lunes, 20 de junio de 2022

Por Tierras de Soria - Prehistórica


Mi amigo Carlos había programado una salida para el sábado, día anterior, a la marcha de bicicletas clásicas La Histórica, con el lucido nombre de Prehistórica, pero en nuestro caso la cosa no saldría como teníamos previsto. El viernes noche ya estábamos en Abejar, pero con un hándicap, Victoria había conseguido alojamiento en el pueblo, pero Matías y yo lo teníamos a 15 kilómetros, en Vinuesa, lo que complico todo, porque solo disponíamos de un coche, el de Victoria. Ella se ofreció a ir a buscarnos por la mañana y luego traernos al medio día, pero nos parecía un poco engorroso y lo descartamos. Haríamos una Prehistórica, pero a nuestro aire. 


 

A la mañana siguiente, durante el desayuno, divagábamos sobre el trayecto a realizar, podíamos incorporarnos a la ruta de Carlos a su paso por Vinuesa, calculamos que llegarían tarde, alrededor de las doce, para luego terminar en Abejar y habría que regresar. Mucho lío; mejor hacer algo por nuestra cuenta, pero qué; Laguna Negra, Lagunas de Neila, una turne por los pueblos de alrededor, visitar a un primo de Matías en Navaleno, en fin, que estábamos confusos e indecisos. Nos salvó el dueño del hotel:

- Si les viene a ustedes bien, hay una pista asfaltada que va desde Duruelo de la Sierra a Navaleno por Cabeza Alta y El Amogable, muy bonita, ya verán ustedes. Para la vuelta, pueden regresar por la misma pista y nada más pasar el viejo aeródromo de El Amogable, tiran ustedes a la derecha por otra pista también asfaltada y sin problemas de orientación, llegarán casi al cruce de Playa Pita, en el embalse de la Cuerda del Pozo ya cerca de Molinos.

- ¿Seguro que está todo asfaltado? Mire usted que vamos con las clásicas.

Seguro, mejor que muchas carreteras de más categoría, nos contesta el dueño del hotel, así que no dudamos más, allá nos vamos. 

 

Salimos de Vinuesa en dirección a Molinos de Duero donde entramos en contacto directo con el Duero que la carretera sigue por su margen izquierdo. Observo hacia el sur una larga sierra que probablemente sea la que tengamos que franquear para llegar a Navaleno, pero ahora nos dejaremos llevar río arriba hacia Covaleda, pueblo de origen de la familia de mi suegra, pero al que curiosamente nunca quiso volver, a pesar de corresponderle una parte sobre cosas de pinos. Nosotros, prácticos, dejamos de divagar y nos centramos en la terraza de un bar de la plaza del pueblo; cerveza fría y buenos torreznos. 


 

Reconfortados, nos encaminamos hacia Duruelo de la Sierra, donde cruzaremos el Duero para dirigirnos al sur, hacia la sierra de Cabeza Gorda, con su doble cumbre, el más alto el pico Marañón, con 1474 metros, supera por diez a su compañero. Poco después de pasar el pueblo encontramos el cruce: el Amogable 12, Navaleno 18, camino forestal, está claro que este es el nuestro. Comenzamos una subida que se alargará por más de tres kilómetros bajo un sol que, para ser Soria, pica demasiado. Pronto llegamos al collado y vemos una pista de tierra que indica Cabeza Alta 1,9 km, quizá demasiado para mi vieja Pinarello y sus finas cubiertas. 


 

Nos dejamos caer hacia el lado sur, más empinado que el norte. Disfruto trazando una curva tras otra con la Montello, cuadro de acero y viejas ruedas Mavic, mucho menos rígida que mi actual bici de carbono, pero sólida y segura, algo traviesa al ser una talla justita para mí. Matías está disfrutando, nos estamos tomando el recorrido sin prisas, gozando del momento, le llama la atención la cantidad de vacas que pastan libres en los prados de alrededor, resulta algo extraño que todas sean de un rubio uniforme, ni negras, ni blancas, ni pintadas, deben criarse para carne y no sé si tiene algo que ver con la rubia gallega. Los ternerillos nos miran curiosos y cuando nos detenemos para fotografiarlos, corren inquietos al amparo de su madre. 


 

Pasamos lo que parecen instalaciones forestales, debemos estar en El Amogable. Luego nos enteramos de que es un complejo educativo, divulgativo y de ocio, con su aula de Interpretación del Bosque, lo que da una idea de la atracción de la sociedad actual por las actividades de ocio y tiempo libre en plena naturaleza, esperemos que sea una buena oportunidad de desarrollo en el mundo rural y no nos desborde como una simple moda.

Cruzamos sobre la vieja plataforma del ferrocarril Santander-Mediterráneo, hoy convertida en Vía Verde. Navaleno aparece tras un altozano con sus casonas de piedra gris, dejándonos caer hasta entrar en el pueblo. Matías, quería saludar a su primo, pero el motivo real para visitar el pueblo era otro más pragmático; comer. Misión imposible. El buen tiempo y las comuniones hicieron inviable que pudiéramos sentarnos a una mesa, recorrimos todos los locales del pueblo y al final, en uno de ellos, se apiadaron de nosotros dejándonos tomar algo de lo que quedaba en la barra, en un rincón del local.


 

Algo apesadumbrados, abandonamos Navaleno, sensación que desaparece conforme nos introducimos de nuevo en el corazón de esta tierra de pinares. Llegados a El Amogable tomamos la pista asfaltada que sale por nuestra derecha llaneando entre pinos, no entiendo mucho, pero creo que son de la especie albar y negral, aunque también se ven robles, sabinas y algún que otro prado, donde casi los únicos animales que vimos fueron las vacas. Sabemos que estos bosques son ricos en “bichos”, tanto aéreos como terrestres, pero que no se han dejado ver, excepto las cigüeñas. 


 

Por un pequeño puente cruzamos el río Ebrillos y continuamos por su margen izquierda. Llegados a una zona de campamentos juveniles, lo volvemos a cruzar y continuamos ya por su margen derecha hasta que, junto al Duero, cede sus aguas al pantano de la Cuerda del Pozo. Embalse importante, con más de 60 kilómetros de costas, que lo mismo sirve para producción eléctrica, que, para regadío y agua potable, o para el ocio en el entorno de Playa Pita, también le llaman de La Muedra por el pueblo que yace bajo sus aguas. Pronto desembocamos en la carretera y nos dirigimos directamente a Molinos de Duero y Vinuesa, cabecera de la comarca de Pinares y nuestro lugar de destino.

Mariano Vicente, junio de 2022

el track... 

viernes, 17 de junio de 2022

Pueblos Negros - Pueblos Rojos


 

(Arquitectura Negra, parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara y Sierra de Ayllón.)

Durante mucho, mucho tiempo, la gente levantaba su casa con lo que tenía a mano, sin arquitectos ni decoradores, lo que definía y limitaba la personalidad de cada lugar. Los pueblos eran una parte más del paisaje circundante, por eso, los que han conservado su antigua fisonomía aparecen armoniosos, integrados y algunos, hasta bellos dentro del territorio que les rodea.

Al abrigo de la sierra norte de Guadalajara, nos encontraremos con una serie de pueblos que han dado en denominarse de arquitectura negra e incluso han solicitado la declaración como Patrimonio de la Humanidad. Negras las paredes, negros los tejados. La vivienda en la planta baja y bajo el tejado el pajar, aun lado el corral, un poyete delante del zaguán donde sentarse bajo los rayos del sol invernal, algunas tienen hasta horno para cocer el pan, las cubiertas a dos o tres aguas. Puertas y ventanas con dinteles de madera o de dura piedra, algunas, coquetas ellas, los colocan en un color de contraste. 


 

Riaza, pueblo austero y un buen lugar para comenzar este periplo de colores y arquitecturas tradicionales. La falta de tiempo nos impedirá la visita al mirador de Piedrasllanas, un kilómetro más arriba de la ermita de Hontanares. Desde Riaza, subiendo el duro puerto de la Quesera, veremos el Hayedo de la Pedrosa, también conocido como el Hayedo de Riaza. Encumbramos la sierra de Ayllón para descender el puerto, paisaje agreste, solitario y abrumador en pleno corazón del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara. Descendemos vertiginosos hacia el cauce del río de las Veguillas, que apenas podremos seguir al encajonarse entre altas paredes. Intentamos seguirlo, pero no lo logramos, una serie de profundas gargantas lo impiden. La carretera lo abandona en busca de los pueblos negros.


 

Majaelrayo, asoma a orillas del Jaramilla, sitiado por los picos Ocejón y Cabeza de Ranas. Pueblo principal, hasta tres fuentes tiene; la del Caño, la Buena y la de las Cabezadas. Tiene un pequeño museo con fotografías antiguas del lugar y los vecinos se reúnen bajo el viejo Olmo de la plaza del cementerio. Durante años tuvieron un gran prestigio las aguas curativas de los Baños de Robledo, que no se crean están en el pueblo vecino, que estos pueblos son muy suyos. Impresionan estos pueblos, son verdaderamente negros, suelos, paredes, tejados, fuentes iglesias, todo negro, muy negro, como como las perspectivas de futuro que debieron ver sus vecinos cuando los abandonaron a mediados de los años 50 del siglo pasado. 


 

Continuamos camino hacia Campillo de Ranas, pueblo situado a 1.100 metros de altitud y vigilado de cerca, como todos, por el Ocejón. Casas con armazones de madera y lajas de pizarra, la iglesia de Santa María Magdalena, con sus curiosas esquinas enmarcadas por calizas blancas en contraste con el negro de las pizarras, preside la plaza. Sorprende su reloj de sol, en la antigua casa del párroco y restaurado recientemente, aunque la verdad, a mí no me lo parece. Más recientemente se ha hecho famoso por sus bodas «gays» y de las que no lo son, que de todo hay, pero que han reactivado la economía local.


 

Paramos brevemente en el El Espinar situado en una pequeña colina rodeada de profundos barrancos, ofreciendo unas magníficas vistas del valle del Jarama. Conserva un pequeño lavadero con pilón cubierto de lajas de pizarra. Continuamos hacia Campillejo, típico pueblo como los anteriores con paredes y cubiertas de lajas de pizarra. Aquí la nota de color la ponen los marcos de puertas y ventanas que están encalados. Bonita su vieja iglesia de pizarra.


 

A la salida de una curva y en subida, aparece de repente la Ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, construida en el siglo XVIII. En su interior se encuentra la patrona de Tamajón, la Virgen de los Enebrales, conocida como “La Serrana”. Tamajón, dónde hay censadas 148 almas y que a mí me parece más grande. A pesar de estar en la zona de los pueblos negros, no lo parece. Se localiza en una pequeña hoya rodeada de colinas bajas cubiertas de bosque y matorral, parece que fue buen lugar para la caza y que Felipe II estuvo a punto de construir aquí su Monasterio de San Lorenzo, que luego se llevó el Escorial. Durante el siglo XIX fue famosa su fábrica de vidrio por la calidad de su cristal. Nuestra Señora de la Asunción se remonta al siglo XIII, de donde conserva un bonito y porticado atrio románico con canecillos decorados con figuras humanas. Remodelada en el siglo XVI en estilo renacentista, tiene tres naves con cabecera plana. A parte de la iglesia, el edificio de más empaque es el Palacio de los Mendoza, sede del Ayuntamiento, con fachada de estilo plateresco y los escudos de la familia Mendoza y de La Cerda. No podía faltar la fuente, en este caso La Nueva, el lavadero y el pilón. Hay hambre y aprovechamos para comer.


 

Nos adentramos ahora en un denso sotobosque que sólo se interrumpe en los alrededores de pequeños pueblos como Almiruete y Palancares, anticipo de uno de los puntos neurálgicos de los Pueblos Negros: Valverde de los Arroyos. Estamos en el punto más bajo del recorrido, a partir de aquí la cosa se pone cuesta arriba y tendremos ocasión de recordar el lechazo que hemos comido. 


 

Almiruete aparece en la cabeza de un pequeño valle, sobre una empinada ladera de las estribaciones del Ocejón. Destaca entre la arquitectura negra la Iglesia románica de nuestra Señora de la Asunción, del siglo XIII, ampliada en el siglo XV en estilo gótico. Más famoso es su Carnaval de Botargas y Mascaritas, cuenta con un interesante museo con máscaras y atuendos tradicionales, los utilizados en unas de las fiestas populares más ancestrales de la provincia de Guadalajara cuyos orígenes se remontan al siglo XI. Palancares lo a travesamos sin pena ni gloria, está rodeado por bosques de robles que tratan de vencer su sed en el río Seco, destacan sus casas balconadas y su iglesia de la Inmaculada que alberga una pila bautismal románica.


 

Una fuerte subida nos vuelve a recordar el lechazo. Se faja ahora la carretera con las laderas del Ocejón en una prolongada bajada que hará que nos olvidemos del lechazo y nos deja a las puertas de Valverde de los Arroyos. El apellido de este pueblo es real, se lo dan los arroyos que lo rodean y conforman espectáculos como la Catarata de la Chorrera, salto que fluye sobre escalones de piedra y que desciende más de 120 metros. No tenemos tiempo material para visitarla y nos conformamos con verla de lejos. En el pueblo, la vida gira alrededor de su plaza mayor, espaciosa y con bonita fuente central, un espacio para juegos tradicionales y la iglesia de San Ildefonso. En el Museo Etnológico se rinde homenaje a la actividad textil de la zona. He leído en algún sitio que en junio se celebra la fiesta de La Octava del Corpus, con danzantes ataviados con ropajes de origen ancestral.


 

Umbralejo se ve a lo lejos sobre una escarpada ladera y por la que tendremos que subir ya que la carretera pasa por él. Apenas medio centenar de casas, pero de una pura arquitectura tradicional que impresiona. Abandonar el pueblo y comenzar a sufrir todo es uno. Desconocemos la zona, pero por lo visto en los mapas nos esperan 13 kilómetros -vaya numero para estas cosas- de constante y dura subida hasta superar el puerto de Campanario con sus 1568 metros, menos mal que llevamos coche de apoyo y nos evitamos así las alforjas. Durante la subida y bien a nuestro pesar, dejamos a tras sin visitarlos los pueblos de La Huerce y Valdepinillos, a los que hay que bajar y después volver a subir, y para subidas ya tenemos suficiente con el Campanario. 


 

Pasado el puerto, el paisaje cambia, se vuelve más humano, menos agreste y solitario. Pronto aparece Galve de Sorbe y nuestro alojamiento, dejamos las bicicletas y aprovechamos para visitar el pueblo antes de que anochezca. Lo más impresionante de Galve es su fortaleza medieval. Reformada en el siglo XV su fábrica se remonta al siglo XIII, de planta trapezoidal y gruesos muros, cuenta con una magnífica torre del homenaje, varias torres cuadradas, semicirculares y los lienzos que las unen. En el patio no podía faltar su aljibe, recientemente desenterrado. Solo subimos Victoria y yo, Matías prefirió quedarse a descansar. El pueblo es “apañao” como dicen en mi tierra, tiene tres ermitas; de San Antón, de la Virgen de la Soledad y de Nuestra Señora del Pinar. Picota medieval, fuente de cuatro caños, casonas de piedra y Ayuntamiento con los clásicos soportales castellanos, hasta vimos como una vaca paria un rubio y frágil ternero. Por hoy ya está bien de impresiones, panorámicas y bellos pueblos, creo que nos hemos merecido cena y cama. 


 

Pueblos Rojos

Hoy, es un nuevo día, pero también un nuevo escenario para nuestras andanzas, aunque no tan diferente, el paisaje sigue siendo solitario, pero no tan abrumador en su soledad como el de ayer, el horizonte menos abrupto, más abierto, sigue siendo montañoso, escarpado y áspero hacia el sur, se expande por las vegas de los ríos Aguisejo y Pedro hasta llegar al mismo Duero y sigue por la ocre llanada segoviana que cierran brumosos los Picos de Urbión. La pizarra negra, abundante en el parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara sigue haciéndonos sentir su presencia, pero poco a poco la arenisca ferruginosa “buntsandstein” del norte de la Sierra de Ayllón nos van a trasladar a un mundo; negro y rojo o rojo solo, incluso amarillo, paleta de colores digna del mejor pintor. Pueblos de recios muros, de macizas espadañas, de olor a lumbre, de recias chimeneas, de hayas y robles centenarios, de orondas montañas y cascadas y arroyos. 


 

El primero que nos encontraremos es Villacadina, rodeado de prados, cubierto el horizonte de gigantes aspados. Rodeamos la sierra de grado para entrar en Tierras de Ayllón, que, aunque venida a menos, fue una importante institución política y administrativa medieval. Repartía justicia y autoridad entre los vecinos y ordenaba el aprovechamiento de tierras, aguas y pinares, formaba parte importante de la llamada Extremadura Castellana que comprendía las tierras al sur del Duero, desde Soria hasta Trujillo y Medellín.


 

Santibañez de Ayllón sorprende entre los álamos, recia iglesia y casas semiderruidas con estructura de roble y enlucido de adobe. De aquí sale la carretera que nos lleva al Negredo, ya pueblo rojo, rojo, aunque el mejor representante de estos pueblos sea Madriguera, quizá el primer pueblo serrano en padecer la fiebre de la rehabilitación. La mayoría de sus casas en pie, en perfecto orden de revista, sus contraventanas cerradas, bien barnizadas puertas y ventanas, limpias las fachadas en espera de los pobladores de fin de semana. Se ven vecinos ajetreados aquí y allá, entretenidos en el arreglo de los jardines o pequeñas reparaciones necesarias de cara al verano. Salen del pueblo dos ramales que llevan a otros dos pueblos, El Muyo y Serracín a los que no vamos. El Muyo es uno de los de mayor altitud de la provincia, creo recordar que 1.285, y no es rojo sino negro. La mayoría de estos pueblos sufrieron una severa despoblación a mediados del siglo pasado buscando sus vecinos una vida más confortable, comprensible si tenemos en cuenta que carecían de lo que hoy consideramos de lo más elemental y necesario, como el agua corriente, el alcantarillado o la electricidad.  


 

Villacorta es el siguiente pueblo rojo, paseo por sus calles semidesiertas presididas por la espadaña de la iglesia de Santa Catalina. A Becerril no subimos, pero si entramos en Martín Muñoz de Ayllón por una carreterilla escoltada por álamos y trigales. El pueblo, ni negro, ni rojo, ni amarillo, con casas “corrientes” como otras muchas de cualquier otro lugar, una fuente sin encanto y poco más. En Alquité las piedras tiran al amarillo, más cuarcitas que pizarras con su maciza iglesia dando la espalda al pueblo. Cerveza en el centro social y la decisión de subir las bicicletas al coche e iniciar la vuelta a Murcia. Nos hemos quedado con las ganas de más, pero como dice mi amigo Matías, siempre hay que dejarse algo para poder volver, me quedo con unas ganas infinitas de visitar Cantalojas y atravesar la sierra hasta Majaelrayo por una inmensa pista blanca.


 

Mariano Vicente, junio de 2022

 




 algunas fotos...                   Negros, el track...                   Rojos, el track...