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sábado, 9 de noviembre de 2019

Por la Fuente de la Sabina



Hoy yo no tenía que estar aquí, lo previsto era estar en Ontígola con los amigos retrociclistas, pero la cadena de mando, es la cadena de mando y la jerarquía se impone. Pero vamos a lo que importa, es frustrante que cada aparato te de una medición distinta y no es que varíen un poco, no, es que lo hacen de forma desconsiderada. El Strava me da 1800 mt. de desnivel positivo, mientras que el GPS lo deja en poco más de 1400 mt., el Wikiloc se va a los 1620. Se trata de una ruta que cambia un par de veces entre la provincia de Murcia y la de Albacete, de unos 75 km y un “pequeño” puerto final de más de 20 km todo por carretera. Pero donde sufriremos será en él último, nos esperan fuertes rampas antes de coronar el collado de Letur. Pero comencemos por el principio. A las siete de la mañana nos ponemos en marcha desde la capital, nuestro destino es el Sabinar, en el Campo de San Juan. Es una pedanía de Moratalla y debe su nombre a los extensos sabinares adehesados, los más meridionales de sabina albar (Juniperus thurifera) de España. Esta situado a 1200 metros sobre el nivel del mar siendo uno de los núcleos más elevados de toda la Comunidad Autónoma. Aunque desde la prehistoria los abrigos rocosos cercanos a la población estuvieron habitados, lo demuestran las pinturas rupestres de trazos esquemáticos en color rojo encontradas en ellas, no es hasta el siglo XV bajo la orden de Santiago, cuando aparecen las primeras referencias escritas, aunque es de suponer que ya estaría habitada bajo del dominio musulmán.


Comenzamos a pedalear bajo el porche de la ermita de San Bartolomé en dirección al Nerpio. El pueblo, esta situado en la estribación noroeste del hermoso valle de San Juan. Nada más salir comenzamos un descenso que nos hace tiritar, por el frío y por el viento helado que nos da de cara. El termómetro apenas supera los cero grados. Tiriton arriba, tiriton abajo llegamos a las casas del pantano, situadas a más altura que la presa construida en la cerrada que forman las lomas del Alboche (al Este) y del Espolón (al Oeste) en la sierra del Zacatín. Lo más interesante de este pantano construido para asegurar el abastecimiento del canal del Taibilla, es su característico aliviadero. La ciudad de Cartagena nació con sed, parece ser que en época fenicia la calmaban con barcos aljibe provenientes de la desembocadura del Segura. Se estudian aportaciones de los ríos Castril y Guardal en Granada, y hasta del Mundo en Albacete, decantándose finalmente por otro afluente del segura; el Taibilla. Sus principales valedores serán el almirante Francisco Bastarreche y Diaz de Bulnes, a la sazón Capitán del Departamento Marítimo de Cartagena y el Ingeniero Jefe de Obras de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, creada a tal efecto el 4 de octubre de 1927. En 1939 son 30 los los municipios que la integran y en 1932 comienzan las obras de este canal que alcanzará una longitud superior a los 200 kilómetros, convirtiéndose en el canal cubierto más largo de Europa.


La verdadera presa de toma del canal, se encuentra 6 kilómetros aguas abajo. Nos dirigimos a hacia ella por una carreterilla denominada de la Dehesa, construida a la sazón para la construcción del canal. Entramos en una serie de toboganes, algunos de longitud considerable y porcentajes serios, que nos van quitando el frío. El viento, que nos habían anunciado duro y frío del noroeste, no nos esta afectando demasiado, quizá porque el valle se abre perpendicular a él. Avanzamos entre calizas y pinares cogiendo altura sobre el río que se esconde tímido entre rocas y chopos. El otoño ha hecho su trabajo pintando el bosque con su amplia gama de ocres. El grupo se estira; en cabeza andan Juan Bautista y su hijo, con diferencia los más fuertes. A continuación lo hacemos Ángel, Antonio Cervantes, David y yo. Cerrando el grupo los dos “eléctricos” Antonio Máximo y Paco Bombas.


Entrando bajo la vigilancia del torreón de Vizcable, David pincha. En pocos minutos reparamos y aprovecho para probar la bomba que compré hace apenas unos días. En esta bicicleta, todo carbono ella, llevaba una bomba de esas miniatura, peso pluma y alta tecnología. No la utilizo en varios años y cuando la necesito; no funciona. Es de una marca de Estados Unidos y para nada barata, garantía de por vida dicen. Tienen el distribuidor en Elche. Les llamo. Solo te atienden a través de un comercio. Sin factura no hay nada que hacer. Y yo me pregunto, si tienen garantía de por vida para que necesitan la factura, ¿piensan que la he robado? Avanzamos junto al canal que caprichoso, en algunos tramos va a nuestra derecha y en otros lo hace a nuestra izquierda, unas veces sobre nosotros y otras debajo. Una cabra cruza frente a nosotros, rápida e indiferente, desaparece monte arriba. Poco más adelante lo hace un rebeco. Nuestro recorrido coincide ahora con el GR-68. Casi sin darnos cuenta llegamos a la vista de las Casas y las Casicas, que algunos llaman del collado, aunque estas son otras, que pierden el nombre y se quedan solo con El Collado.


Aquí tomamos la carretera que nos llevará a Letur. Paramos en un pequeño puente, junto a la fuente de la Herrada. Agua potable, prohibido el baño reza un cartel. Tomamos unas barritas, porque el grupo, amotinados parte de sus integrantes, decide no parar a tomar algo en Letur. En el cruce de la carretera del Sabinar nos agrupamos de nuevo. Visto el fracaso para parar en Letur, propongo hacerlo en la Fuente de la Sabina. Serán 20 kilómetros de constante subida, creo que nos habremos merecido un alto en el camino, una cerveza bien fría y algo más gustoso que una barrita. Me han dicho que si, pero creo que ha sido más para conformarme que por convicción. Comenzamos la subida y como siempre pone a cada uno en su sitio. Primeros Juan Bautista y su hijo, les seguimos a corta distancia Ángel y yo. Más atrás Antonio Cervantes y David. Cerrando el grupo, Máximo y Paco. Paro para hacer unas fotos y Ángel me saca unos metros que poco a poco ira ampliando gracias al motor de su Orbea Gain, es nuestro tercer hombre eléctrico.


Llego a la Fuente de la Sabina y me encuentro un espectáculo inesperado; Juan y su hijo, sentados sobre un murete de hormigón. Ángel esta a su lado y tiene en la mano un vaso con algo color naranja; es una Fanta, me dice. Los otros están a “palo seco”. Pregunto si entramos dentro o nos sentamos en la terraza. Y contra todo pronóstico me dicen que no, que mejor cuando lleguemos al Sabinar. Me estoy haciendo mayor o empiezo a no entender al personal. Entro en el local y me quedo sorprendido. El comedor pequeñito, esta montado con largas mesas corridas con capacidad para cerca de 80 personas. Hay algún evento, pregunto sorprendido. No, me responde la muchacha, es lo normal los fines de semana. Miro hacia el rincón bajo el mostrador y veo a un par de individuos con varios platos repletos de cabezas de gambas, conchas de navajas y restos de otros mariscos. Un poco desorientado, y sin amigos que me acompañen, termino pidiéndome una Coca-cola y salgo a la calle preguntándome como es posible que en una diminuta pedanía; media docena de casas mal contadas, perdida en medio del monte, pueda venir a comer tanta gente. Ángel se va y poco después lo hacen Juan y su hijo. “Pego la hebra” con un señor que estaba en la puerta; solitario, como esperando algo. Entro en contacto y le pregunto que hace aquí. He venido a comer, me dice. ¿Se come bien? No lo sé, no he venido nunca, espero a unos amigos, somos 30 que hemos quedado a comer, me han mandado la ubicación y aquí estoy. Voy de sorpresa en sorpresa, síntoma inequívoco de que me estoy haciendo mayor.


Miro hacia la carretera que se encuentra a un centenar de metros del bar y veo pasar dos bultos; uno rojo delate, que debe de ser David y detrás otro azul, que debe ser Cervantes, supongo que los eléctricos van delante. ¡Joder y ni siquiera han tenido intención de detenerse! Reanudo la marcha y llegar hasta ellos, les pregunto por Antonio y Paco y me dicen que vienen detrás, ¡coño, pues ya no regreso al bar! Decido continuar y acelero el paso. De pronto, tras una curva, la pared. A pesar de llevar todo metido me quedo clavado, tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no echar pie a tierra. Aun así, paso con relativa facilidad a Antonio y a David y en la siguiente curva los pierdo de vista. Esta umbría de las Covachas tiene apenas un kilómetro, pero con una pendiente que ronda el 16 por ciento. Cuando llego al collado recibo la bofetada de ese viento que ha estado toda la mañana jugando con nosotros al gato y al ratón. Que alivio ya es todo cuesta abajo hasta el Sabinar, lo jodido es que tienes que sujetar la bicicleta para que no se lance y romper alguna rueda, el piso esta lleno de pequeños baches y el piso muy roto.

 

Cuando llego a la puerta del Nevazo, bar donde vamos a comer, Juan y su hijo ya están guardando las bicicletas en el coche. Ángel y yo hacemos lo mismo. Pronto llegan Antonio y David. Entramos en el bar, nos pedimos unas cervezas y unos torreznos, quizá no lleguen al nivel de los de Soria, pero están muy buenos. Empezábamos a preocuparnos cuando llegan Paco y Antonio. A comer. Sobre la mesa una enorme paella de arroz y conejo, rico rico. Tras el arroz algunos nos metimos unas chuletillas de segureño entre pecho y espalda, y hasta unos trozos de queso curado de estas mismas ovejas. Tortas fritas y nueces de la zona, todo por poco más de 15 euros. ¿Que más se puede pedir?


Murcia, 9 de noviembre de 2019

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domingo, 20 de mayo de 2018

200 Millas 2018



De Lorca a Venta Ticiano

Las 200 Millas son un reto personal y como tal hay que entenderlas. No se trata de una competición, ni siquiera una prueba ciclista, es algo que solo le atañe a Mariano aunque participen algunos amigos. Leyó algo de 100, 200 o 300 millas, pruebas que se realizaban en países lejanos al nuestro y de ahí surgió la idea de plantearse anualmente un recorrido en bicicleta de kilometraje elevado (para él) y si era posible que reuniera una serie de características en cuanto a paisaje y desnivel; al principio de una jornada pero poco a poco fue cuajando la idea de ampliarlo a un par de días, pernoctacion incluida. Como he comentado esta era una idea que solo implicaba a Mariano, pero de inmediato la hizo suya Juan Bautista y los dos ha realizado todas las anteriores, ya el año pasado se unieron otros amigos como Antonio, Ariel y Ángel porque este tipo de cosas si es junto a los compañeros de fatigas, saben mucho mejor.

Se puso manos a la obra, busco recorridos que sintetizaran las propuestas anteriores en cuanto a kilometraje; que fuera superior a 300 kilómetros, acercándose a esa cifra mágica que se había planteado de 200 millas. Procuro recorridos en los que el entorno paisajístico fuera un factor importante lo que implica la mayoría de las veces desniveles elevados, y así tras varios años ha llegado a las 200 Millas de este 2018.

El recorrido, a priori, de los más duros a realizar hasta el momento, contabiliza un desnivel positivo que supera los 5.000 metros para las dos jornadas. Partirán de Lorca para por Xiquena llegar a Vélez Blanco, la Puebla de don Fadrique, Santiago de la Espada y Venta Ticiano donde acabaría la primera jornada. La segunda ira por Yeste, Letur, Socovos, Calasparra, Yechar, Ceutí y Molina para acabar en Murcia.


Son las siete y cuarto cuando los viajeros pertrechados con la indumentaria y demás aditamentos ciclistas se encuentran en el anden de la estación de ferrocarril de Murcia del Carmen junto a sus monturas, tomaran un tren que cinco minutos después los transportará hasta Lorca, lugar de comienzo de su singladura. Durante el trayecto en tren los comentarios fueron los habituales en estos casos; todos justificando su falta de entrenamiento, la mala racha en el trabajo que les había robado tiempo para montar, la falta de forma, y un conocido etc., que los ciclistas nos sabemos de memoria y a pesar de la fama que cazadores y pescadores tienen sobre la veracidad de sus afirmaciones, los ciclistas no le van a la zaga.

Ya en Lorca lo primero que hacen los viajeros no es lo que se supone en estos casos; de coger la bici y salir pitando, no, se van al Mesón Lorquino a tomar belmontes (el belmonte es un café que se toma en la zona de Murcia y adyacentes, con leche condensada y coñac) y pastas, justo lo recomendado por las guías de alimentación deportiva para la ocasión. Ya entonados comienzan su andadura, hace un día estupendo, el cielo parcialmente cubierto, incluso algo fresco. Que diferencia con el año pasado que tuvieron que soportar temperaturas saharianas ya desde el comienzo. Pasan los kilómetros y los viajeros van cada uno a lo suyo, pero en grupo. David sorprende con una cámara de vídeo de esas deportivas que le ha regalado no se sabe que empresa, pero que tiene que llevar en la mano o guardar en el bolsillo del mallot, pues en el tren una mala colocación de la bici hizo que en una curva se diera un golpe y partiera el soporte situado en el manillar.

Pasan los kilómetros, sino rápidos, por lo menos a un ritmo razonable, porque no nos engañemos, nuestros viajeros no son unos fieras del pedal, aunque alguno pueda creer lo contrario. Tampoco son unos críos y no están ni mucho menos en su peso ideal, pero eso sí, voluntad no les falta. Pasan la Fuensanta encaminándose casi en linea recta hacia las sierras del Pericay y Gigante siempre con una suave y constante pendiente positiva, pero esta sensación es algo engañosa pues la carretera girara decididamente hacia el oeste dejando estos macizos a su derecha. Casi sin darse cuenta, entre sarmentosas vides, se acercan al fantasmagórico castillo de Xiquena, construido sobre una pequeño cabezo, domina el cauce del río Corneros. Primero defendió el reino nazarí y después hizo lo propio con el castellano, siempre estuvo en tierra de frontera hasta que por cuestiones políticas lo destruyo el marqués de los Vélez. A pesar de estar declarado Bien de Interés Cultural, se encuentra bastante deteriorado alzándose solo algunos lienzos de piedra rojiza. Desde lo alto de sus adarves se tenia linea visual de las fortalezas de Tirieza, Puentes, Vélez Blanco y Vélez Rubio.


Vélez Blanco aparece algo difuminado, no se sabe muy bien si por la calima o una extraña niebla, probablemente sea esto último porque el día no esta muy caluroso, el blanco de las nubes van ganando porcentaje al azul del cielo y una brisa que no llega a ser desagradable se instala poco a poco del oeste. La carretera obliga a subir piñones para alcanzar el pueblo y el bar correspondiente, en plena plaza, casi a los pies de su bien conservado castillo. Nada de barritas y cosas de esas, no, ellos al bocadillo de jamón y a la cervecita, luego quieren progresar, piensan que tarde o temprano llegarán a ser unos ciclista “pro” así, sin sacrificarse y sin privarse de “na”. Durante el tentempié en la terraza corren las sillas, buscan el sol, se agradecen esos rayos juguetones que logran colarse entre las nubes.

Y vuelta a empezar, ahora se quejan los viajeros de la subida hacia María, como si no supieran que estaba allí y que hasta el pueblo no queda otra. Unos suben mejor, otros peor, coronan con poca diferencia, los más corpulentos como Mariano se dejan caer a buena velocidad ¡Como disfrutan algunos en cuanto la carretera pica para abajo, por poco que sea! comienzan aquí una serie de sube-baja entre pinares, estribaciones del Parque Natural de María y Los Vélez, que se les hacen llevaderos. Pronto son sustituidos por campos de labor al acercarse a Cañada de Cañepla, que superan sin detenerse. A Mariano esta carretera le trae viejos recuerdos, de cuando la recorrió en sentido contrario en un viaje con alforjas entre Hellín y Lorca, pero de eso hace ya tanto tiempo que ha quedado difuminado en su memoria. Sabe que durmió cerca del puerto del pinar, en plena naturaleza y que paro a comer en Cañada de Cañepla, que luego hizo noche en María, antes de llegar a Lorca, pero como ya he dicho hace tanto tiempo que apenas lo recuerda, ¡esta muy mayor!


Una gran llanura se extiende hasta cerca de la Puebla, hoy dominada por grandes explotaciones agrarias. Por un camino perpendicular a la carretera circulan dos camiones y un tractor intercalado entre ellos, a tal velocidad que levantan una espesa nube de polvo que el viento de poniente lleva hasta la carretera. Hacen cálculos los viajeros y tienen la seguridad que se tendrán que tragar el polvo. El primero en hacerlo ha sido Angel que va un poco adelantado, se come la del primer camión, Mariano piensa que puede librar porque el tractor ha salido al asfalto y viene hacia él, si acelera igual llega antes que el segundo camión, pero no, no lo consigue y se ve envuelto en una gran nube de polvo, por el rabillo del ojo, difuminado por la polvareda, vislumbra al camionero y tiene la sensación de que se va riendo entre dientes. Juan Bautista, Antonio y David pasan cuando ya se ha solucionado el problema.

A la Puebla de don Fadrique llegan a medio día, y como no, piensan que es buena hora para comer, restaurante y menú del día, primero, segundo, postre y hasta café, que no se diga y no quiero mencionar la cantidad de cerveza que trasegaron con la excusa de adicionarle un poquito de limonada ¡Para hidratar según ellos! Unos ciclistas como marcan los cánones habrían continuado, si acaso, comiendo alguna barrita, pero ellos no, hora y media han estado moviendo los mofletes y dándole a la sin hueso. La sorpresa vino a continuación; David se sube al coche. Porque se me ha olvidado deciros que estos ciclistas son un poco “señoritos”, llevan coche de apoyo y todo, para llevar la ropa de paisano y un poco de agua fresca, pero puedo dar fe que esta última ni probarla. Han “engañado” a su amigo Jesulen para que les haga de chófer. El tema de que David se haya subido al coche ha levantado ampollas; unos piensan que tiene mucho morro, así se ahorra las dos subidas que les quedan, las más importantes del día, otros que esta “liquidao” a pesar de que lleva dos semanas haciendo mas de quinientos kilómetros cada una, pero parece que no ha sido suficiente. En realidad es Antonio el que menos ha entrenado pero se esta portando como un campeón, ni siquiera se queja, aunque yo creo que es por ahorrar fuerzas que todo suma.

Sales de la Puebla de don Fadrique y comienzas a subir. Aquí no se puede hablar de grupo, cada uno ha comenzado andar cuando le ha dado la gana, el más tardon ha sido Mariano que ha salido probablemente un cuarto de hora más tarde. Cada uno sigue a su ritmo intentando que no se les “agarre” demasiado este puerto que sin tener rampas muy duras sube hasta los 1.600 metros. En su fuero interno, dos o tres de los cuatro que quedan, piensan que igual no lo consiguen y el problema es que ahora con David en el coche solo queda espacio para uno más. Pero uno detrás de otro, como las cuentas de un rosario, todos lo superan, el último en llegar es Mariano que un poco mosca pregunta: -¿cuanto tiempo lleváis esperando? Alguien contesta que unos cinco minutos y a Mariano le aflora una sonrisa picarona, si le llevaban quince les ha sacado diez, no esta mal. 


Las fotos de rigor, algún selfie autocomplaciente y se lanzan a una bajada algo engañosa; al principio baja un poco pero después mantiene la altura, incluso sube un poquito, hasta que de un tajo, se abre el valle del Zumeta y la carretera se lanza vertiginosa hacia el vacío. Espectaculares paisajes mil veces visto por los viajeros que no pueden sustraerse a su contemplación. Aquí es donde peor lo pasa Antonio, las bajadas no son su fuerte, se apodera de su cuerpo como un miedo irracional que lo agarrota y le impide disfrutar de la bajada. Lo contrario que le pasa ha Mariano, y si me permiten una opinión, creo que es el único lugar en el que realmente disfruta. Pero como en casa del pobre poco dura la alegría, comienza de nuevo la subida que no cejará hasta llegar a Santiago de la Espada. Y aquí pasa lo que tenia que pasar al ir cada uno a su aire. Juan Bautista, que es el serpa del grupo y ha preparado el track, indica al llegar a un cruce a la entrada del pueblo que giren a la derecha, y así lo hacen. Lo malo es que Ángel que viene electrificado, de lo que hablaré más tarde, ha subido delante y no se entera, para en la gasolinera de la entrada y se tira allí más de media hora esperando mientras los demás avanzan despreocupados hacia el cercano destino pensando que va delante.


El Zumeta sigue deparando un hermoso paisaje, bajan río y carretera encajonados en un profundo barranco, la una más alta que el otro, con lo que el recorrido no tiene desperdicio para la vista. Poco a poco van confluyendo en altura, ahora es el bosque de ribera el que depara las más espectaculares postales. Continúan río y carretera en un sinuoso abrazo, en algún punto él se esconde entre los chopos y ella, sin espacio, sube para buscarlo sobre las copas. Esto descoloca un poco a los viajeros que tienen que superar repechos del ocho por ciento casi a traición, pero como todo tiene un final, Venta Ticiano aparece como una isla entre la carretera y el río generando en los viajeros esa sensación agridulce que provoca el final del recorrido. No, no crean ustedes que se ponen hacer estiramientos para que el cuerpo asimile los 150 kilómetros y más de 2.800 metros de desnivel acumulado no, se tiran de cabeza a la barra del bar y beben una cerveza tras otra con la excusa de una “correcta” hidratación, además les ponen una tapita con cada una, lo que puede ser su perdición. Hidratados y duchados salen a dar un paseo y hacer tiempo para la cena, apenas habían andado un centenar de metros una señora; entrada en años, delantal blanco y autoritaria voz, se dirigió a ellos:

-¡Eh! ustedes a donde van. Vengan para acá.

Los viajeros acogotados y obedientes dan media vuelta y se dirigen hacia ella.

-Que quieren cenar. Les pregunta a bocajarro.

Apenas con un hilillo de voz alguno se atreve a decir que algo de pasta, otro que sopa de fideos.

-Lo que ustedes quieran, bueno sopa de fideos y dejo zanjada la cuestión del primero.

Los viajeros prevenidos y viendo como se ponían las cosas pidieron casi al unísono carne a la brasa. Carne de cordero a la brasa, concretaron.

-Si quieren les puedo poner también pescado u otra cosa, ya les digo que lo que ustedes quieran. Volvió a repetir con autoridad y se fue para la cocina.


Los viajeros ya no dieron más vueltas y se fueron directamente al comedor sentándose pacientes a esperar la cena, cerveza va y cerveza viene. La sopa se la trajeron en bonitas cazuelas individuales de porcelana blanca y estaba rica. La carne, en bandejas y abundante, junto a unas ensaladas con verduras tiernas y jugosas. Los postres bailaron del arroz con leche al pan de calatrava y de las natillas a las frutas. No se privaron del café y hasta de algún chupito. Y con esto pensaron que estaba bien y se fueron a la cama, no sin antes apalabrar la hora del desayuno.

De Venta Ticiano a Murcia

Amanece el día algo menos fresco que el anterior, con un sol radiante que desmiente la posible amenaza de lluvia para la tarde anunciada en televisión. También la tarde anterior sufrieron la misma predicción pero que no llego a materializarse a pesar de que las nubes era cada vez más y su vientre más negro. Para desayunar fruta y tostadas de pan de pueblo; con aceite, con mantequilla y mermelada, y los viajeros se comieron unas cuantas. Supongo que al personal del establecimiento les saldrá a cuenta; pues por lo que comieron y bebieron, cama incluida, pagaron lo estipulado de antemano, cuarenta y dos euros por cabeza.


Siguen los viajeros durante cuatro kilómetros al Zumeta hasta que entrega sus aguas al Segura. Después siguen a este hasta que se sumerge en el embalse de la Fuensanta. Ahora a los viajeros les tocan seis kilómetros al seis por ciento de subida hasta Yeste, los que se han puesto manga larga ante el fresco de la mañana no tardan en quitársela. En este pueblo no se detienen, pararon cuando bajaron el Segura e hicieron noche en él (https://achobike.blogspot.com.es/2015/07/el-rio-segura-catorce-anos-despues.html). Continúan para dejarse caer por la preciosa carretera de Letur que les llevará a encontrarse de nuevo con el Segura en pleno pantano de la Fuensanta. Lo atraviesan por un moderno puente, de la Vicaría se llama, para dirigirse decididamente en dirección este. Campos de labor cuajados de amapolas escoltan su paso. Aislados caseríos, agrupados unos junto a otros sin llegar a conseguir su intimo deseo de ser pueblo. La carretera sube y baja sin descanso la mayor parte de las veces entre almendros, otras entre verdes pinos hasta acercarse a Letur. Mariano descubre un viejo conocido; el Canal del Taibilla (https://achobike.blogspot.com.es/2014/11/el-canal-del-taibilla-un-viaje-en.html) que los escoltará con sutileza hasta Socovos.


Entran a Letur, “…pueblo fresco y deleitable, alegre y de mucho agua y frescuras, de yedras y vidarras y zarzas y otros muchos que no son de fruto…” como lo describen las relaciones topográficas de Felipe II. Pero los viajeros no se entretienen en eso y andan discutiendo si toman o no una cerveza y su correspondiente compaña. Después de un tira y afloja deciden continuar; tienen miedo de lo que aún les queda, más por el kilometraje que por el desnivel. Continúan hacia Socovos, a algunos da la sensación de que el recorrido se les empieza a pegar. El santiaguista Socovos también se lo saltan, han hablado de comer en Calasparra, pero eso sería muy tarde por lo que han acordado hacerlo en Tazona a mejor hora y más cerca. Se detienen en el bar que les queda según van a mano derecha, tiene una terraza que va ni que pintada para la ocasión, estarán fresquitos y tendrán controladas las bicicletas. Ángel descubre un enchufe que le viene al pelo, preguntan si tiene corriente y la tiene. Lleva una bicicleta eléctrica, una Orbea Gain que le aguanta muy bien el largo recorrido, claro que él la lleva desconectada siempre que el porcentaje no sea positivo, así hizo ayer los 150 kilómetros con un desnivel que supero los 2.800 metros. Tenía miedo para la etapa de hoy que superará los 180 kilómetros aunque sea por poco y estar cargándola ahora le da mayor tranquilidad, sabe que le dará tiempo a una buena carga porque estos viajeros no son de comida rápida. Y tanto, empezaron con entrantes y terminaron con solomillo y entrecot, tampoco despreciaron los postres y el café. Creo que ustedes ya empiezan a conocerlos.


Ahora la carretera pica para abajo, Mariano aprovecha su peso y corpulencia para poner un buen ritmo, mira para atrás y no ve a nadie, le da igual ya le cogerán en las subidas. La tendencia se mantiene igual hasta poco antes de Calasparra en la que toca subir algún piñón. Los Campos del Cagitán, que en algunos mapas se llaman Llanos, no lo son tanto. La carretera traza en esta zona una linea recta llena de ondulaciones, suaves, pero muchas llegan al seis y al ocho por ciento, y lo malo es que se repiten una detrás de otra sin descanso y acumulando siempre algunos metros más de altura. Los viajeros por esta zona van ya un poco a su aire; Juan Bautista, tira y tira incansable por delante, Mariano dice que se parece al conejito de Duracell, porque sigue y sigue…, por detrás va ángel con su eléctrica y después Mariano arrastrándose en cada subida. Antonio y David están bastante más atrás. Mariano, con su despiste habitual, equivoca la carretera y se va dirección a Cieza, es una larga recta y no ve a nadie, sabe que tiene que haber una carretera hacia la derecha pero no sabe a que altura. Se detiene y llama a Juan. Efectivamente le confirman que lo han visto equivocarse, pero que no hay problema, que pronto encontrará la misma carretera que ellos tomarán en el cruce siguiente, que siga por ella y ya se verán, que los kilómetros son casi los mismos. Juan Bautista espera a Mariano en el cruce y juntos suben las cuestas de Fuente Caputa, paran en el alto, comen una barrita y para su sorpresa llegan subidos en el coche Antonio y David. Ángel, que ya ha coronado, les esperará abajo. A partir de aquí todo es más fácil; vertiginosa bajada hasta Yechar, ligera subida hasta el cruce de Ceutí y bajada hasta la población.

Juan Bautista, Ángel y Mariano, los tres sobrevivientes, cruzan hacia Lorquí y siguiendo el segura pasan Molina. Van contentos, saben que el reto lo tienen superado, hasta se permiten el lujo de imponer un fuerte ritmo ante la protestas de Ángel porque su bici corta a los 25 km/h, incluso esprintan juguetones en las pequeñas subidas antes de Javalí Viejo. Ya sienten cerca el final, se introducen por la carretera de La Ñora y el Malecón. Ven la torre de la Catedral, ya están en casa. Han superado las 200 millas un año más, unos en mejores condiciones que otros, pero todos con la ilusión intacta pensando ya en las del próximo año.

En Murcia 6 de mayo de 2018.

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miércoles, 19 de octubre de 2016

Sierras de Moratalla light

Estamos inmersos en plena bajada, las orejas rojas, gélidas, doloridas, decididamente no estamos acostumbrados a estas temperaturas; hemos pasado de los doce grados de Murcia a las siete y media de la mañana, a los dos del Sabinar una hora después, se nota que estamos en tierras albaceteñas. Bajamos hacia el Nerpio, en realidad hacia el embalse que forma el incipiente Taibilla, hacia el camino del Canal. Hoy nos proponemos realizar una ruta que en algún aspecto se parece a la Cicloturista Sierras de Moratalla, pero mucho más descafeinada que la original. Primero será más corta, unos 90 kilómetros y con menos desnivel y por supuesto con una media mucho más "humana", más acorde con nuestras características de "maduritos fondones". Pero que nadie se llame a engaño, la vieja carretera de Vizcable, creada para la construcción del Canal del Taibilla, nos pondrá a prueba con sus constantes desniveles que nos van a preparar para el verdadero reto; que no es otro que superar el puerto de Benizar, con algunas rampas, sobretodo al inicio, que superan el 16%.



Nos hemos introducido por el estrecho desfiladero que el Taibilla labrado en corazón de la roca caliza. Allá abajo, corre encajado entre peñascos verticales, custodiado, por chopos y olmos equilibristas. Seis "inconscientes" amigos estamos pedaleando por la fresca umbría, ¡como echamos de menos en momentos como estos a nuestra templada tierra!, y algún valiente hasta ha venido de corto; pero la mayoría vamos embutidos en nuestros chubasqueros como los esquimales en sus pieles; la nariz roja y húmeda. No será hasta el medio día que la temperatura alcance unos confortables doce grados. El viejo camino del Canal, esta falto de mantenimiento, el asfalto descarnado no invita a demasiadas alegrías en las numerosas bajadas que los constantes desniveles proporcionan en su afán de ceñirse fielmente a la orografía de las sierras.



El paisaje se abre tímidamente y son ahora minimalistas huertas las que ciñen al joven Taibilla. En una curva a derechas descubrimos, casi por sorpresa, la torre islámica Vizcable. Una de las fortificaciones que junto a las de Taibilla, Yetas, Xutia y Turrilla formaban el sistema de atalayas del castillo musulmán de Yeste, que posteriormente siguió utilizando la encomienda Santiaguista. Bajo ella David se hace un "selfie". El camino del Canal sigue con sus constantes subidas y bajadas, se ciñe mimético a la sierra del Tobar, lo que hace ameno su pedalear, pero implica un constante desgaste que apenas notamos, pero que se hará patente con el paso de los kilómetros. Letur nos recibe con anuncios de quesos artesanos, lo que despierta en mi las ganas de hacer un alto; pincho de tortilla incluido, al que casi nadie hace caso preocupados por "no perder el ritmo" ante la subida del Benizar. Como no tengo "ritmo" paro en un viejo conocido; el Mesón el Labrador, y me hago con un enorme pincho de tortilla. "Intimidado" por lo del ritmo, me abstengo de la cerveza que es lo que realmente me apetecía y la cambio por coca cola, por aquello del azúcar, pero no es igual y al final voy a andar lo mismo. Antonio y Juan Bautista se han quedado a esperarme en la terraza, por lo que troceo el pincho y se lo ofrezco junto a unas rebanadas de pan. Visto y no visto, lo devoramos en armonía y concordia.



Continuamos hacia Socovos, con la misma tendencia de subidas y bajadas, pero con mejor firme. Ya en Socovos, buscamos por nuestra derecha una bonita carreterilla que sigue, entre pinos, el arroyo de Benizar hasta la población de La Tercia, comienzo del "temible" puerto que desconozco. Y la verdad que al principio hace honor a esa fama suya; las primeras rampas de las estribaciones de la sierra de la Muela, hacen apretar de firme los riñones, Juan me dirá después que las rampas superaban el 16 por ciento, porque desde que comenzó el puerto yo ya no le vi. Los cinco restantes, Jesulen, Antonio, Ángel, David y yo por ese orden, nos arrastrábamos, rezando para no tener que echar pie a tierra. Suavizan un poco, con lo que Antonio y Jesulen toman unos metros sobre Ángel, mientras David y yo nos quedamos más retrasados. Con un par de kilómetros de puerto empiezo a sentirme mejor y poco a poco voy dejando a David y acercándome a Ángel, al que superó hacia la mitad de la subida. Jesulen y Antonio, están solo a dos curvas más adelante pero me costará todo lo que queda de puerto para alcanzarlos, no los supero hasta las últimas rampas en las que Antonio decide esperar a David y Jesulen se descuelga poco a poco.



Prácticamente superado el puerto aún nos quedan dos rampas para coronar, que a traición, nos pondrán de nuevo a prueba, la última junto al cortijo de Las Lórigas. Que ganas dieron de quedarme junto a una barbacoa repleta de longaniza. Fue como un bofetón para mi cerebro concentrado en el esfuerzo de superar el puerto. Y para mi estomago por que era ya buena hora para comer. Con sacrificio y vergüenza torera decline probarla, cuando con amabilidad me ofrecieron un buen trozo, sostenido en una generosa rebanada de pan . A partir de aquí todo es favorable, solo nos sorprenderán pequeños repechos que superaremos casi con la inercia. Pedaleo a plato con la mente puesta en la cerveza bien fría que me voy a tomar cuando llegue y en la longaniza de Las Lórigas. Intento ver a Juan Bautista por delante en alguna de las largas rectas que nos depara la carretera, pero ni rastro. Después me enteré que llegó medía hora antes que yo y Jesulen, que me ha alcanzado durante la bajada. Casi lo que le hemos sacado nosotros a David y Antonio, je, je, exagerar no está prohibido.



La última parte de la ruta ha sido en el restaurante El Cortijo, mientras esperábamos el arroz hemos dado cuenta de un rabo de cerdo como lo ponen por estas tierras; frito, frito. El queso y el jamón, también nos dieron grata compañía mientras duraron; y por supuesto nos hemos hidratado convenientemente. El arroz; de conejo con serranas, estaba rico y meloso, del que no hemos dejado ni un grano, unos postres y los cafés han sido el colofón a esta magnífica jornada de amistad, pedaleo del bueno y paisajes inolvidables.   


Mariano Vicente, 15 de octubre de 2016

sábado, 18 de julio de 2015

El Río Segura catorce años después; a modo de resumen



El recorrido realizado; totalmente ciclable, ha sido duro, muy duro, no por el perfil o el terreno, sino por el calor. Hemos soportado temperaturas superiores a los 48º y que ya desde primeras horas se dejaba notar. Solo tuvimos problemas con el agua en un par de ocasiones, principalmente por ser lunes y estar casi todo cerrado. La primera, una vez pasada la fuente de los Cuatro Caños, dos o tres sitios que encontramos estaban cerrados. Hubiera sido sencillo desviarnos hasta La Graya, pero no lo hicimos. La segunda en Salmerón, todo cerrado, en una casa particular preguntamos por el bar y al estar cerrado o no haber, no estoy seguro, nos ofrecieron agua.

Hemos circulado tanto por asfalto como por caminos de tierra, estos últimos en general en buen estado, con algún tramo roto pasado el cortijo del Almired. También en esta zona una finca ha desviado el camino a su alrededor, junto a una valla y la siguiente creo que el Cortijo del Rincón Grande, lo ha cortado directamente, con un caballón de tierra y a continuación una pequeña valla. Labrado y transformado en una moderna plantación de olivos, no sabemos cuál puede ser la mejor alternativa. El resto del recorrido no ofrece dificultad alguna, ni de piso ni de orientación.

A la altura del Hondón, -Pasado el embalse del Cenajo- hay que abandonar la margen derecha del río Segura y subir al collado entre las sierras de Cubillas y de Pajares. Se nos presentan dos opciones; una avanzar hacia la sierra de Pajares y bajar de nuevo al río, para cruzarlo por un pequeño puente de cemento hacia El Maeso y las Minas. Otra bajar hacia Salmerón por la Cañada de Mobarque. Solo en invierno, cuando el río baja con el caudal ecológico se puede cruzar por un vado, en el azud del que parten las acequias del Maeso y Minas.

Pasado Calasparra podemos tomar la margen izquierda hacia Cieza o subir, como hicimos nosotros, por la solana de la Sierra del Molino y el pantano de Alfonso XIII.

A lo largo del recorrido existen multitud de establecimientos de hostelería, tanto en las poblaciones por la que pasamos, como en otros lugares del camino. Por lo que no hallaremos grandes dificultades para comer, avituallarnos o dormir si nos apetece. Nosotros pernoctamos en Yeste, Calasparra y Murcia.

Antonio ha realizado el recorrido con una bici eléctrica. Ha transformado su specialized epic a eléctrica, ha sustituido su rueda trasera por otra con motor. Un par de baterías aseguran una autonomía suficiente para el recorrido diario. En realidad con una ha resultado suficiente para la jornada. El contratiempo más importante; un pinchazo.

Algunos datos:

Integrantes:

Matías Martín Gil
Antonio Máximo
Jesús Torrecillas
Mariano Vicente

Kilómetros totales: 286
Desnivel+: 4.686 metros
Desnivel-: 6.051 metros
Media: 13 Km/h.
Altura máxima: 1.608 metros
Altura mínima: 44 metros

Yeste:
Hotel Yeste 967 431 184 (Yeste)
Calasparra:
Camping Los Viveros (Piscina) 968 73  58  89/ 657  94  17  50 (Calasparra)
El Cañar:
Poyo del Cañar –Socovos (Albacete)
902 006 389 / 292 551 257

martes, 14 de julio de 2015

El Río Segura catorce años después. Segunda jornada Yeste-Calasparra



Se destiñe el negro de la noche agrisando la atmósfera por levante. Durante el desayuno contemplamos el encierro pamplonica; 37 años ya que no corro ninguno, decididamente me estoy haciendo mayor. El negro asfalto nos engulle, porcentajes del 10% nos sitúan en el puente de La Vicaría sobre el embalse de la Fuensanta. Las Casas; mínimo caserío con fuente, restaurante y lavadero. Agosta el cereal rubio y brillante, partido en dos por la línea gris de la carretera.

Letur aparece tras un altozano, buen sitio para almorzar. Más el calor y Letur empeñado en que no lo abandonemos sin sufrimiento. Socovos nos recibe con los brazos abiertos, tanto que no querrá dejarnos marchar. Más calor. El grupo; sofocado, se parte. La mitad ira por carretera hasta Calasparra; la otra, seguirá el camino previsto por el pantano del Cenajo.

Se desliza la carretera entre adelfas en flor; blancas, rojizas, róseas, amarillentas. En el Cañar; un camping y en su interior un bar, y en el bar aire acondicionado. Cerveza, jamón, queso... En una mesa contigua unas señoras, que lo son, además, de unos compañeros de "La Cabra", el mundo es un pañuelo.



Las nubes; huidas. El cielo como de plomo. Voló de pronto una perdiz aleteando un aire denso, caliente, que dolía respirarlo. Unas abejas se posan sobre unas matas. Reverbera el adobe del pardo cortijo del Almirez. Seguimos. Descansamos bajo un enorme pino. Los párpados como de sueño, el horizonte de un azul pesado, metálico. Continuamos con esfuerzo, sudor que empapa el camino roto. Una alambrada acota el camino y nuestra libertad en una tierra parda. Otra, que saltamos. Corren asustadas las perdices entre olivos grises. Una carretera nos devuelve a la civilización, a la presa, al hotel Cenajo, al aire acondicionado, al granizado de limón.

A los pies de la presa, la orilla nos devuelve el verde fresco y el volar de los pájaros, la humedad del río y un pedalear calmo, casi contemplativo, encajonado entre altos farallones dorados por el atardecer. No podemos seguir, solo se puede cruzar el río con el caudal ecológico del invierno. No queda más remedio que abandonar el ribazo y trepar la sierra de Cubillas. Se nos presentan dos opciones, bajar un poco más adelante, de nuevo al río, cruzar por un pequeño puente y seguir por la margen izquierda hasta las Minas; o bien dejarnos caer barranco abajo hasta Salmerón. Optamos por esta última.



Muchos kilómetros y demasiadas horas ya bajo este calor africano. Alivio, cuando al camino lo convierten en túnel los álamos blancos. Tijeretean las golondrinas entre las altas copas de los chopos que pueblan la orilla, en formación casi militar, en esta margen derecha del Segura. Antonio, nuestro E-Máximo, cambia la batería de su Epic transformada al albur de los tiempos. La raya del ocaso colorea violáceos las crestas de los montes. Pinchamos y para colmo la rueda trasera; la del motor. Antonio se niega a reparar. Daremos aire cada pocos kilómetros, esperando que haga efecto el líquido sellador.

La estación de Calasparra aparece entre dos luces, blanquean junto al río los arrozales y los murciélagos anuncian las estrellas, que tímidas, comienzan a pintar el cielo. Ya de noche buscamos el amparo del camping. El bocadillo bajo la Osa Mayor sabe a gloría.

Camping de Los Viveros, Calasparra, 7 de julio de 2015


lunes, 24 de noviembre de 2014

Canal del Taibilla. Recorrido completo del ramal principal



El track se ajusta, donde ello ha sido posible, con bastante fidelidad al trazado del canal, con algunas salvedades:
- El canal se adapta a la difícil orografía del terreno; para salvarlo, utiliza numerosos túneles y viaductos, que nosotros solventaremos de la mejor forma posible.
- Siempre que ha sido posible se ha utilizado el propio camino de servicio, con la salvedad de unos kilómetros antes de Casas Nuevas, que por error, el track se va hacia la izquierda cuando debería hacerlo hacia la derecha por el GR-252.
- Entre Cehegín y Bullas se ha utilizado la Vía Verde del Noroeste. Recorrido totalmente ciclable sin demasiadas dificultades, salvo las propias de la orografía. El camino de servicio presenta en numerosos tramos un piso bastante incomodo con piedra suelta y en algunos puntos como las sierras de la Muela y Espuña, fuertes pendientes. 

Hay suficientes poblaciones a lo largo del recorrido. El tramo más solitario se presenta entre Socovos y Moratalla –Sierra de la Muela y Los Cerezos-. 

Cualquier tipo de bicicleta puede ser apta para realizar el recorrido, con la excepción de las puras de carretera. Muy recomendable la utilización de bicicleta de montaña.
- Dos bicicletas se han utilizado en el recorrido; una vieja compañera del viajero, la Cannondale F 500 con suspensión delantera (Fatty) y alforjas, los dos primeros días. Cannondale Russ de doble suspensión para las jornadas 3 y 4. 

En este recorrido realizado en cuatro días se ha pernoctado el primer día en Letur (Hostal Rural Letur 687 70 57 13), y las otras dos noches en su domicilio. Para lo que se utilizo autobuses (Líneas Costa Cálida Teléfono: 968 298 927) entre Cehegín, Murcia y viceversa para el segundo día. El tercer día el ferrocarril de cercanías entre Totana y Murcia. Tanto autobuses como cercanías tienen una frecuencia aproximada de uno cada hora, entre la 7 y las 22 horas.

martes, 18 de noviembre de 2014

El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Cuarto día de viaje: Totana-Cartagena





En la calle hacía algo de fresco, pero en el tren se está muy bien. Durante el trayecto duda el viajero que será lo más conveniente, desayunar en Totana o hacerlo en El Paretón -pequeña población a 17 kilómetros de Totana y en la que conoce un par de establecimientos-. Se le eriza el vello al bajarse al andén, no hace frío pero la diferencia con el tren se nota, de todas maneras se le pasa nada más comenzar a pedalear. Desde la ventanilla ha visto a su compañero junto a las vías; las cruza para continuar a su lado, entre lechugas, brocoli y algún olivo, hasta el Guadalentín. Aquí al viajero no le queda más remedio que buscarse la vida, pues su compañero vuela entubado sobre él, lo hace por el propio cauce hasta una carreterilla que se encuentra a un centenar de metros a su derecha. Continua por ella, va paralela al canal guardando la distancia. A ratos lo ve y otros desaparece, pero él sabe que está ahí.



Hasta El Paretón sigue la carreterilla ahora convertida en vereda de ganados, la que une Lorca y Cartagena. Nada más entrar en la población se dirige al bar; bocadillo de tortilla de patatas y magra con tomate desayuna el viajero, cerveza y café, quizá no se lo más adecuado pero a él le gusta. Repuesto busca la calle de la Fragua que lo llevará al cementerio y a la que quizá, algún día, llegue a ser la Vía Verde del Campo de Cartagena. 



De pronto se lo encuentra; ahí está, olvidado y abandonado, con las entrañas pudriéndose al sol. Mudo testigo de la desidia de un pueblo -el español-, cafre y analfabeto. Ciudadanos y políticos -dignos representantes de su pueblo-, dejan perderse elementos insustituibles de nuestra cultura, de nuestras tradiciones. Pero él aún se mantiene en pie, orgulloso de su pasado; digno a pesar de haber perdido la techumbre y que las aspas yazcan desmanteladas a sus pies. Su otrora potente maquinaria, que molió el trigo para calmar el hambre de tantos hombres, se pudre lentamente a merced de los elementos. Sí ahí está, esperando el milagro que lo salve del destino al que esta inexorablemente abocado.


Entre estas y otras disquisiciones llega el viajero a la antigua plataforma ferroviaria y recuerda cuando le llamo Carmen Aycart, antes y ahora, presidenta de la Fundación de las Ferrocarriles Españoles dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, a mediados de los años 90, para preguntarle sobre el estado de esta infraestructura y del ramal de la Pinilla a Mazarrón. En inmejorables condiciones, le contesto. Salvo algunos almendros plantados por los agricultores en plena plataforma, y una fábrica de plásticos en plena construcción, por lo demás está bien. Vino, comprobaron lo expuesto y elevaron la propuesta de convertirla en vía verde al ministerio, comunidad autónoma y ayuntamientos. Después de 20 años todo esta... mucho peor. ¡País!


Demasiado tiempo ha pasado y el viajero pedalea por esta plataforma con cierta tristeza por lo que pudo haber sido y no fue, pero como es de natural optimista no pierde la esperanza. Los conejos también se han empeñado en contribuir, a su manera, en destrozar esta antigua infraestructura ferroviaria, en algunos puntos tan horadada, que hay que extremar la precaución para no caer en sus agujeros. Igual pasa con las trincheras, innumerable galerías las socavan hasta su derrumbe. Al final de una de estas trincheras, junto a la carretera E-11 de La Carrasca, gira el viajero a la izquierda siguiendo la Vereda de Venta seca para reencontrarse con su compañero, aunque por poco tiempo, la finca de los Cánovas se lo impide. Las fincas de vallan, se cierran, no importa si se incumplen leyes y costumbres, sus dueños hacen alarde de su talante y sensibilidad, demuestran así a todo el mundo que la finca es suya, mientras quienes tienen que velar por la legalidad, se pliegan ante los hechos consumados o miran para otro lado.


Rodea el viajero vallas y cadenas hasta volver a encontrarse con su viejo amigo; lo seguirá, de aquí en adelante, bien a su lado, bien sobre él. Se suceden los cultivos y algunos pueblos a los que no entran, lo que hace que el trayecto se transforme en solitario. Pedalea el viajero sobre el lomo del canal, y tras cruzar una rambla, se da de bruces con la valla de la autopista Cartagena-Vera. Afortunadamente hay un puente a su izquierda.


Domina el paisaje el esparto acompañado por algunos almendros escuálidos. El camino, ahora, es aún más solitario. Se vislumbra un caserío desperdigado en lontananza, unos perros ladran. Las casas y el terreno se confunden; ocres los campos, ocres los tejados, ocres las paredes, ocres los perros. No hay nadie; las casas, cerradas, parecen vacías. Y sin embargo, cientos de ojos lo observan. Inmóviles, siguen su paso en silencio, solo algún valido les delata. Al viajero le queda poca agua y busca a un ser humano que se la dé, pero no lo consigue. 


Continua y llega a los Puertos, lugar más civilizado y que conoce el viajero; Perín está  cerca y decide seguir su camino. Llega al pueblo y se detiene junto a la ermita, mira la hora y piensa que es buen momento para comer y el centro social un buen lugar. No se equivoca, entra la bicicleta hasta el patio interior y se acerca a la barra. En un extremo un parroquiano, palillo en mano, se entretiene en mondar sus diente uno a uno con empeño. Detrás un hombre de aspecto afable parece ser el camarero.

-Buenos días. ¿Para comer?
-De lo que ve usted aquí.

El viajero mira y ve, entre otras cosas, una apetitosa sangre frita con cebolla y piñones. Se la pide. Y también una cerveza bien fría y unas olivas. Continua con unos calamares a la romana sabrosísimos y un bonito en escabeche para chuparse los dedos; el postre un rico flan de piña. Termina el viajero con un café y un vasito de orujo de hierbas para ayudar en la digestión. Descubre que la artífice de de tales manjares es la señora del camarero, a la que ruega que felicite encarecidamente.


Sale de la diputación cartagenera para reencontrarse con su compañero, encarnado en un magnifico acueducto que salva la rambla. Sigue hacia La Corona y cruza la carretera de Isla Plana, incorporándose a la colada del Cedacero que discurre hermanada con el canal. Atraviesa alguna rambla entre pitas y baladres antes de llegar a Canteras, junto al antiguo depósito de aguas de los Ingleses, anterior a la llegada del canal. Sabe que su recorrido llega a su fin, en Tentegorra están los grandes depósitos del canal que proveen de agua a Cartagena. Al viajero poco más le resta por hacer, salvo buscar la estación de ferrocarril y un tren que le lleve a su casa y terminar así esta aventura que le ha hermanado con esta magnífica obra que es el Canal del Taibilla.
Mariano Vicente, noviembre de 2014.