. Se retuerce el camino junto a los cerros del Panadero para ganar altura y lo vuelve hacer cuando se acerca al collado del Gavilán. El pinar se adueña del paisaje. Superado el collado, vertiginosa bajada por buen piso hacia la rambla de Béjar. Hoy estreno una cámara de video, la recibí a últimas horas de la tarde y mi nieta no me dejo leer, ni siquiera un poquito, las instrucciones, solo la puse a cargar y le metí una tarjeta de memoria que tenía por ahí. De todas maneras, solo podré hacer video subjetivo y en solitario porque al personal no hay forma de encauzarlo, salen disparados hasta el siguiente cruce o collado; y uno, que no tiene fuerzas para correr tanto, y que le gusta entretenerse haciendo alguna foto, hace el camino casi en solitario, solo Juan se queda a mi lado, pero los “eléctricos” y Jesús desaparecen hacia las alturas. Mi intención era poner en alguna curva que otra la cámara con un trípode, que para eso me lo había traído, y tomar el paso de todo el grupo. Creo que hubiera quedado bonito, pero fue imposible.

Bajamos por el barranco de la Solana de los Trigueros bordeando las Morras del Gavilán en dirección a la rambla de Béjar. Llegados a la rambla, Antonio nos deja. Creo que se equivoca, el tramo en “malas condiciones” es la parte final de la rambla de las Buitreras y no este que enlaza con el valle del Benamor que es todo pista, incluso asfalto hasta la cabecera de la rambla. No sé lo que pretende; se va por el GR-7.2 en dirección a La Pava y si continua por el Campo de San Juan hasta la carretera del Sabinar a Archivel se va meter un buen puñado de kilómetros. ¡En fin, que haga lo que quiera! Nosotros continuamos por el estrecho valle de la Hoya del Gavilán, un valle precioso y coqueto plantado de almendros y nogales, aguas cantarinas y casas recientemente acondicionadas. Proseguimos por el Paraje del Robledo y la población de Benamor. El casi imperceptible río Benamor pinta de chopos el paisaje en dirección a Moratalla y la sierra de los Álamos, nosotros giramos en dirección contraria por la solana de la sierra de Enmedio y el collado de las Tablas para acceder al Campo de Béjar y a la cabecera de la rambla de las Buitreras.

Sufro con la subida al collado, rampas entre el doce y el quince por ciento me ponen calentito. Llego arriba lo mejor que puedo y me sorprendo agradablemente al cruzarme con el ciclista Fran Pérez acompañado por un par de camaradas. Saludos y bajada hacia el Campo de Béjar y la Rambla de las Buitreras y a la altura de las ruinas del cortijo del Pajarejo de Arriba introducimos en el cauce. Es un tramo precioso; el camino que pronto se transforma en sendero, cruza una y otra vez el lecho bajo impresionantes murallones. Aroman el sendero el romero, el espliego, la ajedrea y el tomillo, algún que otro pino rodeno se deja ver en esta tierra de “montesas”, hasta hay algún corral en los claros. Pero la riqueza faunística de estos farallones rocosos fue mérito del que daba nombre a esta rambla; el buitre leonado, desaparecido en los años setenta del siglo pasado. No se saben los motivos, pero cuentan las malas lenguas que fue una mula envenenada en el cortijo del Pajarejo la que acabo con ellos. Hoy solo hemos visto bandos de chovas piquirrojas, pero creo que anida una pareja de águila real y otra de halcón peregrino. Los cenajos rocosos siguen ahí y las repisas para los nidos también, por lo que se dan las condiciones suficientes para que estas aves necrófagas regresen al lugar. 

El recorrido continúa por el interior de este barranco con sus espectaculares pareces calizas, sus cuevas colgadas del abismo y el pinar escalando las laderas entre carrascas, romero y rosales silvestres. Si no fuera por el ruido que producimos al rodar, el silencio solo sería roto por el graznar de las chovas. Se abre el paisaje y se nos plantea un dilema; abandonar la rambla a la altura del corral de la Capillanía o seguir una pista que continúa por la margen izquierda de la rambla. Seguimos esta última unos cientos de metros hasta que desaparece. Regresamos sobre nuestros pasos y cruzamos a la margen derecha, con la idea salir a la carretera que esta escasamente a un kilómetro. Pero nada más cruzar; un camino se insinúa por la margen derecha, consultamos los mapas y parece que continúa a lo largo de la rambla ¡vamos allá!

Craso error, un par de cientos de metros más adelante nos mete de lleno en el barranco del Puerto que desemboca en las Buitreras. No hay camino. Continuamos como podemos por el cauce, arrastrando las bicis, nos subimos, intentamos pedalear, nos bajamos, salimos del cauce, continuamos campo a través junto a la rambla, otra vez al cauce, nos bajamos, empujamos, nos volvemos a montar, nos bajamos, empujamos, hasta que descubrimos lo que parece un camino junto a un sembrado. Aliviados pedaleamos entusiastas intentando recuperar el tiempo perdido, tenemos hambre y sed, y Antonio nos espera en la terraza del Chita con una cerveza en la mano.

Mariano Vicente. Archivel, 21 de abril de 2021  

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