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viernes, 10 de junio de 2016

Triangulo Santo: Jornada 5 Oviedo-Cangas de Onis





Al salir de Oviedo recuperamos nuestra vieja conocida la nacional 634, con tráfico pero buen arcén y buen piso. Los kilómetros pasan rápidos y el cielo, encapotado desde el principio, se ennegrece y empieza una lluvia fina, el orvayo asturiano, que nos va empando poco a poco. Afortunadamente cesa antes del medio día, lo que nos permite secarnos con rapidez ya que la temperatura ronda los veinte grados.



La ruta en esta zona tiene poca pendiente y los pueblos se suceden uno tras otro a buena velocidad. Siero, Nava donde hemos hecho parada y fonda devorando unos bocadillos de tortilla de chorizo y lomo. Infiesto y Arriondas donde no me ha quedado más remedio que reparar el pinchazo. Ha sido nuestra primera incidencia mecánica de todo el recorrido. La rueda trasera pierde presión, obligando en un par de ocasiones a inflar el neumático, hasta que por fin decidimos cambiar la cámara ya en Arriondas cuando solo faltaban seis kilómetros para la llegada.



Hemos acompañado al Piloña aguas abajo hasta Arriondas donde se une al Sella para ir ya juntos a desembocar a Ribadesella. Nosotros cambiamos el sentido de la corriente para seguir, ahora aguas arriba al Sella hasta nuestro destino en Cangas de Onis.


    
Era temprano, no habían dado aún las tres de la tarde, lo que nos ha permitido ir a comer como personas “normales”, sin prisas y sin condicionantes a la hora de elegir, sin pensar en tener que dar pedales en plena digestión, por eso nos hemos dado el gusto de tomar un guiso de guisantes y fabes con almejas de primero, y codillo de cerdo de principal. Tampoco hemos perdonado el postre; mus de queso y arroz con leche. Para ayudar a la digestión café con “tres” gotitas de orujo.



Mariano Vicente, después de la siesta en una habitación del hotel Los Acebos, en Cangas de Onis, el quinto día de viaje un 10 de junio de 2016.  

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jueves, 9 de junio de 2016

Triangulo Santo: Jornada 4 Tineo-Oviedo




Navegamos casi a ciegas, un manto húmedo de niebla lo cubre todo, se condensa en los  cabellos, en los tubos de la bicicleta, en el casco y gotea como si lloviera. Pero nos preocupa más el tráfico que no vemos hasta no tenerlo en cima. Llevamos las luces encendidas pero servirán de poco. Hacemos un alto a esperar que despeje. Los peregrinos pasan como fantasmas envueltos en la capa húmeda con la que se ha cubierto la mañana. Después de un rato decidimos seguir. De la carretera algo, del paisaje no vemos nada. Pasan lo kilómetros, pero no la niebla, que con el paso de las horas se irá convirtiendo en una espesa capa de nubes que nos impedirá ver el sol.



La nacional 634 se convertirá en nuestra aliada para devorar kilómetros. Pasan veloces, etéreos, como ausentes los pueblos, apenas unas pocas casas, algún hórreo, el mugido de  alguna vaca. El paisaje diluido, la carretera difuminada. A Salas la dejamos atrás, al igual que Cornellana y veloces llegamos a Grado; preguntamos a una señora por un lugar para almorzar.

-Yo mismo les doy, les puedo hacer unos bocadillos calientes

Nos debió ver cara de espanto porque enseguida se apresuró a decir:

-No se preocupen, yo tengo un bar, ese pequeñito de ahí delante.
-No faltaría más señora, que lo que hay es hambre y si usted nos lo soluciona, el trato ya está hecho.



Casualidades de la vida, entre todos los transeúntes que por la plaza iban, venir a preguntar a la dueña de un bar cercano. Unos bocatas calientes de lomo fresco adobado y otros de chorizo ligeramente picante hemos devorado en menos tiempo del que cuesta contarlo, en plena calle viendo pasar a las guapas mozas del lugar. Pero el día no acompaña y termina haciendo frío, por lo que hemos decidido continuar y entrar en calor.



Dejamos la nacional 634 que nos ha acompañado, hasta el momento en Peñaflor, para seguir el camino que serpentea junto al otro lado del Nalón. El camino; misterioso, en un meandro, se aleja internándose en la espesura. Se retuerce y coquetea con porcentajes imposibles, el piso cubierto de hojarasca,  húmedo y resbaladizo. Cuando el follaje se abre es casi peor. Rampas hormigonadas que no bajan del 25% nos harán retorcernos sobre los pedales, tensar los músculos hasta un punto de no retorno.



Oviedo esta cerca; a la entrada decidimos visitar Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, lo que no hará subir de nuevo, pero la belleza del lugar y de las construcciones bien lo merece. Desde aquí a la Catedral de San Salvador a sellar la credencial.



Mariano Vicente, Oviedo 9 de junio de 2016.

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