sábado, 19 de octubre de 2019

XI Salida Ciclista Ferroviaria 2019



Un día magnifico. Pero no solo por la buena temperatura que se alzo desde los 15 hasta los 29 grados. Fue sobre todo por la compañía. El sábado 19 de octubre nos reunimos en la estación del Carmen los amigos ferroviarios de Alicante y Murcia y todos aquellos que nos quisieron acompañar. Tras tomar un café, entre saludos y abrazos, nos pusimos en marcha sobre las nueve de la mañana como teníamos previsto. En esta ocasión la novedad ha sido que la salida se ha desdoblado en dos: una de carretera y otra de montaña. Así los compañeros que carecen de bicicleta de carretera pueden participar. A la hora prevista, todos juntos, nos encaminamos hacia San José de la Vega donde nos dividimos, los de carretera continuamos hacia Beniajan para alcanzar el cruce del Cabezo de la Plata y dirigirnos hacia el Pantano de la Pedrera por Fuente Amarga. Los de montaña por las “Basuras” a los González. Y por los Martínez a la solana de Altaona. De aquí a Lo Pareja y el Garruchal.



La ruta de carretera se desarrollo sin contratiempos. Fuimos a ritmo tranquilo hasta el Embalse de la Pedrera en ese ambiente familiar que se suele vivir con los colegas en la “grupetta”. Aquí, parte del personal “miedoso” de hacer el recorrido completo -dando la vuelta al pantano-, opto por acortar directamente a Torremendo. La verdad es que no había porque. Todos los que recortaron estaban perfectamente capacitados para hacer el recorrido completo, pero yo no soy quien para juzgarlos. El resto disfrutamos alargando el recorrido alrededor del al pantano. Continuamos por el canal del pos-trasvase charlando y comentando batallitas mientras rodábamos tranquilamente. Aceleremos un poco, pero sin forzar, en la cuesta de los Perros, lo que nos hizo sufrir un poco, antes de llegar a Torremendo. Desde aquí pedaleamos por Canteras hasta alcanzar la vieja carretera de Sucina, que hoy ha sustituido la autovía. En este tramo recuperamos algunas unidades de las que habían recortado. Se permitieron el “lujo” de tomar café en Torremendo.



La vieja carretera de Sucina hoy se ha convertido en una simple vía de servicio, cosa que a nosotros no nos viene mal del todo. En algún punto algo estrecha, y en otros, invadida por avalanchas de barro de pocos centímetros ya endurecido de la última DANA, pero totalmente ciclable y sin nada de tráfico. Este tramo que comprende todo el puerto de San Pedro nos lo tomamos con mucha calma. Los amigos de Alicante nos contaron su última aventura por la sierra de Mariola. Tres días de ciclismo entre amigos, buena comida y mucha diversión. Hablamos de futuros proyectos, de compartir salidas, de vernos más a menudo, de quedadas gastronómicas en alguna bodega de Alcázar de San Juan, pero es sí, en tren, que después de comer no podremos conducir. Y así entre risas y chascarrillos llegamos a la antigua estación de Riquelme-Sucina, que con sus puertas y ventanas tapiadas produce en nosotros una profunda tristeza, a pesar de que los trenes sigan pasando por ella.



Ahora la carretera es propicia para las emboscadas con sus múltiples toboganes, lo que animó la marcha y que más de uno se sintiera el gallito del corral. Todo se calmó cuando llegamos al cruce de la carretera del Garruchal. Aquí cada uno cogió su ritmo para ascender el tramo del puerto que nos llevaría hasta la venta. Los que habían a cortado, sin tomar café, ya estaban sentados en la terraza ante unas hermosas jarras de cerveza. Según ellos llevaban allí una hora. Prejuicios o no; algunos ciclista, como cazadores y pescadores, mienten más que hablan. No les creímos. Tras la segunda cerveza se fueron soltando las lenguas; y de una hora, se paso a media, e incluso llegaron a admitir que fue algo menos. Ya me extrañaba a mi que nos sacaran tanto tiempo en solo 14 kilómetros.
Mientras saboreábamos una cerveza, esperamos impacientes a los compañeros de montaña que tardaban en llegar. Estábamos empezando a preocuparnos cuando por fin aparecieron encaramados en la senda del Gato. Le pregunto a Juan Bautista, viejo amigo, compañero de viajes y aventuras, y hoy “guía” de los ferroviarios montañeros, por la tardanza. Se encogió de hombros: luego te lo explico que ahora tengo la garganta seca. Guardamos las bicicletas bajo llave en un anexo del restaurante y pasamos sin más dilación al comedor. En total éramos 24 comensales.



La comida comenzó en un ambiente alegre. Quiero creer que por estar todos juntos de nuevo, y no por la cerveza que desaparecía de las jarras a una velocidad vertiginosa. Comenzaron a traer los entrantes y la comida continuo entre conversaciones, relatos y anécdotas, amenizada por chascarrillos y hasta se coló algún chiste. El plato fuerte era codillo de cordero y la verdad es que estaba muy bueno. Pero; siempre hay algún pero, hubo unos pocos “flojeras” que se pidieron merluza o como el amigo Máximo, que se pidió dos huevos con patatas y solo se pudo comer uno. Juan Bautista, que estaba sentado a mi lado, por fin me contó el motivo de tanto retraso; no era otro que la falta de pericia de los mal llamados “montañeros”, más acostumbrados a pedalear por el carril-bici que en el monte. Cualquier desperfecto en el camino, por mínimo que fuera, les parecía una trialera insuperable, y ni te cuento si la cosa se estrechaba un poco. Habrá que sacarlos más al campo.



Terminada la comida, café y sobremesa incluidas, llego el momento de irnos a Murcia. Nos hicimos el propósito de bajar con cuidado; que iríamos despacio; que no queríamos caídas; pero cuando el asfalto se puso en negativo, vino el desmadre. Bajada a full gas. Tumbadas con la oreja  despellejándose en el asfalto, la bici literalmente volando de bache en bache y la adrenalina erizándote la nuca. No tenemos remedio. Y el peor; yo. Hice todo el recorrido con mi vieja Vitus, midiéndose de tu a tu con las “jovencitas” de rígido carbono y brillantes frenos de disco, que no lograron amedrentarla en ningún momento. Incluso en las bajadas más excitantes; no solo se defendió, sino que atacó superándolas a todas, a pesar de sus muchos años y sus pastillas de freno cristalizadas. Toda una campeona. A las afueras de la ciudad nos fuimos reagrupando hasta llegar todos juntos a la estación del Carmen. No quedaba ya más que despedir a nuestros amigos alicantinos. Un tren los llevara a casa.



Murcia, 19 de octubre de 2019.

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domingo, 6 de octubre de 2019

IV Zeus-Boletus



Han sido 1200 km por autovías y carreteras, algunas con la anchura justa para pasar un coche, para hacer poco más de 45 km en bicicleta. Hay que estar un poco loco. Porque si no, no se entiende. Nos pasa por beber en abundancia de ese delicioso cóctel del ciclismo clásico, compuesto por un chorrito de locura, un buen chorro de pasión por esas viejas máquinas que se resisten a oxidarse en el garaje, unas gotitas de ilusión, otro buen chorro de compañerismo y, porqué no, unas gotitas de suerte, bien agitado, no mezclado, para que todo funcione bien.



En este caso el cóctel es la IV Zeus-Boletus en San Leonardo de Yagüe, Soria. Se trata de una marcha de ciclismo clásico convocada por el club Zeus. La cosa tiene su intríngulis, porque la tarde anterior se va a coger boletus. El boletus, a mí me enseñaron uno, por cierto el único que vi, es una cosa de aspecto fálico con la cabeza de color ocre que se oscurece hacia el centro y un pie de color lechoso. Lo importante es que “esto” sea blanco -me dicen-. “Esto” es el himenio, cosa que he descubierto ahora en Internet que es la parte de debajo d la cabeza y creo que se corresponde con los órganos reproductores del interfecto. Y allá vamos. Nos sueltan en medio del monte, navaja en una mano y cesta de mimbre en la otra. Esto de la cesta de mimbre creo que es algo importantísimo para la reproducción de la especie, les debe gustar un montón montárselo en la cesta. Claro que para eso habrá que encontrarlos primero. Y ahí estoy yo, hurgando como un cochino al rededor de los pinos, y nada. Si encontraba algo no se parecía ni por asomo al famoso boletus, y claro como no tengo ni puñetera idea sobre setas, no me atrevía ni a tocarlas. Por fin perece que la suerte me sonríe, entre dos pinos encuentro algo que se parece al boletus y había más de una docena. Pero no, no eran boletus, o por lo menos eso creo, tenían la “cosa” en lugar de blanca, amarilla, así que mejor dejarlos. Total, que después de una “panza” de andar monte arriba y monte abajo, decido dejarlo y regresar a los coches. Y aquí viene la segunda parte de la historia. Dónde coño están los coches. Trato de orientarme. Sigo en dirección a un arroyo y poco tiempo después, en el silencio de la espesura, escucho un sonido familiar que me alivia. Es el motor de un coche. Me oriento por el ruido hasta que encuentro la carretera. Por fin a salvo. La próxima vez me traigo el GPS.



Como decía al principio hay que estar un poco loco para irse desde Murcia hasta San Leonardo de Yagüe para montar en bicicleta, y a demás para hacerlo en una clásica un domingo por la mañana. El sábado, llegue al hotel con el tiempo justo para comer y salir al monte -junto al resto del equipo- a por boletus. Para mí un total desastre, ni los vi. La cosa mejoró a la hora de la cena. No conté los comensales, pero entre participantes y acompañantes superaríamos los 50. Como estaba cansado no me quede a la fiesta retro de después. Mientras espero el ascensor, se abre la puerta y aparece Carlos ataviado de pajarita, chaleco y gorra. Me dieron ganas de quedarme. Pero estas fiestas las carga el diablo.



La mañana del domingo amanece fresquita, unos 3 grados, y uno no sabe que ponerse, más cuando a medio día se superaran los 25. Me decido por una camiseta interior afelpada y un maillot de manga larga aunque después me cueza. Nos concentramos todos los participantes en la puerta del hotel en espera de la salida, cosa que se hizo sobre las 9.30. Nos dirigimos hacia la antigua estación de ferrocarril de San Leonardo, perteneciente a la inconclusa línea Santander-Mediterráneo, hoy convertida en Vía Verde. Es aquí donde comienza realmente recorrido. El piso, de gravilla gruesa, puso en apuros a más de uno y provocó no pocos pinchazos. Yo afortunadamente la pasé sin novedad, salvo un poco de frío en las manos. Las bicicletas eran muchas y variadas, algunas en un perfecto estado de conservación que no me atrevo a valorar. No soy el más indicado, más cuando pedaleaban a mi lado verdaderos expertos que con solo un vistazo te dicen; la marca, el año y hasta el operario que las soldó. Esta Vía Verde comienza en Soria y termina en Hontoria del Pinar, ya en la provincia de Burgos. Nosotros, en un primer momento hicimos un tramo de unos 15 km desde San Leonardo en dirección Soria hasta un viejo cargadero, la estación de Pinar Grande, donde sustituimos el trazado ferroviario por una pequeña carretera. Pedaleamos rodeados de un denso pinar contra el que luchan las carrascas para abrirse paso. En los claros, alguna encina, apenas una mota a la deriva en un mar de pinos.



Describimos un gran arco en el sentido opuesto a las agujas del reloj hasta introducirnos por el pequeño valle del río Ebrilla, al que abandonamos casi enseguida, para “divertirnos” con unos buenos repechos, algunos realmente duros, que nos llevan al Mirador de Peña Gorda, donde estaba preparado el tentempié. Es un bonito lugar, con una gran explanada en la que hay un refugio y hacia el norte un pequeño alto desde el que se puede contemplar gran parte de la provincia de Soria, adivinándose al norte los Picos de Urbión. Hasta él subimos en anárquica procesión al son de dulzáinas y tambores tras dar habida cuenta de todo cuanto en la mesa había y no era poco, torreznos incluidos. Por el sur, cierra el paisaje la sierra de Cabrejas.



Repuestos tras el condumio, volvemos sobre nuestros pasos y nos dirigimos hacia Navaleno donde retomaremos de nuevo la Vía Verde. Ahora este tramo se hace más liviano -pica para abajo- que esta mañana. La casualidad hace que pedalee a rueda de unos grandes exprofesionales como Iñaki Gaston, Andoni Balboa y Santiago Portillo, lo que provoco que llegáramos adelantados sobre la hora prevista al hotel Manrique de Lara en San Leonardo de Yagüe, final de etapa. Una ducha y a comer con los compañeros. Durante estos días, se crean complicidades, se urden tramas para asistir en grupos mas o menos numerosos a próximas citas, y sobre todo se disfruta de los viejos amigos y se hacen algunos nuevos. Ya solo restan las despedidas y las promesas de regresar el año que viene.

Mariano Vicente, 6 de octubre de 2019

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