España, puede significar «tierra de conejos», según la hipótesis
fenicia. En hebreo, lengua emparentada con el fenicio, la palabra spʰ(a) n podría significar «conejo», y el término fenicio *i-špʰanim
literalmente significaría: ‘de damanes’, que fue como los fenicios
denominaron al conejo.
La carne del conejo, además de ser muy magra y sabrosa, resulta muy
versátil, la utilizaremos para elaborar una de las recetas más
tradicionales, humildes y sabrosas que se pueden hacer; conejo al
ajillo.
Solo se necesita profusión de ajos y buen aceite de oliva. La
elaboración es sencilla, se sofríen los ajos y se apartan, sofreímos el
conejo y cuando esté dorado lo juntamos con los ajos, añadimos vino
blanco, algo de romero y tomillo, también podemos añadir un poco de
vinagre y caldo. Dejamos que se evapore hasta que solo quede el aceite,
el conejo y los ajos. Espero que os guste.
Para justificar este ágape, queremos realizar una ruta que aproveche la margen izquierda del río Segura hasta Javalí Nuevo, para tomar a continuación la Vereda Real hasta alcanzar el canal del trasvase y a través de él llegar al puentecillo
que da acceso a la pista que recorre la solana de la Sierra del Cura,
por último, por la carretera que viene de Barqueros, llegar a Librilla y
al restaurante El Pizo, local que por este nombre es poco conocido; mejor, El Lavadero.
Pero uno propone y el grupo dispone ¡Se amotinaron! No quedo más remedio que hacer el recorrido de siempre, de Murcia a Aljucer y por los caminos de concentración parcelaria paralelos al Reguerón hasta Librilla.
El conejo bueno estaba bueno, pero como no tenemos remedio, lo complementamos con unos huevos fritos.
¡El
campo andaluz, peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado de olivar y de olivar! Son las tierras soleadas, anchas lomas, lueñes sierras de olivares recamadas.
Antonio
Machado
La Pandera
Estamos en tierras de la Cordillera
Subbética que comprende tanto la Cordobesa, como el Poniente Granadino o los
Montes de Granada y sobre todo la Sierra Sur de Jaén donde nos encontramos.
Territorio abrupto con moles importantes como la Sierra de la Pandera que se
eleva hasta los 1870 metros sobre el nivel del mar. Santuario del ciclismo en la comarca, esta
espectacular cumbre ha sido en numerosas ocasiones meta de la Vuelta Ciclista a
España, ganando en 2003 nuestro paisano Alejandro Valverde. El corredor del Kelme-Costa Blanca volvió a imponer su punta de
velocidad en un apretado final junto a Roberto Heras (US Postal), y el
colombiano Félix Cárdenas (LaBarca-2). A falta de 4 kilómetros para meta el
bejarano decidió atacar, pero a pocos metros de la línea de meta, Heras y
Cardenas fueron cogidos por Valverde y Sevilla, que viniendo desde atrás
encontraron el merecido premio al trabajo en equipo.
Cumbre ocupada por una
base militar que mantenía cerrada la carretera y restringido el acceso. En los
noventa la base se encontraba en desuso, pero una valla seguía impidiendo el
paso. Desde el año 2009 la valla está abierta lo que nos permite “disfrutar” de
la subida hasta la cumbre.
Saliendo del monumental
pueblo de Alcalá la Real tendremos casi 50 kilómetros hasta alcanzar la
Pandera. Pedalearemos entre ondulantes colinas pobladas de olivos hasta llegar
a Freiles. Comienza una bonita subida donde el olivo es sustituido por coscoja
y encina con porcentajes que fluctúan entre el 4 y el 9 por ciento hasta llegar
a un primer collado. Bajada y subida al segundo collado y ahora sí, nos regala una
larga y agradable bajada hasta Valdepeñas de Jaén. Aprovecho para un pequeño
descanso y me preparo para lo que se me viene encima, más de 13 kilómetros y medio y 970 metros de desnivel hasta la
Pandera.
Poco más de seis kilómetros nos dejan a
los pies de la Pandera. Cruzamos la verja, el primer kilómetro será al 15%.
Llegados a un disimulado collado, en una gran curva a izquierdas, se suaviza
durante un par de kilómetros, pero es una argucia que nos oculta lo que nos
espera. En frente las casi verticales laderas del Matarratas con rampas que van
del 13 al 18 por ciento. Llegar al Cerrillo de la Caldera nos dará algo de
descanso antes de enfrentarnos a una nueva rampa que nos deja en la cima.
Estamos a 1815 metros de altura y ante nosotros se abre una amplia y soberbia
panorámica de casi toda la provincia de Jaén; al sur, casi a nuestros pies, Valdepeñas
de Jaén, al norte, la propia ciudad de Jaén y cerrando el horizonte por el
sureste, la imponente mole de Sierra Nevada.
Desandamos lo andado y nos dejamos caer a
Valdepeñas de Jaén. Reponemos fuerzas, como me gusta la agradable costumbre
andaluza de las “tapitas” que hará que tomemos con buen ánimo la subida hasta
el cruce donde debemos tomar una decisión; volver sobre nuestros pasos hacia
Frailes o continuar con una bonita y merecida bajada hacia el nacimiento del
río San Juan y Castillo de Locubín a los pies de la Sierra de la Morenica.
Como no podía ser menos, pasado el
nacimiento, comenzamos una nueva subida hacia el pueblo que nos compensará con
bonitas vistas de la campiña de Martos. Pasado el pueblo, accedemos a la
carretera de Alcalá hasta superar el puerto del Castillo con 940 metros de
altura. Una bajada y una nueva subida nos dejará en Alcalá.
El carril bici de la margen izquierda del Segura será el hilo conductor que nos sacara de Murcia hasta la Contraparada, azud mayor en Segura del que parten las dos acequias principales, Aljufía, al norte, y Alquibla, al sur. Aunque de probable origen romano, su importancia se acrecentó en época de Abderramán II. A día de hoy sigue derivando sus aguas sin interrupción desde, al menos, el siglo IX. Tras gozar un rato de su contemplación, abandonamos el lugar buscando de nuevo la margen izquierda, el río Segura hasta encontrarnos con la carretera de la Ribera de Molina.
Pronto la dejamos atrás y a la altura de la Ribera nos incorporamos a la Vía Verde del Noroeste, que no abandonamos hasta el puente Rojo o de Alguazas que atraviesa el Segura, para continuar por su margen izquierdo, buscamos la vieja Torre de los Freiles, que no logramos encontrar. Lo que sí encontramos es la “Máquina” antigua noria transformada en “fábrica de luz” que daba servicio a las poblaciones de Lorquí y Ceutí. Hoy; solo un motor de riego.
Continuamos junto a la Acequia Mayor de Alguazas hasta enlazar con la mota derecha del Segura que seguimos hasta el puente de la carretera que une las poblaciones de Ceutí y Lorquí para dirigirnos a esta última población cruzando el Segura. Nos encontramos de frente con la vieja Noria del Marqués de Corbera, hoy fuera de servicio y restaurada como objeto ornamental, aunque funciona perfectamente. Cruzamos la carretera para dirigirnos a otra noria, la del Tío Rapao, situado en la acequia Mayor del Azarbón de la Cierva es un arte significativamente más grande que la anterior, pero que regaban el mismo número de tahúllas, unas trescientas, construida en acero y madera, contiene 112 cangilones y 156 paletas. Está declarada Monumento Histórico Nacional.
Es buena hora para almorzar y que mejor sitio que en el Merendero El Cordero, cerca de la noria y en servicio desde 1991, unos trozos de morro a la brasa y cerveza bien fría serán suficientes para reponer fuerzas y llegar a Murcia. Atravesamos Lorquí pasando por delante de fábrica de conservas artesanales Modesto, donde solo me detengo para comprobar que todo sigue igual; espárragos, tomate, pimientos, alcachofas, mermeladas y hasta atún, todo con muy buena pinta, ya volveré. La ruta aún nos dará otro punto de interés antes de finalizar, el museo etnográfico Carlos Soriano. En 1875, un tal Joaquín Portillo terrateniente del lugar, vendió al abogado Carlos Soriano unas tierras en El Llano de Molina con noria incluida situada sobre la acequia Subirana, y este creo una colonia agrícola poniendo en cultivo las tierras con olivo y morera -ya había subvenciones en aquella época-. Por ley estas colonias debían de disponer de viviendas, -hasta seis llego a tener-, para los colonos, escuelas para sus hijos, almacenes comunales y hasta una iglesia que se construye en 1892. El museo como tal surge en 1999 con la adquisición de los inmuebles por parte del ayuntamiento de Molina. Está compuesto por la propia ermita y la casa solariega del abogado. Es un edificio de dos plantas, la baja de servicios y la superior de dormitorios. Se conservan la cocina original, los tinajeros y el dormitorio y en las salas habilitadas para exposición hay trajes regionales, enseres y menaje de la época.
Tras recrearnos un buen rato en la contemplación de la bonita y coqueta noria que toma sus aguas de la acequia Subirana, junto al museo. Continuamos sobre el propio cauce de la acequia, (está entubada) hasta salir a la carretera y meternos de lleno en el espectacular soto de los Álamos donde los árboles se miran coquetos en las aguas del Segura formando un frondoso bosque de ribera. La Vía Verde nos llevará hasta la Universidad de Murcia y de allí bajaremos hasta el Molino del Amor y el Cuartel de Artillería en nuestro querido Barrio del Carmen, donde finalizaremos el recorrido.
El sol rompe el horizonte, contundente y molesto, a ras de suelo, casi no veo la carretera, voy en dirección a la costa alicantina, concretamente a la zona de Torrevieja para realizar una ruta con mi vieja Conor, una bicicleta hibrida a la que hoy pomposamente llaman de gravel.
En menos de una hora estamos en lo que hoy es el Parque Natural de las Lagunas de la Mata y Torrevieja situado en la comarca de la Vega Baja alicantina. Ocupa parte de los términos municipales de Torrevieja, Guardamar del Segura, Los Montesinos y Rojales, formado por dos lagunas separadas por el anticlinal del Chaparral y unidas por un acequión y dos canales que las comunican con el mar. Su uso tiene dos vertientes diferenciadas, por un lado, como explotación salinera, por otro como área de nidificación e invernación de aves, principalmente flamencos a los que acompañan diversas variedades de patos, el zampullín cuellinegro, la cigüeñuela o el tarro blanco. Junto con los vecinos parques naturales de El Hondo y las Salinas de Santa Pola, forman un triángulo de humedales de crucial importancia para el desarrollo de los ciclos biológicos de numerosas especies que lo utilizan en sus migraciones, nidificación o invernada.
Las lagunas de La Mata y Torrevieja ya se explotaban en 1321 cuando la Corona cede la segunda a la ciudad de Orihuela. La primera también pasará a sus manos en 1364 tras ser confiscada a Guardamar. Finalizando el siglo, la Corona concede su explotación para la pesca construyéndose unas acequias para comunicarlas con el mar, proyecto que fracasó por la excesiva salinidad de las lagunas. En 1759, se declaró la reversión de la propiedad de la laguna de Torrevieja al Estado bajo la dirección del Administrador de las Reales Salinas de La Mata. Desde el siglo XV estas lagunas han sido uno de los principales centros salineros del Mediterráneo. Fue declarado parque natural en 1988 por la Generalidad Valenciana, aunque la declaración definitiva se produjo el 10 de diciembre de 1996. . Aparcamos en la misma puerta del Mesón-Arrocería Las Jarras donde tenemos la intención de comer un buen arroz, que al fin y al cabo es especialidad de la zona, como aún está cerrado, buscamos un local para tomar un café y lo conseguimos en una calle adyacente. Mi intención era hacer la foto de rigor y comenzar la ruta junto a la Torre de la Mata, hoy una edificación venida a menos, pero que en su origen no solo fue sólo un puesto de vigía, sino que podría haber tenido funciones defensivas. Su principal objetivo era la vigilancia y seguridad de la Era de la Sal de La Mata y del muelle de embarque.
Entre unas cosas y otras son más de las diez, un poco tarde para ir hasta la torre, por lo que empezamos a pedalear buscando un paso bajo la carretera que une Guardamar con Torrevieja que nos acerque hasta la laguna. Ya en la orilla la contemplamos en todo su esplendor y continuamos rodeándola por un camino de arena que dificulta el pedaleo. Cruzamos el acequión que la comunica con el mar y entramos en una caseta para la observación de aves -hide-, no logramos ver gran cosa, las pocas que había remoloneaban en el centro de la laguna.
Continuamos nuestro pedalear en dirección al Moncaio o Moncayo, queremos alcanzar el vértice geodésico de Guardamar situado a 107 metros de altura, nos puede parecer poco, pero he de recordaros que estamos al nivel del mar. Abandonamos la laguna por caminos que nos llevan entre cultivos hasta alcanzar las estribaciones del cerro, el camino desaparece sustituido por un sendero que se difumina entre el matorral. Poco a poco empeora y se vuelve más pedregoso hasta alcanzar un otero que nos proporciona unas espectaculares vistas del litoral, estamos a unos 80 metros sobre el nivel del mar, lo que nos permite ver una extensa franja que abarca desde los acantilados de Santa Pola por el norte, hasta Cabo de Palos por el sur.
A estas alturas del recorrido ya nos faltan dos compañeros, Matías y Tomás, se han quedado más abajo y ya no los volveremos a ver hasta un par de horas después. Miguel y Pedro se niegan a continuar, les pido que me esperen, quiero llegar al vértice geodésico, esto me va a obligar a desandar el camino para reunirme con ellos en lugar de bajar por el otro lado que era lo previsto. El sendero empeora ostensiblemente, piedras y escalones ponen a prueba los neumáticos de 38 de mi vieja Connor de acero, en algún que otro punto me tengo que bajar, pero logro llegar al mojón de granito que marca el vértice geodésico, ¡lo he conseguido!
Bajar también tiene su “miga” mis estrechas ruedas tienen que darlo todo para conseguirlo, pero llego sano y salvo hasta reunirme con mis amigos al pie de un barranco que desciende vertiginoso hacia la playa. Me dicen que han llamado Tomás y Matías que nos esperan abajo. Miro y conociéndolos dudo mucho que se hayan atrevido a bajar por ahí, ni siquiera andando. Expreso mis dudas a Miguel y Pedro, pero me aseguran que es así. Nos metemos en el barranco y a los pocos metros tenemos que desmontar, las escorrentías y la pendiente lo hacen impracticable.
Una vez abajo, ni rastro de los compañeros. Todo ha sido un error de interpretación. Nos llamamos y decidimos vernos al otro lado del cerro del Moncaio, cerca de la antena radionaval conocida como la Torre de los Americanos. Tiene 365 metros de altura y según el Ministerio de Defensa su función principal es la comunicación con los submarinos. Unos senderos nos orientan hacia el lugar, pero Pedro, poco acostumbrado a la bici de montaña lo está pasando mal, por lo que descendemos un poco y buscamos un mejor camino, lo encontramos y aunque damos un gran rodeo, todo es más fácil.
Por fin nos reunimos todos en la carretera de los Montesinos, y ahora sí, retomamos la ruta prevista desde un principio que rodea la laguna por el norte y el oeste hasta llegar a un carril bici. La idea era continuar hacia Torrevieja por el trazado del antiguo ferrocarril salinero que unía Albatera, en la línea Murcia a Alicante, con Torrevieja. Pero es cerca del medio día y no queremos llegar tarde para comer, por lo que desechamos el plan y nos dirigimos directamente hacia La Mata. Volvemos a circular por caminos de arena junto a la laguna entre una vegetación típica mediterránea como el coscojar, el pino carrasco, el tomillo, el albardín y una pinada de repoblación de pino piñonero, pino carrasco y eucaliptos.
Nos vamos a marchar sin ver una de las especies más apreciadas del parque que es el flamenco común, que congrega cerca de 2000 ejemplares durante la época de cría. También es importante la presencia del zampullín cuellinegro, con unos 3000 ejemplares. Del resto también son de destacar la cigüeñuela, el tarro blanco, el aguilucho cenizo, la avoceta común, el chorlitejo patinegro, el charrán común, el charrancito y el alcaraván. Casi al final del recorrido me fijo en algo que me había pasado totalmente desapercibido; una extraña plantación de viñedos y recordé lo leído en algún sitio, que aquí se daban algunas de las cepas más antiguas del Mediterráneo, la Moscatel de Alejandría y la Merseguera.
Tras unas cervezas, sentados a la mesa, disfrutamos alrededor de una somera paella de arroz a banda, de buen sabor, pero para mi parecer, de precio excesivo. Sin más que contar por el momento me despido de vosotros hasta la próxima ruta.
—Te he de contar una cosa. Este año la Numantina va a dar un salto
espectacular, queremos unir Numancia y Cartagena.
Es curioso como la cabeza muchas veces funciona a una velocidad muy
diferente al tiempo real. Mientras Enrique me decía estas palabras
acudieron a mi mente escenas del Camino del Cid, de la Vía Verde
de Ojos Negros y sin darme cuenta, estaba montando un itinerario entre
Numancia y Cartagena cuando apenas Enrique había comenzado a contármelo.
—Queremos utilizar vías verdes, más que nada, para alejarnos de las
carreteras, las bicicletas que llevaremos es mejor alejarlas de los
coches. Queremos que sean las mismas que utilizamos en la Numantina, ya
sabes, de la época del primer Tour de Francia o de la Primera Vuelta a
España e iremos vestidos a modo. Queremos que vengas con nosotros.
—Pero Enrique, tú sabes que tengo varias bicicletas clásicas, pero no
tan antiguas.
—Seguro que podrás conseguir alguna o te la pueden dejar Fari,
Álvaro o alguien del grupo, alguna habrá para ti.
Con esta simple conversación comenzó para mí toda una odisea. La verdad
es que no tenía demasiado interés en el tema, pero he de confesar que me
dejo convencer con excesiva facilidad y un par de llamadas de Enrique
hicieron el resto. Pero de dónde voy a sacar yo una bicicleta de esas,
una pionera, sin cambios, todo acero y sin ropa adecuada. No sabía nada
más del tema, la información era exigua y todo estaba por hilvanar.
Sería la primera marcha ciclista teatralizada por etapas de España y
probablemente la más larga de las que se celebran en el mundo. Cinco
etapas y más de 500 kilómetros reviviendo las gestas de los primeros
ciclistas que corrieron el Tour de Francia en 1903, el Giro de Italia en
1909 o la Vuelta a España en 1935. Quedarían unidas tres importantes
ciudades del Imperio Romano en Hispania, Numantia, Saguntum
y Cartago Nova. Aún faltaban un par de meses, tenía tiempo.
Gira la Tierra, el Sol y la Luna se pasean por el cielo y el tiempo pasa
sin que nos demos cuenta. Las fechas se echan encima y no tengo nada
preparado. Toca correr. Es una emergencia y llamo a Pepe Reina:
—Pepe, necesito tu ayuda, he de hacerme con una bicicleta, que, si no es
de primeros del siglo pasado, al menos lo aparente.
Y Pepe, como no podía ser de otra manera, se pone a ello. Busca en
mercadillos, pero sin éxito; en la Red, igual; entre su nutrido grupo de
amigos, nada. Pepe termina comprando una Peugeot ochentona, en
demasiado buen estado, para transformarla en pionera. Me la quedo, es
una bicicleta preciosa —cada uno tiene sus debilidades—. Hay que buscar
otra cosa. Pepe le había dado a un amigo común un viejo y oxidado
cuadro.
—Ángel que vas a hacer con el cuadro que te dio Pepe Reina.
—Yo nada. ¿Lo quieres tú?
Y así empezó la “deconstrucción” y montaje de la “nueva” bicicleta. Pepe
buscó bielas de un solo plato y ruedas de un solo piñón en lo más
profundo de sus anaqueles. Preguntó a sus amigos para potencia y
manillar, pero lo que más trabajo nos dio fueron los puentes de frenos,
hubo que cortarlos y volverlos a soldar con las medidas apropiadas, unas
cubiertas nuevas, y un usado Brooks completaron la creación. Ya estaba
lista para la aventura.
La ropa fue aún más complicado, no tenía nada tan antiguo, ni siquiera
que lo pareciera. Busqué en mercadillos y en el fondo de mis armarios y
no encontré nada. Al final un viejo pantalón fue cortado por debajo de
las rodillas y puesto unos botones. María, una buena amiga, vino a
salvarme, me transformó un par de viejos jerséis en verdaderos maillots
antiguos cosiéndoles unos bolsillos en el pecho y en la espalda. Una
vieja gorra y unas gafas hicieron el resto.
El destino quiso frustrar en parte la empresa, llamaron a mi mujer para
una intervención quirúrgica unos pocos días antes. Debía reorganizar
todo el plan. Era improbable que pudiera ausentarme de casa tantos días,
por lo que tendría que adaptarme a las circunstancias, decidí hacer
solo los dos últimos días, así que acompañaría a mis amigos en las dos
etapas murcianas; la primera, de Caravaca a Murcia por la vía verde del Noroeste y la segunda de Totana a Cartagena por la del Campo de Cartagena.
La Numantina: IV Etapa Caravaca
a Murcia por la Vía Verde del Noroeste.
Son poco más de las seis de la mañana cuando salgo de casa con dirección
a la estación de autobuses, hemos de trasladarnos mi bici y yo hasta Caravaca
para encontrarnos con los amigos que vienen de Soria. Unidos por un
humeante café, nos contamos los últimos acontecimientos, los percances
de nuestras vetustas bicicletas, pero que en realidad solo han
representado pequeños contratiempos que no han impedido que hoy estemos
aquí dispuestos a comenzar la cuarta etapa de la Numantina. Subimos
hasta la basílica de la Vera Cruz y recibimos la bendición para
nosotros, nuestras bicicletas y nuestra labor que no será otra que unir
la ciudad de Numancia y Cartagena. El párroco, como buen juez, bandera a
cuadros en mano, dio la salida de esta etapa que nos llevará hasta
Murcia.
La Vía Verde del Noroeste nos acoge en su seno y a pesar del fuerte
viento rodamos rápido, pero con constantes detenciones por las pequeñas
averías. Curiosamente, tras pasar la estación de Cehegín desaparecen y
nos permiten seguir sin mayores contratiempos. En el Niño de Mula
tomaremos el correspondiente refrigerio que nos permite continuar
pedaleando. Pequeña contrariedad por unas obras sobre la plataforma
ferroviaria antes de Albudeite, pero que no nos impiden seguir. Poco a
poco van cayendo los kilómetros, superamos Alguazas y llegamos a la
Ribera de Molina, punto en el que hemos decidido abandonar la vía verde
por la ribera izquierda del río Segura, esto nos permitirá llegar
prácticamente hasta la puerta de la catedral sin contacto alguno con
vehículos a motor.
Aparece la torre-campanario de la catedral y el imafronte oculto tras una lona. Desgraciadamente
para nosotros está en obras y nos priva del placer de su contemplación.
Para quitarnos el “mal sabor de boca” decidimos sentarnos en una
terraza con una fría cerveza en la mano. Esa noche, en la pedanía de Cobatillas,
disfrutaremos de una cena típica murciana en la que no falto el
zarangollo, las morcillas o el conejo con tomate o al ajillo.
La Numantina: V Etapa Totana a Cartagena por la Vía Verde del Campo de
Cartagena.
Otra vez me toca subir a un autobús hasta Totana para reencontrarme con
mis amigos. He dormido en casa, en el barrio del Carmen, mientras ellos
lo han hecho en el centro cultural de Cobatillas
y se han desplazado por la A-7 a Totana en vehículos privados. Tras la
correspondiente salida bajo la bandera de cuadros y el estridente sonido
de la trompetilla, nos encaminamos por la plataforma ferroviaria hacia
Cartagena. Me he sorprendido gratamente con el estado de la plataforma
en algunos puntos, se han hormigonado algunos tramos que estaban muy
deteriorados por las galerías hechas por los conejos y la pasarela
metálica sobre la carretera de La Pinilla a Mazarrón, que no estaban
cinco años atrás cuando la recorrí por última vez. Sin más sobresaltos
llegamos hasta la Aljorra,
dónde decido con pesar, dejar a mis compañeros y dirigirme hasta la
estación de Renfe con la intención de coger un tren para regresar a
Murcia, no quería dejar mucho tiempo sola a mi mujer recién operada.
Ellos continuarían hasta Vistabella
donde pasarían la noche celebrando con una contundente barbacoa la
quinta etapa de la Numantina y el casi final de la aventura.
La Numantina: Cartagena Modernista.
Los primeros rayos del sol calientan la esplanada
del puerto de Cartagena, poco a poco van apareciendo una serie de
extraños personajes más propios del siglo XIX que de la época actual.
Llegan andando; en bicicleta, alguna más antigua que ellos mismos, y en
preciosos vehículos propios de un museo. Vienen vestidos al modo de la
época y con espíritu festivo, rememorando los buenos tiempos de la
“Belle Époque”. Cartagena se viste de gala para la VIII Muestra
Modernista y la Numantina tendrá un protagonismo preeminente. La
comitiva, encabezada por la alcaldesa Noelia Arroyo vestida al modo de la época, se encaminó hacia los Héroes de Cavite, lugar de la llegada al esprint de la Numantina, en que Gerardo se llevó los laureles con propiedad, seguido por Carleti y Juan Deelor.
Se intercambió tierra de Numancia y Cartagena y se ofrecieron los
laureles en homenaje a los héroes de Cuba. Un paseo por la ciudad
visitando los puntos más emblemáticos relacionados con el modernismo,
movimiento que buscaba romper con el orden establecido y en especial las
reglas burguesas, creando un arte que representaba la realidad como
reflejo de la subjetividad y accesible a todas las clases sociales.
La visita al Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua)
fue el colofón perfecto para finalizar una completa jornada. Aún
quedaría la cena de gala como broche final de la Numantina que ha unido
las tierras de Soria y Cartagena, las antiguas ciudades romanas de Numantia, Saguntum
y Cartago Nova con más de quinientos kilómetros y cinco jornadas de
convivencia y amistad, rememorando a aquellos ciclistas de principios
del siglo XX que forman parte de la memoria colectiva, verdaderos héroes
de aquel Tour de Francia de 1903, del Giro de Italia en 1909 o de la
Vuelta a España en 1935. Esperamos haberlo conseguido.
Un monumental portal da acceso al viejo caserón. A mi
izquierda una larga barra, al otro lado la camarera.
-Buenas tardes, una cerveza, por favor.
Uno, en un vetusto local de un antiguo pueblo aragonés,
espera una respuesta con acento maño y no en un extraño español con acento
lituano. Repuesto de la sorpresa, dejo el casco a un lado y hecho un vistazo a
mi alrededor, el local es acogedor, amplio y oscuro, en contraste, al fondo del
local, unos altos ventanales dejan entrar la luz pálida del atardecer. Al
acercarme compruebo que no son ventanas sino puertas que dan acceso a un
estrecho y largo balcón de forja que recorre la fachada posterior del edificio.
No parece muy sólido, pero si después de tantos años no se ha derrumbado, creo
que no lo hará hoy. Constato que hay unas estrechas mesas con una silla a cada
lado que se corresponden con las puertas, no hay forma de pasar de unas a otras,
el balcón es tan estrecho que al sentarte quedas encajado entre la dura pared
de piedra y la fría barandilla de forja. Solo dos posibilidades, mirar hacia
levante o poniente. Escojo esta última y contemplo como el río Matarraña,
amplio y pausado, lame los tajamares del puente y sus aguas se tiñen de un
color dorado por un sol ya bajo. Algunos patos buscan las orillas y los pájaros
con jolgorio se refugian en la arboleda. Se encienden las primeras farolas y
las estrellas pujan por dejarse ver.
Estoy solo, mis compañeros ya están en el hotel. Yo he
preferido dar una vuelta por el pueblo y aprovechar la bonita luz del atardecer
para hacer unas fotos. El pueblo es monumental, se accede a la parte vieja, en
la orilla derecha del Matarraña, por un monumental puente de piedra. Al otro
lado nos da la bienvenida el portal de San Roque, arco que formó parte de unas de
las siete puertas de la antigua muralla. Cruzamos bajo él y nos encontramos con
una plaza rectangular enmarcada por una serie de antiguos caserones como la
Fonda, donde nos alojamos, o el edificio renacentista del ayuntamiento y de la
que parten una serie de estrechas calles escalonadas que nos llevan hasta la
parte alta del pueblo. Los edificios más importantes; la iglesia parroquial de
Santa María la Mayor, ya declarada Monumento Histórico durante la segunda
república, y el palacio-castillo que perteneció al obispado de Zaragoza. Hoy
están musealizadas y se pueden visitar conjuntamente, desgraciadamente es
demasiado tarde y van a cerrar. Desciendo en espiral por estas calles plenas de
escaleras, viejos edificios de piedra, balcones de madera y grandes aleros, que
vuelan sobre la calle con la esperanza de abrazarse unos a otros. Los geranios que
cuelgan de las ventanas, ponen el punto de color.
Se hace tarde y es hora de cenar, tendré que ir al hotel,
darme una ducha y llamar a los compañeros.
Salimos buscando un local para cenar, nos cuesta decidirnos,
yo quería algo típico y representativo de la tierra, de los demás aún sigo con
la incógnita.
Terminamos cruzando hasta el arrabal, la parte moderna del
pueblo y donde vive la mayoría de la población y aunque carece de interés
artístico, tiene una plaza junto al puente con varios garitos. La verdad es que
no era lo que esperaba, son locales estandarizados, comida encorsetada y poco
atractiva, pero que le vamos a hacer, hay que cenar, y el apoyo de mis
compañeros para buscar algo más tradicional es escaso.
A la mañana bajamos a desayunar al restaurante del hotel y a
pesar de decirles que no queríamos el desayuno continental, nos lo cobraron. Nos
parece poco ético, por no utilizar otros adjetivos, que por una tostada con
aceite y un café con leche te cobren 7 euros. A su favor, las facilidades que
nos dieron para dejar las bicicletas en un almacén cercano.
Nos ponemos en marcha buscando el viejo camino de
Valderrobres a Cretas que está tras el altozano que domina el pueblo, lo que
nos hará sufrir pendientes de más del 15 por ciento, en frío y después del
desayuno.
Ahora el camino ondula entre campos de labor y pequeñas
manchas de coscoja y pinar. El piso, que en principio es de asfalto, cambia a
tierra, pero sigue estando en buen estado y señalizado con unas flechitas verde
fluorescente indicando la vía verde. Justo tras pasar sobre ella, otra flechita
nos indica que giremos a la izquierda y por una trialera acceder a la
plataforma de la vía verde, justo antes de la estación de Valderrobres.
Continuamos en dirección a Tortosa y pronto alcanzamos la
estación de Cretas, donde dejamos la vía verde el día anterior. Hay una fuente
y aprovechamos para llenar los bidones.
Desde Valderrobres, la vía verde lleva una ligera pendiente
negativa hacia el río Algars, límite entre Aragón y Cataluña, y Arnes-Lledó,
que se estabiliza e incluso se hace positiva hasta Horta de Sant Joan, en que
se hará negativa definitivamente hasta llegar a Tortosa.
Horta de Sant Joan; tan cerca, tan lejos. Mis compañeros han
comenzado una loca carrera hacia el destino sin puntos intermedios. Me hubiera
gustado visitar Horta y su centro Picasso. Es el pueblo natal de Manuel
Pallares, amigo de Pablo y en el que Picasso paso algunas temporadas y concibió
su pintura protocubista a principios del siglo XX.
Pero no siempre es posible hacer lo que uno quiere y no
queda más remedio que adaptarse, o como dice un amigo mío; Matías, “hay que
dejarse algo para poder volver”. Solo nos permitiremos la licencia de hacer un
pequeño descanso en el santuario de la Fontcalda. Un café y otra vez a la vía.
El pedalear es fácil y los kilómetros caen rápidos. Alcanzamos
a la altura de Xerta a un numeroso grupo de ciclistas, creo que asturianos. Si
no me equivoco, llevaban un par de días por la vía verde, creo recordar que venían
de Alcañiz y habían hecho noche en Horta de Sant Joan.
Los dejamos atrás y antes de lo previsto ya estábamos en la
estación de Aldover, y “como lo prometido es deuda” -el día antes le habíamos dicho
al dueño del local que llegaríamos hoy a comer-, nos sentamos a la mesa. El
local es sencillo y tiene una agradable terraza en el propio anden, si a ello
unimos la grata temperatura de la que disfrutamos en este final de octubre,
tendremos unos buenos ingredientes para poder disfrutar de la comida.
El menú a la brasa y también sencillo. Para mí; morcilla,
chorizo, salchicha, ensalada para todos y pan con jamón de aperitivo, una
lonchita, que en esta zona se despilfarra poco. 15 euros de precio fijo,
cerveza y demás aditamentos se pagan aparte.
Poco tiempo después cruzábamos el rojo puente sobre el Ebro,
inicio y final de nuestra aventura. Ya solo queda regresar a Murcia.