martes, 6 de octubre de 2020

Por el Valle de la Vera

 


Martes 6 de octubre

Este es el segundo efecto colateral de la III Cicloclásica de Albalat, aunque he dormido estupendamente no he dejado de darle vueltas a la ruta de hoy y sobre todo al tiempo que tengo que estar sentado en el coche después de ella. Tengo previsto comenzar en Casas del Castañar para ir hacia el valle del Jerte y a la altura de Valdastillas subir el Piornal y bajar a Garganta de la Olla, monasterio de Yuste y regreso por Jaraíz de la Vega y Pasarón. A las ocho estoy desayunando y sigo dándole vueltas a los 87 kilómetros y los 1,800 metros de desnivel acumulado, mucha faena para estar sentado en el coche toda la tarde. Termino de desayunar, recojo y poco después estoy camino de Casas del Castañar. Mientras me acerco a Plasencia no dejo de darle vueltas al asunto, no me lo puedo quitar de la cabeza. No sé de dónde surge la idea, supongo que mandó el subconsciente, al llegar a Plasencia en lugar de girar hacia el Jerte lo hago hacia Jaraíz de la Vega.

Voy camino de Garganta de la Olla, ya con la bicicleta. La ruta prevista se ha ido al traste y solo voy a hacer escasamente un tercio de ella, ida y vuelta a Jaraíz por Garganta de la Olla y el monasterio de Yuste. Poco después estoy en la CC-17.3 camino de Garganta de la Olla, he leído que es un pueblo de arquitectura “popular” que realmente no se lo que es, supongo que se refiere a tradicional con balconadas de madera y muros de piedra y esas cosas. La niebla salta en cascada sobre la sierra de Tormantos igual que debía haber hecho yo. El sol ilumina a contra luz las últimas estribaciones de Gredos y Garganta de la Olla aparece recostado sobre la ladera. Es un pueblo serrano de calles estrechas y casas de adobe con estructura de madera de castaño o roble, abundante en la zona, balcones de madera, algunos sustentados por pilares. Muchas de las casas tienen hasta tres plantas; bodega, principal con la vivienda y solana o desván. A la entrada te recibe la ermita del Santísimo Cristo del Humilladero y una plaza elevada con edificios singulares. Sigo por la calle del Chorrillo y me encuentro una casa con balcón del que cuelgan los geranios, la fachada pintada de azul añil, luego me entero de que es la casa de las Muñecas, prostíbulo de los tiempos de Carlos V. Entro en la coqueta plaza mayor con su picota y varios edificios señoriales, a un costado la iglesia de San Lorenzo, del siglo XVI. Abandono el pueblo por el barrio de la Huerta, el más popular, con sus balcones llenos de flores y calabazas puestas a secar.

Bajo hacia la Garganta Mayor, actualmente lugar de esparcimiento y antes levadero y baño público de la gente del pueblo. Me detengo junto al puente y tomo un corto camino que me lleva hasta una pequeña cascada. De regreso a la carretera me detengo en el mirador de la Serrana presidido por la estatua de una mujer vestida con falda a media pierna, puñal al cinto, ballesta al hombro y larga trenza. Protagonista de leyendas que ya gozaban de merecida fama en el siglo XVI y dio lugar al Romance de la Serrana del que fueron protagonistas Luis Vélez de Guevara allá por el 1623 y Lope de Vega en 1617. Cuenta la leyenda que la Serrana de la Vera no era ni más ni menos que Isabel de Carvajal que iba a desposarse con un sobrino del obispo de Plasencia y esté la desprecio. Deshonrada, se echó al monte jurando vengarse de los hombres. Normalmente los romances la presentan como una hembra de gran belleza que degollaba a los hombres después de gozarlos, unos la ensalzan como heroína, otras la tachan de bandolera que muere en manos de la inquisición. Del mito se llega a decir que era mitad mujer y mitad yegua enlazando con mitologías de sustrato mucho más antiguos.


Palacio de Yuste; madrugada del 21 de septiembre de 1558, el que había sido el hombre más poderoso del mundo expira rodeado de sus sirvientes. No deja de ser paradójico que se traslade a Yuste buscando un refugio aislado del mundo, con clima sano y propicio para la gota y muera de fiebres tercianas a los pocos meses de llegar. «Está tan bueno y gordo y con tan buen color, como no lo he visto después que entró en Yuste», escribía el secretario del Emperador pocos meses antes de que entrara en un proceso febril que terminaría costándole la vida. Fue un simple mosquito el que acabó con él transmitiéndole la malaria. El paludismo era frecuente en aquella época en muchos lugares de España y hasta muchos siglos después no sería erradicado. Continuo la ruta y poco más adelante me encuentro con un curioso cementerio en el que sus moradores son todos de nacionalidad alemana. 180 cuerpos están allí enterrados, hombres fallecidos durante la I y la II Guerra Mundial, soldados, marinos y aviadores caídos en las costas y tierras españolas. El gobierno alemán decidió reunir en un único lugar los cuerpos de los soldados alemanes repartidos por la geografía Española. Las tumbas son todas iguales; una cruz de granito negro plantada directamente sobre la tierra, una inscripción en la que figura el nombre del soldado, su categoría militar y la fecha de nacimiento y muerte. Se encuentra operativo desde el 1 de junio de 1983.


Jaraíz de la Vega es hoy por hoy, la capital del pimentón, algo que Murcia se ha dejado arrebatar. Este famoso condimento derivado del pimiento tiene en Jaraíz su propio museo situado en el palacio del Obispo Manzano en la Plaza Mayor. Para proteger y potencial el pimentón de la Vera, pienso que con muy buen criterio, se creó este museo en el año 2007. Hace un recorrido a lo largo de la historia y el proceso de elaboración en esta parte de Extremadura, que aunque parecido al de Murcia, difiere en algunos aspectos como el secado, que aquí se hace a través de calor y humo; en Murcia, es el sol el que hace el trabajo. En Jaraíz se utiliza preferentemente las variedades alargadas Ocales, Jaranda, Jariza, Jeromín (picante) y en menor medida el de bola; más dulce, que es el que se utiliza normalmente en Murcia. Cuando salgo del museo oigo un comentario que hace un paisano a los contertulios sentados a la mesa de una cafetería cercana: -“no sabía que se podía visitar el Museo del Pimentón en bicicleta”, y es que había dejado la bicicleta dentro del museo, en el vestíbulo. Continuo con un pequeño recorrido por el casco viejo y su Plaza Mayor, es una plaza curiosa, rectangular y situada a dos alturas, algo poco corriente en espacios de este tipo, lo que sí tiene como otras muchas, son soportales que jalonan gran parte de su perímetro. Visito el exterior de las iglesias de Santa María y San Miguel y dejo la bici en el coche. Ahora, ya de “paisano”, doy una vuelta por el pueblo, en esta ocasión indagando por otro tipo de monumentos, los especializados en la gastronomía jaraiceña, buscando algo de embutido elaborado con su reconocido pimentón y, con suerte, una buena caldereta de cabrito.


Mariano Vicente, 6 de octubre 2020

 

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lunes, 5 de octubre de 2020

Por los Valles del Ambroz y Jerte


Estoy en Villar de Plasencia como efecto colateral de la III Cicloclásica de Albalat. Y se preguntaran; que tiene que ver una prueba que tiene lugar en Almaraz junto al Tajo, con Villar de Plasencia, mucho más al norte en el valle del Ambroz, pero todo tiene su explicación; venir desde Murcia a Extremadura no es tarea fácil, al menos para mí; son un buen puñado de kilómetros y unas cuantas horas sentado en el coche escuchando las tontas que dicen los políticos de uno y otro signo, que no solo de música vive el hombre. Como decía, para amortizar el viaje he decidido alargar un par de días mi estancia por estas tierras, tengo previsto realizar hoy una ruta que ronda los 100 kilómetros recorriendo el valle del Ambroz hasta Hervás, subiendo el puerto de Honduras hasta el Jerte y luego el Pitolero para regresar de nuevo a Villar de Plasencia. Y para mañana, desde el Jerte a la Vera, pero ya veremos, no adelantemos acontecimientos.

Hace frío por lo que no he madrugado mucho, son más de las diez cuando aparco y monto la bicicleta, es la misma que he utilizado para la cicloclásica, pero con algunos cambios como sustituir los pedales con rastrales por unos automáticos que me son mucho más cómodos, lo demás ha quedado como estaba. Comienzo el recorrido buscando la N-630, la encuentro junto a un área de servicio llamada El Avión, giro al norte. El recorrido es tranquilo, apenas tráfico, y el asfalto en perfectas condiciones. Solo molesta el viento; frío, fuerte y de cara, como no podía ser de otra manera. En esta parte de la ruta coinciden la carretera nacional, el viejo ferrocarril hoy convertido en vía verde y la calzada romana que dio lugar a la denominada Vía de la Plata, las tres corren juntas hacia el norte, hoy acompañada por una moderna autovía. Tramo que me trae viejos recuerdos de hace ya más de veinte años cuando, acompañado de mi hijo, hicimos el camino de Santiago por este mismo itinerario.

Tras poco más de ocho kilómetros abandono esta vieja nacional por otra carretera más modesta que me llevará a Casas del Monte, nombre puesto con cierta lógica pues cuesta lo suyo llegar a ellas, creo que en las inmediaciones hay algunos restos romanos, pero desde el asfalto no se ven. Aquí, la carretera gira otra vez al norte, se dirige a Segura de Toro siguiendo el veril de los seiscientos metros lo que nos permite unas magníficas vistas del valle del Ambroz. Podemos ver como la nueva autovía asciende el Puerto de Bejar, a sus pies el embalse de Baños y más hacia el sur el de Gabriel y Galán en el Alagón. A nuestra derecha nos escolta una sierra de nombre curioso, los Montes de Tras la Sierra, todos ellos cubiertos de jóvenes castaños. El camino se hace llevadero, pero con constantes subidas y bajadas, hasta llegar a Gargantilla, aquí cuesta trabajo saber cuál es el rumbo de la carretera entre calles de fuertes rampas, tras preguntar a algún paisano logro encontrar el camino correcto.

Mientras pedaleo pienso si pararé en Hervás, es un viejo pueblo en el que he estado en varias ocasiones, hace 500 años fue una de las mayores juderías de España a pesar de que los judíos solo se quedaron siglo, fueron expulsados en 1492. Es un poco pronto para comer y apenas tengo hambre por lo que decido continuar directamente hacia el puerto de Honduras, al acercarme al pueblo, en lugar de pasar bajo el viejo ferrocarril, continuo hacia la derecha y junto a la antigua plaza de toros entronco con el puerto de Honduras. Voy solo y no me espera nadie así que me lo voy a tomar con calma, quiero disfrutar y no padecer. Circulo despacio, siempre con un porcentaje que fluctúa entre el seis y el siete por ciento, los castaños silvestres sombrean la carretera de tal manera que en algunos puntos da la sensación de circular por un túnel. Crecen finos, esbeltos, amontonados unos junto a otros, con sus troncos cubiertos de líquenes, solo de cuando en cuando se abre paso entre la espesura un ejemplar de mayor porte, cuajado de erizos o cúpulas que guardan en su interior el preciado fruto: las castañas ¡Más de media docena pueden llegar a contener cada una!

Poco a poco, quizá demasiado poco, voy tomando altura, dejo atrás el paisaje protegido del Castañar del Gallego y el estrecho valle de las Veguillas empieza a vislumbrarse entre los claros. Cada vez con mayor frecuencia el bosque de castaños se abre y la sierra de la Cabrera se muestra en todo su esplendor. La carretera cambia de sentido y se retuerce intentando ganar altura, se intuye que el final del puerto está cerca y casi sin darme cuenta estoy arriba. El bosque casi ha desaparecido sustituido por una pequeña e inhóspita pradera, un cartel junto a la carretera marca 1,440 m. Puerto de Honduras, repleto de pegatinas, me hubiera gustado tener alguna de Ciclismo sin prisa que las acompañara. Intento hacer unas fotos, pero el viento, sin nada que lo frene, sopla fuerte y lo convierte en una tarea incomoda. No ha sido un puerto muy duro, casi todo el tiempo se mantiene en porcentajes asequibles, alrededor del 6 por ciento, con alguna rampa que alcanza el 10, pero son pocas y cortas. Al otro lado, a mis pies, se abre el valle del Jerte. Me pongo el cortavientos y me lanzo puerto abajo. Pero no, ha sido un espejismo, la carretera ha decidido gastarme una broma y vuelve a subir con porcentajes del siete por ciento.

Ahora sí, ya es cuesta abajo de verdad, me lanzo pero con precaución, no conozco el puerto y voy solo. Me cruzo con una pareja de ciclistas, los únicos seres humanos que he visto desde que comencé a subir, tampoco me he cruzado con ningún vehículo, ni bicho alguno. Desemboco en la N-110 y giro hacia Cabezuela del Valle, mientras me acerco al pueblo se me agolpan los recuerdos de la primera vez que visité este valle. Puerto de Tornavacas, mes de marzo, un frío del carajo y un viento del que lo que menos te preocupaba era que te despeinara; y allí estábamos mi mujer y yo, como dos bobalicones contemplando embelesados el valle del Jerte en flor. Me dejo de recuerdos y regreso a la realidad, entro en Cabezuela del Valle y tengo hambre, encuentro una terraza, queso, cerveza...

Voy valle abajo con un pedalear fácil, Navaconcejo es el primer pueblo que me encuentro, algunas fotos y continuo Jerte abajo. A uno y otro lado los pueblos cuelgan de las laderas, la sierra de los Tormantos cierra el valle por el sur y la de Tras la Sierra lo hace por el norte, a nuestras espaldas la imponente Sierra de Gredos. Pronto veo un pueblo suspendido de la ladera derecha, puede ser El Torno, al que debo subir si quiero regresar a Villar de Plasencia. Y efectivamente pronto descubro el cartel con el desvío y la verdad es que me acojono un poco, no parece que haya mucha distancia hasta el pueblo, sin embargo está muy alto, casi en la vertical, los porcentajes deben ser de órdago. Así es, nada más comenzar aquello se va al diez y doce por ciento, y no afloja, no, sigue en el mismo tono un buen rato. Un descanso en el Mirador de la Memoria, esculturas de Francisco Cedenilla en memoria de los olvidados. Las vistas son espectaculares sobre el Valle del Jerte y la Sierra de Tormantos. Sigo sufriendo un par de kilómetros más hasta llegar a El torno y me llevo la desagradable sorpresa, aunque ya la esperaba, de que aún me quedan cuatro kilómetros para coronar.

Este tramo del puerto es mucho más “confortable”, son cuatro kilómetros de suave subida, el paisaje cambia un poco y el bosque de castaños y robles es sustituido por pequeñas dehesas, en una de ellas se encuentra en roble singular, el Acarreadero. Es un árbol majestuoso, en plena madurez, con una estructura impresionante y eso que tiene cortadas algunas ramas, su nombre es posible que provenga de servir de descansadero al ganado, se dice que bajo su copa podían descansar más de 1,000 ovejas. El paisaje se abre aún más, la subida se vuelve más tendida y todo presagia el final del puerto. Comienza el descenso y un pueblo aparece abajo, por mi izquierda, es Cabezabellosa con el caserío arremolinado alrededor de la maciza torre de su iglesia. No me entretengo mucho y continuo el descenso entre fuertes rampas y cerradas curvas, Villar de Plasencia aparece casi de improviso, es el final de mi recorrido por hoy. Esta mañana, junto al cruce de la Nacional-630 he visto un Hostal, el Avión creo recordar, si tiene habitaciones puede ser un buen lugar para dormir.

Mariano Vicente, 5 de octubre de 2020

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domingo, 4 de octubre de 2020

III CICLOCLÁSICA DE ALBALAT

 

El día esta desapacible y el viento amenaza con llevarnos al suelo. Diminutas gotitas se depositan sobre los cristales de las gafas difuminando la visión de esta carretera nacional de Extremadura, hoy convertida en una excelente plataforma para disfrutar del ciclismo. Unos pocos miembros de ese grupo de “locos” del ciclismo clásico nos hemos reunido en el aparcamiento del área de servicio de Albalat, muy cerca del pantano de Arrocampo donde estcentral nuclear de Almaraz, en la provincia de Cáceres. Esta central nuclear, la más vieja de España, empezó su vida útil en 1981 y si nada lo impide, alargará su vida hasta el año 2028 con lo que traspasará la barrera de los 40 años. El consejo de Seguridad Nuclear se ha pronunciado de forma favorable tras un análisis técnico y si el ministerio de Transición Ecológica no dice lo contrario, seguirá funcionando casi una década más. Nos ha convocado nuestro amigo Julian del Club Ciclista de Alamaraz para celebrar la III Cicloclásica de Albalat. Saludos, bicicletas al suelo, últimos preparativos y a la carretera.

 


Rápida bajada hacia el Tajo. Junto a la carretera armazones fantasmales de viejos restaurantes que ya no lo son. Pelados alcornoques que comparten su preciado terreno con plantaciones de eucaliptos. Vacas rumiando la placidez del día. La carretera comienza su ascensión, tres carriles favorecen nuestra marcha y nos proporcionan tranquilidad. El tráfico es casi nulo. Se mantiene constante el porcentaje de subida, no es dura ni excesiva, pero hace que te emplees a fondo. Estamos en el conocido puerto del Miravete, de lo que me enterare después. En el alto, frío, fotos y refrigerio. He probado lo que por aquí llaman morcillas, unas de patata y otras de calabaza y que yo siempre pensé que eran chorizos. El vino de pitarra estaba buenísimo pero las rachas de fuerte viento, heladas y húmedas hacían muy desagradable quedarse allí.

 

 

Comenzamos la bajada. El viento ha acumulado las nubes en la cara norte del puerto, llueve y hace frío, las gafas se saturan de esas gotas diminutas que tienes que quitar con el guante a modo de limpiaparabrisas. Nos desviamos hacia Casas del Miravete y de allí a Romangordo. Lo que sorprende del lugar son sus trampantojos; murales que decoran casas y calles creando la ilusión de transportarnos a otro lugar, a otro momento. Surgen así personajes y oficios tradicionales, poemas que cobran una nueva vida. El primer mural que me encuentro es sobre algo tan mediático como la mal denominada violencia de género. En él se muestra una mujer madura, dicen que la propia medre del autor, que libera una paloma de papel con las palabras “valientes, iguales y libres” escritas sobre sus alas. Dicen que hay más de un centenar repartidos por sus calles, aunque yo no vi tantos. Lucen en fachadas y puertas a los que se unen frases de poetas locales y grandes escritores foráneos. No hay rincón que no retrate un oficio, algunos situados en el mismo lugar en que antaño se ubicaban sus protagonistas.

 

 

Me entretengo, quizá demasiado y cuando llego al lugar de reencuentro no queda nadie, decido continuar en solitario, supongo que no será tan difícil volver hasta el punto de salida. Pero estaba equivocado, nada más salir del pueblo me encuentro con un cruce y la verdad es que no sé para dónde tirar, recurro a las nuevas tecnologías pero no las llego a utilizar, llegan Oscar y Julian que salvan la situación. Bajamos ahora hacia el Tajo observados por decenas de ojos indolentes, más preocupados por rumiar la vida que por tres locos que pasasan en bicicleta. Me dice Julian que a orillas del Tajo, al otro lado de la carretera, está el yacimiento de Medinat Albalat, asentamiento musulmán del siglo XII y es posible que algunos restos romanos.

 


Casi sin darnos cuenta, llegamos al aparcamiento del restaurante Portugal II, nuestro punto de salida y final de la ruta, donde terminaremos comiendo, pero eso ya es otra historia que no afecta a la crónica de nuestra ruta magníficamente organizada por nuestro amigo Julian y sus compañeros del Club Ciclista Almaraz. No quiero despedirme sin agradecer la importante labor desarrollada por Protección Civli al acompañarnos velando por nuestra seguridad y protegiendo los cruces. Muchas gracias y hasta el año que viene. 

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