viernes, 10 de mayo de 2019

Por el Noroeste murciano y el Altiplano granadino. Día 2 y 3



2 Día: De Coy a Galera por el Altiplano granadino

¡Coño! ¡Que frío hace! La primavera es preciosa por estas tierras y más este año que hemos tenido, un par de semanas atrás, unos días de lluvia, lo que ha favorecido la floración de los campos, pero no sabes que ponerte. ¿Guantes cortos o largos? ¿Culote largo corto? A primeras horas de la mañana hace fresco; a medio día te asas bajo un sol de justicia, y por la noche necesitas algo de abrigo para tener un mínimo de confort, lo que va engrosando poco a poco el equipaje. Y no hay que olvidar la crema solar, algo para las picaduras…


Dejamos Coy y Doña Inés atrás, hacia el sur, para cruzar la carretera de Caravaca a Lorca y seguir por la Cañada del Pozo, ciñéndonos a la umbría de la sierra de Campo Coy, por el Camino de la Cordillera, en dirección a Los Royos, camino que al principio discurre plácidamente entre campos de cereal, para volverse montaraz entre pinares antes de bajar a Los Rollos. Por el norte cierran el horizonte formando un gran arco hacia el oeste las sierras: Serrata, Mojantes, Gadea y Moratalla, con los picos más altos de la Región de Murcia los Odres y los Obispos. Ya en la provincia de Albacete le siguen las sierras del Taibilla y las Cabras y cerrando el arco la icónica Sagra ya en Granada. Ya en Los Rollos nos acercamos hasta el Centro social:

-¿Tienen cervezas frías?
-Sí señor.
-Entonces póngame dos.

En la vitrina una lata recién abierta de caballa, pero tenían variedad, incluso plancha, pero hacia tanto tiempo que que no las probaba… Póngame un bocadillo y unas olivas. Es cuando menos sorprendente que en un sitio así, aislado y casi despoblado, el bar este también surtido, den menú del día, tengan carne a la brasa y hasta asados. Pero sorprende aún más el precio: Cerveza, bocadillo, aceitunas y café, 3 euros. Abandonamos el pueblo entre verdes campos de cereal por una carreterilla sin tráfico que se ajusta a la rambla de La Jorquera, la misma que algo más abajo dará nacimiento al río Quipar. Desde el sur nos vigila el ruinoso castillo de Celda antes del Estrecho, diminuto desfiladero donde sorprende el cantarín sonido de un pequeño salto de agua. Un poco más arriba confluyen barias ramblas; de la Zanahoria, del Perigallo, del Espín, y hasta una pequeña fuente: la de la Jorquera, y entre todas daban servicio a un molino. El viento nos trae en oleadas el alegre trino de los jilgueros, a veces es apagado por el bronco croar de las ranas. Hoy el caserío de la Jorquera solo sirve como guardián de un pequeño parque eólico.

 

El paisaje se abre cada vez más, mostrando apartados campos donde prima el cereal. Nosotros giramos un poco al suroeste en dirección a Topares cambiando de provincia y comunidad autónoma, entrando en Andalucía. Por este pueblo pasamos en 2017 en dirección al Nerpio y dejo en nosotros un grato recuerdo, por lo que siendo ya buena hora para comer, y en eso ya comentamos anteriormente que somos muy serios, decidimos repetir en el mismo local; el de Antonío. Nuestra primera idea fue la de comenzar en Bullas y acabar aquí, en Topares, pero las circunstancias; una lesión de nuestro amigo Matías; la alergia a los autobuses de Antonio; y que El Pozo, -una gran empresa de Alhama de Murcia, que se dedica a la transformación y distribución de derivados del cerdo-, esta construyendo unas “cochiqueras” en la zona ¡30.000 madres reproductoras! ¡Y sus correspondientes lechones! Tiene alojados en los pueblos del entorno más de 90 obreros lo redujo drásticamente las posibilidades de pernoctar en la zona. Resumiendo que ya me estoy liando demasiado, muestra primera intención fue: Bullas-Topares, Topares-Baza y desde aquí por El Valle del Almanzora hasta Almendricos para regresar a Murcia un par de días más tarde, pero al no venir Matías, -el mayor interesado en hacer El Valle del Almanzora-, descartamos esta opción para quedarnos con la actual; Murcia-Coy, hasta Galera al día siguiente y regreso por Vélez Blanco hasta Lorca.


Yo comprendo; incluso hasta siento algo de envidia, cuando leo o veo algún vídeo de esos cicloturistas que pernoctan en el camino, en plena naturaleza las más de las veces. Tienda de campaña, saco de dormir e infiernillo para la cena, todo muy bucólico e idílico. Pero yo no debo de estar hecho para estas cosas, lo he intentado alguna vez, pero que les voy a contar, no ha sido una experiencia positiva. Y no hablo ya de dormir en el duro suelo o pelearme con el sucio infiernillo, de andar en cuclillas para salir y entrar de la tienda, de no tener probablemente donde sentarte, o de no poder ducharse, usar la ropa sudada del día anterior; eso, si no duermes con ella como he leído en numerosas ocasiones. Pero no, no es por eso, yo creo que es por la sensación de soledad por no llamarla aburrimiento. ¿Que hago yo metido en una tienda de campaña desde el anochecer hasta el amanecer, más si no es en verano? ¿Qué hago durante todas esas horas? La noche puede ser muy, pero que muy larga. Y no digamos si tienes ya una cierta edad y la próstata reclama su correspondiente protagonismo. De verdad que no, prefiero una modesta pensión en cualquier pequeño pueblo con todas las “comodidades” aunque me pierda esas maravillosas noches que debe deparar la naturaleza. Sé que esto limita mucho las posibilidades de viajar, que se puede suplir, y solo en parte, si tu tarjeta de crédito dispone de unos buenos fondos. Pero que le vamos hacer, hay que elegir.


Desde Topares el camino desciende con suavidad hacia Cañadas de Cañepla, pasado el pueblo nos introducimos por una pista que discurre junto al arroyo de la cañada del Salar. Contemplando el  basto paisaje, no deja de venirme a la cabeza la discusión sobre las fuentes del Guadalquivir. Un poco más abajo, apenas tres kilómetros, junto al viejo camino de Topares a Lorca, se encuentra el caserío de Santonge -paraje protegido por la Unesco debido sus notables pinturas rupestres- donde hay una surgencia de agua perteneciente ya a la Cuenca Hidrográfica del Guadalquivir y que poco más tarde da origen al arroyo de la Cañada del Salar. Estas podrían ser las verdaderas fuentes del Guadalquivir; aunque cada vez adquiere más peso la opción del río el Guardal o Bravatas que nace en el macizo de la Sagra, en la Fuente de los Agujeros a 1740 metros, muy cerca de la Guillimona, sierra que dará origen al nacimiento del Zumeta por su lado norte, lo que se ajustaría en gran manera a la descripción que Plinio el Viejo hace del nacimiento del Guadalquivir: “El Betis que surge (...) del monte boscoso de Tugia, junto al cual nace el Segura, que riega el campo de Cartagena, teme llegar a Llorci hoguera de Escipión y, dirigiéndose hacia poniente, busca el Océano Atlántico”. Pero como en otras muchas ocasiones de la historia será la geo-política la que imponga sus poderosas razones; si la sierra de Cazorla estaba bajo el dominio cristiano y el Guadiana Menor en manos musulmanas, al Guadalquivir no le queda más remedio que nacer en Quesada, en esos momentos bajo el dominio del Obispado de Toledo.


Hemos dejando atrás, hacia el sur, las sierras del Gigante y Pericay que son sustituidas ahora por la silueta de la sierra de María. Estamos entrando en plena depresión de Baza-Guadix, amplia meseta parda y blanca donde antaño señoreaba el esparto y ahora lo hace el cereal. Estuvo sumergida hasta hace cuatrocientos cincuenta mil años bajo un lago salado, antiguo mar que quedo atrapado entre montañas. De aquí es posible que provenga el hombre más antiguo de Europa, el Hombre de Orce. No es más que un trozo del cráneo perteneciente a un homínido, pero he aquí lo importante, con una antigüedad de entre 1.300 y 1.600 millones de años. Esto supone el adelanto de la presencia humana en Europa en un millón de años.


A pesar de que creo tener una cierta imaginación, no me hago una idea de cómo podían ser aquellos antepasados, y no me refiero a su aspecto físico, quizá más cerca de los primates que de los hombres, simples animales luchando en un mundo hostil, sin conciencia de poseer ninguna ventaja evolutiva. No conocían el fuego, ni tenían un lenguaje desarrollado, pasaban hambre y frío, siempre pendiente de los depredadores, contemplando en esas luminosas noches de verano un misterioso universo totalmente fuera de su escasa comprensión. ¿Qué preguntas se harían si es que acaso se las hacían? No resisto la tentación de transcribir aquí una exposición sobre el desarrollo de la inteligencia humana del historiador y escritor Israelí, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Yuval Noah Harari, en su obra Sapiens: De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad (Debate, 2014) “… nuestro lenguaje es asombrosamente flexible. Podemos combinar un número limitado de sonidos y señales para producir un número infinito de frases, cada una con un significado distinto. Por ello podemos absorber, almacenar y comunicar una cantidad de información prodigiosa acerca del mundo que nos rodea. Un mono verde puede gritar a sus camaradas: «¡Cuidado! ¡Un león!». Pero una humana moderna puede decirles a sus compañeras que esta mañana, cerca del recodo del río, ha visto un león que seguía a un rebaño de bisontes. Después puede describir la localización exacta, incluidas las diferentes sendas que conducen al lugar. Con esta información, los miembros de su cuadrilla pueden deliberar y discutir si deben acercarse al río con el fin de ahuyentar al león y cazar a los bisontes”.


Llegamos a Venta Micena, lugar donde se encontró el Hombre de Orce, cuyo yacimiento se encuentra casi en el mismo pueblo. Continuamos y salimos a la carretera que proveniente de María se dirige a Galera en una extraña población; Fuente Nueva, al menos vista desde la dirección que traemos, así nos lo pareció. Lo primero que vimos fueron unas chimeneas que emergían directamente de la tierra, a nuestra misma altura. Eran casas cueva, muy abundantes en la zona y en este pueblo las únicas disponibles. Aquí nos introducimos por un bonito camino -unos treinta metros más adelante de lo que marca el track-,  que discurre íntegramente por el interior del barranco del río Orce, junto a huertos y un bosque de ribera que nos hace de fondo, hasta llegar junto al Centro de Interpretación Josep Gibert, por supuesto con un horario que hará imposible su visita, tanto hoy como mañana. Nos contentamos con visitar el pueblo, tomar un café frente al impresionante casa-palacio de los señores de Segura, un ejemplo de palacio rural barroco construido entre los siglos XVI-XVII, o hacernos una foto bajo los macizos muros de la alcazaba de las Siete Torres.


La carretera, siguiendo el mismo valle del río Orce, se dirige ahora a Galera. Pedaleando por este valle de laderas blanquecinas, salpicado de campos de labor y pequeños cerros, tengo la sensación de estar profanando el descanso de sus antiguos habitantes. Justo a nuestra derecha, al otro lado del río, sobre una serie de pequeños montículos ocres, se extiende el cementerio íbero de Tútugi que ya estaba en uso unos quinientos años a.n.e. La costumbre íbera de depositar a sus muertos a la vista de sus poblados nos sugiere la idea de que este tenía que pertenecer a Galera, situada al otro lado de la carretera. Las tumbas son de muy diversa forma y condición. Hay una, la numero 75 que tiene más de 5 metros de altura y unos 20 de diámetro con grandes losas de piedra, pero otras eran de adobe, y algunas, un simple agujero en el suelo; su interior, revocado con yeso y pintado de rojo y negro. Supongo que, ayer como hoy, dependía de la condición social del difunto. Los íberos formaban una pila funeraria vistiendo al cadáver con sus mejores galas, sus armas y joyas, algunos alimentos y bebidas. Tras la cremación enterraban los restos en la tumba, acompañados de cuencos de cerámica conteniendo alimentos y bebida y algunos adornos y aderezos. Sellada la tumba, en el mismo cementerio, se realizaba un banquete fúnebre en honor del difunto deseándole el mejor tránsito a la otra vida, después rompían la vajilla que enterraban allí mismo.


Es abrumador pensar en la cantidad de yacimientos arqueológicos que se encuentran a lo largo de los valles y llanuras que estamos recorriendo en esta ruta. Parece mentira que estemos pedaleando entre tantos restos de hombres y animales, un verdadero paraíso para arqueólogos y paleontólogos. Debió ser un lugar propicio para nuestros antepasados, quizá por la facilidad para encontrar alimentos y agua. Este valle es el segundo, después del Rift en Africa Oriental, con el mayor resto de animales fósiles del cuaternario. Aquí mismo a las afueras de Galera, -recordar que estamos a muy poca distancia de Orce-, se encuentra un nuevo yacimiento arqueológico, un poblado de la edad del Bronce: Castellón Alto. Esta encaramado en las paredes casi verticales de un cerro de difícil acceso, bueno para defenderse pero algo angosto para la vida diaria. Desde él se tiene una extensa panorámica del valle, un control absoluto de los movimientos enemigos y el transitar de los animales. Sus casas eran sencillas, con paredes de barro y techo de ramas y paja, utilizaban el lino y el esparto para vestir, con el último también fabricaban cestos, esteras, cuerdas y hasta calzado, -parece que en esto no se diferenciaban mucho de la forma de vida de la huerta hasta hace muy pocos años-. Enterraban a sus muertos en la propia vivienda, en posición fetal en tinajas o nichos, una costumbre propia de la cultura del Algar a la pertenece el yacimiento, que se extendió durante la Edad del Bronce por todo el sudeste peninsular. A pesar de todo debió ser una vida dura, siempre pendiente del enemigo -para que construir sino un poblado en un lugar así-, y conseguir alimento igual no era tan fácil. En el museo de Galera hay dos momias, un adulto y un niño, que se encuentran en muy buen estado, conservan aún restos de cabello y ropas. Por ahora, son las segundas más antiguas de Europa después del hombre de Ötzi, aquél que encontraron congelado en los Alpes.


En el hotel Galera, acogedor y cómodo, fuimos muy bien recibidos, pudimos dejar las bicicletas en el mismo recibidor, junto a la escalera, sin ningún problema. Desde su terraza, con una cerveza bien fría en las manos, nos deleitamos con unas magnificas vista de la población de Galera encaramada al cerro del otro lado del río. Paseo por el pueblo, cerveza va y cerveza viene, con sus correspondientes tapas, para terminar cenando a base de cazón adobado. Nuestro viaje ha acabado, ya solo nos resta regresar a Murcia y lo haremos a través de María, Vélez Blanco y Lorca. Realmente el único problema que hemos encontrado al viajar en bicicleta han sido los horarios que tienen los museos, centros de interpretación y los yacimientos arqueológicos normalmente cerrados que nos impiden una mayor comprensión del fenómeno arqueológico a lo largo de la ruta. Desde nuestra entrada en el noroeste murciano a través de Bullas hemos pedaleado entre un considerable numero de yacimiento arqueológicos, algunos de suma importancia para la comprensión del devenir del hombre desde sus primeros pasos. Hecho que se acrecienta, si cabe, a través del altiplano granadino, uno de los espacios más prósperos en la arqueología y paleontología española, no olvidemos que aquí apareció uno de los homínidos más antiguos de Europa, y que tanto los habitantes de la cultura del Algar, como los de la edad del bronce y del hiero están suficientemente representados.


3 Día: Galera a Lorca

Para el regreso vamos a utilizar la carretera que desde Galera nos llevará a Orce, María, Vélez Blanco y Lorca donde tomaremos un cercanías que los dejará en Murcia. Son apenas las 8 de la mañana cuando salimos de Galera y antes de cruzar el Orce, observamos la subida hacia los cerros donde se encuentra el cementerio ibero de Tútugi, lo malo de estos viajes donde no hay demasiado tiempo es que nos tenemos que perder algunas cosas. La bicicleta consume mucho tiempo solo en pedalear, los kilómetros caen lentos, algunas veces son atractivos, otros monótonos, pero necesitamos tiempo para recorrer ese espacio y no lo tendremos para otras cosas. Espero no tardar mucho en poder programar estos viajes -ya tengo una cierta edad-, con menos kilómetros, un poco más de tiempo para más visitas y para más horas de descanso.


Hasta Orce es un paseo, paramos a desayunar frente al palacio de Segura, hoy sede del museo arqueológico. El trazado se endurece para salir de la población, lo que a la postre nos concederá bastantes kilómetros de desahogo a buena velocidad. Recorremos la llanura en un pedalear alegre cuando por el sur, cruzando las estribaciones occidentales de la sierra de María, unas negras sombras en el cielo se agrandan ostensiblemente mientras se acercan. Pronto dan vueltas sobre nosotros, creo que piensan que podemos ser una comida fácil, pero todavía tenemos fuerzas en reserva para continuar. Se lo pondremos difícil. Fueron impacientes, de haber esperado un poco más, en la subida hacia María, lo hubieran tenido mucho más fácil. Nunca había observado buitres por esta zona.


La cadena, tras dos días de calor y caminos polvorientos chirría monótona a cada pedalada y no tengo nada para solucionarlo. Al entrar en María vino en mi auxilio un taller de maquinaria agrícola donde muy amablemente me facilitaron una aceitera. ¡Que cambio!  Por dos motivos, la suavidad con que rueda la cadena y que todo es bajada, además con carril bici totalmente aislado del tráfico. En Vélez Blanco paramos a comer; a esa hora, solo conseguimos unos bocadillos de pan blanco y jamón. ¡Demasiado temprano! Pedaleamos ahora por una carretrilla retorcida y estrecha, entre almendros, sin apenas tráfico, que vigila con galanura las rojizas paredes del ruinoso castillo de Xiquena. En la Fuensanta o la Parroquia, que en esto de los nombres no hay que hacer mucho caso; un café y un helado, que el calor ya se deja notar.


Saliendo del pueblo, pasado el puente del río Vélez, nos introducirnos por un camino hacia el embalse de Puentes. Junto a la presa sale una carreterilla que nos lleva paralela al cauce hasta que se une a la de Vélez Rubio a Lorca. Nosotros unos metros antes, la abandonamos por un camino en el mismo cauce seco del que ahora se llama Guadalentín, hasta las cercanías del castillo de Lorca. Casi frente a él, optamos por una carretera que discurre por la margen izquierda, de mucho menos tráfico que la margen contraria, para llegar a Lorca, cosa que hacemos poco después de las cuatro. Ya solo nos queda tomarnos un granizado antes de tomar el tren hacia Murcia.

     

Murcia, 10 de mayo de 2019

P.D,: Referir que como casi siempre no nos ha ocurrido nada de especial mención. Las bicicletas, tanto la eléctrica como la mía -a fuerza animal-, se han portado estupendamente, como ya digo sin ningún incidente de mención, ni siquiera un pinchazo. Hemos podido desayunar, almorzar y comer sin problemas y a buenos precios. Para pernoctar hemos utilizado un albergue, Casa Grande en Coy y el hotel Galera en esta población. Cada día hemos recorrido alrededor de 90 kilómetros entre caminos y carreteras, excepto el tercer día que solo la última parte fue de camino. Los track, por si a alguien le interesan, están colgado en Wikiloc.

Por el Noroeste murciano y el Altiplano granadino. Día 1


¿Que nos impulsa a viajar? Esta es una pregunta que me he hecho en numerosas ocasiones. Quizá el viaje es como una promesa de algo extraordinario, algo que llena tu apacible y confortable mundo de expectativas, algo que por definición siempre es novedoso e interesante, que despierta en nosotros el mismo deseo e ilusión que en un niño un juguete nuevo. Aunque el cuerpo se habitúa, el viaje actúa como una droga, que a veces, es extraordinariamente potente, de la que llegado el momento, no puedes prescindir, y eso a pesar de todas las calamidades y desventuras que te puedan acontecer. Te sientes realmente a gusto. Por eso en cuanto dejas de viajar se despierta en nosotros la ansiedad y ese poso de añoranza que nos han dejado los viajes anteriores nos impulsan de nuevo al camino. Claro que el viaje en si encierra peligros y no me refiero a los que la naturaleza o los elementos nos puedan deparar, si no a otro más íntimo; el miedo a que lo extraordinario transmute en monotonía. A nadie se le escapa que conforme avanza el tiempo de nuestro viaje las cosas que al principio llamaban poderosamente nuestra atención se vuelven cotidianas y sin quererlo, tu tiempo, se transforma en rutinario.

Hace poco y por casualidad, leí a dos autores distintos, de disciplinas muy alejadas una de la otra, que llegaban a la misma conclusión: somos nómadas. Durante miles de años, quizá millón y medio, la necesidad de buscar alimento nos obligaba a mantenernos siempre en movimiento, a desplazarnos constantemente. Este impulso viajero debe de estar inscrito en nuestra herencia genética, formar parte de nuestro ADN y los pocos miles de años que somos sedentarios no han podido borrarla. Quizá este aquí por eso, o simplemente por la necesidad de evadirme, pero leer una pequeña anotación en Facebook de Pedro Piñero sobre un viaje por el altiplano granadino y despertarse en mi el ansia de un nuevo viaje. Me parece muy sugerente el recorrido por las semi-llanuras que separan Murcia y Andalucía; llanuras solitarias, salpicadas de cerros y rodeadas de montañas que han sido aprovechadas por el hombre desde los albores de la humanidad. Es posible que de estas llanuras provenga nuestro antepasado más antiguo; el llamado Hombre de Orce, encontrado en Venta Micena por Josep Gilbert en 1982.

Hemos estructurado el viaje, si es que podemos llamarlo así, en dos días, con un tercero para el  regreso. En el primero utilizaremos la vía verde del Noroeste hasta Bullas, para continuar por la sierra de Lavia hasta los Campos de Coy, con lo que completaremos un recorrido cercano a los 90 kilómetros. El Segundo día recorreremos parte del noroeste murciano para entrar de lleno en el altiplano granadino hasta la población de Galera donde tenemos previsto pernoctar, serán otros 90 kilómetros. El tercer día será una etapa meramente de transición para regresar a casa, esta vez por carretera, y en la que haremos cerca de 100 kilómetros antes de coger el tren en Lorca. Iremos mi amigo Antonio Máximo y yo, él con una eléctrica de montaña y yo con mi trotona, una vieja híbrida de acero que ahora vive una nueva juventud a pesar de sus treinta años, pero lo más curioso que está de plena moda. Gravel creo que lo llaman. Es una ruta ideal para el ahora de moda bikepacking, pero nosotros más tradicionales, usaremos alforjas, comeremos en restaurantes, tomaremos cerveza bien fría y dormiremos en camas mullidas, no será tan “auténtico”, pero sí más cómodo. Además a nuestra eléctrica le entra “el momo” si no le damos un “chute” cada noche.


1 Día: Murcia a Coy, por la vía verde y el Noroeste murciano

Son poco más de las ocho de esta bonita mañana de primavera, mientras pedaleamos en busca del tranvía que nos dejará al comienzo de la Vía Verde del Noroeste. Acabamos de hacernos una foto frente al imafronte de la catedral como prueba y testigo del inicio de nuestro viaje. Por comodidad hemos optado por subir al tranvía, cosa fácil y económica, aunque a estas horas de la mañana va cargado de estudiantes hacia la universidad y de madres con los niños a los colegios, pero nos ahorra un montón de tráfico y nos deja al comienzo de la vía verde del Noroeste en el campus de la universidad de Murcia.



Comenzamos a pedalear en dirección a Bullas por la plataforma del viejo Ferrocarril que unía las localidades de Murcia y Caravaca, cerrado a principios de los años setenta. Al poco de salir, cruzamos un pequeño túnel -a su entrada se encuentra una oxidada señal de las que regulaban el tráfico ferroviario-, para continuar en dirección a la Ribera y Molina que aun conservan sus estaciones, eso sí, dedicadas a otros usos. Bordeamos Molina y cruzamos la carretera de Alguazas por un paso de peatones que está protegido por un semáforo con pulsador. Después nos encontramos con el río Segura, que cruzamos por el viejo puente de hierro hoy rehabilitado para nuestro uso y disfrute. Más adelante está la estación de Alguazas, también cerrada, pese a encontrarse en la línea principal de Madrid-Cartagena. Se ha recuperado el muelle como albergue y cafetería. Aquí hay que estar atento para seguir el trazado ferroviario; primero se cruza la vía actual en servicio por una pasarela de rampas empinadas, continuando luego por una calle adyacente paralela a la vía, que después gira al oeste alejándose de ella, hasta alcanzar una nueva pasarela, esta vez al mismo nivel, que cruza sobre la carretera de las Torres de Cotillas y retoma la viaja plataforma ferroviaria, que ha dejado el Segura para seguir al Mula. Entre Alguazas y los Rodeos pedaleamos entre huertos de ciruelos y albaricoques y entre los Rodeos, Campos Del Río y Albudeite, la vía se ve interrumpida por  ocupaciones y habrá que estar muy atentos a las indicaciones.



Hemos dejado atrás la huerta y sus bancales de melocotoneros para entrar en una zona de -badlands (tierras malas), amarillentas y áridas, en las que solo el río Mula y algunas ramblas prestan algunas pinceladas de verdor. La estación de los Rodeos ha pasado de ser un establo donde descansaban cabras y ovejas a estar casi en ruinas. Algunas gallinas picotean indiferentes por los alrededores; un perro flaco y mugriento, nos ladra temeroso bajo un sol que comienza a calentar. Entramos en Campos del Río por una calle que hace honor a su historia: Calle del Ferrocarril. Un poco más adelante esta la estación, hoy reconvertida en albergue. Pasado el pueblo, la vieja plataforma nos conduce por un paisaje semi-lunar hacia dos viaductos sobre las ramblas de Gracia y del Arco. Solo el carrizo, ondulante por el viento en lo más profundo del lecho, nos sugeriría algo de vida sino fuera por los regadíos que el denostado trasvase del Tajo proporciona. En Albudeite, cuya estación también se ha convertido en albergue, volvemos a perder la plataforma ferroviaria y hay que a salir a la carretera en dirección a Mula. Recuperado el trazado; la plataforma discurre sobre la margen izquierda del río Mula, cruza un nuevo viaducto, ahora sobre el barranco del Moro y llega a la estación de los Baños de Mula. Cruzamos otro nuevo viaducto de más de 200 metros de longitud, esta vez sobre la rambla Perea. Tras pasar bajo la autovía del Noroeste esta la comarcal C-415, aquí se nos plantean dos opciones totalmente validas, una continuar por la vía verde que ahora entra en Mula y recupera parte del trazado original, otra continuar por la carretera y entrar en Mula directamente, de todas maneras las diferencias son poco menos que de matiz.



Mula fue declarada Conjunto Histórico Artístico de Carácter Nacional en 1981. Esta prácticamente en el centro de la Región de Murcia y es una tierra de paso, de tamboradas y Semana Santa, de castillos y pintores. El Cigarralejo cobijo a los iberos, y la Almagra a los romanos, el castillo de Alcalá a los árabes y el castillo de los Vélez a los cristianos. Por desgracia este monumento se encuentra cerrado, en una situación delicada, pendiente de herencias, litigios y condonaciones. Seguimos nuestro camino en gran parte sobre el antiguo trazado ferroviario hacia el santuario del Niño de Balate, a cuya espalda pasa la vía verde. El trazado nos lleva hasta las ventas que hay en El Niño y que nosotros aprovechamos para tomarnos un refrigerio y recuperar la vieja plataforma. El paisaje sufre una transformación radical, se empina ya con más decisión y pasamos de los badlands a los primorosos huertos de albaricoqueros que jalonan la vía, los almendros se adueñan de las laderas más pendientes y en las más escarpadas, son los pinares los que lo hacen. Aparecen los túneles y un apeadero: el de La Luz. El viejo edificio está rehabilitado, no sé muy bien si como refugio o albergue y sobre el muelle se ha instalado una pequeña área recreativa con mesas y bancos de madera. Un soberbio viaducto de ocho arcos salva de nuevo el Mula y ya la vía; sin más rodeos, se dirige decididamente hacia Bullas. Si tenéis oportunidad, visitar su museo del vino, o acudir a algunas de sus bodegas para degustar sus reputados caldos con denominación de origen.



Llegamos a buena hora a Bullas, buena hora para comer, que en estas cosas somos muy serios; arroz negro y secreto a la plancha; dulces de postre. Poco más de una hora después salimos de Bullas en busca de la cuenca alta del río Mula por el camino de Vélez Blanco, una carreterilla de asfalto perfecto y tráfico nulo. Apenas a unos tres o cuatro kilómetros nos encontrarnos una amplia hoya de materiales cuaternarios donde a la mínima oportunidad chapotean los galápagos y cantan mirlos y ruiseñores. Seguimos la rambla del Ceacejo que casi es una sola con el Mula. Cuando se encuentra con la del Charco, nos ceñimos por el noroeste al Pico de Lavia, monte casi cónico que horada el cielo azul con sus 1236 metros de altura, ahora ya por una pista en subida. Nos dejamos llevar entretenidos por el camino que parece bailar un lujurioso tango con los seductores cerros cercanos que se envuelven, coquetos, con el verde grisáceo de los pinos. Estamos en pleno Camino de Lorca a Caravaca y Compostela, trazado por la Asociación Lorca-Santiago.



Pasadas las estribaciones meridionales de la sierra del Burete, el paisaje se abre en una amplia semillanura salpicada de pequeñas sierras y cerros como el de Las Viñas, que desde la prehistoria han propiciado los asentamientos humanos. En él se construyo el primer poblado en altura de la Región de Murcia de la Edad del Bronce, donde han a parecido restos de cerámica neolítica y campaniforme pertenecientes a la cultura argárica. Por estas mismas tierras también la Cultura ibérica nos dejo su impronta, el exponente mayor es la necrópolis de la Fuentecica del Tío Garrulo en Coy donde se encontró su famoso León. Pero no queda aquí la cosa, a los romanos también debió gustarles como lo atestiguan los Cantos en Doña Inés y el santuario del Villar en Coy o un poco más arriba, al otro lado de la sierra, en La Encarnación, con un par de templos, de los cuales aun se conserva uno transformado en ermita.



Coy se deja ver recostado sobre un cerro, con sus fachadas blancas de cal doradas por el bajo sol de la tarde. Buscamos directamente el albergue Casa Grande que encontramos sin dificultad un poco más allá de la iglesia. Enseguida se presenta Juani, nos toma nota, nos da la llave y nos cobra, dejándonos todo el caserón para nosotros solos. Nos duchamos y nos vamos en busca del merecido sustento y como siempre nos pasa, no cenamos como mandan los cánones, pasta y cosas así, no. Manitas de cedo y costillas. No tenemos remedio.



 Murcia, 10 de mayo 2019