Estoy en Villar de Plasencia como efecto colateral de la III Cicloclásica de Albalat. Y se preguntaran; que tiene que ver una prueba que tiene lugar en Almaraz junto al Tajo, con Villar de Plasencia, mucho más al norte en el valle del Ambroz, pero todo tiene su explicación; venir desde Murcia a Extremadura no es tarea fácil, al menos para mí; son un buen puñado de kilómetros y unas cuantas horas sentado en el coche escuchando las tontas que dicen los políticos de uno y otro signo, que no solo de música vive el hombre. Como decía, para amortizar el viaje he decidido alargar un par de días mi estancia por estas tierras, tengo previsto realizar hoy una ruta que ronda los 100 kilómetros recorriendo el valle del Ambroz hasta Hervás, subiendo el puerto de Honduras hasta el Jerte y luego el Pitolero para regresar de nuevo a Villar de Plasencia. Y para mañana, desde el Jerte a la Vera, pero ya veremos, no adelantemos acontecimientos.
Hace frío por lo que no he madrugado mucho, son más de las diez cuando aparco y monto la bicicleta, es la misma que he utilizado para la cicloclásica, pero con algunos cambios como sustituir los pedales con rastrales por unos automáticos que me son mucho más cómodos, lo demás ha quedado como estaba. Comienzo el recorrido buscando la N-630, la encuentro junto a un área de servicio llamada El Avión, giro al norte. El recorrido es tranquilo, apenas tráfico, y el asfalto en perfectas condiciones. Solo molesta el viento; frío, fuerte y de cara, como no podía ser de otra manera. En esta parte de la ruta coinciden la carretera nacional, el viejo ferrocarril hoy convertido en vía verde y la calzada romana que dio lugar a la denominada Vía de la Plata, las tres corren juntas hacia el norte, hoy acompañada por una moderna autovía. Tramo que me trae viejos recuerdos de hace ya más de veinte años cuando, acompañado de mi hijo, hicimos el camino de Santiago por este mismo itinerario.
Tras poco más de ocho kilómetros abandono esta vieja nacional por otra carretera más modesta que me llevará a Casas del Monte, nombre puesto con cierta lógica pues cuesta lo suyo llegar a ellas, creo que en las inmediaciones hay algunos restos romanos, pero desde el asfalto no se ven. Aquí, la carretera gira otra vez al norte, se dirige a Segura de Toro siguiendo el veril de los seiscientos metros lo que nos permite unas magníficas vistas del valle del Ambroz. Podemos ver como la nueva autovía asciende el Puerto de Bejar, a sus pies el embalse de Baños y más hacia el sur el de Gabriel y Galán en el Alagón. A nuestra derecha nos escolta una sierra de nombre curioso, los Montes de Tras la Sierra, todos ellos cubiertos de jóvenes castaños. El camino se hace llevadero, pero con constantes subidas y bajadas, hasta llegar a Gargantilla, aquí cuesta trabajo saber cuál es el rumbo de la carretera entre calles de fuertes rampas, tras preguntar a algún paisano logro encontrar el camino correcto.
Mientras pedaleo pienso si pararé en Hervás, es un viejo pueblo en el que he estado en varias ocasiones, hace 500 años fue una de las mayores juderías de España a pesar de que los judíos solo se quedaron siglo, fueron expulsados en 1492. Es un poco pronto para comer y apenas tengo hambre por lo que decido continuar directamente hacia el puerto de Honduras, al acercarme al pueblo, en lugar de pasar bajo el viejo ferrocarril, continuo hacia la derecha y junto a la antigua plaza de toros entronco con el puerto de Honduras. Voy solo y no me espera nadie así que me lo voy a tomar con calma, quiero disfrutar y no padecer. Circulo despacio, siempre con un porcentaje que fluctúa entre el seis y el siete por ciento, los castaños silvestres sombrean la carretera de tal manera que en algunos puntos da la sensación de circular por un túnel. Crecen finos, esbeltos, amontonados unos junto a otros, con sus troncos cubiertos de líquenes, solo de cuando en cuando se abre paso entre la espesura un ejemplar de mayor porte, cuajado de erizos o cúpulas que guardan en su interior el preciado fruto: las castañas ¡Más de media docena pueden llegar a contener cada una!
Poco a poco, quizá demasiado poco, voy tomando altura, dejo atrás el paisaje protegido del Castañar del Gallego y el estrecho valle de las Veguillas empieza a vislumbrarse entre los claros. Cada vez con mayor frecuencia el bosque de castaños se abre y la sierra de la Cabrera se muestra en todo su esplendor. La carretera cambia de sentido y se retuerce intentando ganar altura, se intuye que el final del puerto está cerca y casi sin darme cuenta estoy arriba. El bosque casi ha desaparecido sustituido por una pequeña e inhóspita pradera, un cartel junto a la carretera marca 1,440 m. Puerto de Honduras, repleto de pegatinas, me hubiera gustado tener alguna de Ciclismo sin prisa que las acompañara. Intento hacer unas fotos, pero el viento, sin nada que lo frene, sopla fuerte y lo convierte en una tarea incomoda. No ha sido un puerto muy duro, casi todo el tiempo se mantiene en porcentajes asequibles, alrededor del 6 por ciento, con alguna rampa que alcanza el 10, pero son pocas y cortas. Al otro lado, a mis pies, se abre el valle del Jerte. Me pongo el cortavientos y me lanzo puerto abajo. Pero no, ha sido un espejismo, la carretera ha decidido gastarme una broma y vuelve a subir con porcentajes del siete por ciento.
Ahora sí, ya es cuesta abajo de verdad, me lanzo pero con precaución, no conozco el puerto y voy solo. Me cruzo con una pareja de ciclistas, los únicos seres humanos que he visto desde que comencé a subir, tampoco me he cruzado con ningún vehículo, ni bicho alguno. Desemboco en la N-110 y giro hacia Cabezuela del Valle, mientras me acerco al pueblo se me agolpan los recuerdos de la primera vez que visité este valle. Puerto de Tornavacas, mes de marzo, un frío del carajo y un viento del que lo que menos te preocupaba era que te despeinara; y allí estábamos mi mujer y yo, como dos bobalicones contemplando embelesados el valle del Jerte en flor. Me dejo de recuerdos y regreso a la realidad, entro en Cabezuela del Valle y tengo hambre, encuentro una terraza, queso, cerveza...
Voy valle abajo con un pedalear fácil, Navaconcejo es el primer pueblo que me encuentro, algunas fotos y continuo Jerte abajo. A uno y otro lado los pueblos cuelgan de las laderas, la sierra de los Tormantos cierra el valle por el sur y la de Tras la Sierra lo hace por el norte, a nuestras espaldas la imponente Sierra de Gredos. Pronto veo un pueblo suspendido de la ladera derecha, puede ser El Torno, al que debo subir si quiero regresar a Villar de Plasencia. Y efectivamente pronto descubro el cartel con el desvío y la verdad es que me acojono un poco, no parece que haya mucha distancia hasta el pueblo, sin embargo está muy alto, casi en la vertical, los porcentajes deben ser de órdago. Así es, nada más comenzar aquello se va al diez y doce por ciento, y no afloja, no, sigue en el mismo tono un buen rato. Un descanso en el Mirador de la Memoria, esculturas de Francisco Cedenilla en memoria de los olvidados. Las vistas son espectaculares sobre el Valle del Jerte y la Sierra de Tormantos. Sigo sufriendo un par de kilómetros más hasta llegar a El torno y me llevo la desagradable sorpresa, aunque ya la esperaba, de que aún me quedan cuatro kilómetros para coronar.
Este tramo del puerto es mucho más “confortable”, son cuatro kilómetros de suave subida, el paisaje cambia un poco y el bosque de castaños y robles es sustituido por pequeñas dehesas, en una de ellas se encuentra en roble singular, el Acarreadero. Es un árbol majestuoso, en plena madurez, con una estructura impresionante y eso que tiene cortadas algunas ramas, su nombre es posible que provenga de servir de descansadero al ganado, se dice que bajo su copa podían descansar más de 1,000 ovejas. El paisaje se abre aún más, la subida se vuelve más tendida y todo presagia el final del puerto. Comienza el descenso y un pueblo aparece abajo, por mi izquierda, es Cabezabellosa con el caserío arremolinado alrededor de la maciza torre de su iglesia. No me entretengo mucho y continuo el descenso entre fuertes rampas y cerradas curvas, Villar de Plasencia aparece casi de improviso, es el final de mi recorrido por hoy. Esta mañana, junto al cruce de la Nacional-630 he visto un Hostal, el Avión creo recordar, si tiene habitaciones puede ser un buen lugar para dormir.
Mariano Vicente, 5 de octubre de 2020
Muy bien Mariano llevamos aquí toda la vida y no lo conocemos .
ResponderEliminarMariano cada día me sorprendes más valla ruta más bonitas que tienes por hay me alegro mucho que tú puedas disfrutar de todo esto tan bonito como es Extremadura buen viaje.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios...
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