sábado, 9 de noviembre de 2019

Por la Fuente de la Sabina



Hoy yo no tenía que estar aquí, lo previsto era estar en Ontígola con los amigos retrociclistas, pero la cadena de mando, es la cadena de mando y la jerarquía se impone. Pero vamos a lo que importa, es frustrante que cada aparato te de una medición distinta y no es que varíen un poco, no, es que lo hacen de forma desconsiderada. El Strava me da 1800 mt. de desnivel positivo, mientras que el GPS lo deja en poco más de 1400 mt., el Wikiloc se va a los 1620. Se trata de una ruta que cambia un par de veces entre la provincia de Murcia y la de Albacete, de unos 75 km y un “pequeño” puerto final de más de 20 km todo por carretera. Pero donde sufriremos será en él último, nos esperan fuertes rampas antes de coronar el collado de Letur. Pero comencemos por el principio. A las siete de la mañana nos ponemos en marcha desde la capital, nuestro destino es el Sabinar, en el Campo de San Juan. Es una pedanía de Moratalla y debe su nombre a los extensos sabinares adehesados, los más meridionales de sabina albar (Juniperus thurifera) de España. Esta situado a 1200 metros sobre el nivel del mar siendo uno de los núcleos más elevados de toda la Comunidad Autónoma. Aunque desde la prehistoria los abrigos rocosos cercanos a la población estuvieron habitados, lo demuestran las pinturas rupestres de trazos esquemáticos en color rojo encontradas en ellas, no es hasta el siglo XV bajo la orden de Santiago, cuando aparecen las primeras referencias escritas, aunque es de suponer que ya estaría habitada bajo del dominio musulmán.


Comenzamos a pedalear bajo el porche de la ermita de San Bartolomé en dirección al Nerpio. El pueblo, esta situado en la estribación noroeste del hermoso valle de San Juan. Nada más salir comenzamos un descenso que nos hace tiritar, por el frío y por el viento helado que nos da de cara. El termómetro apenas supera los cero grados. Tiriton arriba, tiriton abajo llegamos a las casas del pantano, situadas a más altura que la presa construida en la cerrada que forman las lomas del Alboche (al Este) y del Espolón (al Oeste) en la sierra del Zacatín. Lo más interesante de este pantano construido para asegurar el abastecimiento del canal del Taibilla, es su característico aliviadero. La ciudad de Cartagena nació con sed, parece ser que en época fenicia la calmaban con barcos aljibe provenientes de la desembocadura del Segura. Se estudian aportaciones de los ríos Castril y Guardal en Granada, y hasta del Mundo en Albacete, decantándose finalmente por otro afluente del segura; el Taibilla. Sus principales valedores serán el almirante Francisco Bastarreche y Diaz de Bulnes, a la sazón Capitán del Departamento Marítimo de Cartagena y el Ingeniero Jefe de Obras de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, creada a tal efecto el 4 de octubre de 1927. En 1939 son 30 los los municipios que la integran y en 1932 comienzan las obras de este canal que alcanzará una longitud superior a los 200 kilómetros, convirtiéndose en el canal cubierto más largo de Europa.


La verdadera presa de toma del canal, se encuentra 6 kilómetros aguas abajo. Nos dirigimos a hacia ella por una carreterilla denominada de la Dehesa, construida a la sazón para la construcción del canal. Entramos en una serie de toboganes, algunos de longitud considerable y porcentajes serios, que nos van quitando el frío. El viento, que nos habían anunciado duro y frío del noroeste, no nos esta afectando demasiado, quizá porque el valle se abre perpendicular a él. Avanzamos entre calizas y pinares cogiendo altura sobre el río que se esconde tímido entre rocas y chopos. El otoño ha hecho su trabajo pintando el bosque con su amplia gama de ocres. El grupo se estira; en cabeza andan Juan Bautista y su hijo, con diferencia los más fuertes. A continuación lo hacemos Ángel, Antonio Cervantes, David y yo. Cerrando el grupo los dos “eléctricos” Antonio Máximo y Paco Bombas.


Entrando bajo la vigilancia del torreón de Vizcable, David pincha. En pocos minutos reparamos y aprovecho para probar la bomba que compré hace apenas unos días. En esta bicicleta, todo carbono ella, llevaba una bomba de esas miniatura, peso pluma y alta tecnología. No la utilizo en varios años y cuando la necesito; no funciona. Es de una marca de Estados Unidos y para nada barata, garantía de por vida dicen. Tienen el distribuidor en Elche. Les llamo. Solo te atienden a través de un comercio. Sin factura no hay nada que hacer. Y yo me pregunto, si tienen garantía de por vida para que necesitan la factura, ¿piensan que la he robado? Avanzamos junto al canal que caprichoso, en algunos tramos va a nuestra derecha y en otros lo hace a nuestra izquierda, unas veces sobre nosotros y otras debajo. Una cabra cruza frente a nosotros, rápida e indiferente, desaparece monte arriba. Poco más adelante lo hace un rebeco. Nuestro recorrido coincide ahora con el GR-68. Casi sin darnos cuenta llegamos a la vista de las Casas y las Casicas, que algunos llaman del collado, aunque estas son otras, que pierden el nombre y se quedan solo con El Collado.


Aquí tomamos la carretera que nos llevará a Letur. Paramos en un pequeño puente, junto a la fuente de la Herrada. Agua potable, prohibido el baño reza un cartel. Tomamos unas barritas, porque el grupo, amotinados parte de sus integrantes, decide no parar a tomar algo en Letur. En el cruce de la carretera del Sabinar nos agrupamos de nuevo. Visto el fracaso para parar en Letur, propongo hacerlo en la Fuente de la Sabina. Serán 20 kilómetros de constante subida, creo que nos habremos merecido un alto en el camino, una cerveza bien fría y algo más gustoso que una barrita. Me han dicho que si, pero creo que ha sido más para conformarme que por convicción. Comenzamos la subida y como siempre pone a cada uno en su sitio. Primeros Juan Bautista y su hijo, les seguimos a corta distancia Ángel y yo. Más atrás Antonio Cervantes y David. Cerrando el grupo, Máximo y Paco. Paro para hacer unas fotos y Ángel me saca unos metros que poco a poco ira ampliando gracias al motor de su Orbea Gain, es nuestro tercer hombre eléctrico.


Llego a la Fuente de la Sabina y me encuentro un espectáculo inesperado; Juan y su hijo, sentados sobre un murete de hormigón. Ángel esta a su lado y tiene en la mano un vaso con algo color naranja; es una Fanta, me dice. Los otros están a “palo seco”. Pregunto si entramos dentro o nos sentamos en la terraza. Y contra todo pronóstico me dicen que no, que mejor cuando lleguemos al Sabinar. Me estoy haciendo mayor o empiezo a no entender al personal. Entro en el local y me quedo sorprendido. El comedor pequeñito, esta montado con largas mesas corridas con capacidad para cerca de 80 personas. Hay algún evento, pregunto sorprendido. No, me responde la muchacha, es lo normal los fines de semana. Miro hacia el rincón bajo el mostrador y veo a un par de individuos con varios platos repletos de cabezas de gambas, conchas de navajas y restos de otros mariscos. Un poco desorientado, y sin amigos que me acompañen, termino pidiéndome una Coca-cola y salgo a la calle preguntándome como es posible que en una diminuta pedanía; media docena de casas mal contadas, perdida en medio del monte, pueda venir a comer tanta gente. Ángel se va y poco después lo hacen Juan y su hijo. “Pego la hebra” con un señor que estaba en la puerta; solitario, como esperando algo. Entro en contacto y le pregunto que hace aquí. He venido a comer, me dice. ¿Se come bien? No lo sé, no he venido nunca, espero a unos amigos, somos 30 que hemos quedado a comer, me han mandado la ubicación y aquí estoy. Voy de sorpresa en sorpresa, síntoma inequívoco de que me estoy haciendo mayor.


Miro hacia la carretera que se encuentra a un centenar de metros del bar y veo pasar dos bultos; uno rojo delate, que debe de ser David y detrás otro azul, que debe ser Cervantes, supongo que los eléctricos van delante. ¡Joder y ni siquiera han tenido intención de detenerse! Reanudo la marcha y llegar hasta ellos, les pregunto por Antonio y Paco y me dicen que vienen detrás, ¡coño, pues ya no regreso al bar! Decido continuar y acelero el paso. De pronto, tras una curva, la pared. A pesar de llevar todo metido me quedo clavado, tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no echar pie a tierra. Aun así, paso con relativa facilidad a Antonio y a David y en la siguiente curva los pierdo de vista. Esta umbría de las Covachas tiene apenas un kilómetro, pero con una pendiente que ronda el 16 por ciento. Cuando llego al collado recibo la bofetada de ese viento que ha estado toda la mañana jugando con nosotros al gato y al ratón. Que alivio ya es todo cuesta abajo hasta el Sabinar, lo jodido es que tienes que sujetar la bicicleta para que no se lance y romper alguna rueda, el piso esta lleno de pequeños baches y el piso muy roto.

 

Cuando llego a la puerta del Nevazo, bar donde vamos a comer, Juan y su hijo ya están guardando las bicicletas en el coche. Ángel y yo hacemos lo mismo. Pronto llegan Antonio y David. Entramos en el bar, nos pedimos unas cervezas y unos torreznos, quizá no lleguen al nivel de los de Soria, pero están muy buenos. Empezábamos a preocuparnos cuando llegan Paco y Antonio. A comer. Sobre la mesa una enorme paella de arroz y conejo, rico rico. Tras el arroz algunos nos metimos unas chuletillas de segureño entre pecho y espalda, y hasta unos trozos de queso curado de estas mismas ovejas. Tortas fritas y nueces de la zona, todo por poco más de 15 euros. ¿Que más se puede pedir?


Murcia, 9 de noviembre de 2019

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