sábado, 28 de diciembre de 2019

Paredes de Leyva - Barranco de la Hoz



Esta será nuestra última ruta de 2019. Una ruta circular que partiendo de la población del Berro, en pleno corazón de Sierra Espuña, subirá el Barranco de de Leyva hasta alcanzar el Collado Blanco a unos 1226 metros de altura. Conseguido el objetivo bajaremos por Prado Mayor y el Barranco de la Hoz hasta el Berro, donde despediremos el año con una comida de hermandad.

Situamos los vehículos en el aparcamiento del pueblo -es el único que hay-, montamos las bicicletas  y nos acercamos al bar Sierra Espuña que está justo enfrente. Nos hemos dado cita seis compañeros, tres electrificados y tres pulmonares. Café, alguna cosa más y a pedalear. Desde la salida ya estamos subiendo. Rampas duras en la carretera que va a la Fuente del Hilo y las Cuestas del Marqués. Pasada la casa forestal de Los Quemados y superadas las primeras rampas, en el pequeño collado, giramos a la derecha. A la izquierda nos vamos a las Fuentes del Marques, una subida ideal para la bici de carretera.



Continuamos por asfalto en dirección a la Fuente del Hilo y La Perdiz, hasta llegar al siguiente cruce, en el que giraremos otra vez a la derecha. Dejamos atrás el área recreativa de casa Leyva y un poco más adelante nos encontramos con otro cruce en el que abandonamos el asfalto por nuestra derecha; por la izquierda nos vamos hacia la perdiz. Por la derecha comienza la pista que recorre el barranco de Leyva bajo las calcáreas paredes de la morra de las Cucalas.



El camino se ciñe al estrecho barranco que forman el Morrón de Alhama por el suroeste y el Cejo de Valdecanales por el noreste. El trazado sube con decisión, constante, sin dar un paso atrás, nos acostumbramos a ello y casi pasan desapercibidos los altos porcentajes que estamos superando, que en ningún momento bajan de los dos dígitos. Sobre la mitad de la subida el camino se revuelve con unas enormes eses que suavizan en gran manera el porcentaje, lo que nos permite algún descanso.



Poco más adelante, colgado de la ladera, aparece el Refugio de Leiva, sí, con “i” latina. La verdad es que me hago un poco de lio, en unos mapas aparece con “y” griega y en otros con “i” latina, si alguien sabe los motivos me gustaría conocerlos. Voy el primero y decido esperar al resto junto a la escalera de acceso. Hago algunas fotos y tomo un barrita. Comienzan a llegar los compañeros, Angel esta teniendo problemas, su recién estrenada eléctrica funciona intermitentemente, con un poco de suerte podrá llegar arriba.



Lo hemos conseguido; estamos en el Collado Blanco, 1.232 metros marca el mapa. Se abre ente nosotros un hermoso paisaje; a nuestros pies, Fuente Blanca y un poco más lejos Prado Mayor. Al fondo, en un intento de cerrar el paisaje sin conseguirlo, la Solana de Malvariche. Nosotros buscamos el camino del Cabezo del Enebral, que bordea el cerro del Rayo, y sigue el arroyo de la Hoz hacia las Minas de As. Llegamos al collado dejando atrás la valla del parque para internarnos hacia lo más profundo del barranco hasta cruzar al margen derecho del arroyo.



Al tomar un poco de altura podemos contemplar el desfiladero del barranco de la Hoz en todo su esplendor. A nuestros pies la estrecha quebrada se va cerrando hasta dejar un angosto paso, apenas distinguible por su estrechez, de imposible paso entre sus paredes calcáreas que blanquean bajo el sol del medio día. Salimos del barranco por su lado derecho para dejarnos caer hacia Prado Chico. Cruzamos una nueva puerta de acceso al Parque que se funde con otra que da entrada al barranco de Valdelaparra. La antigua embotelladora de Fuente Dueñas nos espera un poco más adelante a nuestra izquierda. Desde aquí el camino se torna en cinta de asfalto que asciende indolente por la ladera de un pequeño cerro. Al otro lado, como a un kilómetro del collado, abandonamos el asfalto por un camino sin asfaltar hacia la Casa del Agua Amarga, que tras unas revueltas nos saca a la carretera, junto al puente del Taibilla. De aquí hasta el pueblo apenas nos queda un kilómetro de pedaleo.



Guardadas las bicicletas -se han merecido el descanso- nos acercamos hasta el restaurante donde una amplia mesa junto a la ventana nos está esperando. La dispuesta camarera nos recita la carta, un gracioso aro se balancea colgado de su nariz mientras lo hace. Es una simpática y hermosa muchacha. No sabemos que elegir, todo parece rico. Decidimos pedir algo al centro para todos y que cada uno amplié el menú con lo que más le guste. La diversidad se impone y ninguno termina repitiendo lo del otro, ni para el chupito final nos ponemos de acuerdo, pero no importa, estamos de acuerdo en lo importante, que es disfrutar juntos de la bici y de nuestra amistad.



Mariano Vicente, día de los Inocentes de 2019

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lunes, 9 de diciembre de 2019

Vuelta a las sierras de Cazorla y Segura



Primer día; de Huéscar a Quesada

La sierra de Mojantes apenas se distingue en esta fría mañana de diciembre. Hemos parado a desayunar en Venta Cavila, aún no tenían el bizcocho, por lo que hemos tomado unas tostadas con aceite. Vamos camino de Huéscar y en el maletero van mi trotona y la eléctrica de Antonio preparadas para unos días de pedaleo. Circunvalaremos las sierras de Cazorla y Segura en el sentido de las agujas del reloj siempre por asfalto. Hemos programado cuatro días para ello, en los que recorreremos más de 250 kilómetros y acumularemos unos 4.000 metros de desnivel positivo. Pasaremos por las localidades de Huéscar, Castril, Pozo Alcón, Quesada, Cazorla, Arroyo Frío, Hornos, Pontones y Santiago de la Espada.



Cuando llegamos a Huéscar el pueblo comienza a desperezarse bajo la atenta mirada de Sierra Encantada. Es un pueblo señorial, que baña el río Barbatas, uno de los muchos que pudieron dar origen al Guadalquivir, pero eso son otros asuntos que ahora no nos competen. Por aquí tuvo mucho que decir la Orden de Santiago desde que en 1243 le fue donada la población junto a las de Galera y Orce. Aunque hubo mucho toma y daca entre musulmanes y cristianos pasando de unas manos a otras hasta que en 1488 la conquista definitivamente la Corona de Castilla. Cuando la Orden de Santiago vino a menos fue la Archidiócesis de Toledo la que se hizo cargo, y no crean que fue por poco tiempo, no, que mantuvo su dominio desde 1544 hasta 1953. Al pueblo, al igual que otros de la zona como Caravaca o Quesada, acudieron gentes del norte de la Península, sobre todo navarros y aragoneses, también castellanos, según avanzaba la Reconquista. Prueba de ello son las numerosas tradiciones arraigadas en el pueblo como la devoción a las santas Alodia y Nunilo, actuales patronas de la localidad, los bailes típicos o los numerosos apellidos: Aguirre, Aránega, Carricondo, Corcostegui, Huarte, Iriarte, etc. Es un pueblo de grandes casonas de fachadas encaladas y artística forja en rejas y balcones. Lo preside majestuosa e imponente la iglesia de santa María, el monumento más emblemático de la ciudad.



Tras tomar algo, más que nada para entrar en calor, monto la trotona y le coloco (hoy las estreno) unas bolsas de viaje que ahora muy pomposamente se denominan de bikepacking. Consisten en una bolsa delantera, circular y cerrada herméticamente, donde llevo la ropa de paisano y otra trasera que se sujeta a la tija y sillín, y en la que llevo todo lo demás. Bueno también llevo otra pequeñita sobre el tubo horizontal con la máquina de fotos, las gafas y alguna cosa más. Creo que para estos tres días tendré suficiente pues no llevo material de acampada al no pernoctar a la intemperie. La verdad es que no dan para mucho, espero no tener que echar de menos mis alforjas, ya os iré contando. Antonio lleva algo más de capacidad; sus alforjas, una bolsa trasera y otra delantera.



Instalado el equipaje, comenzamos a pedalear. La carretera (A-326) es tranquila y se dirige a Pozo Alcón siempre en ligera subida. La segunda población que nos encontramos es Castril, que antiguamente llamaban de la Peña, porque está colgado  de una, que tiempo atrás ya utilizaron los romanos y desde la que protegían su campamento ubicado donde ahora está el pueblo, de hecho, su nombre podría derivarse del término latino castrum. Al pueblo no le debe de faltar el agua, cuando nos detenemos en un mirador la oímos correr debajo nuestro. Debió ser así desde antiguo pues ya el historiador árabe-granadino Al-Zuhri la describe como «una fortaleza en cuyo patio había una gran piedra lisa de la que brotaba tal cantidad de agua que podría mover ocho piedras de molino».


Estamos ya en el límite del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas y en pleno Parque Natural de la Sierra de Castril. Continuamos pedaleando y llegamos, justo a la salida del pueblo, a una bifurcación; por la derecha, la carretera sube hasta la coronación de la presa del Portillo en el río Castril y continúa entre señales de prohibido y carretera cortada en dirección a Cebas. Por la izquierda, baja al pie de la presa y remonta por el otro lado la Loma de Las Eras con unas rampas considerables. Como no podía ser de otra manera, fue la que elegimos. Como si nada llegamos al embalse de la Bolera que rodeamos por el sur en dirección a Pozo Alcón. Este pueblo pertenece ya a la provincia de Jaén y lo hemos utilizado como punto de partida de otras rutas por la sierra de Cazorla. Tiene en su término municipal dos ríos; el Guadalentín que abastece el embalse de la Bolera y el Guadiana Menor, verdadera fuente del Guadalquivir, pero como he dicho esa es una polémica en la que no vamos a entrar. En cambio donde si entraremos será en su estupenda pizzería por dos motivos básicos, comer algo y darle un “chute” a la batería de Antonio, algo que será recurrente en los días siguientes.



Salimos de Pozo Alcón por la A-3015 para desviarnos poco después por otra carretera, la C-323, que  se ciñe por el sur a las estribaciones de las sierras del Pozo y Cazorla. La carretera se retuerce trepando la ladera. Vamos ganamos altura con esfuerzo. Lo que más me molesta de estas carreteras de montaña, es que toda ella es un puerto, y de los duros. Es frustrante no poder contarles a tus amigos que hayas subido tal o cual puerto, por mucho que te esfuerces, porque no figura como tal. Nos lo vamos tomando con mucha calma, tanta, que se nos hará de noche. Cuando llegamos al paraje de la Cueva del Agua casi ha oscurecido, en el santuario ya es prácticamente de noche y aún nos queda subir el puerto y bajar a Quesada. Aquí descansa la Virgen de Tíscar patrona de Quesada y de la Sierra de Cazorla. Recomiendo reservar un poco de tiempo para la visita del santuario y la Cueva del Agua. Según la tradición, en esta cueva se apareció la Virgen en 1319 al señor de Tíscar, Mahomad Abdón. Es una interesante formación caliza donde las aguas del río Tíscar bajan por su interior formando caprichosos saltos y pozas para formar río abajo el Pilón Azul, camino ya de la Aldea de Belerda. Del Castillo queda poco, apenas una torre, pero se conservan los versos que Machado dedico a la Virgen de Tíscar y a la sierra de Quesada:

En la sierra de Quesada
hay un águila gigante,
verdosa, negra y dorada,
siempre las alas abiertas.
Es de piedra y no se cansa.
Pasado Puerto Lorente,
entre las nubes galopa
el caballo de los montes.
Nunca se cansa: es de roca.
En el hondón del barranco
se ve al jinete caído,
que alza los brazos al cielo.
Los brazos son de granito.
Y allí donde nadie sube,
hay una virgen risueña
con un río azul en brazos.
Es la Virgen de la Sierra.



Comenzamos a subir el puerto. Tiene unos cinco kilómetros. Nos ayuda una enorme luna casi llena que hace innecesarias las luces, aunque las ponemos por seguridad. De todas maneras no hemos encontrado un solo un vehículo desde Pozo Alcón, solo un autobús detenido junto a la Cueva del Agua que ya no estaba cuando salimos. Coronado, nos lanzamos a tumba abierta hacia Quesada. Hace frío y el hotel es acogedor, solo saldremos de él para estirar las piernas después de cenar. Quesada es un pueblo grande, agrícola, que vive principalmente de la aceituna, de sus paisanos los quesadenses o quesadeños que de las dos formas se llaman, poco podemos decir, porque cuando salimos a estirar las piernas tras la cena no vimos ninguno, comprensible por la hora y el frío. A los que lleguen a mejor hora que nosotros les recomiendo que no dejen de visitar el museo de Zabaleta, donde se conservan pinturas de todas las épocas del pintor y si no me equivoco acoge también el museo de Miguel Hernández y su esposa Josefina Manresa.


Segundo día; de Quesada a Hornos

A la mañana, después de desayunar en condiciones, nos ponemos en marcha. Y para no variar la carretera pica para arriba y no dejará de hacerlo hasta Cazorla y más allá, en concreto hasta el collado del puerto de las Palomas. Circulamos entre olivos y esto es literal, mires para donde mires solo se ven olivos y cuadrillas vareando la aceituna. Hace frío y el cielo está un poco sucio, como ayer, aunque con menos niebla. Tras una curva aparece el caserío encalado de Cazorla colgado de la ladera y vigilado por sus dos castillos; el de la Yedra, casi urbano y el de las Cinco Esquinas, volado sobre un cerro vigilante del olivar. No nos entretendremos mucho, ya estuvimos aquí en septiembre del año pasado, continuamos hacia la Iruela y el puerto de las Palomas.


El paisaje más próximo ha cambiado, ahora las laderas se pueblan de pino laricios y negrales, mientras el valle se pierde entre el olivar. Coronado el puerto nos detenemos en el mirador del Valle, es grato contemplar la dilatada hendidura que ha labrado el Guadalquivir entre las sierras de Cazorla al oeste y la de Segura al este. Es un poco pronto para comer pero vamos aplicar aquel dicho que dice: más vale pájaro en mano que ciento volando y decidimos asegurarnos la comida en Arroyo Frío, concretamente en un viejo conocido: El Parral. Es un establecimiento singular, a contra corriente de las modas actuales, políticamente incorrecto al igual que su dueño. Los que se consideren almas sensibles o su filosofía sea el buenísmo, mejor que no entren. Al acceder al local te encuentras con una buena chimenea, tres o cuatro mesas y una pequeña barra, al fondo, una puerta da acceso al comedor. Hasta aquí todo normal. Lo extraordinario es que nada más entrar decenas de ojos te contemplan. Colgadas de las paredes hay cabezas disecadas de infinidad de bichos, desde ciervos hasta búfalos y numerosas fotografías del dueño y sus amigos en sus jornadas cinegéticas y de pesca. Comer se come estupendamente, una calidad por encima de la media. Yo me decidí por el jamón de ciervo en salsa de setas, para terminar con un flan original y rico.

 
Ya no hay olivos, casi todo es pinar, aunque también se ven majuelos, fresnos y arces, pequeños bosques de ribera que pueblan los cortos arroyos que desembocan en el pantano del Tranco. La carretera sube y baja, aunque hace más lo segundo que lo primero. Circulamos por la ladera de la sierra de Cazorla que queda a nuestra izquierda; a nuestra derecha, las espejeantes aguas del pantano. Rodeada por la aguas, en una pequeña isla, los restos de un romántico castillo, el de Bujaraiza. El pantano se construyo en tiempos de Franco, miedo me da que se entere alguno y lo quiera demoler. Comenzó a construirse antes de la guerra y se inauguro en 1944. Tiene una capacidad de quinientos hectómetros cúbicos y abarca una cuenca de quinientos dieciocho kilómetros cuadrados.
En la presa, el joven Guadalquivir que trae desde su nacimiento dirección este, gira bruscamente al oeste rodeando la sierra de la Villas en un paisaje que se abre. El río se tranquiliza. El olivar hace acto de presencia.


En la presa conectamos las luces, se nos ha vuelto a hacer de noche, menos mal que no hay tráfico. Tras una subida, Hornos se distingue a la luz nacarada de la luna colgado de un cerro. Comienzan a encenderse algunas luces amarillentas que le dan un aspecto fantasmal. Aun nos quedan doce kilómetros para llegar. Pero será en los últimos cuatro cuando te de la risa tonta, después de noventa kilómetros no te hacen ninguna gracia rampas del doce por ciento para subir al pueblo. Llego con el estomago algo revuelto, me ha costado digerir la salsa que llevaba el ciervo estofado. Por lo que me quedo en el bar y me pido un poco de bicarbonato y una infusión. La espera me permite pegar la hebra con los pocos parroquianos del local. Hablamos del pantano.
      
-Sepa usted, que ese pantano ya se quiso hacer cando comenzaba el siglo pasado, pero claro como pasa siempre en este país, no había perras.

-Además sepa usted que ese pantano antes no se llamaba del Tranco de Beas, sino del Tranco de Mojoque.

-Yo no llegue a conocerlo, pero mi padre me contó que lo que hoy es el pantano era una hermosa vega, que además mire usted, era de este pueblo. Buena tierra, sabe usted, y estaba llena de cortijadas y aldeas. ¡Hombre! La aldea de Bujaraiza era una de ellas y tenía una torre, que ahora mismo no me acuerdo como se llamaba. Bujarcáiz, creo.

-No, se llamaba de Bujarcadí, dice otro que hasta el momento no había abierto la boca.

-¡Coño es verdad! Ya no tengo buena cabeza, pero en la isla Cabeza de la Viña, aquí cerca, hay un castillo que se ve cuando el pantano esta bajo. De este sí que me acuerdo; castillo de Bujaraiza se llama.


Yo me despido y subo a la ducha, sin enterarme muy bien si se llamaba de  Bujarcáiz o  Bujarcadí, pero bueno que más da.
La cena fue muy sencilla, el estomago no estaba para mucho, pero paso algo que nos sorprendió, he de decir que agradablemente aunque en un principio nos resultó muy extraño. Tras pedir la comanda, el camarero en lugar de traernos la cena, se deja caer con una pala llena de brasas que ni corto ni perezoso descarga en un brasero que hay bajo la mesa.

Tercer día, de Hornos a Santiago de la Espada

A la mañana bajamos a desayunar: rebanadas de pan recién tostado regado con un picantillo aceite picual y un buen café con leche condensada como a mí me gusta. Repuesto el ánimo y el estomago nos encomendamos a nuestra misión: superar los más de dieciséis kilómetros de eterna subida que nos separan del Puntal de las Aguaderas. Desde aquí llano y bajada hasta Pontones. El castillo lo tenemos sobre nuestras cabezas en lo alto de un peñasco. Creo que es del siglo XII, aunque hay un trozo que llaman el Fuerte y que puede ser de origen romano. Hacia él confluyen los trozos de muralla y se adivina alguna torre más. Está en plena rehabilitación para albergar un Taller de Astronomía.


Salimos por la JV- 7043 y no por la A-317. La primera no la conocemos y la segunda la hicimos el año pasado. La segunda se llama también de los miradores y os puedo asegurar que es dura, muy dura. La carreterilla que hemos escogido para la ocasión, es tranquila y estrecha, rodada de pinar, y un poco loca. Lo mismo va para un lado que para otro buscando el veril más suave mientras ascendemos, primero el arroyo de las Molinos o los Aceitunos y después el de la Garganta. A nuestra izquierda los enormes paredones calizos de Peña Rubia en el Yelmo Chico. Pequeños olivares de montaña salpican aquí y allá el paisaje que poco a poco son sustituidos por el bosque de pino carrasco y negral que algunas encinas oscurecen. Estamos en pleno corazón del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas. En el sotobosque se cobijan ciervos y corzos, en los terrenos más escarpados campean las cabras monteses. Hemos visto ardillas y algún conejo, buitres y otras rapaces surcando los cielos, oído más que visto pajarillos y otras aves menores.

   
El único vehículo que nos adelanta mientras subimos es una quitanieves, lo que nos acojona un poco. Está previsto que para el medio día pueda nevar pero no imaginamos que tanto como para necesitar esta máquina. Terminada la subida, por la zona del Puntal de las Aguaderas, estaba estacionada a la orilla de la carretera, al otro lado hay un secadero de jamones. No, no es mal refugio en caso de necesidad. Paramos en Pontones, helados y tiritando, no sé la temperatura pero no creo que supere los cero grados y el viento gélido no ayuda mucho. Entramos en el local y lo primero que nos llama la atención es el calorcito que hay. Una estufa lo preside. No había visto nunca este tipo de estufa, es de forma tubular pero muy estrecha, aproximadamente del mismo diámetro que el tubo que hace de chimenea. Unido por la base, un artefacto con la forma de estrecha pirámide invertida ¡Que gusto acercar las manos -el culo y todo lo demás- hasta ella! Resulta que funciona casi con cualquier cosa, siempre que tenga un molido apropiado, huesos de aceituna, cascaras de almendra, madera triturada…, pero la verdad es que calienta todo el local con facilidad. A la camarera le pedimos un caldito bien caliente para empezar, como aún nos quedaba un poco de subida hasta Santiago, decidimos ser prudentes y pedir algo de queso de la zona al que la camarera añadió por su cuenta un poco de jamón. Era simpática y se lo perdonamos. Tras el café nos hicimos los remolones. ¡Como íbamos a dejar aquel calorcito si fuera caía la cellisca que daba gusto! Entre tanto pegamos la hebra con unas parroquianas y nos enteramos que el local donde queríamos pernoctar había cambiado de manos, que seguía abierto, pero que ellas nos recomendaban otro, el Avenida, que está justo al lado un poco antes de llegar.


Haciendo de tripas corazón nos echamos otra vez a la carretera. Algo de cellisca, aguanieve, granizo, de todo un poco para no aburrirnos. Lo bueno es que son episodios intensos pero cortos. De Santiago poco que comentar, el pueblo esta como vacío, en el bar solo está el dueño, preguntamos por las habitaciones y tomamos una. Ducha, algo de descanso y partido. Hoy juegan Real Madrid y Brujas y de paso aprovechamos para cenar, nos hemos pedido un honrado plato de estas tierras: cordero segureño.

Cuarto día, de Santiago de la Espada a Huéscar

Salimos del pueblo de los hornilleros, aunque a los paisanos les gusta más el de santiagueño. Hay casi cinco kilómetros hasta el barranco del río Zumeta, todos de bajada, lo que se nota sobre todo en manos y orejas. ¡Se han quedado heladas! Ayuda que la temperatura sea inferior a los cero grados. Pasado el río Zumeta comenzamos una preciosa subida que nos deja contemplar en plenitud el pequeño y atractivo valle que une los pueblos de Santiago y La Matea y las cortaduras que ha labrado el Zumeta en su busca del Segura.


Tres kilómetros más tarde, abandonamos la carretera que nos llevaría al puerto del Pinar y la Puebla de Don Fadrique y continuamos por otra más rota y estrecha, también en constante subida. El paisaje sigue siendo de impresionantes sierras calcáreas y profundos barrancos con el pino como especie más emblemática. La sierra de la Guillimona estará omnipresente durante toda la subida aunque no se la vea con claridad, siempre por nuestra izquierda. Calculo que la subida tiene más de quince kilómetros y nos la tomamos con calma. Subimos y baja la temperatura. Seguimos subiendo y sigue bajando. Al llegar al collado junto a la Cuerda de los Mirabeles, la temperatura está muy por debajo de los cero grados. Paro a ponerme el chubasquero y una braga para el cuello. Me quito el casco. Hago unas fotos. Voy a ponerme el casco y no puedo. Los dedos están helados. Me quito los guantes y tampoco. La culpa es del cierre. Estos cascos modernos tienen un cierre tan minimalista que cuando surge una dificultad como esta puede ser un drama. No sé cuánto tiempo tarde en poder cerrarlo, pero me pareció una eternidad. Al fin lo consigo y me dejo caer por la vertiente sur de este puerto de La Losa, una preciosa pendiente donde la carretera se retuerce formando eses que descienden hacia el valle.


Tenemos enfrente la carismática Sagra con su cabellera blanca apenas insinuada. Pasado el cortijo de de la Losa me detengo para contemplar las esplendidas secuoyas (mariantonias las llaman los lugareños), regalo del duque de Wellington al Marqués de Corvera hacia mediados del siglo XIX. Pedaleamos ahora por el bucólico valle que forma el diminuto río Raigadas que ayuda al Guardal (otro que tendría muchas posibilidades para ser fuente del Guadalquivir, es más, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir lo reconoce como tal de puertas a dentro) a formar el embalse de San Clemente. En esta misma zona se proyectó, ya en 1537, una obra colosal; el Canal del Reino de Murcia -también denominado Canal de Bugéjar- y que termino con el nombre de Carlos III, no iniciándose las obras hasta 1633. Debía ser un canal de riego y navegable. Comenzaría en las fuentes del Guardal y por el campo de Bugéjar alcanzar el Reino de Murcia. Sus aguas regarían las tierras de Huéscar, Lorca y Cartagena -Para ello se sumaría otro ramal desde las fuentes del río Castril-. En el siglo XIX aún se mantenía la esperanza, aunque solo como canal de riego para la zona de Huéscar y el campo de Bugéjar y todavía en el XX se le seguía dando vueltas.


Nuestro destino está cerca, la carretera busca el paso entre las sierras Bermeja y Marmolance antes de girar hacia el este camino de Huéscar. El pueblo se arremolina bajo las ocres paredes de Santa María construida bajo la dirección de Diego de Siloé. Tras su visita, apagamos el GPS a las puertas del ayuntamiento y sin más preámbulos nos dirigimos a guardar las bicicletas en el coche.


Ha finalizado nuestro periplo alrededor de las sierras de Cazorla y Segura. Cuatro días de pedaleo por carreteras solitarias y paisajes espectaculares. El tiempo ha sido benigno para estar en pleno diciembre, un poco de niebla el primer día, cubierto los restantes y algo de cellisca y granizo al acercarnos a Santiago. Hemos pasado algo de frío, más por ser murcianos -no estamos acostumbrados- que porque la temperatura haya sido demasiado baja, no hay que olvidar que estamos en la zona continental y en plena sierra. He probado unas bolsas de bikepacking; una para el manillar de forma circular y otra rectangular que se sujeta bajo el sillín. No tienen mucha capacidad, unos diez litros cada una, pero suficiente para un viaje de estas características. La ventaja respecto a las clásicas alforjas es la concentración del peso, más centrado sobre la bicicleta que la hace más manejable. La delantera es preferible llenarla con lo que se necesita en destino, pues no es práctica de manipular en marcha. La trasera en cambio, es más manejable. Al abrirse por la parte trasera se accede con relativa facilidad a su contenido y al quedar sujeta por su parte delantera, te deja las manos libres.



Mariano Vicente, diciembre de 2019 

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domingo, 24 de noviembre de 2019

Del Puerto de Mazarrón a Castillitos




Es domingo y mi mujer esta empeñada en ir al Puerto de Mazarrón, a darse una ración de mercadillo. A ella le encanta, pero a mi no tanto. La verdad es que es un mercado grande y bien surtido donde uno puede pasar la mañana de lo más distraído, pero que quieren que les diga, prefiero pasar la mañana haciendo otro tipo de cosas, leyendo la prensa en una terraza mientras desayuno. Pero mi esposa, como mujer, inteligente, dijo las palabras mágicas: porque no te llevas la bici. Y lo que iba a ser una aburrida mañana de domingo se transformo en algo totalmente distinto, una excursión a un paraje precioso; Castillitos.



Ya en el Puerto de Mazarrón, monto la bici y comienzo a pedalear. Son la 11,30 y la la temperatura es relativamente alta, unos 20 grados, que no esta nada mal para estar a finales de noviembre. Hace algo de viento del noroeste pero no molesta demasiado y menos ahora que viene de espaldas. Salgo por el paseo marítimo, utilizando el carril bici que me saca del puerto y me deja en la carretera de Isla Plana. Circulo junto al mar en un constante sube y baja que no cansa demasiado. Hay algo de tráfico, pero no agobia. Disfruto de unas preciosas vistas sobre el mar. Pasado Isla Plana y el cruce de la Azohía, la carretera se empina, tengo enfrente el temible Cedacero que hoy no subiré. Pasado poco más de un kilómetro tomo el primer cruce por la derecha hacia Campillo de Adentro, tengo que superar el pequeño collado de los Ballesteros con porcentajes que superan el 6 por ciento. Superarlo nos depara unas preciosas vistas del pequeño valle de Campillo de Adentro en la diputación cartagenera de Perín. 



Descenso vertiginoso en el que me zarandeará un asfalto algo rugoso. Pasada la rambla, comienza la subida. En esta ocasión, aun corriendo el riesgo de que me dé la ciática, voy hacer una prueba; intentaré subir con un desarrollo fuerte, un 50x27 que es lo más parecido que puedo poner para “simular” el desarrollo de las clásicas. Esta en el tintero esta ruta para realizarla con los amigos retrociclistas. Ha sido duro, pero he logrado subir. Definitivamente se puede hacer con una clásica; eso sí, sufriendo mucho. 



Poco a poco y disfrutando de unas fantásticas vistas de la bahía de Cartagena voy cogiendo altura. Ahora, ya cerca del collado, es la bahía de Mazarrón la que me proporciona esas vistas. Descendemos, cala Salitrona hasta a nuestros pies, Castillitos enfrente. Desaparece el asfalto sustituido por gruesa grava hasta alcanzar las baterías superiores. Los Vickers, ingleses ellos, tienen un calibre de 38,1 cm, un ánima de 18 metros y un peso de 88 toneladas. Eran capaces de lanzar un proyectil de casi una tonelada a más 35 kilómetros de distancia y lo hacían con una velocidad de 762 m/s. y una cadencia de un disparo por minuto. Junto a la batería hay una serie de edificaciones, unas al aire que en su cara de tierra presentan el aspecto de pequeñas fortalezas, y otras subterráneas; sala de máquinas, chillera de proyectiles, depósitos de pólvora, cámara de carga y almacén de repuestos, y otras semiocultas a la observación desde el mar como los puestos de mando telemétricos.



Nos hacemos las fotos de rigor, sería una verdadera herejía no hacerlo, y nos darnos la vuelta regresar sobre nuestros pasos, y aunque sea el mismo recorrido nos espera alguna “sorpresa” al hacerlo en sentido inverso. Casi todo es bajada, pero el último collado que pasamos, desde este lado también presenta un buen desnivel y el de Ballesteros el primero que superamos a la ida y que no supero el 6 por ciento, ahora nos espera con unas rampas que se acercan al 10 por ciento.



Mariano Vicente, 24 de noviembre 2019 

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sábado, 9 de noviembre de 2019

Por la Fuente de la Sabina



Hoy yo no tenía que estar aquí, lo previsto era estar en Ontígola con los amigos retrociclistas, pero la cadena de mando, es la cadena de mando y la jerarquía se impone. Pero vamos a lo que importa, es frustrante que cada aparato te de una medición distinta y no es que varíen un poco, no, es que lo hacen de forma desconsiderada. El Strava me da 1800 mt. de desnivel positivo, mientras que el GPS lo deja en poco más de 1400 mt., el Wikiloc se va a los 1620. Se trata de una ruta que cambia un par de veces entre la provincia de Murcia y la de Albacete, de unos 75 km y un “pequeño” puerto final de más de 20 km todo por carretera. Pero donde sufriremos será en él último, nos esperan fuertes rampas antes de coronar el collado de Letur. Pero comencemos por el principio. A las siete de la mañana nos ponemos en marcha desde la capital, nuestro destino es el Sabinar, en el Campo de San Juan. Es una pedanía de Moratalla y debe su nombre a los extensos sabinares adehesados, los más meridionales de sabina albar (Juniperus thurifera) de España. Esta situado a 1200 metros sobre el nivel del mar siendo uno de los núcleos más elevados de toda la Comunidad Autónoma. Aunque desde la prehistoria los abrigos rocosos cercanos a la población estuvieron habitados, lo demuestran las pinturas rupestres de trazos esquemáticos en color rojo encontradas en ellas, no es hasta el siglo XV bajo la orden de Santiago, cuando aparecen las primeras referencias escritas, aunque es de suponer que ya estaría habitada bajo del dominio musulmán.


Comenzamos a pedalear bajo el porche de la ermita de San Bartolomé en dirección al Nerpio. El pueblo, esta situado en la estribación noroeste del hermoso valle de San Juan. Nada más salir comenzamos un descenso que nos hace tiritar, por el frío y por el viento helado que nos da de cara. El termómetro apenas supera los cero grados. Tiriton arriba, tiriton abajo llegamos a las casas del pantano, situadas a más altura que la presa construida en la cerrada que forman las lomas del Alboche (al Este) y del Espolón (al Oeste) en la sierra del Zacatín. Lo más interesante de este pantano construido para asegurar el abastecimiento del canal del Taibilla, es su característico aliviadero. La ciudad de Cartagena nació con sed, parece ser que en época fenicia la calmaban con barcos aljibe provenientes de la desembocadura del Segura. Se estudian aportaciones de los ríos Castril y Guardal en Granada, y hasta del Mundo en Albacete, decantándose finalmente por otro afluente del segura; el Taibilla. Sus principales valedores serán el almirante Francisco Bastarreche y Diaz de Bulnes, a la sazón Capitán del Departamento Marítimo de Cartagena y el Ingeniero Jefe de Obras de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, creada a tal efecto el 4 de octubre de 1927. En 1939 son 30 los los municipios que la integran y en 1932 comienzan las obras de este canal que alcanzará una longitud superior a los 200 kilómetros, convirtiéndose en el canal cubierto más largo de Europa.


La verdadera presa de toma del canal, se encuentra 6 kilómetros aguas abajo. Nos dirigimos a hacia ella por una carreterilla denominada de la Dehesa, construida a la sazón para la construcción del canal. Entramos en una serie de toboganes, algunos de longitud considerable y porcentajes serios, que nos van quitando el frío. El viento, que nos habían anunciado duro y frío del noroeste, no nos esta afectando demasiado, quizá porque el valle se abre perpendicular a él. Avanzamos entre calizas y pinares cogiendo altura sobre el río que se esconde tímido entre rocas y chopos. El otoño ha hecho su trabajo pintando el bosque con su amplia gama de ocres. El grupo se estira; en cabeza andan Juan Bautista y su hijo, con diferencia los más fuertes. A continuación lo hacemos Ángel, Antonio Cervantes, David y yo. Cerrando el grupo los dos “eléctricos” Antonio Máximo y Paco Bombas.


Entrando bajo la vigilancia del torreón de Vizcable, David pincha. En pocos minutos reparamos y aprovecho para probar la bomba que compré hace apenas unos días. En esta bicicleta, todo carbono ella, llevaba una bomba de esas miniatura, peso pluma y alta tecnología. No la utilizo en varios años y cuando la necesito; no funciona. Es de una marca de Estados Unidos y para nada barata, garantía de por vida dicen. Tienen el distribuidor en Elche. Les llamo. Solo te atienden a través de un comercio. Sin factura no hay nada que hacer. Y yo me pregunto, si tienen garantía de por vida para que necesitan la factura, ¿piensan que la he robado? Avanzamos junto al canal que caprichoso, en algunos tramos va a nuestra derecha y en otros lo hace a nuestra izquierda, unas veces sobre nosotros y otras debajo. Una cabra cruza frente a nosotros, rápida e indiferente, desaparece monte arriba. Poco más adelante lo hace un rebeco. Nuestro recorrido coincide ahora con el GR-68. Casi sin darnos cuenta llegamos a la vista de las Casas y las Casicas, que algunos llaman del collado, aunque estas son otras, que pierden el nombre y se quedan solo con El Collado.


Aquí tomamos la carretera que nos llevará a Letur. Paramos en un pequeño puente, junto a la fuente de la Herrada. Agua potable, prohibido el baño reza un cartel. Tomamos unas barritas, porque el grupo, amotinados parte de sus integrantes, decide no parar a tomar algo en Letur. En el cruce de la carretera del Sabinar nos agrupamos de nuevo. Visto el fracaso para parar en Letur, propongo hacerlo en la Fuente de la Sabina. Serán 20 kilómetros de constante subida, creo que nos habremos merecido un alto en el camino, una cerveza bien fría y algo más gustoso que una barrita. Me han dicho que si, pero creo que ha sido más para conformarme que por convicción. Comenzamos la subida y como siempre pone a cada uno en su sitio. Primeros Juan Bautista y su hijo, les seguimos a corta distancia Ángel y yo. Más atrás Antonio Cervantes y David. Cerrando el grupo, Máximo y Paco. Paro para hacer unas fotos y Ángel me saca unos metros que poco a poco ira ampliando gracias al motor de su Orbea Gain, es nuestro tercer hombre eléctrico.


Llego a la Fuente de la Sabina y me encuentro un espectáculo inesperado; Juan y su hijo, sentados sobre un murete de hormigón. Ángel esta a su lado y tiene en la mano un vaso con algo color naranja; es una Fanta, me dice. Los otros están a “palo seco”. Pregunto si entramos dentro o nos sentamos en la terraza. Y contra todo pronóstico me dicen que no, que mejor cuando lleguemos al Sabinar. Me estoy haciendo mayor o empiezo a no entender al personal. Entro en el local y me quedo sorprendido. El comedor pequeñito, esta montado con largas mesas corridas con capacidad para cerca de 80 personas. Hay algún evento, pregunto sorprendido. No, me responde la muchacha, es lo normal los fines de semana. Miro hacia el rincón bajo el mostrador y veo a un par de individuos con varios platos repletos de cabezas de gambas, conchas de navajas y restos de otros mariscos. Un poco desorientado, y sin amigos que me acompañen, termino pidiéndome una Coca-cola y salgo a la calle preguntándome como es posible que en una diminuta pedanía; media docena de casas mal contadas, perdida en medio del monte, pueda venir a comer tanta gente. Ángel se va y poco después lo hacen Juan y su hijo. “Pego la hebra” con un señor que estaba en la puerta; solitario, como esperando algo. Entro en contacto y le pregunto que hace aquí. He venido a comer, me dice. ¿Se come bien? No lo sé, no he venido nunca, espero a unos amigos, somos 30 que hemos quedado a comer, me han mandado la ubicación y aquí estoy. Voy de sorpresa en sorpresa, síntoma inequívoco de que me estoy haciendo mayor.


Miro hacia la carretera que se encuentra a un centenar de metros del bar y veo pasar dos bultos; uno rojo delate, que debe de ser David y detrás otro azul, que debe ser Cervantes, supongo que los eléctricos van delante. ¡Joder y ni siquiera han tenido intención de detenerse! Reanudo la marcha y llegar hasta ellos, les pregunto por Antonio y Paco y me dicen que vienen detrás, ¡coño, pues ya no regreso al bar! Decido continuar y acelero el paso. De pronto, tras una curva, la pared. A pesar de llevar todo metido me quedo clavado, tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no echar pie a tierra. Aun así, paso con relativa facilidad a Antonio y a David y en la siguiente curva los pierdo de vista. Esta umbría de las Covachas tiene apenas un kilómetro, pero con una pendiente que ronda el 16 por ciento. Cuando llego al collado recibo la bofetada de ese viento que ha estado toda la mañana jugando con nosotros al gato y al ratón. Que alivio ya es todo cuesta abajo hasta el Sabinar, lo jodido es que tienes que sujetar la bicicleta para que no se lance y romper alguna rueda, el piso esta lleno de pequeños baches y el piso muy roto.

 

Cuando llego a la puerta del Nevazo, bar donde vamos a comer, Juan y su hijo ya están guardando las bicicletas en el coche. Ángel y yo hacemos lo mismo. Pronto llegan Antonio y David. Entramos en el bar, nos pedimos unas cervezas y unos torreznos, quizá no lleguen al nivel de los de Soria, pero están muy buenos. Empezábamos a preocuparnos cuando llegan Paco y Antonio. A comer. Sobre la mesa una enorme paella de arroz y conejo, rico rico. Tras el arroz algunos nos metimos unas chuletillas de segureño entre pecho y espalda, y hasta unos trozos de queso curado de estas mismas ovejas. Tortas fritas y nueces de la zona, todo por poco más de 15 euros. ¿Que más se puede pedir?


Murcia, 9 de noviembre de 2019

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sábado, 19 de octubre de 2019

XI Salida Ciclista Ferroviaria 2019



Un día magnifico. Pero no solo por la buena temperatura que se alzo desde los 15 hasta los 29 grados. Fue sobre todo por la compañía. El sábado 19 de octubre nos reunimos en la estación del Carmen los amigos ferroviarios de Alicante y Murcia y todos aquellos que nos quisieron acompañar. Tras tomar un café, entre saludos y abrazos, nos pusimos en marcha sobre las nueve de la mañana como teníamos previsto. En esta ocasión la novedad ha sido que la salida se ha desdoblado en dos: una de carretera y otra de montaña. Así los compañeros que carecen de bicicleta de carretera pueden participar. A la hora prevista, todos juntos, nos encaminamos hacia San José de la Vega donde nos dividimos, los de carretera continuamos hacia Beniajan para alcanzar el cruce del Cabezo de la Plata y dirigirnos hacia el Pantano de la Pedrera por Fuente Amarga. Los de montaña por las “Basuras” a los González. Y por los Martínez a la solana de Altaona. De aquí a Lo Pareja y el Garruchal.



La ruta de carretera se desarrollo sin contratiempos. Fuimos a ritmo tranquilo hasta el Embalse de la Pedrera en ese ambiente familiar que se suele vivir con los colegas en la “grupetta”. Aquí, parte del personal “miedoso” de hacer el recorrido completo -dando la vuelta al pantano-, opto por acortar directamente a Torremendo. La verdad es que no había porque. Todos los que recortaron estaban perfectamente capacitados para hacer el recorrido completo, pero yo no soy quien para juzgarlos. El resto disfrutamos alargando el recorrido alrededor del al pantano. Continuamos por el canal del pos-trasvase charlando y comentando batallitas mientras rodábamos tranquilamente. Aceleremos un poco, pero sin forzar, en la cuesta de los Perros, lo que nos hizo sufrir un poco, antes de llegar a Torremendo. Desde aquí pedaleamos por Canteras hasta alcanzar la vieja carretera de Sucina, que hoy ha sustituido la autovía. En este tramo recuperamos algunas unidades de las que habían recortado. Se permitieron el “lujo” de tomar café en Torremendo.



La vieja carretera de Sucina hoy se ha convertido en una simple vía de servicio, cosa que a nosotros no nos viene mal del todo. En algún punto algo estrecha, y en otros, invadida por avalanchas de barro de pocos centímetros ya endurecido de la última DANA, pero totalmente ciclable y sin nada de tráfico. Este tramo que comprende todo el puerto de San Pedro nos lo tomamos con mucha calma. Los amigos de Alicante nos contaron su última aventura por la sierra de Mariola. Tres días de ciclismo entre amigos, buena comida y mucha diversión. Hablamos de futuros proyectos, de compartir salidas, de vernos más a menudo, de quedadas gastronómicas en alguna bodega de Alcázar de San Juan, pero es sí, en tren, que después de comer no podremos conducir. Y así entre risas y chascarrillos llegamos a la antigua estación de Riquelme-Sucina, que con sus puertas y ventanas tapiadas produce en nosotros una profunda tristeza, a pesar de que los trenes sigan pasando por ella.



Ahora la carretera es propicia para las emboscadas con sus múltiples toboganes, lo que animó la marcha y que más de uno se sintiera el gallito del corral. Todo se calmó cuando llegamos al cruce de la carretera del Garruchal. Aquí cada uno cogió su ritmo para ascender el tramo del puerto que nos llevaría hasta la venta. Los que habían a cortado, sin tomar café, ya estaban sentados en la terraza ante unas hermosas jarras de cerveza. Según ellos llevaban allí una hora. Prejuicios o no; algunos ciclista, como cazadores y pescadores, mienten más que hablan. No les creímos. Tras la segunda cerveza se fueron soltando las lenguas; y de una hora, se paso a media, e incluso llegaron a admitir que fue algo menos. Ya me extrañaba a mi que nos sacaran tanto tiempo en solo 14 kilómetros.
Mientras saboreábamos una cerveza, esperamos impacientes a los compañeros de montaña que tardaban en llegar. Estábamos empezando a preocuparnos cuando por fin aparecieron encaramados en la senda del Gato. Le pregunto a Juan Bautista, viejo amigo, compañero de viajes y aventuras, y hoy “guía” de los ferroviarios montañeros, por la tardanza. Se encogió de hombros: luego te lo explico que ahora tengo la garganta seca. Guardamos las bicicletas bajo llave en un anexo del restaurante y pasamos sin más dilación al comedor. En total éramos 24 comensales.



La comida comenzó en un ambiente alegre. Quiero creer que por estar todos juntos de nuevo, y no por la cerveza que desaparecía de las jarras a una velocidad vertiginosa. Comenzaron a traer los entrantes y la comida continuo entre conversaciones, relatos y anécdotas, amenizada por chascarrillos y hasta se coló algún chiste. El plato fuerte era codillo de cordero y la verdad es que estaba muy bueno. Pero; siempre hay algún pero, hubo unos pocos “flojeras” que se pidieron merluza o como el amigo Máximo, que se pidió dos huevos con patatas y solo se pudo comer uno. Juan Bautista, que estaba sentado a mi lado, por fin me contó el motivo de tanto retraso; no era otro que la falta de pericia de los mal llamados “montañeros”, más acostumbrados a pedalear por el carril-bici que en el monte. Cualquier desperfecto en el camino, por mínimo que fuera, les parecía una trialera insuperable, y ni te cuento si la cosa se estrechaba un poco. Habrá que sacarlos más al campo.



Terminada la comida, café y sobremesa incluidas, llego el momento de irnos a Murcia. Nos hicimos el propósito de bajar con cuidado; que iríamos despacio; que no queríamos caídas; pero cuando el asfalto se puso en negativo, vino el desmadre. Bajada a full gas. Tumbadas con la oreja  despellejándose en el asfalto, la bici literalmente volando de bache en bache y la adrenalina erizándote la nuca. No tenemos remedio. Y el peor; yo. Hice todo el recorrido con mi vieja Vitus, midiéndose de tu a tu con las “jovencitas” de rígido carbono y brillantes frenos de disco, que no lograron amedrentarla en ningún momento. Incluso en las bajadas más excitantes; no solo se defendió, sino que atacó superándolas a todas, a pesar de sus muchos años y sus pastillas de freno cristalizadas. Toda una campeona. A las afueras de la ciudad nos fuimos reagrupando hasta llegar todos juntos a la estación del Carmen. No quedaba ya más que despedir a nuestros amigos alicantinos. Un tren los llevara a casa.



Murcia, 19 de octubre de 2019.

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