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lunes, 9 de diciembre de 2019

Vuelta a las sierras de Cazorla y Segura



Primer día; de Huéscar a Quesada

La sierra de Mojantes apenas se distingue en esta fría mañana de diciembre. Hemos parado a desayunar en Venta Cavila, aún no tenían el bizcocho, por lo que hemos tomado unas tostadas con aceite. Vamos camino de Huéscar y en el maletero van mi trotona y la eléctrica de Antonio preparadas para unos días de pedaleo. Circunvalaremos las sierras de Cazorla y Segura en el sentido de las agujas del reloj siempre por asfalto. Hemos programado cuatro días para ello, en los que recorreremos más de 250 kilómetros y acumularemos unos 4.000 metros de desnivel positivo. Pasaremos por las localidades de Huéscar, Castril, Pozo Alcón, Quesada, Cazorla, Arroyo Frío, Hornos, Pontones y Santiago de la Espada.



Cuando llegamos a Huéscar el pueblo comienza a desperezarse bajo la atenta mirada de Sierra Encantada. Es un pueblo señorial, que baña el río Barbatas, uno de los muchos que pudieron dar origen al Guadalquivir, pero eso son otros asuntos que ahora no nos competen. Por aquí tuvo mucho que decir la Orden de Santiago desde que en 1243 le fue donada la población junto a las de Galera y Orce. Aunque hubo mucho toma y daca entre musulmanes y cristianos pasando de unas manos a otras hasta que en 1488 la conquista definitivamente la Corona de Castilla. Cuando la Orden de Santiago vino a menos fue la Archidiócesis de Toledo la que se hizo cargo, y no crean que fue por poco tiempo, no, que mantuvo su dominio desde 1544 hasta 1953. Al pueblo, al igual que otros de la zona como Caravaca o Quesada, acudieron gentes del norte de la Península, sobre todo navarros y aragoneses, también castellanos, según avanzaba la Reconquista. Prueba de ello son las numerosas tradiciones arraigadas en el pueblo como la devoción a las santas Alodia y Nunilo, actuales patronas de la localidad, los bailes típicos o los numerosos apellidos: Aguirre, Aránega, Carricondo, Corcostegui, Huarte, Iriarte, etc. Es un pueblo de grandes casonas de fachadas encaladas y artística forja en rejas y balcones. Lo preside majestuosa e imponente la iglesia de santa María, el monumento más emblemático de la ciudad.



Tras tomar algo, más que nada para entrar en calor, monto la trotona y le coloco (hoy las estreno) unas bolsas de viaje que ahora muy pomposamente se denominan de bikepacking. Consisten en una bolsa delantera, circular y cerrada herméticamente, donde llevo la ropa de paisano y otra trasera que se sujeta a la tija y sillín, y en la que llevo todo lo demás. Bueno también llevo otra pequeñita sobre el tubo horizontal con la máquina de fotos, las gafas y alguna cosa más. Creo que para estos tres días tendré suficiente pues no llevo material de acampada al no pernoctar a la intemperie. La verdad es que no dan para mucho, espero no tener que echar de menos mis alforjas, ya os iré contando. Antonio lleva algo más de capacidad; sus alforjas, una bolsa trasera y otra delantera.



Instalado el equipaje, comenzamos a pedalear. La carretera (A-326) es tranquila y se dirige a Pozo Alcón siempre en ligera subida. La segunda población que nos encontramos es Castril, que antiguamente llamaban de la Peña, porque está colgado  de una, que tiempo atrás ya utilizaron los romanos y desde la que protegían su campamento ubicado donde ahora está el pueblo, de hecho, su nombre podría derivarse del término latino castrum. Al pueblo no le debe de faltar el agua, cuando nos detenemos en un mirador la oímos correr debajo nuestro. Debió ser así desde antiguo pues ya el historiador árabe-granadino Al-Zuhri la describe como «una fortaleza en cuyo patio había una gran piedra lisa de la que brotaba tal cantidad de agua que podría mover ocho piedras de molino».


Estamos ya en el límite del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas y en pleno Parque Natural de la Sierra de Castril. Continuamos pedaleando y llegamos, justo a la salida del pueblo, a una bifurcación; por la derecha, la carretera sube hasta la coronación de la presa del Portillo en el río Castril y continúa entre señales de prohibido y carretera cortada en dirección a Cebas. Por la izquierda, baja al pie de la presa y remonta por el otro lado la Loma de Las Eras con unas rampas considerables. Como no podía ser de otra manera, fue la que elegimos. Como si nada llegamos al embalse de la Bolera que rodeamos por el sur en dirección a Pozo Alcón. Este pueblo pertenece ya a la provincia de Jaén y lo hemos utilizado como punto de partida de otras rutas por la sierra de Cazorla. Tiene en su término municipal dos ríos; el Guadalentín que abastece el embalse de la Bolera y el Guadiana Menor, verdadera fuente del Guadalquivir, pero como he dicho esa es una polémica en la que no vamos a entrar. En cambio donde si entraremos será en su estupenda pizzería por dos motivos básicos, comer algo y darle un “chute” a la batería de Antonio, algo que será recurrente en los días siguientes.



Salimos de Pozo Alcón por la A-3015 para desviarnos poco después por otra carretera, la C-323, que  se ciñe por el sur a las estribaciones de las sierras del Pozo y Cazorla. La carretera se retuerce trepando la ladera. Vamos ganamos altura con esfuerzo. Lo que más me molesta de estas carreteras de montaña, es que toda ella es un puerto, y de los duros. Es frustrante no poder contarles a tus amigos que hayas subido tal o cual puerto, por mucho que te esfuerces, porque no figura como tal. Nos lo vamos tomando con mucha calma, tanta, que se nos hará de noche. Cuando llegamos al paraje de la Cueva del Agua casi ha oscurecido, en el santuario ya es prácticamente de noche y aún nos queda subir el puerto y bajar a Quesada. Aquí descansa la Virgen de Tíscar patrona de Quesada y de la Sierra de Cazorla. Recomiendo reservar un poco de tiempo para la visita del santuario y la Cueva del Agua. Según la tradición, en esta cueva se apareció la Virgen en 1319 al señor de Tíscar, Mahomad Abdón. Es una interesante formación caliza donde las aguas del río Tíscar bajan por su interior formando caprichosos saltos y pozas para formar río abajo el Pilón Azul, camino ya de la Aldea de Belerda. Del Castillo queda poco, apenas una torre, pero se conservan los versos que Machado dedico a la Virgen de Tíscar y a la sierra de Quesada:

En la sierra de Quesada
hay un águila gigante,
verdosa, negra y dorada,
siempre las alas abiertas.
Es de piedra y no se cansa.
Pasado Puerto Lorente,
entre las nubes galopa
el caballo de los montes.
Nunca se cansa: es de roca.
En el hondón del barranco
se ve al jinete caído,
que alza los brazos al cielo.
Los brazos son de granito.
Y allí donde nadie sube,
hay una virgen risueña
con un río azul en brazos.
Es la Virgen de la Sierra.



Comenzamos a subir el puerto. Tiene unos cinco kilómetros. Nos ayuda una enorme luna casi llena que hace innecesarias las luces, aunque las ponemos por seguridad. De todas maneras no hemos encontrado un solo un vehículo desde Pozo Alcón, solo un autobús detenido junto a la Cueva del Agua que ya no estaba cuando salimos. Coronado, nos lanzamos a tumba abierta hacia Quesada. Hace frío y el hotel es acogedor, solo saldremos de él para estirar las piernas después de cenar. Quesada es un pueblo grande, agrícola, que vive principalmente de la aceituna, de sus paisanos los quesadenses o quesadeños que de las dos formas se llaman, poco podemos decir, porque cuando salimos a estirar las piernas tras la cena no vimos ninguno, comprensible por la hora y el frío. A los que lleguen a mejor hora que nosotros les recomiendo que no dejen de visitar el museo de Zabaleta, donde se conservan pinturas de todas las épocas del pintor y si no me equivoco acoge también el museo de Miguel Hernández y su esposa Josefina Manresa.


Segundo día; de Quesada a Hornos

A la mañana, después de desayunar en condiciones, nos ponemos en marcha. Y para no variar la carretera pica para arriba y no dejará de hacerlo hasta Cazorla y más allá, en concreto hasta el collado del puerto de las Palomas. Circulamos entre olivos y esto es literal, mires para donde mires solo se ven olivos y cuadrillas vareando la aceituna. Hace frío y el cielo está un poco sucio, como ayer, aunque con menos niebla. Tras una curva aparece el caserío encalado de Cazorla colgado de la ladera y vigilado por sus dos castillos; el de la Yedra, casi urbano y el de las Cinco Esquinas, volado sobre un cerro vigilante del olivar. No nos entretendremos mucho, ya estuvimos aquí en septiembre del año pasado, continuamos hacia la Iruela y el puerto de las Palomas.


El paisaje más próximo ha cambiado, ahora las laderas se pueblan de pino laricios y negrales, mientras el valle se pierde entre el olivar. Coronado el puerto nos detenemos en el mirador del Valle, es grato contemplar la dilatada hendidura que ha labrado el Guadalquivir entre las sierras de Cazorla al oeste y la de Segura al este. Es un poco pronto para comer pero vamos aplicar aquel dicho que dice: más vale pájaro en mano que ciento volando y decidimos asegurarnos la comida en Arroyo Frío, concretamente en un viejo conocido: El Parral. Es un establecimiento singular, a contra corriente de las modas actuales, políticamente incorrecto al igual que su dueño. Los que se consideren almas sensibles o su filosofía sea el buenísmo, mejor que no entren. Al acceder al local te encuentras con una buena chimenea, tres o cuatro mesas y una pequeña barra, al fondo, una puerta da acceso al comedor. Hasta aquí todo normal. Lo extraordinario es que nada más entrar decenas de ojos te contemplan. Colgadas de las paredes hay cabezas disecadas de infinidad de bichos, desde ciervos hasta búfalos y numerosas fotografías del dueño y sus amigos en sus jornadas cinegéticas y de pesca. Comer se come estupendamente, una calidad por encima de la media. Yo me decidí por el jamón de ciervo en salsa de setas, para terminar con un flan original y rico.

 
Ya no hay olivos, casi todo es pinar, aunque también se ven majuelos, fresnos y arces, pequeños bosques de ribera que pueblan los cortos arroyos que desembocan en el pantano del Tranco. La carretera sube y baja, aunque hace más lo segundo que lo primero. Circulamos por la ladera de la sierra de Cazorla que queda a nuestra izquierda; a nuestra derecha, las espejeantes aguas del pantano. Rodeada por la aguas, en una pequeña isla, los restos de un romántico castillo, el de Bujaraiza. El pantano se construyo en tiempos de Franco, miedo me da que se entere alguno y lo quiera demoler. Comenzó a construirse antes de la guerra y se inauguro en 1944. Tiene una capacidad de quinientos hectómetros cúbicos y abarca una cuenca de quinientos dieciocho kilómetros cuadrados.
En la presa, el joven Guadalquivir que trae desde su nacimiento dirección este, gira bruscamente al oeste rodeando la sierra de la Villas en un paisaje que se abre. El río se tranquiliza. El olivar hace acto de presencia.


En la presa conectamos las luces, se nos ha vuelto a hacer de noche, menos mal que no hay tráfico. Tras una subida, Hornos se distingue a la luz nacarada de la luna colgado de un cerro. Comienzan a encenderse algunas luces amarillentas que le dan un aspecto fantasmal. Aun nos quedan doce kilómetros para llegar. Pero será en los últimos cuatro cuando te de la risa tonta, después de noventa kilómetros no te hacen ninguna gracia rampas del doce por ciento para subir al pueblo. Llego con el estomago algo revuelto, me ha costado digerir la salsa que llevaba el ciervo estofado. Por lo que me quedo en el bar y me pido un poco de bicarbonato y una infusión. La espera me permite pegar la hebra con los pocos parroquianos del local. Hablamos del pantano.
      
-Sepa usted, que ese pantano ya se quiso hacer cando comenzaba el siglo pasado, pero claro como pasa siempre en este país, no había perras.

-Además sepa usted que ese pantano antes no se llamaba del Tranco de Beas, sino del Tranco de Mojoque.

-Yo no llegue a conocerlo, pero mi padre me contó que lo que hoy es el pantano era una hermosa vega, que además mire usted, era de este pueblo. Buena tierra, sabe usted, y estaba llena de cortijadas y aldeas. ¡Hombre! La aldea de Bujaraiza era una de ellas y tenía una torre, que ahora mismo no me acuerdo como se llamaba. Bujarcáiz, creo.

-No, se llamaba de Bujarcadí, dice otro que hasta el momento no había abierto la boca.

-¡Coño es verdad! Ya no tengo buena cabeza, pero en la isla Cabeza de la Viña, aquí cerca, hay un castillo que se ve cuando el pantano esta bajo. De este sí que me acuerdo; castillo de Bujaraiza se llama.


Yo me despido y subo a la ducha, sin enterarme muy bien si se llamaba de  Bujarcáiz o  Bujarcadí, pero bueno que más da.
La cena fue muy sencilla, el estomago no estaba para mucho, pero paso algo que nos sorprendió, he de decir que agradablemente aunque en un principio nos resultó muy extraño. Tras pedir la comanda, el camarero en lugar de traernos la cena, se deja caer con una pala llena de brasas que ni corto ni perezoso descarga en un brasero que hay bajo la mesa.

Tercer día, de Hornos a Santiago de la Espada

A la mañana bajamos a desayunar: rebanadas de pan recién tostado regado con un picantillo aceite picual y un buen café con leche condensada como a mí me gusta. Repuesto el ánimo y el estomago nos encomendamos a nuestra misión: superar los más de dieciséis kilómetros de eterna subida que nos separan del Puntal de las Aguaderas. Desde aquí llano y bajada hasta Pontones. El castillo lo tenemos sobre nuestras cabezas en lo alto de un peñasco. Creo que es del siglo XII, aunque hay un trozo que llaman el Fuerte y que puede ser de origen romano. Hacia él confluyen los trozos de muralla y se adivina alguna torre más. Está en plena rehabilitación para albergar un Taller de Astronomía.


Salimos por la JV- 7043 y no por la A-317. La primera no la conocemos y la segunda la hicimos el año pasado. La segunda se llama también de los miradores y os puedo asegurar que es dura, muy dura. La carreterilla que hemos escogido para la ocasión, es tranquila y estrecha, rodada de pinar, y un poco loca. Lo mismo va para un lado que para otro buscando el veril más suave mientras ascendemos, primero el arroyo de las Molinos o los Aceitunos y después el de la Garganta. A nuestra izquierda los enormes paredones calizos de Peña Rubia en el Yelmo Chico. Pequeños olivares de montaña salpican aquí y allá el paisaje que poco a poco son sustituidos por el bosque de pino carrasco y negral que algunas encinas oscurecen. Estamos en pleno corazón del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas. En el sotobosque se cobijan ciervos y corzos, en los terrenos más escarpados campean las cabras monteses. Hemos visto ardillas y algún conejo, buitres y otras rapaces surcando los cielos, oído más que visto pajarillos y otras aves menores.

   
El único vehículo que nos adelanta mientras subimos es una quitanieves, lo que nos acojona un poco. Está previsto que para el medio día pueda nevar pero no imaginamos que tanto como para necesitar esta máquina. Terminada la subida, por la zona del Puntal de las Aguaderas, estaba estacionada a la orilla de la carretera, al otro lado hay un secadero de jamones. No, no es mal refugio en caso de necesidad. Paramos en Pontones, helados y tiritando, no sé la temperatura pero no creo que supere los cero grados y el viento gélido no ayuda mucho. Entramos en el local y lo primero que nos llama la atención es el calorcito que hay. Una estufa lo preside. No había visto nunca este tipo de estufa, es de forma tubular pero muy estrecha, aproximadamente del mismo diámetro que el tubo que hace de chimenea. Unido por la base, un artefacto con la forma de estrecha pirámide invertida ¡Que gusto acercar las manos -el culo y todo lo demás- hasta ella! Resulta que funciona casi con cualquier cosa, siempre que tenga un molido apropiado, huesos de aceituna, cascaras de almendra, madera triturada…, pero la verdad es que calienta todo el local con facilidad. A la camarera le pedimos un caldito bien caliente para empezar, como aún nos quedaba un poco de subida hasta Santiago, decidimos ser prudentes y pedir algo de queso de la zona al que la camarera añadió por su cuenta un poco de jamón. Era simpática y se lo perdonamos. Tras el café nos hicimos los remolones. ¡Como íbamos a dejar aquel calorcito si fuera caía la cellisca que daba gusto! Entre tanto pegamos la hebra con unas parroquianas y nos enteramos que el local donde queríamos pernoctar había cambiado de manos, que seguía abierto, pero que ellas nos recomendaban otro, el Avenida, que está justo al lado un poco antes de llegar.


Haciendo de tripas corazón nos echamos otra vez a la carretera. Algo de cellisca, aguanieve, granizo, de todo un poco para no aburrirnos. Lo bueno es que son episodios intensos pero cortos. De Santiago poco que comentar, el pueblo esta como vacío, en el bar solo está el dueño, preguntamos por las habitaciones y tomamos una. Ducha, algo de descanso y partido. Hoy juegan Real Madrid y Brujas y de paso aprovechamos para cenar, nos hemos pedido un honrado plato de estas tierras: cordero segureño.

Cuarto día, de Santiago de la Espada a Huéscar

Salimos del pueblo de los hornilleros, aunque a los paisanos les gusta más el de santiagueño. Hay casi cinco kilómetros hasta el barranco del río Zumeta, todos de bajada, lo que se nota sobre todo en manos y orejas. ¡Se han quedado heladas! Ayuda que la temperatura sea inferior a los cero grados. Pasado el río Zumeta comenzamos una preciosa subida que nos deja contemplar en plenitud el pequeño y atractivo valle que une los pueblos de Santiago y La Matea y las cortaduras que ha labrado el Zumeta en su busca del Segura.


Tres kilómetros más tarde, abandonamos la carretera que nos llevaría al puerto del Pinar y la Puebla de Don Fadrique y continuamos por otra más rota y estrecha, también en constante subida. El paisaje sigue siendo de impresionantes sierras calcáreas y profundos barrancos con el pino como especie más emblemática. La sierra de la Guillimona estará omnipresente durante toda la subida aunque no se la vea con claridad, siempre por nuestra izquierda. Calculo que la subida tiene más de quince kilómetros y nos la tomamos con calma. Subimos y baja la temperatura. Seguimos subiendo y sigue bajando. Al llegar al collado junto a la Cuerda de los Mirabeles, la temperatura está muy por debajo de los cero grados. Paro a ponerme el chubasquero y una braga para el cuello. Me quito el casco. Hago unas fotos. Voy a ponerme el casco y no puedo. Los dedos están helados. Me quito los guantes y tampoco. La culpa es del cierre. Estos cascos modernos tienen un cierre tan minimalista que cuando surge una dificultad como esta puede ser un drama. No sé cuánto tiempo tarde en poder cerrarlo, pero me pareció una eternidad. Al fin lo consigo y me dejo caer por la vertiente sur de este puerto de La Losa, una preciosa pendiente donde la carretera se retuerce formando eses que descienden hacia el valle.


Tenemos enfrente la carismática Sagra con su cabellera blanca apenas insinuada. Pasado el cortijo de de la Losa me detengo para contemplar las esplendidas secuoyas (mariantonias las llaman los lugareños), regalo del duque de Wellington al Marqués de Corvera hacia mediados del siglo XIX. Pedaleamos ahora por el bucólico valle que forma el diminuto río Raigadas que ayuda al Guardal (otro que tendría muchas posibilidades para ser fuente del Guadalquivir, es más, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir lo reconoce como tal de puertas a dentro) a formar el embalse de San Clemente. En esta misma zona se proyectó, ya en 1537, una obra colosal; el Canal del Reino de Murcia -también denominado Canal de Bugéjar- y que termino con el nombre de Carlos III, no iniciándose las obras hasta 1633. Debía ser un canal de riego y navegable. Comenzaría en las fuentes del Guardal y por el campo de Bugéjar alcanzar el Reino de Murcia. Sus aguas regarían las tierras de Huéscar, Lorca y Cartagena -Para ello se sumaría otro ramal desde las fuentes del río Castril-. En el siglo XIX aún se mantenía la esperanza, aunque solo como canal de riego para la zona de Huéscar y el campo de Bugéjar y todavía en el XX se le seguía dando vueltas.


Nuestro destino está cerca, la carretera busca el paso entre las sierras Bermeja y Marmolance antes de girar hacia el este camino de Huéscar. El pueblo se arremolina bajo las ocres paredes de Santa María construida bajo la dirección de Diego de Siloé. Tras su visita, apagamos el GPS a las puertas del ayuntamiento y sin más preámbulos nos dirigimos a guardar las bicicletas en el coche.


Ha finalizado nuestro periplo alrededor de las sierras de Cazorla y Segura. Cuatro días de pedaleo por carreteras solitarias y paisajes espectaculares. El tiempo ha sido benigno para estar en pleno diciembre, un poco de niebla el primer día, cubierto los restantes y algo de cellisca y granizo al acercarnos a Santiago. Hemos pasado algo de frío, más por ser murcianos -no estamos acostumbrados- que porque la temperatura haya sido demasiado baja, no hay que olvidar que estamos en la zona continental y en plena sierra. He probado unas bolsas de bikepacking; una para el manillar de forma circular y otra rectangular que se sujeta bajo el sillín. No tienen mucha capacidad, unos diez litros cada una, pero suficiente para un viaje de estas características. La ventaja respecto a las clásicas alforjas es la concentración del peso, más centrado sobre la bicicleta que la hace más manejable. La delantera es preferible llenarla con lo que se necesita en destino, pues no es práctica de manipular en marcha. La trasera en cambio, es más manejable. Al abrirse por la parte trasera se accede con relativa facilidad a su contenido y al quedar sujeta por su parte delantera, te deja las manos libres.



Mariano Vicente, diciembre de 2019 

algunas fotos...                           el track...

martes, 21 de noviembre de 2017

Camino de San Juan De la Cruz: Baeza-Caravaca



Juan de Yepes, nuestro San Juan de la Cruz, tras un azaroso viaje llego por primera vez a Caravaca a finales del mes de diciembre de 1579. Tras este, regresaría a la ciudad de la Cruz en otras seis ocasiones, todas documentadas por el archivero general de la Orden del Carmelo entre los años 1579 y 1587, iniciando el viaje de todas ellas en Andalucía. En aquella época el Vate de Fontiveros era rector del colegio de Baeza y se desplazo a Caravaca requerido por la madre Teresa para asistir a las monjas del convento de San José fundado bajo su amparo en la ciudad de la Cruz. Dos posibles itinerarios pudo seguir nuestro "medio fraile", como le llamaba la Santa cariñosamente por su pequeña figura, uno sería el controlado por la Orden De Santiago a la que pertenecía la bailía de Caravaca, que desde Baeza, seguiría por Úbeda, Villanueva del Arzobispo, Beas de Segura, Hornos, Santiago de la Espada y por el río Zumeta a Yeste, Elche de la Sierra, Socovos, Moratalla y Caravaca. El otro seguiría el río Guadalquivir desde su nacimiento, atravesaría la sierra de Segura hacia Santiago de la Espada y por el Nerpio y el Campo de San Juan llegar a Moratalla y Caravaca. 

Nosotros, dispuestos a escoger, nos quedamos con los dos, mezclando según nuestras necesidades y apetencias, y lo haremos por carretera, casi todas son de escaso tráfico y discurren por los mismos paisajes que utilizando los caminos, que de seguro serán más incomodos y complicados. Sin veleidades deportivas o aventureras, lo único que pretendemos es alcanzar Caravaca de la Cruz y ganar el jubileo, pero eso no significa no poder aprovechar las oportunidades que se presenten para disfrutar del arte, la gastronomía o la naturaleza a lo largo del camino. Nuestra propuesta comienza en Baeza - en realidad en la estación de Linares-Baeza por motivos logísticos- y por Baeza, Úbeda, Sabiote, Beas de Segura, Hornos, Pontones, Santiago de la Espada y Nerpio, superar la Sierra de Segura para continuar por el Campo de San Juan y Moratalla hasta alcanzar la ciudad de la Cruz. 


Camino Sanjuanista: jornada I

Comemos con gula y avidez unos bocadillos comprados minutos antes donde Pepe el de los Jamones, con su jamón y su tocino, bien impregnados de aceite de oliva y unas rajitas de tomate. Algún viajero nos mira de reojo y en su cara se refleja la gazuza que les martiriza a esas horas. En Alicante aún tenemos tiempo de tomar café antes de subir al tren que nos llevará a Alcázar de San Juan. Lo más farragoso de la jornada no fueron los transbordos, que hasta tres tuvimos que hacer, si no el tener que desmontar alforjas y bolsas para pasar por los escáner de entrada en Alicante. Seguridad algo tonta, proyectada de cara a la galería, pues de poco sirve si en el resto de las estaciones cualquiera puede entrar como San Pedro por su casa. En Alcázar degustamos la primera cerveza, de las muchas que se sucederían a lo largo del viaje. Fue en un garito cerca de la estación y de nombre peculiar: A la vuelta lo venden tinto; buenas jaras, bien tiradas, con la espuma justa y bien frías, sabrosos pinchos y ajustado precio. Antes de las nueve estábamos en la estación para subir al media distancia que procedente de Madrid y con destino Jaén nos llevaría hasta Linares-Baeza. Nos alojamos en la antigua fonda frente la estación bien entrada la noche.


Camino Sanjuanista: jornada II

Comenzamos la mañana con las mismas tareas de todos los días a lo largo del viaje; recoger, empaquetar y desayunar, solo que hoy sentía un poco de nostalgia; viejos recuerdos de cuando mi padre ejercía de jefe estación en este importante nudo ferroviario en la década de los 70, la imagen de sus compañeros, Bonilla, Garrote, Ramírez…, desdibujada por el paso del tiempo, el viejo edificio, que salvo algunos retoques, sigue siendo el mismo. Hay menos movimientos de trenes y trabajadores pero eso es algo consustancial con los tiempos actuales. Una foto para el recuerdo y comenzamos a pedalear bajo un cielo limpio y fresco, con el olivar dominando el paisaje, tónica general que se repetirá a lo largo del día. El perfil resulto algo engañoso, sin aparentes puertos, pero de orondos montes que se repetían monótonos hasta el horizonte. No era un pedalear duro, pero se dejaba notar, en muchas ocasiones eran porcentajes sostenidos entorno al 6 por ciento que había que recomenzar una y otra vez durante los kilómetros que nos separaban de Baeza. 


Ya en la ciudad, que junto a Úbeda son Patrimonio de la Humanidad desde 2003, recorrimos su casco antiguo impregnado de la monumentalidad renacentista. De especial importancia fue la iglesia de la Santa Cruz, raro ejemplo del románico en estas tierras meridionales y para nosotros lugar iniciático de nuestro Camino de San Juan. Camino temático, dotado de un carácter eminentemente religioso, no debe, al menos esa es nuestra opinión, dejar de lado los aspectos culturales o paisajísticos. Para algunos de nosotros el camino puede ser un fin en si mismo con su cambiante trazado entre Baeza y Caravaca De la Cruz. Surge aquí el primer, y casi único,  contratiempo de nuestro viaje; nuestra máquina de fotos, una olympus tough prácticamente irrompible, dejó de funcionar, más bien su pantalla que se quedó en negro, dejándonos con la incertidumbre de si estábamos fotografiando algo o no. Esta avería deja la maquina prácticamente inservible, pues aunque pueda captar las fotos, no podemos encuadrar ni cambiar ningún parámetro que las puedan mejorar. Y la verdad es que me sorprende mucho este hecho, pues compré este modelo por su resistencia a los golpes, -y se ha llevado unos cuantos-, al agua, al polvo y a las bajas temperaturas. Ahora, sin ton ni son, sin golpe alguno, sin más, deja de funcionar. Uno no es de naturaleza desconfiada, ni cree demasiado en la obsolescencia programada, pero da que pensar, tenía poco más de dos años, si además sumamos la moda de la tarifa plana en los servicios técnicos, que andará por los 125€, será ya la tercera maquina de fotos que ira a parar al cajón del “por si acaso”.


Apenas diez kilómetros de un cómodo carril-bici nos separan de Úbeda y su impresionante casco antiguo evocador del monumental siglo XVI. En el entorno del carmelita convento de San Miguel, allá por 1627, se construyo el oratorio de San Juan de la Cruz, para albergar algunas de sus pertenencias más próximas y en 1978 se inauguró un Museo con objetos relacionados con la vida y obra del santo. La entereza y mansedumbre con la que soporto las penalidades y las feroces persecuciones a las que fue sometido, extendieron por la ciudad un olor de santidad. A su muerte, para evitar su desmembramiento por el afán de los fieles en conservar alguna parte de su cuerpo como reliquia, fue trasladado en secreto hasta Segovia, al convento de los Carmelitas descalzos donde reposa en la actualidad. Tras recorrer una buena parte del casco antiguo retomamos el camino en dirección a Sabiote, por carretera de poco tráfico y de pedalear fácil. Entramos en el pueblo, la carretera se transforma en calle principal, miramos a uno y otro lado y una especie de extrañeza se apodera de nosotros, es buena hora para el trapeo pero no vemos ningún bar. Es raro, tampoco se veía mucha gente por la calle. Al fin vemos unas señoras junto a un coche, preguntamos por un sitio para comer y nos mandan retroceder un par de calles:

-Vuelvan ustedes hacia tras y la segunda calle a la derecha, al final encontraran el restaurante, a la derecha también.

Damos las gracias y nos encaminamos al lugar, pero esta cerrado. Vemos venir un coche a toda velocidad y nos apartamos temerosos, eran las señoras que querían disculparse, tras hablar con nosotros se dieron cuenta que era el día de cierre del local. Solicitas nos indicaron otro, incluso se ofrecieron a acompañarnos. Nos negamos amablemente, estábamos seguros de que terminaríamos encontrándolo nosotros mismos como así sucedió.


Aproximadamente una hora después comenzábamos de nuevo a pedalear. Callejeamos un poco buscando el antiguo convento carmelita, hoy reconvertido en centro cultural, que a estas horas estaba cerrado. El final de la calle peatonal donde se encuentra el convento esta la estatua en bronce de un prohombre de la localidad, que aparenta estar sentado en un banco. Justo enfrente también sentado en un banco, un hombre vestido de chaqueta y corbata, de edad avanzada, en actitud pensativa, semejaba ser el reflejo del otro. Entablamos conversación llegando al conocimiento de que se trataba de Don José Torres Blanco, hombre cultivado que nos ha prometido, en cuanto se presente la ocasión, ilustrarnos sobre el pasado y el presente de este extraordinario pueblo, recomendándonos encarecidamente que visitáramos, como así hicimos, el castillo. Bajo su muralla una fresca fuente nos permitirá, si así lo deseamos, llenar nuestros bidones, se encuentra en el centro de un mirador que nos ofrece una extensa panorámica de los campos que se extienden por el este hasta el horizonte, donde transcurrirán nuestros próximos kilómetros. Salimos sujetando los frenos con firmeza, por un camino cementado a los pies del castillo, hasta enlazar con una carreterilla que serpentea trepando los cerros cuajados de olivos. Subida engañosa la de estos ceros que nos harán sudar. Coronados, bajamos hacia la carretera nacional. Seguimos bajando para llegar a Villacarrillo. Entramos en el pueblo en busca de una terraza para refrescarnos, la encontramos y desde la mesa de al lado, unos chiquillos miran con admiración las bicicletas, en especial la de Antonio que es eléctrica, y con orgullo nos comunican que ellos también tienen una; de montaña, puntualizan, aunque bajando la vista reconocen que no es eléctrica. El tramo hasta Villanueva del Arzobispo lo bueno que tiene es que es casi todo en bajada, pero el tráfico es alto por esta N-322 y nos sentimos incómodos. A su lado se construye la autovía, en el futuro no sabemos si podremos pasar por aquí. Llegados al hotel, nos facilitan con amabilidad un lugar para dejar las bicis, enchufe incluido. Tras la ducha recorremos el pueblo de bar en bar, tampoco encontramos cosa mejor que hacer, y a pesar del tapeo, terminamos cenando en el restaurante del hotel a nuestro regreso. 


Camino Sanjuanista: Jornada III

Son las ocho y hace algo de fresco cuando bajamos a desayunar, tomamos las consabidas tostadas con aceite, por estos lares un manjar excelso. Pronto comenzamos nuestra andadura, no hay mucho tráfico y es un pedalear cómodo. A nuestra izquierda se dejan ver algún viaducto del del que iba a ser el ferrocarril de Cadiz a Saint-Giron, en su tramo de Linares-Baeza a Albacete, que hoy para nuestro disfrute se esta acondicionando como vía verde. En un momento dado abandonamos la N-322 y Beas de Segura aparece al otro lado de la fértil vega del Guadalimar con sus casar apiñadas en pendiente al rededor de la iglesia. Entramos en el pueblo siguiendo el río hasta dar con el convento carmelita que fundó Santa Teresa el 24 de febrero de 1575, el primero de Andalucía. En el invierno de 2015 estuve por la zona siguiendo las Huellas de Santa Teresa y esto es lo que escribí de mi visita al convento: “…en el convento un torno, y tras el torno una voz. Voz de mujer que suena calma y melodiosa. Gira el torno y aparece una llave, nos sirve para visitar el relicario. Volvemos al torno, gira de nuevo y aparece otra llave, más grande, pulida por el uso, la introducimos en la cerradura de una enorme puerta de vieja madera que cede tras un chasquido metálico. Como el relicario, el templo está a oscuras, solo se aprecia una pequeña luz roja junto a la pared; es un monedero, depositamos un euro en él y la luz se hace. Volvemos al torno, dejamos la llave y damos las gracias…”. Antes intenté tomar un dulce en una pastelería, quizá la única del pueblo, recordaba haber comido aquí una especie de torta de hojaldre con cabello de ángel en su interior que estaba riquísima, pero Antonio se opuso con rotundidad: 

-Yo aquí en la calle no dejo la bici y además estorba en esta acera tan estrecha. 

Yo miro a uno y otro lado, la calle desierta, ni peatones ni vehículos se ven de una punta a otra a esta hora de la mañana, me encojo de hombros y reemprendemos el camino. Salir de Beas no es tarea fácil, al menos por donde nosotros lo hicimos, una áspera pendiente que forma una enorme ese al final del pueblo nos obligo a dar lo mejor de nosotros mismos. Ganada la altura, salimos a la carretera entre casas humildes, el espectáculo del valle se extiende a nuestros pies, el Guadalquivir invisible tras unas primeras alturas de Cazorla, detrás, la sierra de Segura corta el horizonte amenazante. La carreterilla asciende suave por un pequeño valle que refresca el riachuelo de Beas, la abundante vegetación de ribera, en esta época con exuberante colorido, es sustituida hacia las alturas por el pino que lucha por no ser engullido por el olivar. Se suceden pequeñas aldeas que dan vida al paisaje con sus casas encaladas, deslumbrantes ante el fondo grisáceo de los olivos. Hasta Cañada Catena, la carreterilla (A-314) iba tomando altura con mesura, porcentajes sobre el 3 por ciento era lo habitual, pero ahora se empina con decisión, aparecen las carrascas y el pinar se hace más intenso, serán algo más de dos kilómetros antes de poder superar el collado y detenernos a contemplar lo que nos espera. Imponente la Sierra de Segura; a sus pies, Hornos parece un nido de águilas colgado sobre el valle, iluminado en un extraño contraluz por el sol del medio día, un poco más cerca, en el valle, Cortijos Nuevos. Esa noche escribía en Facebook: “Me molestan estas subidas, duras pero que nadie cataloga de puertos y que nada les tienen que envidiar. Así te pegas una paliza, más con las alforjas, pero no puedes vacilarle a los amigos de que has subido tal o cual puerto, y eso aunque no lo parezca jode”. Cortijos Nuevos, supongo que el nombre vendrá de otros cortijos que quizá el Tranco sepultó, es un buen sitio para parar. En una terraza unas madres toman el aperitivo con sus hijos de corta edad, les puede la curiosidad y quieren saber a donde vamos, se sorprenden al decirles que a Santiago de la Espada, fruncen los labios y con un gesto de la mano arriba y abajo nos hacen saber de la forma más expresiva lo que nos espera, pero aún se extrañan más cuando les decimos de donde venimos. Tomo una cerveza y me ponen un plato de oreja en salsa ¡me encanta, han acertado! 


Subimos un poco y el Tranco se deja ver algo mermado por la sequía, bajamos y comienza la “graciosa” subida a Hornos, rampones del 12 por ciento que con las alforjas nos hacen reír. Ya en el pueblo propongo a Antonío tomar otra cerveza, pero no le seduce, hace poco más de media hora que hemos tomado una y decidimos continuar, craso error que pagaremos más tarde. Comenzamos poco después una larga ascensión a la Sierra de Segura con porcentajes que bailaban alrededor del 11 por ciento. Pasan los kilómetros pero tenemos la sensación de no avanzar lo suficiente, una tras otra se suceden curvas y rampas, machaconas e inmutables, las alegrías nos las dan algunos miradores que nos permiten por unos momentos descansar contemplando el excelso paisaje que se abre ante nosotros, podemos contemplar Cazorla casi al completo con sus grandes picos difuminados por la distancia, las desafiantes alturas de la sierra de las Villas copan altivas el horizonte por el oeste solo separada de nosotros por el embalse.


Poco a poco vamos perdiendo fuelle, las cuestas parecen más duras que nunca y las alforjas; como pesan las alforjas. Creo que lo que escribí esa noche refleja las sensaciones del último tramo de subidas: “…las piernas más duras, hirviendo, pero tu cada vez más despacio, notas que aquello no va, paras comes algo, pero nada, sigues sin andar. Recurres a la “técnica” y te tomas un “chupetín” de esos que llevan productos imposibles de leer y sabor asqueroso, pensando que así lograras andar de nuevo y sorprendido ves que tampoco vas. Esperas, quizá dentro de poco haga efecto, pero nada y al final no te queda más remedio que ponerle algo tan antiguo como la propia vida; “guevos” hasta reventar, que al final es lo que nos ha pasado…”. Por fin coronamos, nos abrigamos, pero en la bajada hacia pontones notamos como se enfría el sudor con rapidez, algún escalofrío se deja sentir a lo largo de la espina dorsal, no sé si de frío o agotamiento. Llegamos a pontones y estamos exhaustos, buscamos un bar donde paliar de alguna manera ese cansancio que nos bloquea, no solo a nosotros, también la batería de Antonio esta en las últimas, tenemos que tomar una decisión, no hay tiempo de recargar, la noche se nos echara encima y al verdad hay que reconocerlo no estamos en condiciones de seguir. Nos ponemos una magnífica excusa: la batería, para justificar el quedarnos a pasar la noche en Pontones que para eso hay un hotel. Yo, hombre cumplido, decido llamar al hotel de Santiago para comunicarle al dueño que no llegaríamos y anular la reserva, el sabía que viajábamos en bicicleta. Preocupado pensó que habríamos tenido un percance, cuando le mentí piadosamente diciéndole que era la batería y que estábamos en el bar de Pontones, su respuesta fue: -No te muevas de ahí voy a por ti.
Ya no hubo más opciones. El tramo hasta Santiago de la Espada y el hostal San Francisco lo hicimos cómodamente en furgoneta. Esa noche comimos y bebimos en exceso, pero eso no es lo que más importa de esta historia.


Camino Sanjuanista: jornada IV

A la mañana siguiente estábamos totalmente recuperados, con algo de resquemor por no haber completado la etapa anterior como teníamos previsto. Pero eso fue ayer, hoy toca lo que creo que será una jornada preciosa bajando el valle de un Taibilla aun joven. Hace fresco y nos abrigamos, en la bajada hasta el Zumeta lo notan orejas y manos, hasta se escapa alguna lagrima, pero pronto entramos en calor. Comenzamos a subir el puerto del Pinar, pero miramos más hacia tras que para adelante, el paisaje que queda a nuestras espaldas puede que sea uno de los más bonitos de la sierra de Segura. De izquierda a derecha se extiende toda la cuerda de la sierra; bajo nuestros pies el Zumeta ha laborado un espectacular desfiladero hasta sus juntas con el Segura, a estas tempranas horas de la mañana difuminado con una ligera niebla entre la que sobresalen las rojas copas de álamos; La Matea y Santiago, se desperezan soñolientos sobre la ladera. El sol, aun joven, se asoma sobre los cortados calcáreos y juguetea entre las ramas de los pinos, lucha con la niebla hasta disiparla pintando el barranco del Zumeta con mil tonos otoñales, nos gustaría quedarnos pero el Taibilla nos espera. Nos vamos introduciendo en la espesura donde los pinos dejan espacio a algunas carrascas y a pequeños prados que rebaños de cabras y ovejas recorren a sus anchas sin guía ni pastor, incluso se detienen insolentes en el asfalto a contemplarnos. 15 kilómetros disfrutaremos de esta subida, y he dicho bien, porque esta subida se disfruta, la carretera, de buen asfalto, serpentea entre los grandes pinos en constante subida, pero sin rampas imposibles, deparándonos bellos rincones y una vegetación exuberante entre la que surgen cortijos apartados.



Comenzamos una suave bajada hasta encontrarnos con el cruce del camino asfaltado que nos llevará hasta el Nerpio. Comienza con un asfalto en malas condiciones, grandes baches que en algunos casos son trozos de carretera sin asfalto, pero solo nos importa por que nos distrae del paisaje que se empieza a insinuar. Entre bache y bache me vienen recuerdos de otros viajes, cuando esta carretera era solo un camino sin asfaltar; iba en dirección a la Puebla de Don Fadrique, llegaba la noche y tenía que buscar un lugar donde pernoctar. Estaba en plena sierra. Una enorme carrasca vino en mi ayuda, monte la tienda bajo ella pero me faltaba agua, solo había cerca unas casas totalmente a oscuras, me armé de  valor y me acerqué hasta ellas. Llamé; poco tiempo después que Ami se me hizo interminable, se abrió la parte superior de la hoja de una puerta, dos caras me miraban con ojos de espanto y no era para menos, yo entonces no llegaba a los cuarenta años, barbas negras, pobladas, vestía indumentaria ceñida de colores extravagantes, y si a eso añadimos la poca luz, tenemos el cuadro completo. Pedirles agua y cerrarse la puerta de golpe fue todo uno. Giraba sobre mi mismo para marcharme cuando oí de nuevo el chirriar de la puerta, me vuelvo y veo a la pareja que rondaría los 60 con una garrafa de agua en las manos, llene los bidones, les di las gracias, cerraron la puerta y yo regresé a mi carrasca. En toda la escena solo sonaron mis palabras pidiendo el agua y dando las gracias; después el silencio absoluto.



La carreterilla tiende cada vez con más decisión hacia el descenso, vamos pasando pequeñas cortijadas solidarias a la ladera, alguna obra deja ver algo de vida. En un recodo vemos la fortaleza de Pedro Andrés; la perdemos de nuevo hasta que el pueblo aparece por sorpresa delante nuestro. Un bar con terraza, el lugar ideal para detenerse y tomar algo, es ya media mañana. En el local la señora que lo atiende y nosotros, no hay nadie más. Nos pedimos unas cervezas y nos las acompaña de frutos secos. Acuden un par de parroquianos y entablamos conversación, preguntan y preguntamos y entre unas cosas y otras termino contando lo que paso aquella noche un poco más arriba, uno de ellos se interesa, me pide más información, le recuerda algo que le contaron sus suegros hace ya veinte años, ¡que casualidades depara la vida! Le pregunte si vivían, me dijo que sí y le pedí encarecidamente que volviera a darle las gracias de mi parte.


Continuamos pedaleando sin esfuerzo, disfrutando del paisaje que nos regala el Taibilla decorado en estos días con una infinita paleta de amarillos y rojos que pintan nogales y álamos junto al resto de la rica vegetación de ribera. Se suceden uno tras otro grandes ejemplares de nogueras, troncos robustos y airosas copas, hasta llegar al desgraciado Plantón del Cobacho, otrora altivo y poderoso, lleno de vida y hoy monumento a la estupidez humana, vivió cientos de años con los cuidados que le depararon distintas generaciones de agricultores hasta que se hicieron cargo de él los técnicos de la Junta y este es el resultado. El Nerpio aparece sin avisar, cruzamos su plaza, el puente sobre el Taibilla y nos encaminamos al Nevazo, local conocido y en que siempre nos han tratado bien y esta vez no será menos. 


Comenzamos de nuevo a pedalear, ahora por el camino de las Bojadillas, preciosa carreterilla que bordea por el sur el valle de Arroyo Tercero hasta su encuentro con la rambla de la Rogativa, que baja del macizo de Revolcadores y hay que cruzar por vado de cemento que apenas llega a mojar las cubiertas. Cruzamos Arroyo Tercero por un minimalista desfiladero hasta desembocar en la carretera que nos lleva hasta el Sabinar, punto final de esta etapa. El pueblo tiene tres bares vacíos y una iglesia, también vacía, dos supermercados y varias plazas que paseamos a la espera de la cena.


Camino Sanjuanista: Jornada V

31 euros por cabeza hemos pagado por alojamiento, cena y desayuno en la pensión El Nevazo. Durante la cena, mientras mojábamos ávidos trozos de pan en la untuosa yema de unos huevos fritos, manchados con el sabroso pringue del chorizo, debatimos hacer una variación del recorrido; en lugar de seguir por el Campo de San Juan y Moratalla, ya conocido nuestro, usaríamos la variante de Archivel inédita para nosotros en bicicleta y por una carreterita que sigue al Argos hacia Caravaca presentarnos en la ciudad de la Cruz, recorrido incluso más corto que el anterior y probablemente más suave.
Nos decidimos por él y tras desayunar nos encaminamos hacia Archivel, en el pueblo paramos en El Chita, local de referencia en la zona y que Juan, su propietario, trabaja con pasión. Bocadillo, cerveza y algunos aceitunas serían suficiente para la tarea que nos quedaba. El recorrido llano y el poco kilometraje hizo que a media mañana llegáramos a Caravaca; Antonio desconocía el paraje de las Fuentes del Marques y aprovechamos para visitarlo; después, la habitual subida a la Basílica, presentar nuestros respetos a la Cruz, visitar la oficina del peregrino y obtener nuestro ansiado certificado, habíamos ganado el Jubileo después de recorrer más de 250 kilómetros y visitar una docena de poblaciones. Cuatro, casi cinco días de convivencia con mi amigo Antonio Máximo, de comprobar el buen comportamiento de las cada vez más fiables bicicletas eléctricas y de vivir el camino de forma diferente, cada uno con su forma de sentir la religiosidad, pero que no es condición exclusiva para realizar esta ruta que bien merece el recorrido por si misma, interesante para cualquier ciclista. Un viaje variado y ameno, encontraremos en él ciudades monumentales a paisajes excepcionales, preciosos en esta época del año, buena gente y la posibilidad de disfrutar de una variada gastronomía, en especial esa costumbre tan española del tapeo que en Andalucía se vuelve exuberante y esplendorosa.


Mariano Vicente, noviembre de 2017