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miércoles, 21 de junio de 2017

200 Millas 2017 Jornada 1: Lorca-Nerpio



Con Aviso Naranja por Altas Temperaturas nos sorprende la AEMET justo unos días antes de la fecha señalada para las 200 Millas de este año. Los días solicitados en el trabajo, bici y equipaje preparado y nuestras ganas intactas. ¡Tampoco será el león tan fiero como lo pintan! Fue nuestra justificación, la defensa utilizada para no suspender nuestro viaje. ¡Inconscientes!
No sé si el león era tan fiero o no, pero calor hizo y mucho. La historia comienza en el andén de la estación de Murcia, son las siete y cuarto y allí nos hemos presentado Juan Bautista, Antonio Cervantes, su yerno Ariel, Ángel y yo, para subir al tren de cercanías que nos llevará en aproximadamente una hora hasta Lorca, donde comenzará nuestra ruta, no sin antes propinarnos un buen desayuno en el Mesón Lorquino.



Son las nueve y diez cuando comenzamos a pedalear sin mucho calor y algo de tráfico hasta la carretera de la Fuensanta, bajo la inquisitiva vigilancia de la torre Alfonsina. Comienzan las cuestas y comenzamos a notar el calor, pedaleamos alegres, las fuerzas intactas, tenemos unos 150 kilómetros por delante y un importante desnivel, pero no nos preocupa demasiado, tenemos suficientes lugares donde repostar y refrescarnos, el primero será en Vélez Blanco, pero antes nos lo tendremos que ganar. El horizonte lo dominan el Gigante y el Pericay, a los que nos dirigimos casi en línea recta, más a la izquierda, difuminada por la calima, la Sierra de María.



A la altura del embalse de Puentes giramos decididamente al oeste. Pasada la Fuensanta comienza a dibujarse en el horizonte, sobre un elevado cerro, los restos del medieval castillo de Xiquena. Conforme nos acercamos se definen con mayor claridad su airosa construcción, aún que muy deteriorado. Castillo roquedo con doble línea de fortificación, los lienzos rojos de sus muros contrastan con un cielo blanquecino. Pronto es sustituido por el de los Fajardo, recostado en las laderas de la Sierra de María, renacentista y en mucho mejor estado. Conquistarlo no será tarea fácil; serán cuatro kilómetros de dura subida bajo un sol de justicia, menos mal que nos vamos a resarcir. Riñones, albóndigas, patatas bravas, más riñones y cerveza, mucha cerveza para combatir el calor que ya se deja notar ¡y de qué forma!



Repuestos, abastecidos de agua en la fuente, continuamos nuestro camino. La carretera envejece por momentos, pinchazo en la rueda delantera, ni una sombra a mano. Reparo con la ayuda de Ariel y continuamos a delante. Menos de dos minutos y otro pinchazo que más parece un reventón, y en la misma rueda. La observamos casi como si fuera una bacteria a través de un microscopio para descubrir un par de profundos cortes, uno en un costado, el otro en plena banda de rodadura, ¡y solo tiene un par de meses! Tiramos de experiencia para colocar por el interior de la cubierta un par de trozos de tubular que siempre llevo en cima para estos casos. No nos dará más problemas en los siguientes doscientos kilómetros.



Nos acercamos a Topares entre rubios y ondulados campos de cereal y nos sorprende con una “tachuela” de un par de kilómetros con rampas que llegan al seis por ciento y un sol de plomo. ¿Habrá bar? No podemos pasar de largo, hay que refrigerarse e incluso comer algo. Hubo suerte; un bar, terraza a la sombra. Cerveza, mucha cerveza y unos ricos bocadillos de solomillo, ¡y hasta helados! Lo peor viene a continuación; tras una bajada, la carretera se empina suavemente franqueada de cardos descomunales. El 1, el 2, el 3, el 4 por ciento y el sol oprimiendo la espalda, el casco caliente, las gafas queman. Sudor, crema protectora, lodo blanquecino que se precipita codo abajo, los ojos entrecerrados, el cerebro casi en blanco. Pedaleo en modo supervivencia superando las dificultades, pero otros aún lo están pasando peor. Ángel decide que no puede más y no hay forma de convencerlo. Abandona y su hijo vendrá a recogerlo, nos desea suerte y seguimos adelante.



Pedaleamos ahora por la C-330 en dirección a la Puebla de Don Fadrique, con algo de tráfico, que abandonamos a la altura del Moral. La carretera se estrecha y deteriora, tenemos que ir pendientes de los baches, pero nada más, ni un coche en todo el recorrido hasta Cañada de la Cruz. Llevamos más de 100 km. cuando nos detenemos frente al bar y aún nos queda lo más duro de la subida. Refrescos, agua, arroz con leche, helados, todo es bueno para poder continuar. Juan y Ariel, más fuertes y jóvenes, se marchan delante. Nos han comentado no sé que de unos geocaches a la altura del Plantón del Cobacho. Antonio y yo nos lo tomamos con calma, pedaleamos por una la carreterilla hacia la fuente de la Carrasca, la pedanía más meridional del municipio del Nerpio, rodeando la Sierra de las Cabras, techo de la provincia de Albacete con más de 2.000 metros. La subida se deja notar, en algún punto supera el 11 %, menos mal que el sol está ya bajo y el calor ha disminuido considerablemente aunque la temperatura sigue siendo alta. Tenemos que llevar cuidado con el asfalto en algunos puntos en muy mal estado, incluso llega a desaparecer en algunos metros. Poco a poco vamos girando en dirección norte y alcanzando las partes más elevadas de la ruta. Cuando ganamos los 1.580 metros el sol luce un rojo encendido y comienza a alargar las sombras en los valles. En Cañadas de Abajo, las cabras habitan el caserío, mientras nosotros seguimos esforzándonos, aún no es franca la bajada. 



Ahora sí, en un collado la carretera cambia a un excelente asfalto y nos dejamos caer a tumba abierta, dichosos, casi eufóricos, hacia el almenado Pedro Andrés. Nuestro esfuerzo obtiene su recompensa, ya sabemos que nada nos detendrá hasta el Nerpio. Apenas nos detenemos en el Plantón del Cobacho, un esperpento de lo que fue y ya no es. Continuamos raudos hacia el Hostal Los Nogales, cuando llegamos el sol se ha escondido tras los montes.


Mariano Vicente, junio 2017.

el track...                     algunas fotos...

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez: Sierra Larga y pantano de Valdeinfierno




Ruta que rodea Sierra Larga en el Parque Natural de la Sierra de María-Los Vélez, saliendo de la presa del pantano de Valdeinfierno.

Interés de la ruta:

La ruta propuesta por el amigo David discurre entre los espectaculares macizos calizos del Parque Natural de la Sierra de María y los Vélez, que se encuentran separados por amplios y soleados valles donde languidecen los cultivos de secano; antaño de cereal, y desde la última mitad del siglo XX de almendros, que junto a las explotaciones cinegéticas son la base de la economía de la zona. Las umbrías están colonizadas por frondosas formaciones boscosas en las que predomina el pinar, que se abre y entremezcla con el matorral al acercarse a las solanas.
Patrimonio de la Humanidad son las pinturas rupestres de los abrigos rocosos de la sierra de Los Gavilanes y la Culebrina, entre las que sobresalen las de los Gavilanes y el Mojado.

Asistentes:

David "Tito Abuelito", Antonio Máximo, José Luis Menéndez, Ángel y Vicente Martínez, Antonio Cervantes, Jesulen, Juan Bautista Tudela, Mateo Sánchez, Antonio Hernández y un servidor; Mariano Vicente.

Distancia: 35 km.
Salida/llegada: Pantano de Valdeinfierno (Lorca-Región de Murcia)

Desnivel +: 777 metros
Tiempo: 4 horas
Altura mínima: 697 metros
Altura máxima: 1.180 metros



Crónica:

A estas horas de la mañana -son poco más de las nueve-, la sombra del Pericay se extiende como un manto húmedo hasta cubrir la presa del pantano de Valdeinfierno. Hace frío; los termómetros, remolones, se niegan a subir más allá de los cero grados. Una capa de hielo cubre el rincón sur de la presa. Tiemblan los ciclistas al bajar de los vehículos; ante ellos se extiende la colmatada superficie del pantano, buena para la maleza y que solo sirve para corregir pequeñas avenidas. Al norte, la Serrata de Guadalupe sirve de margen al embalse, tras ella; el río Caramel y la rambla Mayor drenan los Llanos de Abarca. A nuestros pies; el lecho de lo que será el río Luchena bajo las escarpadas paredes del Estrecho, que se abre paso a trompicones entre cerros que bordean los mil metros.



La pista, de buen firme, se retuerce entre pinares bordeando el Abrigo de los Gavilanes y del Mojado hasta la casa forestal y albergue de las Iglesias. A Mateo le cuesta, hoy ha estrenado bicicleta y es la primera vez que no pisa asfalto en 25 años. Mateo es un hombre valiente que hace unas semanas ha cumplido los 79 años. Corajudo y orgulloso, no quiere que le esperen y pide que continúen los demás, que le dejen a su aire; que se hará con la bicicleta, pero solo. Los demás protestan, algunos sin mucho entusiasmo, otros con pesar, pero todos respetan su decisión y siguen adelante. 


Bajo el cerro de la Sima, toman a la izquierda; suben hacia el collado de la Manila bordeando las Piedras del Engarbo que alcanzan los 1.413 metros de altura. Las bicicletas; se detienen. El barro las atenaza, las envuelve hasta el punto de no distinguirse los platos, de no diferenciar lo que es cadena de roldanas. El desviador perdido bajo un enorme bloque pegajoso que envuelve pedalier y basculante. No queda más remedio que limpiar para continuar. Eso sí, unas han quedado mas afectadas que otras, lo que provoca un animado debate. Unos afirman, sin rubor, que es la habilidad del ciclista lo más importante. Otros opinan que es el peso, lo que hace hundirse más profundamente a las ruedas en el barro; alguno otro, más prudente, sugiere que es posible que el diseño de la cubierta propicie que retenga más o menos cantidad de barro. Sin llegar a ponerse de acuerdo y tras un concienzudo "desbarrado" continúan hasta el collado.



El relieve; espectacular. Las sierras del Gigante, Vélez Blanco y Maimón colman el horizonte extendiéndose de este a oeste, que el sol ilumina a contra luz, como mochas crestas de gallo. Son formas tabulares, llanas en sus cumbres, conocidas como muelas; separadas por valles, algunos como el de La Hoya de Taibena, entre ellos y Vélez Blanco, cuyo castillo blanquea nebuloso en la distancia. Según gente instruida; estos valles, son depresiones provocadas por el hundimiento de grandes cuevas, que el tiempo se encarga de rellenar, dando lugar a los llamados poljes.



Bajan por el camino de Gabar, ya sin barro, hacia la vereda real de la Loma del Águila. El Cerro de Gabar recorta sus mil quinientos once metros sobre el firmamento azul del oeste. Ya, casi abajo, después de pasar lo que queda de la casa forestal de Pozo Trigueros, lo dejan por el camino de la Umbría que sale a su derecha, en ángulo casi inverso. El camino sortea, uno tras otro, los barrancos que drenan sierra Larga por el norte, hasta llegar al collado de la Sima. Bajan hasta retomar el camino primero, para desandar lo andado y regresar al área recreativa  de Las Iglesias, donde recuperan las unidades perdidas; Mateo, Vicente -que se volvió poco antes del collado de Manila, lo que lo libro del barro- y Máximo, que también se libró. Ya todos juntos regresan al pantano.  



En Zarcilla de Ramos harán la segunda parte de su recorrido, frente a una mesa bien surtida; ensaladas y platos de embutido sirven para entretener la espera; unos níscalos, también ayudan hasta que llega el plato principal; arroz y conejo con serranas. Rico, rico, como diría algún famoso presentador de televisión.
El mundo es un pañuelo; dice el dicho popular. Se enteran entre bocado y bocado, que el dueño del bar regentó otros locales en Murcia capital, entre ellos La Bodeguilla, en la calle de las Mulas, lugar habitual de esparcimiento de Paco, hermano de Mateo, y que incluso llego a ser su amigo.



El pantano

La acuciante falta de agua y su oportunidad ha sido desde siempre un problema en el sureste español, en especial en las áridas tierras de Lorca. Con recursos propios tan limitados, necesariamente se han buscado desde siempre aportaciones foráneas; ya en 1550 los agricultores lorquinos solicitaron a los poderes públicos aportaciones de la cuenca del Guadalquivir, en concreto de los ríos Guadal y Castril. El recelo de los andaluces llevo a Carlos III a desestimar el proyecto y a la construcción de dos presas; la de Puentes sobre el río Guadalentín y la de Valdeinfierno sobre su afluente el Luchena. Comienzan las obras en 1785 en el estrecho desfiladero que excava el río entre las sierras del Gigante y la Culebrina, finalizando en 1806. Problemas con la maniobrabilidad de las compuertas provoca su colmatación con las primeras avenidas. En 1850 esta inservible, por lo que se recrece su presa en 15 metros, acabando las obras en 1897. Hoy se encuentra en situación similar, por lo que el Ministerio de Medio Ambiente ha redactado un anteproyecto para la construcción de una nueva presa, aguas arriba de la actual. Obra comprometida, al poner en peligro los numerosos yacimientos arqueológicos de la zona.



Mariano Vicente, diciembre de 2014.