miércoles, 13 de julio de 2022

Serranía de Albarracín (Crónica)

 


Eran poco más de las nueve treinta cuando se presentó Victoria a recogerme, ya había hecho lo propio con Matías y su bicicleta ya estaba colocada sobre el porta bicis, solo quedaba colocar la mía y al camino. Nuestro propósito; un recorrido de dos días por la serranía de Albarracín, lo que hoy se ha dado en llamar la España Vacía.


 

No teníamos prisa y optamos por la vía quizá más lenta, la de Cuenca, al tener menos kilómetros de autovía, pero infinitamente más atractiva. Condujimos hasta más allá de Albacete para parar a tomar algo en El Molino, solo fue un café helado, pues había desayunado en Murcia minutos antes de subir al coche. En La Gineta abandonamos la autovía para dirigirnos hacia Tarazona de la Mancha. En Quintanar del Rey nos equivocamos y terminamos haciendo un recorrido turístico por el pueblo. Pasada Motilla del Palancar, empezamos a notar con intensidad el vacío de esa España a la que apenas prestamos atención. 


 

Habíamos atravesado el Jucar y otro río más modesto, pero con abundante vegetación; el Valdemenbra. Por Monteagudo de las salinas, el Gualdazón y cerca de Cañete nos acercamos al Cabriel. Ya la soledad se deja sentir con fuerza, tenemos hambre y no vemos muchas posibilidades de conseguir aplacarla. Después de algunas vicisitudes terminamos en un pueblecito de nombre peculiar; Moscardón, donde conseguimos comer de forma aceptable en un local que creo que fue antes un antiguo horno.


      

Se nos muestra Albarracín sobre un altozano, en un meandro del Guadalaviar, vigilada y protegida por el castillo de los Banu Razín. Dejamos el coche en un aparcamiento a las afueras, que no estaba a más de cien metros de nuestro hotel. Siesta y posterior recorrido por este bonito pueblo declarado Monumento Nacional desde 1961. Paseamos entre su peculiar arquitectura de casas modestas sustentadas por gruesos maderos y tabiques de yeso de un color rojizo característico. Los pisos altos y los tejados se aproximan en voladizo sobre la calle, casi hasta tocarse unos con otros, en un intento desesperado de ganar espacio. Las torturadas callejas, se retuercen buscando un vano resquicio de amplitud, sin un solo metro horizontal, empedradas y oscuras. Solo las macetas de rojos geranios, ayudados por los vivos colores de puertas y ventanas defendidas en rica forja, alegran las fachadas con un toque de color. Sin darnos cuenta terminamos en un antiguo molino hidráulico, hoy reconvertido en lugar de ocio. Terminamos probando cervezas rubias y tostadas. La cena la resolvimos en el casino del pueblo. 


 

En marcha.

Amanece un nuevo día y solo tenemos un problema; dónde desayunar. En este pueblo no madrugan los bares, en el Casino nos dijeron que a las ocho treinta y era el más madrugador. Esperamos en la puerta, pasan ya diez minutos de la hora cuando vemos algo de movimiento. ¡Por fin entramos a desayunar! Cuando íbamos a comenzar la ruta surge un nuevo contratiempo, Victoria debe resolver un problema de trabajo, ha de hacerlo online, por lo que debe de estar en un sitio tranquilo y con buena cobertura. Decide que lo hará en Bronchales, en el hotel que hemos reservado para hoy, Ella ira en el coche y nosotros haremos el recorrido previsto en bici, si puede, irá a nuestro encuentro. 


 

Entre unas cosas y otras comenzamos a pedalear pasadas las diez de la mañana y el calor empieza a dejarse notar. Albarracín queda a nuestra espalda, soberbia y majestuosa, como una corona de rubís sobre la áspera frente de la montaña. Discurre el Guadalaviar entre altas paredes calizas serpenteando entre rocas y la carretera lo sigue como fiel amante. La roca se cierra sobre nuestras cabezas y los chopos acarician sus vientres. Los bosques de chaparras colonizan las laderas, el sol, de un azul profundo que solo motean algunas manchas blancas, luce amenazante.


    

La sierra de Albarracín es rica en leyendas, muchas hablan del amor, normalmente entre moros y cristianos o entre ricos y pobres, pero hay uno que se aparta un poco de estos criterios, es la leyenda de “La cueva de la mora”, precisamente por la zona en que pedaleamos. Cuenta que un guerrero musulmán, antes de partir a la guerra, escondió a su mujer en una cueva junto al río Guadalaviar con la idea de que no saliera hasta que él volviera. Pero esté, jamás regresó. Ella lo siguió esperando eternamente. Por eso, desde entonces, pasea por las orillas del río en las mañanas de San Juan acicalándose el pelo con un peine de oro. Nadie puede acercarse a verla, pues a los ingenuos que lo intentan los convierte en piedra lanzándoles el peine.


 

Dejamos atrás unas buitreras y en el paraje de Entrambasaguas abandonamos el Guadalaviar para introducirnos por el estrecho valle del río Blanco hacia Colomarde. Aparece el pueblo entre los riscos y el río que la carretera parte por la mitad. A la salida, el barranco de la Hoz forma un coqueto desfiladero modelado sobre la piedra toba de las laderas. Nosotros nos preocupamos más por el duro puerto de Las Banderas, no muy largo, pero de fuertes rampas que aun parecen más pinas por un sol que cae a plomo. Coronamos y conversamos con otros ciclistas que vienen en sentido contrario sobre lo que nos espera, y no parece muy divertido, especialmente el tramo anterior a Guadalaviar. Nos hacemos las fotos de rigor y nos dejamos caer hacia Frías de Albarracín.


 

El pueblo, situado a pie de puerto sobre un pequeño cerro nos ofrece un par de bares, uno de ellos abierto, junto a la carretera con la terraza a la sombra de unos árboles, que mejor lugar para tomarnos un tentempié. Jamón, queso y un par de salchichas de orza. No sabía si pedir cerveza o vino, lo que me trajo a la cabeza otra leyenda porque las brujas siempre han dado mucho juego en la zona. Cuenta que las de Frías, a la caída de la noche, entraban a beberse el vino de las bodegas, lo mezclaban con hierbas y semillas produciendo un elixir que las llevaba al éxtasis. Especial predilección tenían por el vino del Tío Candelas, el mejor de la comarca al decir de las malas lenguas. Desesperado por la desaparición de sus caldos, decide vigilar la bodega noche y día. Al filo de la media noche vio llegar a unos seres volando sobre escobas que se introducían por la chimenea. Corrió y al abrir la puerta no vio otra cosa que una serie de horcas apoyadas en los toneles, molesto, agarró un hierro incandescente de la hoguera y marcó, una a una todas las horcas. A la mañana siguiente más de la mitad de las mujeres del pueblo llevaban la marca del hierro incandescente.




Desde nuestra posición vemos la iglesia de la Asunción, una de las obras más importantes de estilo neoclásico de la provincia de Teruel, pero como casi todas, está cerrada. No tenemos prisa, nos lo tomamos con calma, venimos a disfrutar, pero lo pagaremos más tarde con un sol de justicia. Veníamos a Teruel a pasar frío y nos encontramos con una ola de calor que está batiendo récor. Salimos de Frías en dirección al nacimiento del Tajo, pedaleamos por una carretera solitaria que va ganando altura, aun lado, la espectacular sima de Frías, una impactante dolina de casi 100 metros de diámetro de boca, al otro, pinares y monte bajo. El cielo se está volviendo de un color extraño, como de plomo derretido, o es azul clarito y yo estoy desvariando. No sé a quién se le ocurrió plantar unas extravagantes figuras plateadas en medio del campo, dicen que es el nacimiento del Tajo y no lo pongo en duda, en algún lado tiene que nacer. Lo mejor de todo una pequeña fuente que nos refresca y permite rellenar los bidones.


 

En el siguiente cruce nos desviamos hacia Guadalaviar y Griegos, pero no será fácil llegar, nos espera un puerto corto, pero matón, con desniveles medios superiores al diez por ciento a las tres de la tarde, hay que pasar los Montes Universales. Solo, la sombra de algunos pinos, nos alegran el momento. A la mitad de la subida descubro una diminuta fuente con un hilillo de agua, eso sí, fresca y sabrosa. Paramos e intentamos refrescarnos. Logro coronar sus 1.790 metros y me siento en una piedra, a la sombra de la ladera, tratando de recobrar el aliento mientras llega Matías. Nos dejamos caer hacia Guadalaviar, pueblo de trashumantes situado a 1.500 metros de altura, hasta tiene un museo sobre el tema y una pequeña plaza de toros excavada en la roca. Buscamos con desesperación un local donde refrescarnos, lo encontramos, es el teleclub y acabamos con sus existencias de bebida isotónica, y hasta me tome un helado. 


 

Llama Victoria, y no es la primera vez que lo hace, pero la cobertura escasea, no debemos olvidar a aquello de la España olvidada. Está en Griegos, nos vamos hacia allá. La maledicencia dice que es el pueblo más frío de España, pero hoy no lo demuestra, sus ciento treinta y seis vecinos deben estar a la sombra porque en la calle no se ven muchos, claro que tampoco son horas. También atesora el hito de ser el segundo pueblo más alto de España con 1.601 metros de altitud, el primero está cerca de aquí, Valdelinares con 1.692 metros sobre el nivel del mar. Tomamos otro refresco y los tres nos encaminamos hacia Bronchales. Me pongo nervioso cuando veo el anuncio de un nuevo puerto, pero tengo la esperanza de no tener que subirlo, seguramente es el que lleva a la Muela de San Juan y las pistas de esquí de fondo. Seguimos subiendo, con suavidad, pero subiendo, entre un hermoso pinar, pero subiendo. Ha sido un día duro, estoy muy cansado. Casi todo el recorrido, calculo que el noventa por ciento, ha sido subida y la ola de calor no ha ayudado precisamente.


     

Tomamos ahora una carretera que nos interna en plena sierra del Tremedal, con un pedalear relativamente cómodo entre hermosos pinos, pero como el resto de la ruta, siempre pica para arriba, o al menos a mí me lo parece. Mientras pedaleo no puedo evitar que la cabeza funcione a su aire, pienso en el destino y recuerdo una vieja leyenda, el mito del dragón de Bronchales, era un animal único en su especie, no lo aplacaban los sacrificios humanos, sino algo más pragmático; los dulces y la leche de las mujeres recién paridas, quizá esto último fue lo que le llevo a su perdición, a los españoles no les gusta que un extraño chupe la teta de sus mujeres. El animal no muere como lo hubiera hecho cualquier otro dragón europeo, a manos de un aguerrido caballero, sino asado en su propia cueva a manos de los campesinos. El pinar es denso y abundante en fuentes, en la del Canto paramos a descansar, es un área de descanso que hasta tiene bar y todo, pero también están la de La Cañada y Sierra Alta. En medio de la pinada aparece un enorme camping, el de las Corralizas, familiar y con un aspecto sugerente, en él que no nos entretenemos bajo la promesa de que pronto comienza la bajada y llega Bronchales con ducha y cerveza fría. 


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Mariano Vicente, julio de 2022