miércoles, 28 de julio de 2021

De las Merindades al románico palentino. Cuarta jornada. De cómo fuimos de Reinosa a Aguilar de Campoo por el románico palentino.

 


A Reinosa le pasa como a esas mujeres hermosas y elegantes que a pesar del paso del tiempo mantienen su lozanía, quizá algo decadente desde que la Naval dejo de ser el principal motor de su riqueza, donde se construían cañones y armamento para buques de guerra. Pero no hay que perder de vista que Reinosa es una de las cuatro localidades de Cantabria que ostentan el título de «ciudad», las otras tres son Santander, Torrelavega y Castro Urdiales y que por ella pasa el Camino Real y su puente sobre el Ebro. Nos alojamos en un antiguo chalet cerca de la estación, señorial y elegante, con su hermosura algo “resquebrajada” por el paso del tiempo pero que su dueño trata de compensar a base de amabilidad. Las bicicletas a resguardo en un cobertizo exprofeso. Desayunamos en el hotel y nos encaminamos hacia el centro del pueblo, Antonio ese es el antiguo casino. Antonio estas en el viejo puente de piedra sobre el Ebro en pleno Camino Real del puerto de Santander a la Meseta, Antonio este es el cañón, la calle mayor con sus soportales, el ayuntamiento…, y Antonio ni siquiera contesta, apático e indiferente. Esta es la fuente de la Aurora y eso de ahí Casa Vejo. Vamos a tomar un café y que pruebes la pantortilla.
 
-Mariano cuando te vas a enterar de que yo no puedo comer nada más, que ya he desayunado.
 
-Pero si las pantortillas se comen solas, si son unas tortas finitas de hojaldre con una capa de azúcar caramelizada por arriba y que al morderlas estallan dentro de la boca en mil diminutos pedazos.

-Que no, que no puedo y no se hable más.

Bueno él se lo pierde porque la verdad es que están muy buenas, por lo menos a mí me gustan. Dicen los “maledicentes” que la pantortilla solo se puede hacer en Reinosa, que en otro sitio es imposible, solo aquí se dan las condiciones de frío, humedad y agua para su elaboración. Bueno si ellos lo dicen, así será.

 
Salimos hacia Nestares, la carretera paralela al joven Ebro que nace un poco más arriba.  Apático como estaba Antonio, paso de hacerle parar en Villacantid y visitar el centro de interpretación del románico ubicado en la iglesia de Santa María la Mayor. A continuación, Salces y Fontibre. Parece que Antonio se anima un poco ante la perspectiva de visitar el nacimiento del Ebro. La palabra Ebro deriva del antiguo topónimo Iber, que da también nombre a los pueblos íberos y por asociación a la península Ibérica. La palabra parece muy global ya que "Ibar" en lengua vasca significa ribera o margen de río. Antonio parece contento, me dice que es el tercer “nacimiento” que visita, aunque hoy ya se sabe que este no es realmente el nacimiento. Había sospechas de que geográficamente el río Ebro tiene su nacimiento en Peña-Labra, en el circo del pico Tres Mares, en las fuentes del Híjar. En 1987 se llevó a cabo un estudio por el Instituto Geológico y Minero de España vertiendo fluoresceína en el Híjar. Pasadas 32 horas aparecía el agua teñida en la Fuentona de Fontibre, un pequeño espacio circular rodeado de fresnos y chopos, con un pequeño monolito de piedra coronado por una imagen de la Virgen del Pilar, no parece gran cosa, pero aquí comienza tradicionalmente el recorrido del río más largo de España, pues el Duero y el Tajo los compartimos con Portugal y el segundo que desemboca en el Mediterráneo después del Nilo.


En Espinilla giramos decididamente hacia el sur cruzando el Híjar, la carretera se empina suave y constantemente, tendencia que ya no abandonará hasta El Alto de Brañosera, y entre Población de Suso y Salcedillo cambiaremos de provincia y comunidad autónoma. El pedaleo es cómodo por una carretera en perfecto estado, a uno y otro lado se extienden verdes campos que combinan los prados con los bosques. Conforme ganamos altura también lo hace el ganado bovino, rebaños de vacas, en su mayoría rubias rumian por los campos que alguna que otra águila sobrevuela. Superado el collado de Somahoz, la carretera nos engaña, una pequeña bajada nos hace creer que ya hemos superado la subida y nos hace confundir el pequeño pueblo de Salcedillo con Brañosera ¡que torpes!




Seguimos subiendo y aparece algún que otro buitre sobrevolando los campos. Voy mirando hacia el collado y creo distinguir una caterva de ellos saltando como gorriones por el prado. Se lo digo a Antonio que me mira, primero con sorpresa, luego con desdén. Seguro que piensa que estoy desvariando. En una pequeña vaguada ve como algunos de ellos, pesados y torpones tratan de remontar el vuelo, pero la gran sorpresa se la lleva al llegar al collado, más de un centenar de buitres se encuentran en el campo; unos amontonados tratando de mondar un esqueleto blanquecino mientras el resto se persiguen unos a otros dando saltitos por el prado. De pronto y sin previo aviso, todos comienzan a remontar el vuelo a grandes zancadas llenando el cielo de sombras oscuras, en poco tiempo han desaparecido de nuestra vista. Antonio siempre ha visto los buitres en el aire y no podía imaginar que corrieran por el campo a grandes zancadas o dando saltitos. Yo los he visto acosando a vacas recién paridas para comer la placenta y si se descuidan incluso al ternero.




Comenzamos una vertiginosa bajada que nos deja en Brañosera que atesora la primera carta puebla del año 824 cuando aún pertenecía al Reino de Asturias, que lo convierte en el primer ayuntamiento de España. Estamos en plena montaña palentina, al sur de la sierra de Híjar, en el Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre. Paramos a recrearnos un poco con el pueblo y el paisaje, queremos tomar algo, pero solo será un refresco, por estas tierras es demasiado temprano para que las cocinas estén funcionando. Seguimos pedaleando hacia Barruelo con su museo minero y el pozo Calero, el más emblemático de la cuenca minera palentina. Su historia industrial está ligada a la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España que inició la explotación en exclusividad de los yacimientos de Barruelo y Orbó en los años sesenta del siglo XIX. La excepcional calidad del carbón (hulla semigrasa) de la cuenca se dedicó a un único fin, su uso en los ferrocarriles españoles.




Un carril-bici aprovecha el arcén de la carretera, está separado del tráfico lo que nos da tranquilidad y como es bajada nos plantamos en poco tiempo en Cillamayor para comenzar nuestro recorrido por el románico palentino y lo hacemos de la mejor manera posible, por la iglesia de Santa María la Real. Se trata de un templo construido en sillería de piedra arenisca, el ábside es del siglo XII y el resto de la nave se construye a continuación. La torre aprovecha la antigua espadaña como muro trasero y se le adosan los otros tres. La nave es de planta rectangular y el ábside es un poco raro donde se une a la nave, deja de ser semicircular y pasa a tener los lienzos rectos, los canecillos son sencillos, pero de buena factura. En una de las paredes hay un escudo de Cillamayor formado por nueve panes, lo que confirma que en el pueblo hubiera una “cilla” o panera mayor. Durante la última restauración se descubrió una necrópolis con varias tumbas de lajas y sarcófagos antropomorfos. Mientras rodeo la iglesia haciendo fotos echo de menos a Antonio, no le veo, cuando doy la vuelta al ábside le veo a cincuenta metros de la iglesia a la sombra de una vivienda mirando absorto el GPS, esto se está convirtiendo en la tónica del viaje.




La subida a Matabuena nos hace sudar, el sol aprieta y la temperatura alcanza cifras cercanas a los cuarenta grados. El paisaje ha cambiado, los bosques casi han desaparecido sustituidos por manchas aisladas, los campos de cereal y los prados los sustituyen. La iglesia de San Andrés, menos atractiva que la de Cillamayor, muestra esta vez sí, “una espadaña como Dios manda” y es del siglo XII. Antonio empieza a ponerse nervioso, la ruta se introduce ahora por caminos rurales en buen estado, pero que a Antonio le gustan poco. Lleva la bici con todo el peso en un trasportín, de esos que se sujetan a la tija, y tiene miedo de que no aguante. El camino es solitario a esta hora cercana al medio día y está bien señalizado, algunas vacas contemplan con indiferencia nuestro paso, una bandada de ruidosas cornejas alzan el vuelo. Una larga bajada nos conduce a Bustillo de Santullán y su iglesia de maciza espadaña y piedra rojiza de san Bartolomé. Muy cerca, Villanueva de la Torre y su espléndida iglesia de Santa Marina del siglo XII. Es de nave única rematada por un ábside y una torre de sillería que rompe con el esquema románico que parece más defensiva que religiosa, un conjunto de torre, nave y ábside realmente armonioso.




Nuestra próxima meta es mucho más pragmática, llenar el estómago que ya es hora. Nos dirigimos sin más dilación a Salinas donde sabemos que hay un par de sitios. Escogemos uno que nos han recomendado por su relación calidad-precio situado en la esquina de la plaza, una vieja casona de bajo dintel, interior oscuro y acogedor, el comedor separado por un grueso arco, las mesas ocupadas por parejas, una de ellas joven con un niño, las otras dos de nuestra edad y ellos ciclistas. Conversación no nos faltó. Comimos bien, rico y abundante, bien atendidos, yo hasta comí dos postres, no podía dejar de probar el frío coctel de frutas trituradas.
 
Antonio no está por seguir merodeando por los caminos y prefiere seguir por carretera, la verdad es que el calor, la hora y el estómago lleno, ayudan a tomar según qué decisiones. Dejamos atrás la iglesia que en este caso no es románica, sino gótica del XVI y cruzamos el Pisuerga. Despreciamos el camino que sale junto al río por su margen derecha y que nos llevaría a Barcenilla de Pisuerga para seguir por carretera hacia Barrio de Santa María, pueblo que no se conforma con una iglesia, sino que tiene dos; la de santa Eulalia y la de la Asunción, ambas de finales del siglo XII. Continuamos hacia Barrio de San Pedro y su iglesia de San Andrés, Foldada y la del Salvador. En el cruce se nos plantea un dilema; hacer los escasos tres kilómetros que nos separan de Vallespinoso de Aguilar y su iglesia de Santa Cecilia, ejemplo de románico en la naturaleza y merecedor allá en 1951 de la consideración de Monumento Histórico Artístico de Carácter Nacional por su equilibrada arquitectura, o girar directamente hacia Aguilar. Después de mirar a Antonio; seguimos hacia Aguilar, ya tiene bastante románico por hoy.




Nos sorprende la playa del pantano llena de bañistas. Unos minutos de solaz y continuamos hacia la presa para entrar en Aguilar, pueblo que fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1966 y aun conserva parte de sus murallas y seis de las siete puertas con las que contó. Entramos por un paseo arbolado junto al río hasta el antiguo monasterio de Santa María la Real, monumento construido a caballo de los siglos XII y XIII por lo que participó de los estilos románico y gótico, la desamortización lo arruino y fue reconstruido en el siglo XX, hoy acoge un instituto, la escuela de idiomas, una sede de la UNED y es sede de la Fundación Santa María la Real, Centro de Estudios del Románico y del Museo ROM: Románico y Territorio. Creo que no me dejo nada, mi intención era continuar hacia el centro hasta llegar a la Plaza Mayor que además de sus soportales sustentados en vigas de roble contiene la Colegiata, algunas casonas señoriales con sus galerías mirando al sur, la casa de los Siete Linajes, los palacios de los Marqueses de Aguilar y el de los Funtaneda, pero todo esto carece de importancia, lo realmente prioritario es encontrar el apartamento donde nos vamos a hospedar. Después tampoco lo será, menos mal que yo he visitado Aguilar en ocasiones anteriores. Ahora ya no “huele” a galletas cuando te acercas como antes, supongo que por mejoras en las instalaciones de las fábricas.



 Mariano Vicente, 28 de julio de 2020

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