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sábado, 18 de julio de 2020

A Castillitos con los amigos de Elche



Este sábado he realizado una ruta de ese ciclismo sin prisa que a mi tanto me gusta. Nos juntamos en el Puerto de Mazarrón, donde me encuentro actualmente con mi madre, los amigos Javi, Fany, Patricia y Paulo de Elche, Fátima y Joaquín de Crevillente y como único representante murciano; un servidor. Comenzamos nuestro recorrido por la concurrida carretera que comunica el Puerto con el pueblo de Mazarrón, para pasado este último, tomar otra mucho más tranquila que juega al escondite con las estribaciones septentrionales de la sierra del Algarrobo. Bonito puerto de porcentajes aceptables, de paisaje tranquilo y solitario, donde solo algún que otro algarrobo se atreve a levantar su oscura silueta sobre el dominante esparto, este año de un verde provocador. El grupo se fue disgregando a lo largo del puerto. A la cabeza Joaquín y Fátima; cerrándolo, como ya os habréis imaginado; yo. La bajada se hizo rápida hasta la población de la Pinilla y a la sombra del campanario de su iglesia se hizo el primer reagrupamiento.



En dirección a las Palas, el vibrante carbono del grupo interpretaba una rápida y melódica sinfonía donde la única nota discordante era sordo y grabe rodar de mi vieja Connor con su cuadro de acero y sus cubiertas taqueadas para el ciclismo gravel. Como siempre ocurre en estos casos, el personal se va animando y se empieza a imprimir un ritmo que nos hace sufrir a los más veteranos, ritmo que mantuvimos hasta las Palas. Se tranquiliza el grupo hasta Tallante y camino de Perín, cada uno puso el ritmo que pudo. ¿Os imagináis a quien le costo más? Claro que una vez en la asociación de vecinos me resarcí del castigo. Hasta aquí se acercaron con el coche Enrique y su mujer para almorzar con nosotros. En el agradable patio del local, junto a su enorme piedra de molino, parece que el grupo encontró un momento de sosiego que nadie parecía querer romper, pero había que reanudar la marcha, el Cedacero y Castillitos nos esperaban impacientes.



Las primeras rampas del Cedacero me parecieron más suaves que otras veces, no sé si por la cerveza o porque el personal se lo tomó con calma. Paulo coronó primero y eso que el fiera había venido desde Torrevieja con la bici, y pretendía volver con ella después de hacer la ruta, intención que se le desmorono durante la comida, pero eso es una historia que os contaré más tarde. Bajamos a toda velocidad, en algún momento pude ver como en el viejo flightdech, un Shimano SC-6500 que después de tantos años sigue funcionando, marcaba los 80 Km/h.



Nos introdujimos en el bonito valle de Campillo de Adentro para iniciar la espectacular subida a Castillitos. Y no, no creáis que es por unos porcentajes imposibles, que son más bien modestos, sino por un paisaje verdaderamente espectacular. A un lado el bonito y recogido valle del Campillo, por el otro la agreste sierra de Cabo Tiñoso. La carretera sube poco a poco, para tras una curva, sorprenderte con la espectacular bahía de Cartagena; es casi imposible, en especial si es la primera vez que pasas, no detenerte junto a los viejos pretiles de piedra y contemplar todo el espectáculo que se abre a tus pies. En el horizonte, cerrando la vista por el este, la sierra de Fausilla y su icónico cabo del Agua, se adivinan Cabo Negrete y la colmatada bahía de Portman; más cerca la isla de Escombreas y la ensenada de Cartagena, la isla de las Palomas, el cabezo del Agua, que nos oculta un referente nudista en España, la playa del Portús. A nuestros pies, calas de nombres tan sugerentes como el Pozo de la Avispa, Salitrona o de la Mojarra.



Un poco más arriba nos golpea, esta vez por nuestra derecha, la impactante bahía de Mazarrón que cierra Punta Negra y da cobijo al Puerto de Mazarrón. A continuación el resto del golfo que cierra por el oeste por el Parque Natural de Cabo Cope-Puntas de Calnegre. Paulo, nuestro fiera particular, decide subir a “las antenas”. Le dejamos; cada loco con su tema. Ligero descenso y nueva subida para bordear el Cabezo del Atalayón que nos conducirá a las baterías de Castillitos que estuvieron activas desde su construcción en 1933 hasta 1994, año de su cierre. La idea era crear un anillo defensivo que junto a sus gemelas del monte de las Cenizas, protegieran a la base naval de Cartagena de cualquier ataque marítimo. Para ello se montaron unos gigantescos Vickers de 381 mm capaces de enviar proyectiles de casi una tonelada a 35 kilómetros de distancia, el primer disparo de guerra fue en 1937 contra la escuadra nacional. La batería, desde el lado de tierra, imita la arquitectura de un castillo medieval estando su parte principal excavada en la roca para impedir su visión desde el mar. Cada pieza cuenta con una sala de máquinas, almacenes de pólvora y munición y una cámara de carga bajo las piezas. Tras su abandono fue concienzudamente expoliada, y hoy, a pesar de su mal estado, parece que se están llevando acabo algunas labores para su conservación.



El personal estaba encantado con el lugar, en la época fotográfica del carrete hubieran acabado con un buen numero de ellos. Especialmente le encanto a las chicas, no había forma de sacarlas de allí, pero era hora de comer, nos esperaban y no podíamos hacerlos esperar. Bajamos de nuevo hasta Campillo de Adentro y en el local de su asociación de vecinos hicimos parada y fonda. ¡Que ricas las cervezas, frescas, frescas! Y la ensalada de salazones, y la de lechuga, que decir del embutido de la sierra de Maria, o los chipirones a la plancha rociados con su salsita de ajo y perejil. Había hambre o al menos buenas ganas de comer y continuamos con unas fuentes de pescado frito de la zona y no contentos pedimos unas de chuletas de cordero, se hizo tal hora que terminaron cerrando la cocina para poder echarnos de allí, aún así, resistimos como pudimos con unos trozos de tarta de zanahorias y unos asiáticos.



Para terminar la jornada, solo nos quedaba regresar al Puerto de Mazarrón, menos de 20 kilómetros con una solo tachuela, la de salida del valle del Campillo. En el Puerto nos despedimos, unos se fueron directamente hacia Elche, pero a otros aún las quedaban ganas de juerga y regresaron, esta vez en coche, hasta la Azhoía para sacar el biquini y darse un baño. Un día de compañerismo y amistad, de ciclismo sin compromisos; en pocas palabras, un día para disfrutar. Hasta la próxima amigos.



Mariano Vicente, 18 de julio de 2020

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domingo, 24 de noviembre de 2019

Del Puerto de Mazarrón a Castillitos




Es domingo y mi mujer esta empeñada en ir al Puerto de Mazarrón, a darse una ración de mercadillo. A ella le encanta, pero a mi no tanto. La verdad es que es un mercado grande y bien surtido donde uno puede pasar la mañana de lo más distraído, pero que quieren que les diga, prefiero pasar la mañana haciendo otro tipo de cosas, leyendo la prensa en una terraza mientras desayuno. Pero mi esposa, como mujer, inteligente, dijo las palabras mágicas: porque no te llevas la bici. Y lo que iba a ser una aburrida mañana de domingo se transformo en algo totalmente distinto, una excursión a un paraje precioso; Castillitos.



Ya en el Puerto de Mazarrón, monto la bici y comienzo a pedalear. Son la 11,30 y la la temperatura es relativamente alta, unos 20 grados, que no esta nada mal para estar a finales de noviembre. Hace algo de viento del noroeste pero no molesta demasiado y menos ahora que viene de espaldas. Salgo por el paseo marítimo, utilizando el carril bici que me saca del puerto y me deja en la carretera de Isla Plana. Circulo junto al mar en un constante sube y baja que no cansa demasiado. Hay algo de tráfico, pero no agobia. Disfruto de unas preciosas vistas sobre el mar. Pasado Isla Plana y el cruce de la Azohía, la carretera se empina, tengo enfrente el temible Cedacero que hoy no subiré. Pasado poco más de un kilómetro tomo el primer cruce por la derecha hacia Campillo de Adentro, tengo que superar el pequeño collado de los Ballesteros con porcentajes que superan el 6 por ciento. Superarlo nos depara unas preciosas vistas del pequeño valle de Campillo de Adentro en la diputación cartagenera de Perín. 



Descenso vertiginoso en el que me zarandeará un asfalto algo rugoso. Pasada la rambla, comienza la subida. En esta ocasión, aun corriendo el riesgo de que me dé la ciática, voy hacer una prueba; intentaré subir con un desarrollo fuerte, un 50x27 que es lo más parecido que puedo poner para “simular” el desarrollo de las clásicas. Esta en el tintero esta ruta para realizarla con los amigos retrociclistas. Ha sido duro, pero he logrado subir. Definitivamente se puede hacer con una clásica; eso sí, sufriendo mucho. 



Poco a poco y disfrutando de unas fantásticas vistas de la bahía de Cartagena voy cogiendo altura. Ahora, ya cerca del collado, es la bahía de Mazarrón la que me proporciona esas vistas. Descendemos, cala Salitrona hasta a nuestros pies, Castillitos enfrente. Desaparece el asfalto sustituido por gruesa grava hasta alcanzar las baterías superiores. Los Vickers, ingleses ellos, tienen un calibre de 38,1 cm, un ánima de 18 metros y un peso de 88 toneladas. Eran capaces de lanzar un proyectil de casi una tonelada a más 35 kilómetros de distancia y lo hacían con una velocidad de 762 m/s. y una cadencia de un disparo por minuto. Junto a la batería hay una serie de edificaciones, unas al aire que en su cara de tierra presentan el aspecto de pequeñas fortalezas, y otras subterráneas; sala de máquinas, chillera de proyectiles, depósitos de pólvora, cámara de carga y almacén de repuestos, y otras semiocultas a la observación desde el mar como los puestos de mando telemétricos.



Nos hacemos las fotos de rigor, sería una verdadera herejía no hacerlo, y nos darnos la vuelta regresar sobre nuestros pasos, y aunque sea el mismo recorrido nos espera alguna “sorpresa” al hacerlo en sentido inverso. Casi todo es bajada, pero el último collado que pasamos, desde este lado también presenta un buen desnivel y el de Ballesteros el primero que superamos a la ida y que no supero el 6 por ciento, ahora nos espera con unas rampas que se acercan al 10 por ciento.



Mariano Vicente, 24 de noviembre 2019 

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domingo, 22 de noviembre de 2015

Castillitos 2015



Sol cálido de inverno, sol de Murcia, hoy será un sol marino de gaviotas. Deslumbra de amarillo oro el esparto tachonado del verde intenso de los palmitos, todo enmarcado por un azul que huele a mar. Por encima; la línea del horizonte blanca de sales, y más arriba aún el azul limpio y luminoso de nuestra tierra, el azul de Sorolla y Gaya. En las cumbres, apuntando a un enemigo invisible, recortando sus siluetas negras de mil batallas jamás libradas, las baterías de costa de Castillitos. Hoy nos toca; al menos una vez al año tenemos de venir a revivir este paisaje, planear sobre las laderas ocres de cabo Tiñoso; pisar las gruesas, casi negras arenas de Cala Salitrona, dejar nuestras efímeras huellas que el mar borra en espuma.


Como ciclistas corrientes, de los de andar por casa, comenzamos con un buen desayuno a base de café y tostadas, lejos de los modernos productos sintetizados por la industria, algo casi artesanal, sabroso y cercano, antes de renovar nuestra simbiosis con esta ruta alejada de todo lo que no suponga deleite y disfrute de esta tierra nuestra, cálida y acogedora de que gozamos; mientras en el norte peninsular tiritan los termómetros.


Isla Plana y su minúsculo puerto apenas apuntado, y su misteriosa Cueva del Agua o los Baños de la Marrana, negro sobre azul junto al dorado de la arena. Campillo de Adentro, rescoldo de sudores, de ralas cosechas, de recios esfuerzos. Paisaje avaro en el que sobrevive la higuera junto a los hoy inútiles algarrobos; junto a ellos olivos grises y chaparros. Abandonadas; viejas instalaciones militares sobreviven junto a la carretera que serpentea, negra de asfalto entre cabezos y pinos.


El silencio; que la brisa susurra sensual a los espartos y que nosotros mancillamos; invasores descarados. Somos cinco, Matías, Felipe, Juan Bautista, Antonio, nuestro hombre eléctrico, y yo mismo. Unos nos dejamos caer hacia la femenina y seductora Cala Salitrona por camino tortuoso de piedras celosas de su intimidad. Otros continúan por la más suave alternativa del asfalto. Nos reencontramos arriba, junto a las Baterías, tras superar el sendero, que sinuoso, se eleva en la ladera. 


Instalaciones militares deterioradas por el abandono y el abuso, por la incultura y la desidia, pero aún recuperables, bellas y orgullosas de su pasado, altivas y dominantes de un mar que se extiende a sus pies; mar casi domestico, testigo de grandezas y miserias, de guerras y diásporas que por desgracia nos tocan de cerca. A horcajadas sobre el poderoso cañón contemplo este mar apacible, cruel cuando se lo propone, mudo testigo de singladuras familiares, unas veces con todo el trapo arriba guiando la derrota entre las olas tratando de ganar al compañero, otras flirteando con delfines y jugando a descubrir nuevas calas; y alguna vez, las menos, sujetando con firmeza la caña, aferrado el trapo, empapado hasta los huesos mientras buscas resguardo en un puerto amigo.



La ruta nos sabe a poco, ya no queda sino el regreso, entre ramblas y playas, hasta el lugar donde alrededor de la mesa compartiremos viandas y amistad. Cuentan los compañeros aventuras, engrandecidas hasta la exageración y aceptadas por los demás con estoicismo sabedores de que llegará el desquite en nuestro turno. Proyectos de nuevas rutas, valoraciones del material, y todas esas cosas de lo que hablamos los enamorados del ciclismo.


Mariano Vicente, noviembre de 2015.