domingo, 25 de julio de 2021

De las Merindades burgalesas al románico palentino. Primer día, de como fuimos de Burgos a Trespaderne por la vía verde del Bureba


Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, nos mira con sus ojos cobrizos ajeno a nuestro devenir. Encaramado en su peana nos ve pasar, como a otros muchos a lo largo de los años, sin preocuparse por lo que dos murcianos están haciendo en su tierra. Hemos venido a recorrer lo que queda de un viejo ferrocarril, el Santander-Mediterráneo, en concreto su tramo norte, el que va en dirección al túnel de la Engaña. Salimos de la ciudad aprovechando, en la medida de lo posible, los carriles bici buscando el comienzo de la plataforma ferroviaria. Rodeamos el cerro del castillo para igual que el Cid comenzar nuestro “destierro”. No encontramos la plataforma hasta después de un polígono industrial cerca ya de Quintanadueñas. Pedaleamos cómodos, con una buena base cubierta de albero, el centro delimitado por rojos ababoles y pendiente positiva. Pasan indolentes los kilómetros hasta que nos encontramos con una de esas incongruencias que salpican las vías verdes, en Sotopalacios la vía se interrumpe bruscamente, la corta la N-623 y ni el ayuntamiento ni el consorcio parecen haber hecho nada para solventarlo. Es más, al otro lado de la carretera una valla metálica impide el acceso a la plataforma ferroviaria. ¿Tanto cuesta cortar esa valla de finos tubos de acero que solo tiene un fin decorativo?

El cereal se extiende a ambos lados del trazado pintando el paisaje de un rubio tachonado del oscuro verde de los olmos, que como soldados vigilan los márgenes de ríos y arroyos. Por el norte el paisaje se cierra y parece que el paso será imposible. De pronto, un impresionante desfiladero se abre ante nosotros. La plataforma traza su trayectoria con suaves curvas cortando tajos verticales en la roca que los túneles interrumpen. Superado el desfiladero de la Hoz nos enfrentamos sin solución de continuidad al de Peñahorada, puerta de entrada a un paisaje duro de barrancos y cárcavas, montes de estratos horizontales que van del blanco al rojo creando un ambiente insólito y misterioso. La erosión deja las rocas más duras al aire, sin base que las sustente, hasta caer al vacío en un inverosímil juego de petanca. La línea ondulada del cauce del río de la Molina pone la nota verde en este inusual paisaje.

La sorprendente silueta de la ermita de los Ángeles se recorta sobre un cerro, el paisaje se abre ligeramente y la vega del río Homino hace su aparición. El estómago empieza a reclamar algo que lo apacigüe, pero hay poco donde elegir. Habíamos pensado en Arconada, pero los paisanos nos informan que solo hay un bar, que abre a las dos de la tarde y cierra a las cuatro y que no tiene nada para comer. La cosa se complica, pero otro paisano viene en nuestro rescate, le han dicho que hace pocos meses han abierto un restaurante en Lences de Bureba y supone que allí podremos comer. Y no se equivoca, una vieja casona con el patio cubierto por frondosas parras nos acoge. Se está bien bajo la sombra de sus hojas, los racimos, apenas germinados, insinúan una buena cosecha. En marzo, su propietario ha venido del suave clima levantino al más duro de la comarca de la Bureba. Especializado en paella y arroces que no está mal para un sitio como este, aunque nosotros nos decantamos por las carnes.

La vega se ensancha y las alamedas cobran protagonismo entre los campos de cereal. El calor aprieta cuando llegamos a la altura de Poza de la Sal, Antonio sugiere que nos acerquemos, ya que es el pueblo de Félix Rodríguez de la Fuente, a mí; no me hace tanta gracia, él va con eléctrica y yo no. El pueblo se encuentra encaramado bajo el Páramo de Masa, por lo que nos toca subir, no mucho, pero subir bajo un sol de justicia. Hemos venido al norte para huir de los rigores veraniegos del Levante y nos encontramos con temperaturas que a medio día rondan los cuarenta grados. Subimos. Sus empinadas calles se engalanan con antiguos blasones de los hidalgos que la repoblaron en el siglo X. La pendiente y el calor hacen que busquemos el más fácil camino de las eras de sal. Nos recibe un busto del insigne Félix Rodríguez de la Fuente junto a una serie de balsas y fuentes de piedra que no sé si son meramente decorativas o tenían algo que ver con las salinas. El complejo salinero tiene su base en el diapiro de Poza, conocido desde el neolítico y está formado por una serie de balsas de concentración y las correspondientes eras de secado. Un, para mí, horrible monumento al salinero preside la zona.

Continuamos nuestro pedalear por la plataforma del viejo ferrocarril. El valle se ensancha y los montes Obarenes lo cierran por el norte. El río Homino incrementa su protagonismo hasta rendir pleitesía al Oca poco antes de llegar a Oña. De nuevo el paisaje se constriñe hasta casi la nada. Oña apenas dispone de espacio oprimida entre el río y la sierra. Paredes verticales amenazan el pueblo y al poderoso Monasterio de San Salvador, fundado a comienzos del siglo XI por el conde castellano Sancho García y primer panteón real de Castilla. Fue una de las más importantes villas de la vieja Castilla, con su estratégico emplazamiento entre la meseta y la cornisa cantábrica, hemos dejado atrás la Bureba y entramos de lleno en las Merindades.

Muchas veces las circunstancias obligan y nosotros decidimos continuar sin visitar la villa. Seguimos la vía verde a sabiendas de que encontraremos dificultades; el río, excava un estrecho cañón buscando el Ebro y la primera será el puente del viejo ferrocarril sobre el Oca. Unas vallas pretenden cortar el paso, cosa que no consiguen. Cruzamos de traviesa en traviesa, pisando con cuidado, aunque parecen que se mantienen firmes y no hay más peligro que el de meter el pie entre ellas. Sigue la plataforma con albero para poco después ser sustituido por el balasto, consecuencia de unos problemas legales con una finca privada. Antonio decide “abandonar” y seguir por carretera. Yo; cabezón, decido continuar, sigo sobre el balasto lo que me pareció una eternidad, pero que probablemente no sería más allá de un kilómetro hasta recuperar otra vez el albero que conservo hasta llegar al puente sobre el río Ebro. Tampoco está acondicionado, pero presenta en los laterales unas plataformas metálicas que facilitan el paso. En esta zona el Ebro horada la caliza formando dramáticos cañones que sobrevuelan los buitres leonados. Recuerda el viajero cuando pasó por estos lares siguiéndolo desde Reinosa a Miranda, a través del lío de vueltas y revueltas de cantiles verticales que durante kilómetros el Ebro se ha entretenido en excavar sin contemplaciones en las extensas parameras que lo rodean. Pero lo peor viene después, la plataforma se transforma en una maraña de piedra y maleza que hace muy difícil llegar a la estación de Trespaderne.

Mariano Vicente, 30 de julio de 2021

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