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viernes, 1 de agosto de 2014

Galicia 2014 Costa da Morte - 25 de julio - Valladolid






Abandonamos Compostela para dirigirnos a Valladolid, cerca de treinta años que faltábamos de la ciudad de Zorrilla. La aproximación la realizamos por la autovía de las Rías Baixas, con parada "técnica" en la Puebla de Sanabria. Retomamos la autovía para desviarnos a la altura de Tordesilla hacia Valladolid.

En 1574 describían así la villa Braun y Hogenberg [1]:
 "Vallisoletum, también Pincia, comúnmente llamada Valladolid, la ciudad más noble de toda España, es sede (o tierra) de los serenísimos e ilustres hombres nobles del Rey, por ello, adornada de magníficos edificios más espléndidamente construidos que en otras ciudades de la orgullosa España, ha servido tanto a nobles como al culto divino. Y por la abundancia de trabajadores, comerciantes y por el producto del suelo, y además por el caudaloso Pisuerga, recibe beneficios nada despreciables".

Nosotros la recordamos de épocas más recientes, de cuando acudíamos a las invernales concentraciones moteras, cuando  "Pingüinos" era solo un proyecto y ni las equipaciones ni las motos eran las de ahora, solo unos pocos, un par de centenares que se quitaban el frío de enero en las fogatas del aparcamiento de la feria de muestras. Hoy son varios miles los que acuden cada año, pero el frío debe de ser el mismo. Ahora que cada vez estoy más cerca de la jubilación quizá recupere mi vieja BMV R75, que duerme el sueño de los justos en el garaje, neumáticos, líquidos nuevos, bujías y platinos, no necesita nada más para pistonear de de nuevo, creo que me pondré manos a la obra.



Pisamos esa plaza mayor, la más grande de España y la que copiaron Madrid y Salamanca, la antigua Plaza del Mercado es centro cultural y social de la ciudad, donde añejas señoritas toman un café con leche que les dura toda la tarde. No vamos a describir aquí las bondades de la ciudad ya que cada uno buscará la cara que más le guste. Y hablando de gustos tampoco puedo imponer los míos, pero me gusta el lechazo y probablemente unos de los locales con mejor relación calidad precio sea Parrilla de San Lorenzo. Situada en los bajos del convento de las monjas recoletas de San Bernardo, instaladas aquí desde 1596 con el apoyo de Felipe II, la decoración; a base de hornacinas con pequeñas esculturas, lienzos en  las paredes y un ambiente anclado en el XIX, no deja  de ser el típico mesón castellano con uno de los mejores lechazos de Castilla, la decoración puede gustar o no, pero el lechazo seguro que sí. Nosotros lo acompañamos con un revuelto de morcilla con pasas y piñones; si ya sé que tomamos lo mismo en Arevalo, pero es que nos encanta la morcilla de Burgos, un poco de ensalada y un reserva de la zona de Toro. El trato exquisito y profesional.


martes, 29 de julio de 2014

Galicia 2014 Costa da Muerte 23 de julio






Conduciendo hacia el norte, buscando la ría de Camariñas, uno se encuentra con un ramal de la XX calzada romana que unía Bracara (Braga, Portugal) con Asturica (Astorga, León), La XX era una importante calzada  de 20 pies de anchura incluida en el "Itinerario de Antonio", conocida como 'Per loca marítima', que con un precioso puente salva el río Sallas a la altura de Brandomil. Nuestro ramal uniría la antigua Lugo (Lucus Augusti) con la Torre de Hércules en la Coruña en pleno Golfo Ártabro, que junto a la Vía Nova y la Vía XIX, que unía Braga y Lugo, formaría el principal entramado viario de la antigua Gallaecia. Remanso de paz en nuestro camino hacia otro antiguo enclave romano; Ponte do Porto donde el río Grande, sin duda un eufemismo, da pie a la ría de Camariñas, que forma un arco que desde el norte se abre hacia el oeste que cierra la Punta da Barca en su vertiente meridional y el cabo Villano (Vilán) por su lado norte. 



Visita obligada al museo del bolillo y al puerto. Comenzamos la subida a faro Villano o faro Vilán por una estrecha carretera que asciende entre la niebla, de los enormes aerogeneradores solo se distingue su base y las puntas de las palas al pasar por su parte más baja. El edificio del faro se vislumbra blanquecino junto a un roquedo que soporta la linterna, invisible entre la niebla. Se ocultan y aparecen de forma intermitente los acantilados de cabo Toso y las más cercanas ensenadas de Pedrosa, Balea, Longa y Reira. Por minutos cierra la niebla, no se ve nada inmersos en una húmeda y luminosa oscuridad. Desistimos de recorrer los poco más de seis kilómetros por una pista de tierra que bordea la costa en dirección a Arou, que nos separa del pequeño cementerio de los ingleses; cercado de piedra en la ensenada de Trece, lugar de reposo de los 172 marineros del HMS Serpent que naufrago la noche del 10 de noviembre de 1890. Tras la catastrofe, las autoridades británicas equiparon a sus marineros con chalecos salvavidas y las españolas sustituyeron el viejo faro de vapor, en servicio desde 1854, por otro eléctrico con una torre de 25 metros y 31 millas de alcance.



Continuamos hacia la población pesquera de Lage (Laxe) bajo la punta de Insua, pero antes nos desviaremos hacia el Dolmen de Donate, monumento megalítico de los más importantes de Galicia. Entramos a la amplia ría de Corme y Laxe cruzando el río Anllóns en Ponteceso recorriendo su lado sur hasta llegar a su magnífica playa, pasada la punta de San pedro. Blanco arenal muy concurrido en el centro de la población y que delimita el muelle meridional del puerto. Esperamos la llegada de los pesqueros entre nasas y redes; descargan y asistimos a la puja oral, vocabulario que apenas comprendemos, congrios, cabrachos, merluzas, el horrible pero sabroso rape, cajas de cabras y julias, tres o cuatro sanmartiños (gallo pedro) y montones de jureles esperan que les adjudiquen comprador. Tomamos algo de este maravilloso genero en uno de los restaurantes del puerto y ya de noche regresamos a nuestra base en Santiago.





lunes, 28 de julio de 2014

Galicia 2014 Costa da Morte - 22 de julio





Oficinas de turismo donde informan sin informar. Te ofrecen mapas que ni con lupa se ven, en los que faltan bonitos pueblos. Encendemos el gps y nos dirigimos hacia el suroeste, la ría de Muros y Noia, aparece señorial, atravesada por un nuevo puente inaugurado en este mismo mes. Playas de arena blanca que contrastan fuertemente con el verde del arbolado y rosa del granito en las alturas. Arenales de Carnota, los más amplios de Galicia a los que se asoman pétreos paisajes, que en invierno y bajo la niebla representaran mágicos castillos, ciclópeos seres fantásticos extasiados en la contemplación de cascadas que caen directamente al mar; se extienden por más de ocho kilómetros entre las puntas de Nuestra Señora de los Remedios y Caldebarcas donde Manolo, local en que son tan importantes los clientes como el género, no tiene carne, pues como dice en su carta no es buena zona para ello, por los que solo tiene pescado y marisco, aunque me ha prometido que la próxima vez , si le aviso, tendrá una sorpresa para mí. La carretera serpentea entre apretados maizales en el poco espacio que le dejan mar y monte, donde los hórreos florecen como una planta más.



Finisterre, depositario de mitos y leyendas, deja un poco indiferente, masificado y turístico, pierde la magia que le proporciona su situación al límite del mare tenebrosum, quizá en invierno, cuando el mar muestre porque se llama Costa de la Muerte merezca  la visita. Solo unos metros antes, existe un remanso de paz, es la iglesia románica de Santa María das Areas con la impresionante imagen del Cristo, que tras la última restauración ya no es el de la Barba Dorada, aunque sigue produciendo el mismo fervor entre sus fieles, especialmente el que producen sus llagas. De interés es su sagrario de piedra y el magistral retablo de Miguel Romay.



Soledad, la más absoluta soledad emana el cabo Touriñón y más después de perderse una y otra vez entre solitarios bosques de de eucaliptos, aldeas que aparecen y desaparecen entre los recodos de la carretera, señales que no existen, otras están ocultas tras la maleza y las hay que indican hacia el lado contrario, serán cosas de gallegos y ellos las entenderán. Si caminamos hacia el Sur, vemos el islote de O Castelo en cuya cúspide hay un castro aunque no se aprecia. Un kilómetro mar adentro el escollo A Laxe de Touriñán y es el punto más occidental de Europa continental donde se sol se pone más tarde. Impresionantes vistas de los pétreos acantilados de Punta Moreira y el cabo de Buitra y más próxima; la coqueta ensenada do Cuño o su playa de guijarros que aquí llaman coido o su magnífico hórreo de tres puertas y doce pares de pies. Y si tenemos ganas y tiempo podemos subir al monte Facho, mirador sobre el Atlántico a más de trescientos metros de altura donde podemos distraer la mirada sobre la playa de Lourido, tómbolo de Muxia, Faro de Vilán y la ría de Camarillas.



El santuario de la Virxe da Barca se encuentra maltrecho, pero sigue plantando cara al mar tenebroso, con sus piedras de Cadrís y Abalar. En cuestión de minutos el rojo incendia un horizonte difuminado por la niebla y el disco solar se hunde en el mar precipitando la oscuridad, aun nos queda tiempo para llegar a Muxia y contemplar a la luz del crepúsculo las señoriales casonas donde se alternan aleatorias las balconadas de hiero y las galerías acristaladas, cenar en cualquiera de los restaurantes que se miran en la ría contemplando cómo se mecen los pesqueros en el puerto. Volvemos a nuestra base en Santiago para al día siguiente regresar a la pequeña ría de Camariñas. 

domingo, 27 de julio de 2014

Galicia 2014, Costa da Morte



Este no es un viaje bicicicletero, es en vehículo a motor, allí donde durante muchos siglos las gentes creyeron que se acababa la tierra, al final solo quedaba el océano y el abismo. Hoy; aunque sabemos que no es así, sigue ejerciendo sobre nosotros esa fascinación atávica, irracional, que conecta con mundos intuidos donde la realidad se transforma atenazando nuestro ser, meigas, bruxas, tardos y otros seres mitológicos pueblan una tierra húmeda de brumosos límites. Aguas profundas de océano traicionero, devoradoras de incautos atraídos por la falsa seguridad de una tierra apenas vislumbrada, sucumben en esos contornos imprecisos a los que juegan cabos y escollos, rías y ensenadas.

Más de mil kilómetros de tierras duras separan el Finisterre gallego del levante español, fechas de caléndulas en días interminables, soportables solo bajo el frescor del aire acondicionado. De modernos bandoleros de autopista que te cobran por un zumo como si te hubieras tomado toda la cosecha de naranjas valencianas. Hacemos caso omiso de las recomendaciones de la DGT y paramos a comer en Arévalo, revuelto de morcilla con pasas y piñones, lechazo de principal y si hay que echar la siesta, se echa, que de sufrir, lo justo. Galicia nos recibe con un cielo azul, propio de latitudes meridionales, que pronto se torna dorado, se incendia en toda una gama de rojos para desaparecer en una oscuridad que sobreviene casi de golpe, negro profundo sobre el negro océano. No es nuestra primera puesta de sol en Galicia, pero nos sigue sorprendiendo como el primer día.