Hoy nos desplazaremos hasta Santander por uno de los escasos pasos naturales que comunican la meseta con el cantábrico, el puerto de montaña de Las Estacas de Trueba. La carretera sube buscando el nacimiento del río Trueba entre prados y robledos. Es una subida suave y sin demasiado tráfico lo que nos permite recrearnos en las soberbias vistas que nos va deparando el valle. Debemos resultar un atractivo entretenimiento a los bobalicones ojos de las vacas que pueblan los prados porque giran su cabeza a nuestro paso. Un águila remonta el vuelo desde un prado. Una pareja de caballos se acerca curiosos hasta el muro que los separa de la carretera. Pequeños núcleos de población salpican el valle que van desapareciendo según ascendemos, ya solo quedan pequeñas cabañas esparcidas por los prados. En el pasado los pasiegos se trasladaban entre cabañas a diferentes alturas, según la estación, buscando los mejores pastos para su ganado en un sistema de traslado conocido como “la muda”; desde las zonas bajas de los valles donde pastaban en invierno, se iban desplazando por las laderas en primavera hasta llegar a los puertos de montaña con la temporada estival y viceversa. Transterminante creo que se llama este sistema de trashumancia.
martes, 27 de julio de 2021
De las Merindades burgalesas al románico palentino. Tercer día. De cómo fuimos de Espinosa de los Monteros a Santander por los valles pasiegos.
Hoy nos desplazaremos hasta Santander por uno de los escasos pasos naturales que comunican la meseta con el cantábrico, el puerto de montaña de Las Estacas de Trueba. La carretera sube buscando el nacimiento del río Trueba entre prados y robledos. Es una subida suave y sin demasiado tráfico lo que nos permite recrearnos en las soberbias vistas que nos va deparando el valle. Debemos resultar un atractivo entretenimiento a los bobalicones ojos de las vacas que pueblan los prados porque giran su cabeza a nuestro paso. Un águila remonta el vuelo desde un prado. Una pareja de caballos se acerca curiosos hasta el muro que los separa de la carretera. Pequeños núcleos de población salpican el valle que van desapareciendo según ascendemos, ya solo quedan pequeñas cabañas esparcidas por los prados. En el pasado los pasiegos se trasladaban entre cabañas a diferentes alturas, según la estación, buscando los mejores pastos para su ganado en un sistema de traslado conocido como “la muda”; desde las zonas bajas de los valles donde pastaban en invierno, se iban desplazando por las laderas en primavera hasta llegar a los puertos de montaña con la temporada estival y viceversa. Transterminante creo que se llama este sistema de trashumancia.
lunes, 26 de julio de 2021
De las Merindades burgalesas al románico palentino. Segundo día, de cómo fuimos de Trespaderne a Espinosa de los Monteros siguiendo la vía verde del Bureba.
Hemos pernoctado en el hostal José Luis y preguntado por la vía verde, nos han recomendado avanzar por la plataforma hasta antes del puente sobre el Nela —está sin acondicionar— y tomar un camino por la izquierda hasta superar el río por Mijangos. Después de mirar los mapas decidimos continuar por la N-629 con dirección a Santander y a unos 2.5 kilómetros recuperar la vía verde a través del arroyo de la Torca, recorrido más corto y más directo que el anterior. Seguimos la vía verde que presenta buen aspecto, con el albero en buen estado, aunque algunos tramos están ligeramente invadidos por la maleza, pero no impide el paso. Continuamos por ella hasta cerca de Moneo, dónde el puente sobre una carretera está intransitable. Unos paisanos nos recomiendan seguir por un camino paralelo al Nela, no especifican a qué lado, nos equivocamos al cruzar un precioso puente de piedra y pedalear por el margen derecho cuando lo teníamos que hacer por el izquierdo. De todas maneras, parece que los puentes están sin acondicionar a lo largo de toda la línea ferroviaria en dirección al túnel de la Engaña.
Seguimos junto a la margen derecha del Nela avanzando según las circunstancias y buscando la mejor manera de progresar hacia la vía verde y llegar a Villarcayo. Estamos en la Merindad de Cuesta-Urria y en Villarcayo entraremos en la de Castilla la Vieja. Las Merindades es una región en la que el agua ha modelado un paisaje excepcional, enmarcado en gran parte por el río Ebro y su zona de influencia donde abundan las surgencias que se despeñan en impresionantes cascadas. Es un territorio que siempre me ha sorprendido, más cercano a la España húmeda que a las llanadas cerealistas castellanas donde se encuentra. Una comarca encajonada entre viejos reinos visigodos que fue el germen de Castilla y de los reyes castellanos. Nuestro error con los caminos nos impide la prevista visita a Medina de Pomar, sede de los condestables de Castilla, los caminos nos alejan de ella para llevarnos directamente a Villarcayo.
Es un paisaje extraño; estamos en el páramo, pero no lo parece. Los valles labrados y en esta época con el girasol que empieza a abrir sus flores al sol. Los bosques pueblan las colinas y lo mismo lo hacen con encinas que con hayedos. Junto a los ríos prevalecen los tupidos bosques de ribera y cercanos a ellos, pero guardando la debida distancia, los pueblos. Iglesias románicas, torres, casas blasonadas, huertas de apetitosas verduras y sabrosos frutales. Villarcayo aparece casi sin darnos cuenta, es buena hora para tomar algo, a mí me apetece un poco de morcilla que por algo estamos en un pueblo de gran tradición chacinera y una de las capitales de este embutido burgalés, pero Antonio; hombre de poco comer, me lo pone difícil, al final opto por un pincho de tortilla y a pedalear. Es curioso que el producto más representativo de Burgos emplee la mayoría de los ingredientes de fuera. El arroz que llega de Valencia, Murcia o Andalucía, la cebolla que seguramente vendrá de La Mancha y es posible que en los últimos tiempos ni siquiera el resto de los ingredientes, manteca, sangre, pimienta o tripa sean de la zona.
Salimos de Villarcayo buscando la vía verde que no encontramos hasta pasado Cigüenza y cruzado el Nela para acceder a la plataforma por un camino de su margen izquierda. Pedaleamos ahora con buen albero, que se interrumpe por unas obras. Una máquina está reconstruyendo las cunetas. Paso como puedo, Antonio, precavido él, se ha ido por la carretera. Nos reencontramos más adelante. Puentedey es una de las sorpresas de la jornada. Aparece tras una ladera que lame el río Nela, los niños se bañan alborozados bajo la vigilancia de sus padres. El río ha excavado la montaña formando un enorme arco y el pueblo se ha encaramado encima. Poco espacio, pero suficiente para dos notables edificios, la iglesia de San Pelayo y el palacio de los Fernández de Brizuela. Dan ganas de parar y darse un baño, incluso hay un bar con buena pinta y aguas arriba una cascada con cierta fama, de la Mea creo que se llama, pero Antonio es reacio a estas cosas, parece que nada le gusta y se conforma con mirar constantemente su GPS y seguir pedaleando mientras aguante la batería.
Continuamos nuestro pedaleo por la vía verde hasta encontrarnos con otro puente sin acondicionar que nos obliga a retroceder y buscar la carretera que ya no abandonaremos hasta Santelices. A la izquierda de la confluencia de los ríos Engaña y Nela se encuentra Santelices, en la Merindad de Valdeporres y para mí de gran importancia a esta hora; tiene un bar, mesón Begoña y dan comidas, me niego a continuar sin darle su correspondiente homenaje al estómago. Al entrar al pueblo por carretera, hemos pasado bajo un gran viaducto, uno de los mayores de esta vía ferra que venimos siguiendo desde Burgos, la Santander-Mediterráneo. Creo que tiene 9 arcos de 12 metros de luz y otro de 20 metros con estribos y pilares de sillería y bóvedas de hormigón. Justo antes de este viaducto la línea se divide; por la izquierda se iba a la estación de Cidad-Dosante, solo a unos centenares de metros, donde se unía al ferrocarril de ancho métrico de “La Robla” que une Bilbao con León. Por la derecha se encamina durante unos 7 kilómetros hacia el túnel de la Engaña de una longitud similar.
El calor aprieta y se agradece la cerveza fresquita en la terraza del bar. Ya puestos, por qué no comer, lo hacemos y bien. Lo difícil vendrá después; primero decidir si subimos por la vía verde los 7 kilómetros hasta el túnel de la Engaña, el problema es que hay que regresar hasta aquí, con lo que serían 14 kilómetros más, o seguir hasta Espinosa de los Monteros directamente. La digestión, el calor y la subida hasta la Engaña hacen que optemos por la segunda alternativa. Pedaleamos dejando Pedrosa a nuestra izquierda y comenzando la subida del día que separa la cuenca del Engaña y Nela de la del Trueba. A partir de aquí comenzamos un cómodo descenso hacia la Parte de Sotoscueva y Entrambosríos. Llegados a Quintanilla de Sotoscueva se nos plantean un nuevo dilema, subir o no hasta Cueva y Ojo de Guareña. En el fondo del valle se localiza el Sumidero del Río Guareña bajo las paredes del circo de San Bernabé. Por este “ojo” se introduce el río dando lugar a un gran complejo de simas, galerías y lagos subterráneos con un desarrollo de más de 100 kilómetros, el más largo de España y uno de los primeros del mundo. Yo visité el lugar en otra ocasión, hace ya muchos años, sin entrar al complejo kárstico, me quedé con el “mágico” paisaje de la ermita y cueva de san Bernabé enmarcado bajo los aleros calizos. Como la bici y los viajes tienen sus servidumbres decidimos continuar hasta Espinosa de los Monteros donde teníamos reservado el alojamiento.
Mariano Vicente, 2 de agosto de 2021
el video...(pendiente)
domingo, 25 de julio de 2021
De las Merindades burgalesas al románico palentino. Primer día, de como fuimos de Burgos a Trespaderne por la vía verde del Bureba
Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, nos mira con sus ojos cobrizos ajeno a nuestro devenir. Encaramado en su peana nos ve pasar, como a otros muchos a lo largo de los años, sin preocuparse por lo que dos murcianos están haciendo en su tierra. Hemos venido a recorrer lo que queda de un viejo ferrocarril, el Santander-Mediterráneo, en concreto su tramo norte, el que va en dirección al túnel de la Engaña. Salimos de la ciudad aprovechando, en la medida de lo posible, los carriles bici buscando el comienzo de la plataforma ferroviaria. Rodeamos el cerro del castillo para igual que el Cid comenzar nuestro “destierro”. No encontramos la plataforma hasta después de un polígono industrial cerca ya de Quintanadueñas. Pedaleamos cómodos, con una buena base cubierta de albero, el centro delimitado por rojos ababoles y pendiente positiva. Pasan indolentes los kilómetros hasta que nos encontramos con una de esas incongruencias que salpican las vías verdes, en Sotopalacios la vía se interrumpe bruscamente, la corta la N-623 y ni el ayuntamiento ni el consorcio parecen haber hecho nada para solventarlo. Es más, al otro lado de la carretera una valla metálica impide el acceso a la plataforma ferroviaria. ¿Tanto cuesta cortar esa valla de finos tubos de acero que solo tiene un fin decorativo?
El cereal se extiende a ambos lados del trazado pintando el paisaje de un rubio tachonado del oscuro verde de los olmos, que como soldados vigilan los márgenes de ríos y arroyos. Por el norte el paisaje se cierra y parece que el paso será imposible. De pronto, un impresionante desfiladero se abre ante nosotros. La plataforma traza su trayectoria con suaves curvas cortando tajos verticales en la roca que los túneles interrumpen. Superado el desfiladero de la Hoz nos enfrentamos sin solución de continuidad al de Peñahorada, puerta de entrada a un paisaje duro de barrancos y cárcavas, montes de estratos horizontales que van del blanco al rojo creando un ambiente insólito y misterioso. La erosión deja las rocas más duras al aire, sin base que las sustente, hasta caer al vacío en un inverosímil juego de petanca. La línea ondulada del cauce del río de la Molina pone la nota verde en este inusual paisaje.
La sorprendente silueta de la ermita de los Ángeles se recorta sobre un cerro, el paisaje se abre ligeramente y la vega del río Homino hace su aparición. El estómago empieza a reclamar algo que lo apacigüe, pero hay poco donde elegir. Habíamos pensado en Arconada, pero los paisanos nos informan que solo hay un bar, que abre a las dos de la tarde y cierra a las cuatro y que no tiene nada para comer. La cosa se complica, pero otro paisano viene en nuestro rescate, le han dicho que hace pocos meses han abierto un restaurante en Lences de Bureba y supone que allí podremos comer. Y no se equivoca, una vieja casona con el patio cubierto por frondosas parras nos acoge. Se está bien bajo la sombra de sus hojas, los racimos, apenas germinados, insinúan una buena cosecha. En marzo, su propietario ha venido del suave clima levantino al más duro de la comarca de la Bureba. Especializado en paella y arroces que no está mal para un sitio como este, aunque nosotros nos decantamos por las carnes.
La vega se ensancha y las alamedas cobran protagonismo entre los campos de cereal. El calor aprieta cuando llegamos a la altura de Poza de la Sal, Antonio sugiere que nos acerquemos, ya que es el pueblo de Félix Rodríguez de la Fuente, a mí; no me hace tanta gracia, él va con eléctrica y yo no. El pueblo se encuentra encaramado bajo el Páramo de Masa, por lo que nos toca subir, no mucho, pero subir bajo un sol de justicia. Hemos venido al norte para huir de los rigores veraniegos del Levante y nos encontramos con temperaturas que a medio día rondan los cuarenta grados. Subimos. Sus empinadas calles se engalanan con antiguos blasones de los hidalgos que la repoblaron en el siglo X. La pendiente y el calor hacen que busquemos el más fácil camino de las eras de sal. Nos recibe un busto del insigne Félix Rodríguez de la Fuente junto a una serie de balsas y fuentes de piedra que no sé si son meramente decorativas o tenían algo que ver con las salinas. El complejo salinero tiene su base en el diapiro de Poza, conocido desde el neolítico y está formado por una serie de balsas de concentración y las correspondientes eras de secado. Un, para mí, horrible monumento al salinero preside la zona.
Continuamos nuestro pedalear por la plataforma del viejo ferrocarril. El valle se ensancha y los montes Obarenes lo cierran por el norte. El río Homino incrementa su protagonismo hasta rendir pleitesía al Oca poco antes de llegar a Oña. De nuevo el paisaje se constriñe hasta casi la nada. Oña apenas dispone de espacio oprimida entre el río y la sierra. Paredes verticales amenazan el pueblo y al poderoso Monasterio de San Salvador, fundado a comienzos del siglo XI por el conde castellano Sancho García y primer panteón real de Castilla. Fue una de las más importantes villas de la vieja Castilla, con su estratégico emplazamiento entre la meseta y la cornisa cantábrica, hemos dejado atrás la Bureba y entramos de lleno en las Merindades.
Muchas veces las circunstancias obligan y nosotros decidimos continuar sin visitar la villa. Seguimos la vía verde a sabiendas de que encontraremos dificultades; el río, excava un estrecho cañón buscando el Ebro y la primera será el puente del viejo ferrocarril sobre el Oca. Unas vallas pretenden cortar el paso, cosa que no consiguen. Cruzamos de traviesa en traviesa, pisando con cuidado, aunque parecen que se mantienen firmes y no hay más peligro que el de meter el pie entre ellas. Sigue la plataforma con albero para poco después ser sustituido por el balasto, consecuencia de unos problemas legales con una finca privada. Antonio decide “abandonar” y seguir por carretera. Yo; cabezón, decido continuar, sigo sobre el balasto lo que me pareció una eternidad, pero que probablemente no sería más allá de un kilómetro hasta recuperar otra vez el albero que conservo hasta llegar al puente sobre el río Ebro. Tampoco está acondicionado, pero presenta en los laterales unas plataformas metálicas que facilitan el paso. En esta zona el Ebro horada la caliza formando dramáticos cañones que sobrevuelan los buitres leonados. Recuerda el viajero cuando pasó por estos lares siguiéndolo desde Reinosa a Miranda, a través del lío de vueltas y revueltas de cantiles verticales que durante kilómetros el Ebro se ha entretenido en excavar sin contemplaciones en las extensas parameras que lo rodean. Pero lo peor viene después, la plataforma se transforma en una maraña de piedra y maleza que hace muy difícil llegar a la estación de Trespaderne.
Mariano Vicente, 30 de julio de 2021
el track... las fotos... el video...(pendiente)
sábado, 24 de julio de 2021
Ferrocarril Santander-Mediterráneo
Un poco de información sobre el ferrocarril Santander-Mediterráneo
En su comienzo, allá por 1879, se denominó con un curioso nombre “Ferrocarril del Meridiano”, ya que su trazado seguía en parte el meridiano de Madrid. Posteriormente su intención fue la de unir los puertos de Santander y Sagunto. El primer tramo en que se inician las obras en 1902 fue el de Astillero-Ontaneda, que enlazaba con el ya construido de Santander a Solares. La Primera Guerra Mundial da un giro a la importancia de este ferrocarril convirtiéndolo en objetivo militar, por lo que se modifica el ancho, que en un principio era métrico a ibérico y doble vía, y se obliga al paso por Traspaderne para facilitar su conexión con el puerto de Bilbao. En 1921 se termina la redacción del proyecto con una longitud de 415 kilómetros entre Ontaneda y Calatayud y tres años después se aprueba y adjudica la concesión a la sociedad “The Anglo-Spanish G. Lid”. Inexplicablemente, el Estado, por Decreto, se reserva el derecho de modificar el trazado entre Ontaneda y Cidad-Dosante, lo que dejaría la línea con 365 kilómetros hasta Calatayud y probablemente implicó que no se llegara a terminar nunca.
La accidentada orografía obligaría a múltiples obras de ingeniería con numerosos túneles y viaductos por lo que se encargaron proyectos a varios especialistas, terminando por elegirse la propuesta de los ingenieros Luis Rodríguez Arango y Escudero Arévalo, que presentaron como mejor alternativa el túnel de la Engaña hasta Vega de Pas. En el resto de la línea las obras avanzan a buen ritmo y en el año 1930 ya se habían inaugurado los seis tramos entre Calatayud y Cidad-Dosante. El problema se planteaba desde esta última hasta Santander. El proyecto sufría un grave estancamiento por lo que se nombra una Comisión Técnica que trabajo durante casi dos años en el desarrollo de dos alternativas; una que por la cabecera del río Pas se accedía a la cuenca del Pisueña con un túnel bajo el puerto de La Braguía hasta Sarón para continuar con el ya construido Astillero-Ontaneda. La segunda comenzaba dos kilómetros antes, en la estación de Santelices y siguiendo el río Engaña pasar el valle del Pas con un túnel de siete kilómetros de longitud, siendo esta última la elegida, lo que dejaba a Burgos a 181 kilómetros.
Entre tanto el puerto de Bilbao inmerso en una reducción alarmante del tráfico por la crisis mundial y temeroso de que parte del tráfico le fuera arrebatado por el de Santander propuso su conexión en Areta con una nueva línea hasta Trespaderne, lo que dejaba a Burgos a 166 kilómetros, casi 20 menos que el puerto de Santander y que se podrían reducir a un más, unos 20 aproximadamente, con la variante de Peñahorada a Santelices, evitando el paso por Trespaderne. La constitución de RENFE en 1941 ayudo a desatascar el proyecto, pero sirvió de poco, el informe demoledor del Banco Mundial sobre la economía española en 1959 le dio la puntilla. A falta de apenas 35 kilómetros y con la obra más costosa del tramo construida, el túnel de la Engaña, se decide paralizar las obras. Fue el 30 de septiembre de 1984 cuando el Consejo de ministros firmo el decreto de cierre del tramo de Cidad-Dosante a Caminreal y el 1 de enero de 1985, a las cero horas, quedaba clausurado el ferrocarril Santander-Mediterráneo junto al resto de líneas “deficitarias” del estado español. Miles de españoles, especialmente en el medio rural, quedaron privados de un servicio público que vertebraba el territorio y muy necesario para su supervivencia. Sería el 20 de octubre de 1995 cuando el Consejo de ministros autoriza el levantamiento de las vías.
Mariano Vicente, 24 de julio 2021