miércoles, 26 de agosto de 2020

Entre la sierra y el mar

Desde las minas La Positiva y Vulcano en la sierra de la Almenara a Parazuelos en el Mediterráneo
 
 
 
En el confín suroeste de la Región de Murcia, en el límite de los términos municipales de Lorca y Mazarrón y a los pies de la sierra de Almenara se asientan las diputaciones lorquinas de Morata y Ramonete, Ugéjar y Puerto Muriel y las pedanías mazarroneras de Ifre y Pastrana. Es un valle hermoso, árido y duro, frontera con las tierras del interior, erizado de torres vigía y castilletes mineros. Hoy, de unas y otros solo quedan algunos restos. En esta tierra de nadie es donde se desarrollara la ruta de hoy, seguiremos lo que queda del viejo trazado del ferrocarril minero que bajaba el mineral de hierro de las minas de Morata hasta el Mediterráneo en Parazuelos. Para ello nos hemos reunido cuatro amigos; María Jesús y Juanjo lorquinos de pro, Antonio Máximo y yo churubitos de la capital.
 
 
A finales del siglo XIX y principios del XX, cuando las guerras carlistas paralizan las minas vizcaínas, los ojos de numerosos empresarios mineros se vuelven hacia el sureste español. Dicen los vecinos que aquí todos son descendientes de mineros; bisnietos o tataranietos de aquellos que se dejaron la piel y hasta la vida por arrancarle a la tierra un trozo de mineral. Era casi el único medio que les permitía sobrevivir. Hoy todo son invernaderos para el tomate y cosas así, se han olvidado los borregos y las cabras, los almendros, incluso de las hierbas aromáticas que aquí se daban muy bien y además cada vez somos menos y más viejos, nos dice con tristeza un vecino de Morata.
 
En la época de esplendor de la minería eran muchas las explotaciones en servicio con mayor o menor rendimiento; las principales, La Positiva y Vulcano, llegaron a tener su propio ferrocarril, creado para facilitar la salida del mineral al mar. La Compagnie d´Aguilas, arrendataria de la Sociedad Morata Valle y Cía, encarga el estudio para su construcción a la sociedad británica The Morata Railway Cº. Partiría de las inmediaciones del Cabezo del Bosque, junto al coto minero de La Positiva, en el Rincon de la Oliva, discurriendo sus 15 kilómetros por los márgenes de la rambla de Morata primero y por la de Pastrana después hasta la playa de Percheles donde estarían los embarcaderos. El proyecto se debió al ingeniero militar Ramón Domingo Arnau y Calderón.

Tras algunas vicisitudes en 1894 se formó en Londres la The Morata Railway and Iron Mines Cº, que se hizo cargo de la concesión, pero tuvo que abandonar la explotación debido a su baja rentabilidad. En julio de 1901 es transferido de nuevo, esta vez a la “Sociedad Minera y Ferrocarril de la Sierra de Almenara”, constituida en Bilbao y explotadora de la Mina Positiva, restituyendo el servicio el 15 de junio de 1903. Llego a transportar unas 15.000 Tm de mineral para Sota y Aznar, destinado a la recién construida factoría siderúrgica de Sagunto. Tras una serie de problemas en 1910 dejo de funcionar hasta finalizada la guerra europea. Le siguió periodos intermitentes de trabajo y semi abandonó con las locomotoras estacionadas en un pequeño deposito de la Cala del Muerto y los vagones en las vías de servicio de Parazuelos. Termino siendo desmantelado en 1943. Su longitud total fue de 14.660 metros y a pesar de concebirse con una anchura de 60 centímetros, termino construyéndose en vía métrica con carril de 16 kg/ml. En Pastrana estaban los talleres y sus estaciones eran las de Morata, Pastrana, Paracuellos y Cala del Muerto.
 
 
Vamos a comenzar nuestro recorrido en la coqueta paya de Puntas de Calnegre, más que nada para asegurarnos el avituallamiento a la vuelta, ¡nos priva el arroz y marisco! Tras los primeros esfuerzos para salir de la cala, nos dirigimos hacia el comienzo del trazado del viejo ferrocarril por una carreterilla asfaltada paralela a la playa de Parazuelos, dejando atrás la “Casa Colorá”, residencia de verano de la familia de Mathías Kutsh. Su hija Ángela estuvo casada con Julio Feo, que fue secretario general de la presidencia entre los años 1982 y 1987 con Felipe González. Esté y su familia pasaron los veranos del 81 y el 82 de vacaciones en esta residencia. Una vez presidente del gobierno no volvió más. Hoy es una residencia de alquiler.
 

 
Como mellados dientes de un viejo desdentado sobresalen de las aguas los hierros oxidados del antiguo embarcadero, una trinchera da acceso a los restos de un viejo muelle sobre la Cala del Muerto. Resisten algunos lienzos de los antiguos depósitos de mineral, como ferroviario intuyo lo que pudo ser la playa de vías y hasta donde estaría ubicado el pequeño deposito de tracción. Buscamos la antigua plataforma ferroviaria, será difícil de seguir, pero la rambla de Pastrana nos servirá de guía hasta que la sustituya la de Morata. Continuamos por la carretera en dirección Cañada de Gallego hasta que en una curva a derechas, casi en el collado, la sustituimos por un camino cubierto de maleza que sale por el exterior; es la antigua plataforma ferroviaria.
 
 
 
 
Ahora nuestros pasos nos conducen por el trazado hasta la rambla de Pastrana. Un mar de invernaderos domina el paisaje, blanco y ocre que el horizonte interrumpe con una calíma grisácea. Seguimos por un camino que bordea la rambla por su margen derecha, por aquí debía circular el viejo ferrocarril. Cruzamos la rambla y seguimos ahora su margen izquierda. El antiguo trazado ferroviario se separa del margen hacia el interior unos pocos metros, nosotros continuamos junto a la rambla. En las juntas con la de Los Tórtola, cauce arriba, se ven los restos de un viejo puente que el antiguo trazado aprovechaba para superarla. Si seguimos el cauce unos 4 kilómetros, en la rambla de Los Loberos, podremos ver un monumental algarrobo de más de 400 años catalogado como árbol singular de Lorca, el “garrobo del tío Nené”.
 
 
Polvo y sudor nos depara el camino en este valle árido y gris donde los cultivos de regadío, especialmente bajo plástico, se han adueñado del paisaje. Hay de todo, desde hortalizas a frutales pasando por parrales de uva de mesa; más plástico que espartales y casi más tractores que habitantes. A cada paso que damos la sierra de Almenara se va haciendo omnipresente, es un Parque Natural cobijo de la tortuga mora y del camachuelo trompetero que anida en primavera; territorio del búho real, de las águilas real y perdicera y del halcón peregrino. Casi por sorpresa, aparecen ante nosotros altivos y monumentales los tres pilares donde se sustentaban las vigas de madera que hacían salvar la rambla de Morata al oscilante convoy. Las duras embestidas de las avenidas han doblegado la resistencia del pilar central que a duras penas se sostiene en pie.
 
 
“Llámase esta torre de Morata, por haberlo sido de los famosos caballeros de este apellido, por donación de los reyes de Castilla en remuneración a sus méritos”. A sí describía el Padre Morote en 1741 la población de Morata, hoy pequeña población rural en la que lo más destacable es la ermita de San Juan Bautista. Su traza actual es de principios del siglo XX pero está documentada desde mediados del siglo XVIII y así nos lo cuenta el Padre Morote: “Por una rambla de este valle corren todo el año las aguas, que fertilizan muy buenos pedazos de tierra, que cultivan ochenta vecinos, que mantienen un capellán en una grande Hermita [sic] de la advocación de San Juan Bautista, cuyo sitio, en los veranos, hace delicioso una frondosa Alameda". Hoy, la “frondosa alameda” la han sustituido los toldos del bar-tienda de la asociación de vecinos que nosotros aprovechamos para refrescarnos con un par de litros y unos frutos secos. Estaban aquí las cuadras que albergaban las caballerías de servicio de las minas y hasta un hospital minero que prestó atención a toda la población de la zona hasta mediados de los años sesenta.
 
 
Siguiendo el antiguo trazado ferroviario que ahora discurre bajo la carretera que va de Morata a Lorca, al salir de la población, podemos ver por nuestra derecha el Cabezo del Cuco donde se encontraba el cargadero de la mina Vulcano, que mediante vagonetas tiradas por bestias y un cabrestante bajaban el mineral de hierro hasta el ferrocarril. Continua la plataforma ferroviaria por la izquierda trazando una amplia curva alrededor del cabezo que albergaba la principal mina del lugar; La Positiva y donde comenzaba la vía que llevaría el mineral de hierro hasta el mar. Intentamos el paso hacia el barranco de Viquejos pero los caminos desaparecen y el “empujing” bajo la chicharrera del medio día no nos apetecía nada. Regresamos sobre nuestros pasos hasta la llamada Cuesta de Morata que nos lleva en dirección al Pico del Talayón que alcanza una altura de 879 metros. El sol es el verdadero protagonista de esta subida, es un terreno seco pero abundante en vegetación que se adapta a la zona; cada mañana sorbe el rocío que el cercano Mediterráneo le proporciona. Reina el esparto en las zonas abiertas con sus enormes espigas doradas al viento; romero, tomillo y ajedrea lo acompañan. Coscojas, lentiscos y enebros forman un saludable sotobosque. En las zonas más húmedas espinos negros y acebuches y en las ramblas se dejan ver olmos y baladres junto al carrizo.
 
 
Por nuestra derecha el Rincón de la Oliva y los resto de la más famosa y productiva mina del lugar; La Positiva. Al frente, a menos de un kilómetro, divisaremos un portillo -paso estrecho excavado en la montaña-. Una vez superado, se abre ante nosotros un pequeño y bonito valle oculto por los cabezos que lo rodean, en una de sus laderas los restos del caserío minero de Viquejos y las zizagueantes motas empedradas de sus huertas, secas y abandonadas, que estuvo habitado hasta mediados de los sesenta. Debió tener un abundante manantial, pues dicen que tenía una “hermosa huerta y un bosquete de almeces” Hoy, solo el bronco ruido de un motor nos lo recuerda. Esa agua, después de regar las huertas y mover un pequeño molino, se encauzaba por la ladera opuesta, barranco de Ugéjar abajo hasta el lugar de Viquejicos, bajo la Peña del Águila. En este abandonando y casi inaccesible lugar, cuesta creer la existencia de un poderoso molino, con su balsa y poderoso cubo semicircular para alimentar el bocín. Aún se puede observar en su fabrica medio derruida y semi oculto por la maleza, el baso donde se encuentra su rodezno metálico y en el piso superior conserva la piedra inferior de la muela. Si nos detenemos un momento y observamos los cerros cercanos dejando volar la imaginación, veremos la hilera de bestias cargadas de mineral, asustadas y haciendo equilibrios para no despeñarse por los senderos que surcan las laderas, a su lado hombres rudos que con poderosos gritos las azuzan a continuar la marcha.
 
 
El paisaje apenas se abre mientras descendemos el barranco de Ugéjar, nos rodean altos farallones habitad del águila real. Junto al camino, una diminuta casa con lo que parece un improvisado establo, y a su lado una vieja y oxidada noria de sangre. El barranco se cierra y solo nos deja el pedregoso y cerrado cauce de la rambla para circular, lo que obliga a echar pie a tierra en numerosas ocasiones. Escondido tras la ladera izquierda del barranco, al otro lado del cauce, aparece la diputación lorquina de Ugéjar. Descendemos la rambla por una carretera paralela, en los cerros próximos continúan en pie algunos lienzos de la muralla, torreones derruidos y aljibes de lo que fue el castillo islámico del Estrecho, fortaleza que protegía a alquerías del valle de los ataques berberiscos. Pero el sitio estuvo habitado desde mucho antes como lo atestigua los restos neolíticos encontrados en el Cabezo Negro. El viento nos trae olor a mar y despierta en nosotros un apetito voraz. Nos lanzamos rambla de Ramonete a bajo, al arroz y marisco no hay que hacerlo esperar.
 
 
Mariano Vicente 26 de agosto de 2020
 
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