Mostrando entradas con la etiqueta Santiago de la Espada. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Santiago de la Espada. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de mayo de 2018

200 Millas 2018



De Lorca a Venta Ticiano

Las 200 Millas son un reto personal y como tal hay que entenderlas. No se trata de una competición, ni siquiera una prueba ciclista, es algo que solo le atañe a Mariano aunque participen algunos amigos. Leyó algo de 100, 200 o 300 millas, pruebas que se realizaban en países lejanos al nuestro y de ahí surgió la idea de plantearse anualmente un recorrido en bicicleta de kilometraje elevado (para él) y si era posible que reuniera una serie de características en cuanto a paisaje y desnivel; al principio de una jornada pero poco a poco fue cuajando la idea de ampliarlo a un par de días, pernoctacion incluida. Como he comentado esta era una idea que solo implicaba a Mariano, pero de inmediato la hizo suya Juan Bautista y los dos ha realizado todas las anteriores, ya el año pasado se unieron otros amigos como Antonio, Ariel y Ángel porque este tipo de cosas si es junto a los compañeros de fatigas, saben mucho mejor.

Se puso manos a la obra, busco recorridos que sintetizaran las propuestas anteriores en cuanto a kilometraje; que fuera superior a 300 kilómetros, acercándose a esa cifra mágica que se había planteado de 200 millas. Procuro recorridos en los que el entorno paisajístico fuera un factor importante lo que implica la mayoría de las veces desniveles elevados, y así tras varios años ha llegado a las 200 Millas de este 2018.

El recorrido, a priori, de los más duros a realizar hasta el momento, contabiliza un desnivel positivo que supera los 5.000 metros para las dos jornadas. Partirán de Lorca para por Xiquena llegar a Vélez Blanco, la Puebla de don Fadrique, Santiago de la Espada y Venta Ticiano donde acabaría la primera jornada. La segunda ira por Yeste, Letur, Socovos, Calasparra, Yechar, Ceutí y Molina para acabar en Murcia.


Son las siete y cuarto cuando los viajeros pertrechados con la indumentaria y demás aditamentos ciclistas se encuentran en el anden de la estación de ferrocarril de Murcia del Carmen junto a sus monturas, tomaran un tren que cinco minutos después los transportará hasta Lorca, lugar de comienzo de su singladura. Durante el trayecto en tren los comentarios fueron los habituales en estos casos; todos justificando su falta de entrenamiento, la mala racha en el trabajo que les había robado tiempo para montar, la falta de forma, y un conocido etc., que los ciclistas nos sabemos de memoria y a pesar de la fama que cazadores y pescadores tienen sobre la veracidad de sus afirmaciones, los ciclistas no le van a la zaga.

Ya en Lorca lo primero que hacen los viajeros no es lo que se supone en estos casos; de coger la bici y salir pitando, no, se van al Mesón Lorquino a tomar belmontes (el belmonte es un café que se toma en la zona de Murcia y adyacentes, con leche condensada y coñac) y pastas, justo lo recomendado por las guías de alimentación deportiva para la ocasión. Ya entonados comienzan su andadura, hace un día estupendo, el cielo parcialmente cubierto, incluso algo fresco. Que diferencia con el año pasado que tuvieron que soportar temperaturas saharianas ya desde el comienzo. Pasan los kilómetros y los viajeros van cada uno a lo suyo, pero en grupo. David sorprende con una cámara de vídeo de esas deportivas que le ha regalado no se sabe que empresa, pero que tiene que llevar en la mano o guardar en el bolsillo del mallot, pues en el tren una mala colocación de la bici hizo que en una curva se diera un golpe y partiera el soporte situado en el manillar.

Pasan los kilómetros, sino rápidos, por lo menos a un ritmo razonable, porque no nos engañemos, nuestros viajeros no son unos fieras del pedal, aunque alguno pueda creer lo contrario. Tampoco son unos críos y no están ni mucho menos en su peso ideal, pero eso sí, voluntad no les falta. Pasan la Fuensanta encaminándose casi en linea recta hacia las sierras del Pericay y Gigante siempre con una suave y constante pendiente positiva, pero esta sensación es algo engañosa pues la carretera girara decididamente hacia el oeste dejando estos macizos a su derecha. Casi sin darse cuenta, entre sarmentosas vides, se acercan al fantasmagórico castillo de Xiquena, construido sobre una pequeño cabezo, domina el cauce del río Corneros. Primero defendió el reino nazarí y después hizo lo propio con el castellano, siempre estuvo en tierra de frontera hasta que por cuestiones políticas lo destruyo el marqués de los Vélez. A pesar de estar declarado Bien de Interés Cultural, se encuentra bastante deteriorado alzándose solo algunos lienzos de piedra rojiza. Desde lo alto de sus adarves se tenia linea visual de las fortalezas de Tirieza, Puentes, Vélez Blanco y Vélez Rubio.


Vélez Blanco aparece algo difuminado, no se sabe muy bien si por la calima o una extraña niebla, probablemente sea esto último porque el día no esta muy caluroso, el blanco de las nubes van ganando porcentaje al azul del cielo y una brisa que no llega a ser desagradable se instala poco a poco del oeste. La carretera obliga a subir piñones para alcanzar el pueblo y el bar correspondiente, en plena plaza, casi a los pies de su bien conservado castillo. Nada de barritas y cosas de esas, no, ellos al bocadillo de jamón y a la cervecita, luego quieren progresar, piensan que tarde o temprano llegarán a ser unos ciclista “pro” así, sin sacrificarse y sin privarse de “na”. Durante el tentempié en la terraza corren las sillas, buscan el sol, se agradecen esos rayos juguetones que logran colarse entre las nubes.

Y vuelta a empezar, ahora se quejan los viajeros de la subida hacia María, como si no supieran que estaba allí y que hasta el pueblo no queda otra. Unos suben mejor, otros peor, coronan con poca diferencia, los más corpulentos como Mariano se dejan caer a buena velocidad ¡Como disfrutan algunos en cuanto la carretera pica para abajo, por poco que sea! comienzan aquí una serie de sube-baja entre pinares, estribaciones del Parque Natural de María y Los Vélez, que se les hacen llevaderos. Pronto son sustituidos por campos de labor al acercarse a Cañada de Cañepla, que superan sin detenerse. A Mariano esta carretera le trae viejos recuerdos, de cuando la recorrió en sentido contrario en un viaje con alforjas entre Hellín y Lorca, pero de eso hace ya tanto tiempo que ha quedado difuminado en su memoria. Sabe que durmió cerca del puerto del pinar, en plena naturaleza y que paro a comer en Cañada de Cañepla, que luego hizo noche en María, antes de llegar a Lorca, pero como ya he dicho hace tanto tiempo que apenas lo recuerda, ¡esta muy mayor!


Una gran llanura se extiende hasta cerca de la Puebla, hoy dominada por grandes explotaciones agrarias. Por un camino perpendicular a la carretera circulan dos camiones y un tractor intercalado entre ellos, a tal velocidad que levantan una espesa nube de polvo que el viento de poniente lleva hasta la carretera. Hacen cálculos los viajeros y tienen la seguridad que se tendrán que tragar el polvo. El primero en hacerlo ha sido Angel que va un poco adelantado, se come la del primer camión, Mariano piensa que puede librar porque el tractor ha salido al asfalto y viene hacia él, si acelera igual llega antes que el segundo camión, pero no, no lo consigue y se ve envuelto en una gran nube de polvo, por el rabillo del ojo, difuminado por la polvareda, vislumbra al camionero y tiene la sensación de que se va riendo entre dientes. Juan Bautista, Antonio y David pasan cuando ya se ha solucionado el problema.

A la Puebla de don Fadrique llegan a medio día, y como no, piensan que es buena hora para comer, restaurante y menú del día, primero, segundo, postre y hasta café, que no se diga y no quiero mencionar la cantidad de cerveza que trasegaron con la excusa de adicionarle un poquito de limonada ¡Para hidratar según ellos! Unos ciclistas como marcan los cánones habrían continuado, si acaso, comiendo alguna barrita, pero ellos no, hora y media han estado moviendo los mofletes y dándole a la sin hueso. La sorpresa vino a continuación; David se sube al coche. Porque se me ha olvidado deciros que estos ciclistas son un poco “señoritos”, llevan coche de apoyo y todo, para llevar la ropa de paisano y un poco de agua fresca, pero puedo dar fe que esta última ni probarla. Han “engañado” a su amigo Jesulen para que les haga de chófer. El tema de que David se haya subido al coche ha levantado ampollas; unos piensan que tiene mucho morro, así se ahorra las dos subidas que les quedan, las más importantes del día, otros que esta “liquidao” a pesar de que lleva dos semanas haciendo mas de quinientos kilómetros cada una, pero parece que no ha sido suficiente. En realidad es Antonio el que menos ha entrenado pero se esta portando como un campeón, ni siquiera se queja, aunque yo creo que es por ahorrar fuerzas que todo suma.

Sales de la Puebla de don Fadrique y comienzas a subir. Aquí no se puede hablar de grupo, cada uno ha comenzado andar cuando le ha dado la gana, el más tardon ha sido Mariano que ha salido probablemente un cuarto de hora más tarde. Cada uno sigue a su ritmo intentando que no se les “agarre” demasiado este puerto que sin tener rampas muy duras sube hasta los 1.600 metros. En su fuero interno, dos o tres de los cuatro que quedan, piensan que igual no lo consiguen y el problema es que ahora con David en el coche solo queda espacio para uno más. Pero uno detrás de otro, como las cuentas de un rosario, todos lo superan, el último en llegar es Mariano que un poco mosca pregunta: -¿cuanto tiempo lleváis esperando? Alguien contesta que unos cinco minutos y a Mariano le aflora una sonrisa picarona, si le llevaban quince les ha sacado diez, no esta mal. 


Las fotos de rigor, algún selfie autocomplaciente y se lanzan a una bajada algo engañosa; al principio baja un poco pero después mantiene la altura, incluso sube un poquito, hasta que de un tajo, se abre el valle del Zumeta y la carretera se lanza vertiginosa hacia el vacío. Espectaculares paisajes mil veces visto por los viajeros que no pueden sustraerse a su contemplación. Aquí es donde peor lo pasa Antonio, las bajadas no son su fuerte, se apodera de su cuerpo como un miedo irracional que lo agarrota y le impide disfrutar de la bajada. Lo contrario que le pasa ha Mariano, y si me permiten una opinión, creo que es el único lugar en el que realmente disfruta. Pero como en casa del pobre poco dura la alegría, comienza de nuevo la subida que no cejará hasta llegar a Santiago de la Espada. Y aquí pasa lo que tenia que pasar al ir cada uno a su aire. Juan Bautista, que es el serpa del grupo y ha preparado el track, indica al llegar a un cruce a la entrada del pueblo que giren a la derecha, y así lo hacen. Lo malo es que Ángel que viene electrificado, de lo que hablaré más tarde, ha subido delante y no se entera, para en la gasolinera de la entrada y se tira allí más de media hora esperando mientras los demás avanzan despreocupados hacia el cercano destino pensando que va delante.


El Zumeta sigue deparando un hermoso paisaje, bajan río y carretera encajonados en un profundo barranco, la una más alta que el otro, con lo que el recorrido no tiene desperdicio para la vista. Poco a poco van confluyendo en altura, ahora es el bosque de ribera el que depara las más espectaculares postales. Continúan río y carretera en un sinuoso abrazo, en algún punto él se esconde entre los chopos y ella, sin espacio, sube para buscarlo sobre las copas. Esto descoloca un poco a los viajeros que tienen que superar repechos del ocho por ciento casi a traición, pero como todo tiene un final, Venta Ticiano aparece como una isla entre la carretera y el río generando en los viajeros esa sensación agridulce que provoca el final del recorrido. No, no crean ustedes que se ponen hacer estiramientos para que el cuerpo asimile los 150 kilómetros y más de 2.800 metros de desnivel acumulado no, se tiran de cabeza a la barra del bar y beben una cerveza tras otra con la excusa de una “correcta” hidratación, además les ponen una tapita con cada una, lo que puede ser su perdición. Hidratados y duchados salen a dar un paseo y hacer tiempo para la cena, apenas habían andado un centenar de metros una señora; entrada en años, delantal blanco y autoritaria voz, se dirigió a ellos:

-¡Eh! ustedes a donde van. Vengan para acá.

Los viajeros acogotados y obedientes dan media vuelta y se dirigen hacia ella.

-Que quieren cenar. Les pregunta a bocajarro.

Apenas con un hilillo de voz alguno se atreve a decir que algo de pasta, otro que sopa de fideos.

-Lo que ustedes quieran, bueno sopa de fideos y dejo zanjada la cuestión del primero.

Los viajeros prevenidos y viendo como se ponían las cosas pidieron casi al unísono carne a la brasa. Carne de cordero a la brasa, concretaron.

-Si quieren les puedo poner también pescado u otra cosa, ya les digo que lo que ustedes quieran. Volvió a repetir con autoridad y se fue para la cocina.


Los viajeros ya no dieron más vueltas y se fueron directamente al comedor sentándose pacientes a esperar la cena, cerveza va y cerveza viene. La sopa se la trajeron en bonitas cazuelas individuales de porcelana blanca y estaba rica. La carne, en bandejas y abundante, junto a unas ensaladas con verduras tiernas y jugosas. Los postres bailaron del arroz con leche al pan de calatrava y de las natillas a las frutas. No se privaron del café y hasta de algún chupito. Y con esto pensaron que estaba bien y se fueron a la cama, no sin antes apalabrar la hora del desayuno.

De Venta Ticiano a Murcia

Amanece el día algo menos fresco que el anterior, con un sol radiante que desmiente la posible amenaza de lluvia para la tarde anunciada en televisión. También la tarde anterior sufrieron la misma predicción pero que no llego a materializarse a pesar de que las nubes era cada vez más y su vientre más negro. Para desayunar fruta y tostadas de pan de pueblo; con aceite, con mantequilla y mermelada, y los viajeros se comieron unas cuantas. Supongo que al personal del establecimiento les saldrá a cuenta; pues por lo que comieron y bebieron, cama incluida, pagaron lo estipulado de antemano, cuarenta y dos euros por cabeza.


Siguen los viajeros durante cuatro kilómetros al Zumeta hasta que entrega sus aguas al Segura. Después siguen a este hasta que se sumerge en el embalse de la Fuensanta. Ahora a los viajeros les tocan seis kilómetros al seis por ciento de subida hasta Yeste, los que se han puesto manga larga ante el fresco de la mañana no tardan en quitársela. En este pueblo no se detienen, pararon cuando bajaron el Segura e hicieron noche en él (https://achobike.blogspot.com.es/2015/07/el-rio-segura-catorce-anos-despues.html). Continúan para dejarse caer por la preciosa carretera de Letur que les llevará a encontrarse de nuevo con el Segura en pleno pantano de la Fuensanta. Lo atraviesan por un moderno puente, de la Vicaría se llama, para dirigirse decididamente en dirección este. Campos de labor cuajados de amapolas escoltan su paso. Aislados caseríos, agrupados unos junto a otros sin llegar a conseguir su intimo deseo de ser pueblo. La carretera sube y baja sin descanso la mayor parte de las veces entre almendros, otras entre verdes pinos hasta acercarse a Letur. Mariano descubre un viejo conocido; el Canal del Taibilla (https://achobike.blogspot.com.es/2014/11/el-canal-del-taibilla-un-viaje-en.html) que los escoltará con sutileza hasta Socovos.


Entran a Letur, “…pueblo fresco y deleitable, alegre y de mucho agua y frescuras, de yedras y vidarras y zarzas y otros muchos que no son de fruto…” como lo describen las relaciones topográficas de Felipe II. Pero los viajeros no se entretienen en eso y andan discutiendo si toman o no una cerveza y su correspondiente compaña. Después de un tira y afloja deciden continuar; tienen miedo de lo que aún les queda, más por el kilometraje que por el desnivel. Continúan hacia Socovos, a algunos da la sensación de que el recorrido se les empieza a pegar. El santiaguista Socovos también se lo saltan, han hablado de comer en Calasparra, pero eso sería muy tarde por lo que han acordado hacerlo en Tazona a mejor hora y más cerca. Se detienen en el bar que les queda según van a mano derecha, tiene una terraza que va ni que pintada para la ocasión, estarán fresquitos y tendrán controladas las bicicletas. Ángel descubre un enchufe que le viene al pelo, preguntan si tiene corriente y la tiene. Lleva una bicicleta eléctrica, una Orbea Gain que le aguanta muy bien el largo recorrido, claro que él la lleva desconectada siempre que el porcentaje no sea positivo, así hizo ayer los 150 kilómetros con un desnivel que supero los 2.800 metros. Tenía miedo para la etapa de hoy que superará los 180 kilómetros aunque sea por poco y estar cargándola ahora le da mayor tranquilidad, sabe que le dará tiempo a una buena carga porque estos viajeros no son de comida rápida. Y tanto, empezaron con entrantes y terminaron con solomillo y entrecot, tampoco despreciaron los postres y el café. Creo que ustedes ya empiezan a conocerlos.


Ahora la carretera pica para abajo, Mariano aprovecha su peso y corpulencia para poner un buen ritmo, mira para atrás y no ve a nadie, le da igual ya le cogerán en las subidas. La tendencia se mantiene igual hasta poco antes de Calasparra en la que toca subir algún piñón. Los Campos del Cagitán, que en algunos mapas se llaman Llanos, no lo son tanto. La carretera traza en esta zona una linea recta llena de ondulaciones, suaves, pero muchas llegan al seis y al ocho por ciento, y lo malo es que se repiten una detrás de otra sin descanso y acumulando siempre algunos metros más de altura. Los viajeros por esta zona van ya un poco a su aire; Juan Bautista, tira y tira incansable por delante, Mariano dice que se parece al conejito de Duracell, porque sigue y sigue…, por detrás va ángel con su eléctrica y después Mariano arrastrándose en cada subida. Antonio y David están bastante más atrás. Mariano, con su despiste habitual, equivoca la carretera y se va dirección a Cieza, es una larga recta y no ve a nadie, sabe que tiene que haber una carretera hacia la derecha pero no sabe a que altura. Se detiene y llama a Juan. Efectivamente le confirman que lo han visto equivocarse, pero que no hay problema, que pronto encontrará la misma carretera que ellos tomarán en el cruce siguiente, que siga por ella y ya se verán, que los kilómetros son casi los mismos. Juan Bautista espera a Mariano en el cruce y juntos suben las cuestas de Fuente Caputa, paran en el alto, comen una barrita y para su sorpresa llegan subidos en el coche Antonio y David. Ángel, que ya ha coronado, les esperará abajo. A partir de aquí todo es más fácil; vertiginosa bajada hasta Yechar, ligera subida hasta el cruce de Ceutí y bajada hasta la población.

Juan Bautista, Ángel y Mariano, los tres sobrevivientes, cruzan hacia Lorquí y siguiendo el segura pasan Molina. Van contentos, saben que el reto lo tienen superado, hasta se permiten el lujo de imponer un fuerte ritmo ante la protestas de Ángel porque su bici corta a los 25 km/h, incluso esprintan juguetones en las pequeñas subidas antes de Javalí Viejo. Ya sienten cerca el final, se introducen por la carretera de La Ñora y el Malecón. Ven la torre de la Catedral, ya están en casa. Han superado las 200 millas un año más, unos en mejores condiciones que otros, pero todos con la ilusión intacta pensando ya en las del próximo año.

En Murcia 6 de mayo de 2018.

track día I...         track día II...          fotos...          video...

martes, 21 de noviembre de 2017

Camino de San Juan De la Cruz: Baeza-Caravaca



Juan de Yepes, nuestro San Juan de la Cruz, tras un azaroso viaje llego por primera vez a Caravaca a finales del mes de diciembre de 1579. Tras este, regresaría a la ciudad de la Cruz en otras seis ocasiones, todas documentadas por el archivero general de la Orden del Carmelo entre los años 1579 y 1587, iniciando el viaje de todas ellas en Andalucía. En aquella época el Vate de Fontiveros era rector del colegio de Baeza y se desplazo a Caravaca requerido por la madre Teresa para asistir a las monjas del convento de San José fundado bajo su amparo en la ciudad de la Cruz. Dos posibles itinerarios pudo seguir nuestro "medio fraile", como le llamaba la Santa cariñosamente por su pequeña figura, uno sería el controlado por la Orden De Santiago a la que pertenecía la bailía de Caravaca, que desde Baeza, seguiría por Úbeda, Villanueva del Arzobispo, Beas de Segura, Hornos, Santiago de la Espada y por el río Zumeta a Yeste, Elche de la Sierra, Socovos, Moratalla y Caravaca. El otro seguiría el río Guadalquivir desde su nacimiento, atravesaría la sierra de Segura hacia Santiago de la Espada y por el Nerpio y el Campo de San Juan llegar a Moratalla y Caravaca. 

Nosotros, dispuestos a escoger, nos quedamos con los dos, mezclando según nuestras necesidades y apetencias, y lo haremos por carretera, casi todas son de escaso tráfico y discurren por los mismos paisajes que utilizando los caminos, que de seguro serán más incomodos y complicados. Sin veleidades deportivas o aventureras, lo único que pretendemos es alcanzar Caravaca de la Cruz y ganar el jubileo, pero eso no significa no poder aprovechar las oportunidades que se presenten para disfrutar del arte, la gastronomía o la naturaleza a lo largo del camino. Nuestra propuesta comienza en Baeza - en realidad en la estación de Linares-Baeza por motivos logísticos- y por Baeza, Úbeda, Sabiote, Beas de Segura, Hornos, Pontones, Santiago de la Espada y Nerpio, superar la Sierra de Segura para continuar por el Campo de San Juan y Moratalla hasta alcanzar la ciudad de la Cruz. 


Camino Sanjuanista: jornada I

Comemos con gula y avidez unos bocadillos comprados minutos antes donde Pepe el de los Jamones, con su jamón y su tocino, bien impregnados de aceite de oliva y unas rajitas de tomate. Algún viajero nos mira de reojo y en su cara se refleja la gazuza que les martiriza a esas horas. En Alicante aún tenemos tiempo de tomar café antes de subir al tren que nos llevará a Alcázar de San Juan. Lo más farragoso de la jornada no fueron los transbordos, que hasta tres tuvimos que hacer, si no el tener que desmontar alforjas y bolsas para pasar por los escáner de entrada en Alicante. Seguridad algo tonta, proyectada de cara a la galería, pues de poco sirve si en el resto de las estaciones cualquiera puede entrar como San Pedro por su casa. En Alcázar degustamos la primera cerveza, de las muchas que se sucederían a lo largo del viaje. Fue en un garito cerca de la estación y de nombre peculiar: A la vuelta lo venden tinto; buenas jaras, bien tiradas, con la espuma justa y bien frías, sabrosos pinchos y ajustado precio. Antes de las nueve estábamos en la estación para subir al media distancia que procedente de Madrid y con destino Jaén nos llevaría hasta Linares-Baeza. Nos alojamos en la antigua fonda frente la estación bien entrada la noche.


Camino Sanjuanista: jornada II

Comenzamos la mañana con las mismas tareas de todos los días a lo largo del viaje; recoger, empaquetar y desayunar, solo que hoy sentía un poco de nostalgia; viejos recuerdos de cuando mi padre ejercía de jefe estación en este importante nudo ferroviario en la década de los 70, la imagen de sus compañeros, Bonilla, Garrote, Ramírez…, desdibujada por el paso del tiempo, el viejo edificio, que salvo algunos retoques, sigue siendo el mismo. Hay menos movimientos de trenes y trabajadores pero eso es algo consustancial con los tiempos actuales. Una foto para el recuerdo y comenzamos a pedalear bajo un cielo limpio y fresco, con el olivar dominando el paisaje, tónica general que se repetirá a lo largo del día. El perfil resulto algo engañoso, sin aparentes puertos, pero de orondos montes que se repetían monótonos hasta el horizonte. No era un pedalear duro, pero se dejaba notar, en muchas ocasiones eran porcentajes sostenidos entorno al 6 por ciento que había que recomenzar una y otra vez durante los kilómetros que nos separaban de Baeza. 


Ya en la ciudad, que junto a Úbeda son Patrimonio de la Humanidad desde 2003, recorrimos su casco antiguo impregnado de la monumentalidad renacentista. De especial importancia fue la iglesia de la Santa Cruz, raro ejemplo del románico en estas tierras meridionales y para nosotros lugar iniciático de nuestro Camino de San Juan. Camino temático, dotado de un carácter eminentemente religioso, no debe, al menos esa es nuestra opinión, dejar de lado los aspectos culturales o paisajísticos. Para algunos de nosotros el camino puede ser un fin en si mismo con su cambiante trazado entre Baeza y Caravaca De la Cruz. Surge aquí el primer, y casi único,  contratiempo de nuestro viaje; nuestra máquina de fotos, una olympus tough prácticamente irrompible, dejó de funcionar, más bien su pantalla que se quedó en negro, dejándonos con la incertidumbre de si estábamos fotografiando algo o no. Esta avería deja la maquina prácticamente inservible, pues aunque pueda captar las fotos, no podemos encuadrar ni cambiar ningún parámetro que las puedan mejorar. Y la verdad es que me sorprende mucho este hecho, pues compré este modelo por su resistencia a los golpes, -y se ha llevado unos cuantos-, al agua, al polvo y a las bajas temperaturas. Ahora, sin ton ni son, sin golpe alguno, sin más, deja de funcionar. Uno no es de naturaleza desconfiada, ni cree demasiado en la obsolescencia programada, pero da que pensar, tenía poco más de dos años, si además sumamos la moda de la tarifa plana en los servicios técnicos, que andará por los 125€, será ya la tercera maquina de fotos que ira a parar al cajón del “por si acaso”.


Apenas diez kilómetros de un cómodo carril-bici nos separan de Úbeda y su impresionante casco antiguo evocador del monumental siglo XVI. En el entorno del carmelita convento de San Miguel, allá por 1627, se construyo el oratorio de San Juan de la Cruz, para albergar algunas de sus pertenencias más próximas y en 1978 se inauguró un Museo con objetos relacionados con la vida y obra del santo. La entereza y mansedumbre con la que soporto las penalidades y las feroces persecuciones a las que fue sometido, extendieron por la ciudad un olor de santidad. A su muerte, para evitar su desmembramiento por el afán de los fieles en conservar alguna parte de su cuerpo como reliquia, fue trasladado en secreto hasta Segovia, al convento de los Carmelitas descalzos donde reposa en la actualidad. Tras recorrer una buena parte del casco antiguo retomamos el camino en dirección a Sabiote, por carretera de poco tráfico y de pedalear fácil. Entramos en el pueblo, la carretera se transforma en calle principal, miramos a uno y otro lado y una especie de extrañeza se apodera de nosotros, es buena hora para el trapeo pero no vemos ningún bar. Es raro, tampoco se veía mucha gente por la calle. Al fin vemos unas señoras junto a un coche, preguntamos por un sitio para comer y nos mandan retroceder un par de calles:

-Vuelvan ustedes hacia tras y la segunda calle a la derecha, al final encontraran el restaurante, a la derecha también.

Damos las gracias y nos encaminamos al lugar, pero esta cerrado. Vemos venir un coche a toda velocidad y nos apartamos temerosos, eran las señoras que querían disculparse, tras hablar con nosotros se dieron cuenta que era el día de cierre del local. Solicitas nos indicaron otro, incluso se ofrecieron a acompañarnos. Nos negamos amablemente, estábamos seguros de que terminaríamos encontrándolo nosotros mismos como así sucedió.


Aproximadamente una hora después comenzábamos de nuevo a pedalear. Callejeamos un poco buscando el antiguo convento carmelita, hoy reconvertido en centro cultural, que a estas horas estaba cerrado. El final de la calle peatonal donde se encuentra el convento esta la estatua en bronce de un prohombre de la localidad, que aparenta estar sentado en un banco. Justo enfrente también sentado en un banco, un hombre vestido de chaqueta y corbata, de edad avanzada, en actitud pensativa, semejaba ser el reflejo del otro. Entablamos conversación llegando al conocimiento de que se trataba de Don José Torres Blanco, hombre cultivado que nos ha prometido, en cuanto se presente la ocasión, ilustrarnos sobre el pasado y el presente de este extraordinario pueblo, recomendándonos encarecidamente que visitáramos, como así hicimos, el castillo. Bajo su muralla una fresca fuente nos permitirá, si así lo deseamos, llenar nuestros bidones, se encuentra en el centro de un mirador que nos ofrece una extensa panorámica de los campos que se extienden por el este hasta el horizonte, donde transcurrirán nuestros próximos kilómetros. Salimos sujetando los frenos con firmeza, por un camino cementado a los pies del castillo, hasta enlazar con una carreterilla que serpentea trepando los cerros cuajados de olivos. Subida engañosa la de estos ceros que nos harán sudar. Coronados, bajamos hacia la carretera nacional. Seguimos bajando para llegar a Villacarrillo. Entramos en el pueblo en busca de una terraza para refrescarnos, la encontramos y desde la mesa de al lado, unos chiquillos miran con admiración las bicicletas, en especial la de Antonio que es eléctrica, y con orgullo nos comunican que ellos también tienen una; de montaña, puntualizan, aunque bajando la vista reconocen que no es eléctrica. El tramo hasta Villanueva del Arzobispo lo bueno que tiene es que es casi todo en bajada, pero el tráfico es alto por esta N-322 y nos sentimos incómodos. A su lado se construye la autovía, en el futuro no sabemos si podremos pasar por aquí. Llegados al hotel, nos facilitan con amabilidad un lugar para dejar las bicis, enchufe incluido. Tras la ducha recorremos el pueblo de bar en bar, tampoco encontramos cosa mejor que hacer, y a pesar del tapeo, terminamos cenando en el restaurante del hotel a nuestro regreso. 


Camino Sanjuanista: Jornada III

Son las ocho y hace algo de fresco cuando bajamos a desayunar, tomamos las consabidas tostadas con aceite, por estos lares un manjar excelso. Pronto comenzamos nuestra andadura, no hay mucho tráfico y es un pedalear cómodo. A nuestra izquierda se dejan ver algún viaducto del del que iba a ser el ferrocarril de Cadiz a Saint-Giron, en su tramo de Linares-Baeza a Albacete, que hoy para nuestro disfrute se esta acondicionando como vía verde. En un momento dado abandonamos la N-322 y Beas de Segura aparece al otro lado de la fértil vega del Guadalimar con sus casar apiñadas en pendiente al rededor de la iglesia. Entramos en el pueblo siguiendo el río hasta dar con el convento carmelita que fundó Santa Teresa el 24 de febrero de 1575, el primero de Andalucía. En el invierno de 2015 estuve por la zona siguiendo las Huellas de Santa Teresa y esto es lo que escribí de mi visita al convento: “…en el convento un torno, y tras el torno una voz. Voz de mujer que suena calma y melodiosa. Gira el torno y aparece una llave, nos sirve para visitar el relicario. Volvemos al torno, gira de nuevo y aparece otra llave, más grande, pulida por el uso, la introducimos en la cerradura de una enorme puerta de vieja madera que cede tras un chasquido metálico. Como el relicario, el templo está a oscuras, solo se aprecia una pequeña luz roja junto a la pared; es un monedero, depositamos un euro en él y la luz se hace. Volvemos al torno, dejamos la llave y damos las gracias…”. Antes intenté tomar un dulce en una pastelería, quizá la única del pueblo, recordaba haber comido aquí una especie de torta de hojaldre con cabello de ángel en su interior que estaba riquísima, pero Antonio se opuso con rotundidad: 

-Yo aquí en la calle no dejo la bici y además estorba en esta acera tan estrecha. 

Yo miro a uno y otro lado, la calle desierta, ni peatones ni vehículos se ven de una punta a otra a esta hora de la mañana, me encojo de hombros y reemprendemos el camino. Salir de Beas no es tarea fácil, al menos por donde nosotros lo hicimos, una áspera pendiente que forma una enorme ese al final del pueblo nos obligo a dar lo mejor de nosotros mismos. Ganada la altura, salimos a la carretera entre casas humildes, el espectáculo del valle se extiende a nuestros pies, el Guadalquivir invisible tras unas primeras alturas de Cazorla, detrás, la sierra de Segura corta el horizonte amenazante. La carreterilla asciende suave por un pequeño valle que refresca el riachuelo de Beas, la abundante vegetación de ribera, en esta época con exuberante colorido, es sustituida hacia las alturas por el pino que lucha por no ser engullido por el olivar. Se suceden pequeñas aldeas que dan vida al paisaje con sus casas encaladas, deslumbrantes ante el fondo grisáceo de los olivos. Hasta Cañada Catena, la carreterilla (A-314) iba tomando altura con mesura, porcentajes sobre el 3 por ciento era lo habitual, pero ahora se empina con decisión, aparecen las carrascas y el pinar se hace más intenso, serán algo más de dos kilómetros antes de poder superar el collado y detenernos a contemplar lo que nos espera. Imponente la Sierra de Segura; a sus pies, Hornos parece un nido de águilas colgado sobre el valle, iluminado en un extraño contraluz por el sol del medio día, un poco más cerca, en el valle, Cortijos Nuevos. Esa noche escribía en Facebook: “Me molestan estas subidas, duras pero que nadie cataloga de puertos y que nada les tienen que envidiar. Así te pegas una paliza, más con las alforjas, pero no puedes vacilarle a los amigos de que has subido tal o cual puerto, y eso aunque no lo parezca jode”. Cortijos Nuevos, supongo que el nombre vendrá de otros cortijos que quizá el Tranco sepultó, es un buen sitio para parar. En una terraza unas madres toman el aperitivo con sus hijos de corta edad, les puede la curiosidad y quieren saber a donde vamos, se sorprenden al decirles que a Santiago de la Espada, fruncen los labios y con un gesto de la mano arriba y abajo nos hacen saber de la forma más expresiva lo que nos espera, pero aún se extrañan más cuando les decimos de donde venimos. Tomo una cerveza y me ponen un plato de oreja en salsa ¡me encanta, han acertado! 


Subimos un poco y el Tranco se deja ver algo mermado por la sequía, bajamos y comienza la “graciosa” subida a Hornos, rampones del 12 por ciento que con las alforjas nos hacen reír. Ya en el pueblo propongo a Antonío tomar otra cerveza, pero no le seduce, hace poco más de media hora que hemos tomado una y decidimos continuar, craso error que pagaremos más tarde. Comenzamos poco después una larga ascensión a la Sierra de Segura con porcentajes que bailaban alrededor del 11 por ciento. Pasan los kilómetros pero tenemos la sensación de no avanzar lo suficiente, una tras otra se suceden curvas y rampas, machaconas e inmutables, las alegrías nos las dan algunos miradores que nos permiten por unos momentos descansar contemplando el excelso paisaje que se abre ante nosotros, podemos contemplar Cazorla casi al completo con sus grandes picos difuminados por la distancia, las desafiantes alturas de la sierra de las Villas copan altivas el horizonte por el oeste solo separada de nosotros por el embalse.


Poco a poco vamos perdiendo fuelle, las cuestas parecen más duras que nunca y las alforjas; como pesan las alforjas. Creo que lo que escribí esa noche refleja las sensaciones del último tramo de subidas: “…las piernas más duras, hirviendo, pero tu cada vez más despacio, notas que aquello no va, paras comes algo, pero nada, sigues sin andar. Recurres a la “técnica” y te tomas un “chupetín” de esos que llevan productos imposibles de leer y sabor asqueroso, pensando que así lograras andar de nuevo y sorprendido ves que tampoco vas. Esperas, quizá dentro de poco haga efecto, pero nada y al final no te queda más remedio que ponerle algo tan antiguo como la propia vida; “guevos” hasta reventar, que al final es lo que nos ha pasado…”. Por fin coronamos, nos abrigamos, pero en la bajada hacia pontones notamos como se enfría el sudor con rapidez, algún escalofrío se deja sentir a lo largo de la espina dorsal, no sé si de frío o agotamiento. Llegamos a pontones y estamos exhaustos, buscamos un bar donde paliar de alguna manera ese cansancio que nos bloquea, no solo a nosotros, también la batería de Antonio esta en las últimas, tenemos que tomar una decisión, no hay tiempo de recargar, la noche se nos echara encima y al verdad hay que reconocerlo no estamos en condiciones de seguir. Nos ponemos una magnífica excusa: la batería, para justificar el quedarnos a pasar la noche en Pontones que para eso hay un hotel. Yo, hombre cumplido, decido llamar al hotel de Santiago para comunicarle al dueño que no llegaríamos y anular la reserva, el sabía que viajábamos en bicicleta. Preocupado pensó que habríamos tenido un percance, cuando le mentí piadosamente diciéndole que era la batería y que estábamos en el bar de Pontones, su respuesta fue: -No te muevas de ahí voy a por ti.
Ya no hubo más opciones. El tramo hasta Santiago de la Espada y el hostal San Francisco lo hicimos cómodamente en furgoneta. Esa noche comimos y bebimos en exceso, pero eso no es lo que más importa de esta historia.


Camino Sanjuanista: jornada IV

A la mañana siguiente estábamos totalmente recuperados, con algo de resquemor por no haber completado la etapa anterior como teníamos previsto. Pero eso fue ayer, hoy toca lo que creo que será una jornada preciosa bajando el valle de un Taibilla aun joven. Hace fresco y nos abrigamos, en la bajada hasta el Zumeta lo notan orejas y manos, hasta se escapa alguna lagrima, pero pronto entramos en calor. Comenzamos a subir el puerto del Pinar, pero miramos más hacia tras que para adelante, el paisaje que queda a nuestras espaldas puede que sea uno de los más bonitos de la sierra de Segura. De izquierda a derecha se extiende toda la cuerda de la sierra; bajo nuestros pies el Zumeta ha laborado un espectacular desfiladero hasta sus juntas con el Segura, a estas tempranas horas de la mañana difuminado con una ligera niebla entre la que sobresalen las rojas copas de álamos; La Matea y Santiago, se desperezan soñolientos sobre la ladera. El sol, aun joven, se asoma sobre los cortados calcáreos y juguetea entre las ramas de los pinos, lucha con la niebla hasta disiparla pintando el barranco del Zumeta con mil tonos otoñales, nos gustaría quedarnos pero el Taibilla nos espera. Nos vamos introduciendo en la espesura donde los pinos dejan espacio a algunas carrascas y a pequeños prados que rebaños de cabras y ovejas recorren a sus anchas sin guía ni pastor, incluso se detienen insolentes en el asfalto a contemplarnos. 15 kilómetros disfrutaremos de esta subida, y he dicho bien, porque esta subida se disfruta, la carretera, de buen asfalto, serpentea entre los grandes pinos en constante subida, pero sin rampas imposibles, deparándonos bellos rincones y una vegetación exuberante entre la que surgen cortijos apartados.



Comenzamos una suave bajada hasta encontrarnos con el cruce del camino asfaltado que nos llevará hasta el Nerpio. Comienza con un asfalto en malas condiciones, grandes baches que en algunos casos son trozos de carretera sin asfalto, pero solo nos importa por que nos distrae del paisaje que se empieza a insinuar. Entre bache y bache me vienen recuerdos de otros viajes, cuando esta carretera era solo un camino sin asfaltar; iba en dirección a la Puebla de Don Fadrique, llegaba la noche y tenía que buscar un lugar donde pernoctar. Estaba en plena sierra. Una enorme carrasca vino en mi ayuda, monte la tienda bajo ella pero me faltaba agua, solo había cerca unas casas totalmente a oscuras, me armé de  valor y me acerqué hasta ellas. Llamé; poco tiempo después que Ami se me hizo interminable, se abrió la parte superior de la hoja de una puerta, dos caras me miraban con ojos de espanto y no era para menos, yo entonces no llegaba a los cuarenta años, barbas negras, pobladas, vestía indumentaria ceñida de colores extravagantes, y si a eso añadimos la poca luz, tenemos el cuadro completo. Pedirles agua y cerrarse la puerta de golpe fue todo uno. Giraba sobre mi mismo para marcharme cuando oí de nuevo el chirriar de la puerta, me vuelvo y veo a la pareja que rondaría los 60 con una garrafa de agua en las manos, llene los bidones, les di las gracias, cerraron la puerta y yo regresé a mi carrasca. En toda la escena solo sonaron mis palabras pidiendo el agua y dando las gracias; después el silencio absoluto.



La carreterilla tiende cada vez con más decisión hacia el descenso, vamos pasando pequeñas cortijadas solidarias a la ladera, alguna obra deja ver algo de vida. En un recodo vemos la fortaleza de Pedro Andrés; la perdemos de nuevo hasta que el pueblo aparece por sorpresa delante nuestro. Un bar con terraza, el lugar ideal para detenerse y tomar algo, es ya media mañana. En el local la señora que lo atiende y nosotros, no hay nadie más. Nos pedimos unas cervezas y nos las acompaña de frutos secos. Acuden un par de parroquianos y entablamos conversación, preguntan y preguntamos y entre unas cosas y otras termino contando lo que paso aquella noche un poco más arriba, uno de ellos se interesa, me pide más información, le recuerda algo que le contaron sus suegros hace ya veinte años, ¡que casualidades depara la vida! Le pregunte si vivían, me dijo que sí y le pedí encarecidamente que volviera a darle las gracias de mi parte.


Continuamos pedaleando sin esfuerzo, disfrutando del paisaje que nos regala el Taibilla decorado en estos días con una infinita paleta de amarillos y rojos que pintan nogales y álamos junto al resto de la rica vegetación de ribera. Se suceden uno tras otro grandes ejemplares de nogueras, troncos robustos y airosas copas, hasta llegar al desgraciado Plantón del Cobacho, otrora altivo y poderoso, lleno de vida y hoy monumento a la estupidez humana, vivió cientos de años con los cuidados que le depararon distintas generaciones de agricultores hasta que se hicieron cargo de él los técnicos de la Junta y este es el resultado. El Nerpio aparece sin avisar, cruzamos su plaza, el puente sobre el Taibilla y nos encaminamos al Nevazo, local conocido y en que siempre nos han tratado bien y esta vez no será menos. 


Comenzamos de nuevo a pedalear, ahora por el camino de las Bojadillas, preciosa carreterilla que bordea por el sur el valle de Arroyo Tercero hasta su encuentro con la rambla de la Rogativa, que baja del macizo de Revolcadores y hay que cruzar por vado de cemento que apenas llega a mojar las cubiertas. Cruzamos Arroyo Tercero por un minimalista desfiladero hasta desembocar en la carretera que nos lleva hasta el Sabinar, punto final de esta etapa. El pueblo tiene tres bares vacíos y una iglesia, también vacía, dos supermercados y varias plazas que paseamos a la espera de la cena.


Camino Sanjuanista: Jornada V

31 euros por cabeza hemos pagado por alojamiento, cena y desayuno en la pensión El Nevazo. Durante la cena, mientras mojábamos ávidos trozos de pan en la untuosa yema de unos huevos fritos, manchados con el sabroso pringue del chorizo, debatimos hacer una variación del recorrido; en lugar de seguir por el Campo de San Juan y Moratalla, ya conocido nuestro, usaríamos la variante de Archivel inédita para nosotros en bicicleta y por una carreterita que sigue al Argos hacia Caravaca presentarnos en la ciudad de la Cruz, recorrido incluso más corto que el anterior y probablemente más suave.
Nos decidimos por él y tras desayunar nos encaminamos hacia Archivel, en el pueblo paramos en El Chita, local de referencia en la zona y que Juan, su propietario, trabaja con pasión. Bocadillo, cerveza y algunos aceitunas serían suficiente para la tarea que nos quedaba. El recorrido llano y el poco kilometraje hizo que a media mañana llegáramos a Caravaca; Antonio desconocía el paraje de las Fuentes del Marques y aprovechamos para visitarlo; después, la habitual subida a la Basílica, presentar nuestros respetos a la Cruz, visitar la oficina del peregrino y obtener nuestro ansiado certificado, habíamos ganado el Jubileo después de recorrer más de 250 kilómetros y visitar una docena de poblaciones. Cuatro, casi cinco días de convivencia con mi amigo Antonio Máximo, de comprobar el buen comportamiento de las cada vez más fiables bicicletas eléctricas y de vivir el camino de forma diferente, cada uno con su forma de sentir la religiosidad, pero que no es condición exclusiva para realizar esta ruta que bien merece el recorrido por si misma, interesante para cualquier ciclista. Un viaje variado y ameno, encontraremos en él ciudades monumentales a paisajes excepcionales, preciosos en esta época del año, buena gente y la posibilidad de disfrutar de una variada gastronomía, en especial esa costumbre tan española del tapeo que en Andalucía se vuelve exuberante y esplendorosa.


Mariano Vicente, noviembre de 2017

jueves, 12 de febrero de 2015

Huellas I - Lunes, 9 de febrero. De Murcia a Caravaca de la Cruz y Beas de Segura



Sobre las diez de la mañana nos hemos puesto en marcha para iniciar la primera parte de lo que será nuestro particular Huellas. Seguiremos el itinerario que muestra de la fuerza interior y tenacidad  de una mujer: Teresa de Jesús. En apenas veinte años, esta religiosa, recorrerá España, alcanzando Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. En Granada y Caravaca lo hace a través de Ana de Jesús la primera y Teresa de Ana la segunda. Diecisiete fundaciones, que si no todas, pretendemos visitar, comenzando por los más cercanas, Caravaca, Beas de Segura y Villanueva de la Jara.

Tras menos de una hora de viaje estamos desayunando en el Horno; Caravaca. Local de ambiente retro situado en el casco antiguo. Interruptores, grifos y hasta la cafetera contribuyen a este ambiente, sillas de madera y mesas con flores secas cubiertas con un cristal lo refuerzan. Pasamos la Puebla de Don Fadrique y comenzamos a ver nieve en las cunetas; en el puerto del Pinar ya es una cantidad importante. Nos detenemos y hacemos algunas fotos antes de comenzar a descender hacia los cañones del Zumeta; al otro lado, Santiago de la Espada, donde nos detenemos a comer.

Andar por la acera helada es complicado hasta entrar en un local que nos es familiar; el hotel San Francisco. Una chimenea de hierro en la que se queman, calmos, unos troncos de encina. Desde las paredes nos contemplaban con sus vidriosos ojos media docena de cabezas disecadas, intercaladas entre ramificadas cornamentas. Sobre la mesa, un tinto joven de Rueda y unas tarrinas de ajopringue y ajopatata. Entonamos el cuerpo; yo con un contundente ajoharina, y Pilar con una sopa de almendras. De segundo, las gustosas chuletas de segureño fue el plato. Terminamos con unas gachas dulces y un flan de café y frutos secos.

Nos acercamos hasta las Fuentes del Segura por una carretera constreñida por la nieve, salir de la carretera; imposible. Ya en las Fuentes, el protagonista es el frío. Un viento helado nos lo pone difícil; cascadas de hielo cubren las laderas y la nieve cerca el borbotón, nos limitamos a hacer unas fotos y continuamos hacia Pontones. Se nos presenta una disyuntiva la A-117a y la A117, y optamos por esta última, que nos atrevemos a bautizar como la carretera de los miradores. Uno tras otro se suceden y en uno tras otro nos detenemos. Las vistas impresionantes, el Tranco brillando bajo el oblicuo sol de poniente que ilumina las laderas nevadas de Cazorla. El Banderillas destaca hacia el sur.

Hornos aparece, como nido de águilas, colgado sobre el valle, iluminado por los rayos de un sol, que ya extiende las sombras por las hondonadas. No queremos que se nos haga de noche, y tras visitar el castillo, continuamos hasta Beas de Segura. Un frío intenso nos recibe en vestíbulo del hotel Avenida, me atrevo a decir que había por lo menos dos grados de diferencia con la calle, por otra parte es un hotel bonito y limpio. Dejamos las maletas y nos vamos a visitar el pueblo. Nos acercamos hasta el convento de las carmelitas. Está cerrado y regresamos hasta el hotel; un revuelto de setas con ajos tiernos y trigueros y unas carrilleras nos dejan en situación inmejorable para irnos a la cama.

Beas de Segura, 9 de febrero de 2015.