Abandonamos Compostela para dirigirnos a
Valladolid, cerca de treinta años que faltábamos de la ciudad de Zorrilla. La aproximación la realizamos por la autovía
de las Rías Baixas, con parada "técnica"
en la Puebla de Sanabria. Retomamos la autovía
para desviarnos a la altura de Tordesilla hacia Valladolid.
En 1574 describían
así
la villa Braun y Hogenberg [1]:
"Vallisoletum, también Pincia, comúnmente llamada
Valladolid, la ciudad más noble de toda
España, es sede (o tierra) de los serenísimos e ilustres hombres nobles del Rey, por ello, adornada de
magníficos edificios más
espléndidamente construidos que en otras ciudades de la orgullosa España, ha servido tanto a nobles como al culto divino. Y por la
abundancia de trabajadores, comerciantes y por el producto del suelo, y además por el caudaloso Pisuerga, recibe beneficios nada despreciables".
Nosotros la recordamos de épocas más recientes, de
cuando acudíamos a las invernales concentraciones moteras, cuando "Pingüinos"
era solo un proyecto y ni las equipaciones ni las motos eran las de ahora, solo
unos pocos, un par de centenares que se quitaban el frío de enero en las fogatas del aparcamiento de la feria de
muestras. Hoy son varios miles los que acuden cada año,
pero el frío debe de ser el mismo. Ahora que cada vez estoy más cerca de la jubilación quizá recupere mi vieja BMV R75, que duerme el sueño de los justos en el garaje, neumáticos,
líquidos nuevos, bujías y platinos, no
necesita nada más para pistonear de de nuevo, creo que me pondré manos a la obra.
Pisamos esa plaza mayor, la más grande de España y la que copiaron Madrid y Salamanca, la antigua Plaza del
Mercado es centro cultural y social de la ciudad, donde añejas señoritas toman un café con leche que les dura toda la tarde. No vamos a describir aquí las bondades de la ciudad ya que cada uno buscará la cara que más le guste. Y hablando de gustos tampoco puedo imponer los míos, pero me gusta el lechazo y probablemente unos de los locales
con mejor relación calidad precio sea Parrilla de San Lorenzo. Situada en los bajos
del convento de las monjas
recoletas de San Bernardo, instaladas aquí desde 1596 con el apoyo de Felipe II, la decoración; a base de hornacinas con pequeñas
esculturas, lienzos en las paredes y un
ambiente anclado en el XIX, no deja de
ser el típico mesón castellano con uno de los mejores lechazos de Castilla, la
decoración puede gustar o no, pero el lechazo seguro que sí. Nosotros lo acompañamos con un
revuelto de morcilla con pasas y piñones; si ya sé que tomamos lo mismo en Arevalo, pero es que nos encanta la
morcilla de Burgos, un poco de ensalada y un reserva de la zona de Toro. El
trato exquisito y profesional.
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