lunes, 9 de diciembre de 2019

Vuelta a las sierras de Cazorla y Segura



Primer día; de Huéscar a Quesada

La sierra de Mojantes apenas se distingue en esta fría mañana de diciembre. Hemos parado a desayunar en Venta Cavila, aún no tenían el bizcocho, por lo que hemos tomado unas tostadas con aceite. Vamos camino de Huéscar y en el maletero van mi trotona y la eléctrica de Antonio preparadas para unos días de pedaleo. Circunvalaremos las sierras de Cazorla y Segura en el sentido de las agujas del reloj siempre por asfalto. Hemos programado cuatro días para ello, en los que recorreremos más de 250 kilómetros y acumularemos unos 4.000 metros de desnivel positivo. Pasaremos por las localidades de Huéscar, Castril, Pozo Alcón, Quesada, Cazorla, Arroyo Frío, Hornos, Pontones y Santiago de la Espada.



Cuando llegamos a Huéscar el pueblo comienza a desperezarse bajo la atenta mirada de Sierra Encantada. Es un pueblo señorial, que baña el río Barbatas, uno de los muchos que pudieron dar origen al Guadalquivir, pero eso son otros asuntos que ahora no nos competen. Por aquí tuvo mucho que decir la Orden de Santiago desde que en 1243 le fue donada la población junto a las de Galera y Orce. Aunque hubo mucho toma y daca entre musulmanes y cristianos pasando de unas manos a otras hasta que en 1488 la conquista definitivamente la Corona de Castilla. Cuando la Orden de Santiago vino a menos fue la Archidiócesis de Toledo la que se hizo cargo, y no crean que fue por poco tiempo, no, que mantuvo su dominio desde 1544 hasta 1953. Al pueblo, al igual que otros de la zona como Caravaca o Quesada, acudieron gentes del norte de la Península, sobre todo navarros y aragoneses, también castellanos, según avanzaba la Reconquista. Prueba de ello son las numerosas tradiciones arraigadas en el pueblo como la devoción a las santas Alodia y Nunilo, actuales patronas de la localidad, los bailes típicos o los numerosos apellidos: Aguirre, Aránega, Carricondo, Corcostegui, Huarte, Iriarte, etc. Es un pueblo de grandes casonas de fachadas encaladas y artística forja en rejas y balcones. Lo preside majestuosa e imponente la iglesia de santa María, el monumento más emblemático de la ciudad.



Tras tomar algo, más que nada para entrar en calor, monto la trotona y le coloco (hoy las estreno) unas bolsas de viaje que ahora muy pomposamente se denominan de bikepacking. Consisten en una bolsa delantera, circular y cerrada herméticamente, donde llevo la ropa de paisano y otra trasera que se sujeta a la tija y sillín, y en la que llevo todo lo demás. Bueno también llevo otra pequeñita sobre el tubo horizontal con la máquina de fotos, las gafas y alguna cosa más. Creo que para estos tres días tendré suficiente pues no llevo material de acampada al no pernoctar a la intemperie. La verdad es que no dan para mucho, espero no tener que echar de menos mis alforjas, ya os iré contando. Antonio lleva algo más de capacidad; sus alforjas, una bolsa trasera y otra delantera.



Instalado el equipaje, comenzamos a pedalear. La carretera (A-326) es tranquila y se dirige a Pozo Alcón siempre en ligera subida. La segunda población que nos encontramos es Castril, que antiguamente llamaban de la Peña, porque está colgado  de una, que tiempo atrás ya utilizaron los romanos y desde la que protegían su campamento ubicado donde ahora está el pueblo, de hecho, su nombre podría derivarse del término latino castrum. Al pueblo no le debe de faltar el agua, cuando nos detenemos en un mirador la oímos correr debajo nuestro. Debió ser así desde antiguo pues ya el historiador árabe-granadino Al-Zuhri la describe como «una fortaleza en cuyo patio había una gran piedra lisa de la que brotaba tal cantidad de agua que podría mover ocho piedras de molino».


Estamos ya en el límite del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas y en pleno Parque Natural de la Sierra de Castril. Continuamos pedaleando y llegamos, justo a la salida del pueblo, a una bifurcación; por la derecha, la carretera sube hasta la coronación de la presa del Portillo en el río Castril y continúa entre señales de prohibido y carretera cortada en dirección a Cebas. Por la izquierda, baja al pie de la presa y remonta por el otro lado la Loma de Las Eras con unas rampas considerables. Como no podía ser de otra manera, fue la que elegimos. Como si nada llegamos al embalse de la Bolera que rodeamos por el sur en dirección a Pozo Alcón. Este pueblo pertenece ya a la provincia de Jaén y lo hemos utilizado como punto de partida de otras rutas por la sierra de Cazorla. Tiene en su término municipal dos ríos; el Guadalentín que abastece el embalse de la Bolera y el Guadiana Menor, verdadera fuente del Guadalquivir, pero como he dicho esa es una polémica en la que no vamos a entrar. En cambio donde si entraremos será en su estupenda pizzería por dos motivos básicos, comer algo y darle un “chute” a la batería de Antonio, algo que será recurrente en los días siguientes.



Salimos de Pozo Alcón por la A-3015 para desviarnos poco después por otra carretera, la C-323, que  se ciñe por el sur a las estribaciones de las sierras del Pozo y Cazorla. La carretera se retuerce trepando la ladera. Vamos ganamos altura con esfuerzo. Lo que más me molesta de estas carreteras de montaña, es que toda ella es un puerto, y de los duros. Es frustrante no poder contarles a tus amigos que hayas subido tal o cual puerto, por mucho que te esfuerces, porque no figura como tal. Nos lo vamos tomando con mucha calma, tanta, que se nos hará de noche. Cuando llegamos al paraje de la Cueva del Agua casi ha oscurecido, en el santuario ya es prácticamente de noche y aún nos queda subir el puerto y bajar a Quesada. Aquí descansa la Virgen de Tíscar patrona de Quesada y de la Sierra de Cazorla. Recomiendo reservar un poco de tiempo para la visita del santuario y la Cueva del Agua. Según la tradición, en esta cueva se apareció la Virgen en 1319 al señor de Tíscar, Mahomad Abdón. Es una interesante formación caliza donde las aguas del río Tíscar bajan por su interior formando caprichosos saltos y pozas para formar río abajo el Pilón Azul, camino ya de la Aldea de Belerda. Del Castillo queda poco, apenas una torre, pero se conservan los versos que Machado dedico a la Virgen de Tíscar y a la sierra de Quesada:

En la sierra de Quesada
hay un águila gigante,
verdosa, negra y dorada,
siempre las alas abiertas.
Es de piedra y no se cansa.
Pasado Puerto Lorente,
entre las nubes galopa
el caballo de los montes.
Nunca se cansa: es de roca.
En el hondón del barranco
se ve al jinete caído,
que alza los brazos al cielo.
Los brazos son de granito.
Y allí donde nadie sube,
hay una virgen risueña
con un río azul en brazos.
Es la Virgen de la Sierra.



Comenzamos a subir el puerto. Tiene unos cinco kilómetros. Nos ayuda una enorme luna casi llena que hace innecesarias las luces, aunque las ponemos por seguridad. De todas maneras no hemos encontrado un solo un vehículo desde Pozo Alcón, solo un autobús detenido junto a la Cueva del Agua que ya no estaba cuando salimos. Coronado, nos lanzamos a tumba abierta hacia Quesada. Hace frío y el hotel es acogedor, solo saldremos de él para estirar las piernas después de cenar. Quesada es un pueblo grande, agrícola, que vive principalmente de la aceituna, de sus paisanos los quesadenses o quesadeños que de las dos formas se llaman, poco podemos decir, porque cuando salimos a estirar las piernas tras la cena no vimos ninguno, comprensible por la hora y el frío. A los que lleguen a mejor hora que nosotros les recomiendo que no dejen de visitar el museo de Zabaleta, donde se conservan pinturas de todas las épocas del pintor y si no me equivoco acoge también el museo de Miguel Hernández y su esposa Josefina Manresa.


Segundo día; de Quesada a Hornos

A la mañana, después de desayunar en condiciones, nos ponemos en marcha. Y para no variar la carretera pica para arriba y no dejará de hacerlo hasta Cazorla y más allá, en concreto hasta el collado del puerto de las Palomas. Circulamos entre olivos y esto es literal, mires para donde mires solo se ven olivos y cuadrillas vareando la aceituna. Hace frío y el cielo está un poco sucio, como ayer, aunque con menos niebla. Tras una curva aparece el caserío encalado de Cazorla colgado de la ladera y vigilado por sus dos castillos; el de la Yedra, casi urbano y el de las Cinco Esquinas, volado sobre un cerro vigilante del olivar. No nos entretendremos mucho, ya estuvimos aquí en septiembre del año pasado, continuamos hacia la Iruela y el puerto de las Palomas.


El paisaje más próximo ha cambiado, ahora las laderas se pueblan de pino laricios y negrales, mientras el valle se pierde entre el olivar. Coronado el puerto nos detenemos en el mirador del Valle, es grato contemplar la dilatada hendidura que ha labrado el Guadalquivir entre las sierras de Cazorla al oeste y la de Segura al este. Es un poco pronto para comer pero vamos aplicar aquel dicho que dice: más vale pájaro en mano que ciento volando y decidimos asegurarnos la comida en Arroyo Frío, concretamente en un viejo conocido: El Parral. Es un establecimiento singular, a contra corriente de las modas actuales, políticamente incorrecto al igual que su dueño. Los que se consideren almas sensibles o su filosofía sea el buenísmo, mejor que no entren. Al acceder al local te encuentras con una buena chimenea, tres o cuatro mesas y una pequeña barra, al fondo, una puerta da acceso al comedor. Hasta aquí todo normal. Lo extraordinario es que nada más entrar decenas de ojos te contemplan. Colgadas de las paredes hay cabezas disecadas de infinidad de bichos, desde ciervos hasta búfalos y numerosas fotografías del dueño y sus amigos en sus jornadas cinegéticas y de pesca. Comer se come estupendamente, una calidad por encima de la media. Yo me decidí por el jamón de ciervo en salsa de setas, para terminar con un flan original y rico.

 
Ya no hay olivos, casi todo es pinar, aunque también se ven majuelos, fresnos y arces, pequeños bosques de ribera que pueblan los cortos arroyos que desembocan en el pantano del Tranco. La carretera sube y baja, aunque hace más lo segundo que lo primero. Circulamos por la ladera de la sierra de Cazorla que queda a nuestra izquierda; a nuestra derecha, las espejeantes aguas del pantano. Rodeada por la aguas, en una pequeña isla, los restos de un romántico castillo, el de Bujaraiza. El pantano se construyo en tiempos de Franco, miedo me da que se entere alguno y lo quiera demoler. Comenzó a construirse antes de la guerra y se inauguro en 1944. Tiene una capacidad de quinientos hectómetros cúbicos y abarca una cuenca de quinientos dieciocho kilómetros cuadrados.
En la presa, el joven Guadalquivir que trae desde su nacimiento dirección este, gira bruscamente al oeste rodeando la sierra de la Villas en un paisaje que se abre. El río se tranquiliza. El olivar hace acto de presencia.


En la presa conectamos las luces, se nos ha vuelto a hacer de noche, menos mal que no hay tráfico. Tras una subida, Hornos se distingue a la luz nacarada de la luna colgado de un cerro. Comienzan a encenderse algunas luces amarillentas que le dan un aspecto fantasmal. Aun nos quedan doce kilómetros para llegar. Pero será en los últimos cuatro cuando te de la risa tonta, después de noventa kilómetros no te hacen ninguna gracia rampas del doce por ciento para subir al pueblo. Llego con el estomago algo revuelto, me ha costado digerir la salsa que llevaba el ciervo estofado. Por lo que me quedo en el bar y me pido un poco de bicarbonato y una infusión. La espera me permite pegar la hebra con los pocos parroquianos del local. Hablamos del pantano.
      
-Sepa usted, que ese pantano ya se quiso hacer cando comenzaba el siglo pasado, pero claro como pasa siempre en este país, no había perras.

-Además sepa usted que ese pantano antes no se llamaba del Tranco de Beas, sino del Tranco de Mojoque.

-Yo no llegue a conocerlo, pero mi padre me contó que lo que hoy es el pantano era una hermosa vega, que además mire usted, era de este pueblo. Buena tierra, sabe usted, y estaba llena de cortijadas y aldeas. ¡Hombre! La aldea de Bujaraiza era una de ellas y tenía una torre, que ahora mismo no me acuerdo como se llamaba. Bujarcáiz, creo.

-No, se llamaba de Bujarcadí, dice otro que hasta el momento no había abierto la boca.

-¡Coño es verdad! Ya no tengo buena cabeza, pero en la isla Cabeza de la Viña, aquí cerca, hay un castillo que se ve cuando el pantano esta bajo. De este sí que me acuerdo; castillo de Bujaraiza se llama.


Yo me despido y subo a la ducha, sin enterarme muy bien si se llamaba de  Bujarcáiz o  Bujarcadí, pero bueno que más da.
La cena fue muy sencilla, el estomago no estaba para mucho, pero paso algo que nos sorprendió, he de decir que agradablemente aunque en un principio nos resultó muy extraño. Tras pedir la comanda, el camarero en lugar de traernos la cena, se deja caer con una pala llena de brasas que ni corto ni perezoso descarga en un brasero que hay bajo la mesa.

Tercer día, de Hornos a Santiago de la Espada

A la mañana bajamos a desayunar: rebanadas de pan recién tostado regado con un picantillo aceite picual y un buen café con leche condensada como a mí me gusta. Repuesto el ánimo y el estomago nos encomendamos a nuestra misión: superar los más de dieciséis kilómetros de eterna subida que nos separan del Puntal de las Aguaderas. Desde aquí llano y bajada hasta Pontones. El castillo lo tenemos sobre nuestras cabezas en lo alto de un peñasco. Creo que es del siglo XII, aunque hay un trozo que llaman el Fuerte y que puede ser de origen romano. Hacia él confluyen los trozos de muralla y se adivina alguna torre más. Está en plena rehabilitación para albergar un Taller de Astronomía.


Salimos por la JV- 7043 y no por la A-317. La primera no la conocemos y la segunda la hicimos el año pasado. La segunda se llama también de los miradores y os puedo asegurar que es dura, muy dura. La carreterilla que hemos escogido para la ocasión, es tranquila y estrecha, rodada de pinar, y un poco loca. Lo mismo va para un lado que para otro buscando el veril más suave mientras ascendemos, primero el arroyo de las Molinos o los Aceitunos y después el de la Garganta. A nuestra izquierda los enormes paredones calizos de Peña Rubia en el Yelmo Chico. Pequeños olivares de montaña salpican aquí y allá el paisaje que poco a poco son sustituidos por el bosque de pino carrasco y negral que algunas encinas oscurecen. Estamos en pleno corazón del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas. En el sotobosque se cobijan ciervos y corzos, en los terrenos más escarpados campean las cabras monteses. Hemos visto ardillas y algún conejo, buitres y otras rapaces surcando los cielos, oído más que visto pajarillos y otras aves menores.

   
El único vehículo que nos adelanta mientras subimos es una quitanieves, lo que nos acojona un poco. Está previsto que para el medio día pueda nevar pero no imaginamos que tanto como para necesitar esta máquina. Terminada la subida, por la zona del Puntal de las Aguaderas, estaba estacionada a la orilla de la carretera, al otro lado hay un secadero de jamones. No, no es mal refugio en caso de necesidad. Paramos en Pontones, helados y tiritando, no sé la temperatura pero no creo que supere los cero grados y el viento gélido no ayuda mucho. Entramos en el local y lo primero que nos llama la atención es el calorcito que hay. Una estufa lo preside. No había visto nunca este tipo de estufa, es de forma tubular pero muy estrecha, aproximadamente del mismo diámetro que el tubo que hace de chimenea. Unido por la base, un artefacto con la forma de estrecha pirámide invertida ¡Que gusto acercar las manos -el culo y todo lo demás- hasta ella! Resulta que funciona casi con cualquier cosa, siempre que tenga un molido apropiado, huesos de aceituna, cascaras de almendra, madera triturada…, pero la verdad es que calienta todo el local con facilidad. A la camarera le pedimos un caldito bien caliente para empezar, como aún nos quedaba un poco de subida hasta Santiago, decidimos ser prudentes y pedir algo de queso de la zona al que la camarera añadió por su cuenta un poco de jamón. Era simpática y se lo perdonamos. Tras el café nos hicimos los remolones. ¡Como íbamos a dejar aquel calorcito si fuera caía la cellisca que daba gusto! Entre tanto pegamos la hebra con unas parroquianas y nos enteramos que el local donde queríamos pernoctar había cambiado de manos, que seguía abierto, pero que ellas nos recomendaban otro, el Avenida, que está justo al lado un poco antes de llegar.


Haciendo de tripas corazón nos echamos otra vez a la carretera. Algo de cellisca, aguanieve, granizo, de todo un poco para no aburrirnos. Lo bueno es que son episodios intensos pero cortos. De Santiago poco que comentar, el pueblo esta como vacío, en el bar solo está el dueño, preguntamos por las habitaciones y tomamos una. Ducha, algo de descanso y partido. Hoy juegan Real Madrid y Brujas y de paso aprovechamos para cenar, nos hemos pedido un honrado plato de estas tierras: cordero segureño.

Cuarto día, de Santiago de la Espada a Huéscar

Salimos del pueblo de los hornilleros, aunque a los paisanos les gusta más el de santiagueño. Hay casi cinco kilómetros hasta el barranco del río Zumeta, todos de bajada, lo que se nota sobre todo en manos y orejas. ¡Se han quedado heladas! Ayuda que la temperatura sea inferior a los cero grados. Pasado el río Zumeta comenzamos una preciosa subida que nos deja contemplar en plenitud el pequeño y atractivo valle que une los pueblos de Santiago y La Matea y las cortaduras que ha labrado el Zumeta en su busca del Segura.


Tres kilómetros más tarde, abandonamos la carretera que nos llevaría al puerto del Pinar y la Puebla de Don Fadrique y continuamos por otra más rota y estrecha, también en constante subida. El paisaje sigue siendo de impresionantes sierras calcáreas y profundos barrancos con el pino como especie más emblemática. La sierra de la Guillimona estará omnipresente durante toda la subida aunque no se la vea con claridad, siempre por nuestra izquierda. Calculo que la subida tiene más de quince kilómetros y nos la tomamos con calma. Subimos y baja la temperatura. Seguimos subiendo y sigue bajando. Al llegar al collado junto a la Cuerda de los Mirabeles, la temperatura está muy por debajo de los cero grados. Paro a ponerme el chubasquero y una braga para el cuello. Me quito el casco. Hago unas fotos. Voy a ponerme el casco y no puedo. Los dedos están helados. Me quito los guantes y tampoco. La culpa es del cierre. Estos cascos modernos tienen un cierre tan minimalista que cuando surge una dificultad como esta puede ser un drama. No sé cuánto tiempo tarde en poder cerrarlo, pero me pareció una eternidad. Al fin lo consigo y me dejo caer por la vertiente sur de este puerto de La Losa, una preciosa pendiente donde la carretera se retuerce formando eses que descienden hacia el valle.


Tenemos enfrente la carismática Sagra con su cabellera blanca apenas insinuada. Pasado el cortijo de de la Losa me detengo para contemplar las esplendidas secuoyas (mariantonias las llaman los lugareños), regalo del duque de Wellington al Marqués de Corvera hacia mediados del siglo XIX. Pedaleamos ahora por el bucólico valle que forma el diminuto río Raigadas que ayuda al Guardal (otro que tendría muchas posibilidades para ser fuente del Guadalquivir, es más, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir lo reconoce como tal de puertas a dentro) a formar el embalse de San Clemente. En esta misma zona se proyectó, ya en 1537, una obra colosal; el Canal del Reino de Murcia -también denominado Canal de Bugéjar- y que termino con el nombre de Carlos III, no iniciándose las obras hasta 1633. Debía ser un canal de riego y navegable. Comenzaría en las fuentes del Guardal y por el campo de Bugéjar alcanzar el Reino de Murcia. Sus aguas regarían las tierras de Huéscar, Lorca y Cartagena -Para ello se sumaría otro ramal desde las fuentes del río Castril-. En el siglo XIX aún se mantenía la esperanza, aunque solo como canal de riego para la zona de Huéscar y el campo de Bugéjar y todavía en el XX se le seguía dando vueltas.


Nuestro destino está cerca, la carretera busca el paso entre las sierras Bermeja y Marmolance antes de girar hacia el este camino de Huéscar. El pueblo se arremolina bajo las ocres paredes de Santa María construida bajo la dirección de Diego de Siloé. Tras su visita, apagamos el GPS a las puertas del ayuntamiento y sin más preámbulos nos dirigimos a guardar las bicicletas en el coche.


Ha finalizado nuestro periplo alrededor de las sierras de Cazorla y Segura. Cuatro días de pedaleo por carreteras solitarias y paisajes espectaculares. El tiempo ha sido benigno para estar en pleno diciembre, un poco de niebla el primer día, cubierto los restantes y algo de cellisca y granizo al acercarnos a Santiago. Hemos pasado algo de frío, más por ser murcianos -no estamos acostumbrados- que porque la temperatura haya sido demasiado baja, no hay que olvidar que estamos en la zona continental y en plena sierra. He probado unas bolsas de bikepacking; una para el manillar de forma circular y otra rectangular que se sujeta bajo el sillín. No tienen mucha capacidad, unos diez litros cada una, pero suficiente para un viaje de estas características. La ventaja respecto a las clásicas alforjas es la concentración del peso, más centrado sobre la bicicleta que la hace más manejable. La delantera es preferible llenarla con lo que se necesita en destino, pues no es práctica de manipular en marcha. La trasera en cambio, es más manejable. Al abrirse por la parte trasera se accede con relativa facilidad a su contenido y al quedar sujeta por su parte delantera, te deja las manos libres.



Mariano Vicente, diciembre de 2019 

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2 comentarios:

  1. Gracias Mariano por la descripción de ésta bonita ruta. Ha sido para mí una grata sorpresa encontrar éste blog de un paisano aventurero como tú. Espero poder hacerla en la próxima primavera.
    Que la vida te de salud para que puedas seguir haciendo rutas en bicicleta y pueda seguir leyendo y copiando alguna de tus aventuras.

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  2. Perdona que no haya contestado antes, uno se pierde en ocasiones con estas de la web, pero agradezco mucho tu comentario y en especial tus deseos para que continúe con este pequeño "vicio" de perderme unos días con la bicicleta. Muchas gracias.

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