lunes, 8 de febrero de 2021

Por la solana de la Sierra del Cura


La pandemia y el confinamiento hacen que los días se sucedan un poco monótonos y se adueñe de nosotros una especie de desinterés que hace que salgas con la bici sin rumbo ni destino. Como otros muchos días había quedado con Antonio y como autómatas nos dirigimos a buscar a Paco que nos esperaba en el bar de la muchacha de los labios rojos. Bueno el bar, como todos, está cerrado al público, solo sirve artículos para llevar. El procedimiento es el siguiente; se acerca uno en sigilo, procurando no coincidir con nadie en la puerta ni en el interior, solicitas los belmontes y te alejas hasta que te llamen. Luego te acercas, pagas y te llevas los cafés en vasitos de cartón y casi como delincuentes, echando miradas furtivas, esperando que aparezcan los municipales de un momento a otro, te lo tomas apoyado en algún coche.



Y también como otros días continuamos por “el Polígono” en dirección a Librilla, bueno a la linde de su término municipal que esa es otra, como si el virus entendiera de límites municipales, además, teóricamente tenemos que formar dos grupos pues solo pueden estar juntos dos que no sean convivientes, así que uno tiene que ir solo, separado no sé cuantos metros para no delinquir, lo que nos faltaba a unas personas como nosotros, con un buen número de años encima, ya jubilados y donde el más joven soy yo, ¡el crío del grupo!


 
Iba pensando en estas cosas, con la sensación intangible, pero contundente de que de alguna forma me están robando parte de mi vida cuando llegamos a la famosa linde, junto a la rambla de Belén y para no rebasarla tiramos hacia el norte cruzando la vía y la autopista junto a la Venta, continuando hacia arriba, hacia el trasvase. Antonio dijo de continuar un rato por él, a quien le hacíamos daño, tampoco era para tanto. En el paraje de las Lenticosas lo abandonamos provisionalmente por una vertiginosa bajada para cruzar la rambla de Belén y tras una fuerte subida volver a su encuentro. Pedaleábamos plácidamente, en silencio, disfrutando de un paisaje austero, pero con encanto, cuando Paco dijo algo que me puso los pelos de punta:

-Por aquí no sale un camino que sube para la sierra.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, despertó en mí algo que estaba dormido y casi sin pensármelo crucé el pequeño puente que cruza el trasvase ¡seguirme, el camino es precioso! Y así sin pensar en restricciones ni en decretos nos introdujimos en la solana de la sierra del Cura. El camino vuelve sobre sí mismo antes de hacer una amplia curva elevándose hacia el oeste. Almendros y olivos semi-abandonados pueblan esta parte del camino, algunos pinos empiezan a dejarse ver. Drenan la sierra pequeños barrancos y ramblizos que forman profundas cárcavas en dirección al el valle del Guadalentín, extenso paisaje que cierran las sierras de Carrascoy y el Valle. Por nuestra derecha se yerguen altas paredes arcillosas entreveradas por líneas de sedimentos más duros que como las hojas de un libro enseñan a los entendidos un pasado lejano.


Iba pensando en estas cosas, con la sensación intangible, pero contundente de que de alguna forma me están robando parte de mi vida cuando llegamos a la famosa linde, junto a la rambla de Belén y para no rebasarla tiramos hacia el norte cruzando la vía y la autopista junto a la Venta, continuando hacia arriba, hacia el trasvase. Antonio dijo de continuar un rato por él, a quien le hacíamos daño, tampoco era para tanto. En el paraje de las Lenticosas lo abandonamos provisionalmente por una vertiginosa bajada para cruzar la rambla de Belén y tras una fuerte subida volver a su encuentro. Pedaleábamos plácidamente, en silencio, disfrutando de un paisaje austero, pero con encanto, cuando Paco dijo algo que me puso los pelos de punta:

-Por aquí no sale un camino que sube para la sierra.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, despertó en mí algo que estaba dormido y casi sin pensármelo crucé el pequeño puente que cruza el trasvase ¡seguirme, el camino es precioso! Y así sin pensar en restricciones ni en decretos nos introdujimos en la solana de la sierra del Cura. El camino vuelve sobre sí mismo antes de hacer una amplia curva elevándose hacia el oeste. Almendros y olivos semi-abandonados pueblan esta parte del camino, algunos pinos empiezan a dejarse ver. Drenan la sierra pequeños barrancos y ramblizos que forman profundas cárcavas en dirección al valle del Guadalentín, extenso paisaje que cierran las sierras de Carrascoy y el Valle. Por nuestra derecha se yerguen altas paredes arcillosas entreveradas por líneas de sedimentos más duros que como las hojas de un libro enseñan a los entendidos un pasado lejano.


El camino cruza el cauce por una pequeña presa de hormigón y piedra que forma escalones para salvar la diferencia de altura. Pasamos mojando las cubiertas en el hilillo de agua que surca el cauce. Fuertes rampas entre pinares nos introducen de pleno en el Paisaje Protegido de los Barrancos de Gebas, aunque para “disfrutar” de ellos tenemos que tomar un camino que sale a nuestra derecha y que nos deja sobre el pantano de la rambla de Algeciras desde donde podemos contemplar en toda su grandeza este espectacular paisaje. No tenemos tiempo y continuamos hacia el trasvase que cruzamos y seguimos en dirección al pueblo. Estamos en el pueblo y es medio día, hay hambre y sed, ¿qué hacemos? Pues que vamos a hacer, comer y beber y que sea lo que Dios quiera.


Mariano Vicente, primeros de febrero de 2021

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