Traicionera rambla que nos tiene bloqueados, las ruedas hundidas en esta amalgama de cantos rodados y arenas que impiden el avance. La ruta nos ha llevado de forma artera y sibilina hasta no dejarnos otra salida que el seco y duro cauce, el estómago rugiendo por el hambre, deshidratados, pensando en esa cerveza fría que nos esperaba a solo unos pocos kilómetros. El tiempo corre y la hora de comer se nos echa encima. ¿Cómo nos hemos metido en este embrollo teniendo la carretera a solo unos centenares de metros?
Todo empezó semanas antes, también en estas tierras de Archivel cuando estuvimos visitando sus fuentes; durante la comida alguien sugirió volver a recorrer la bonita rambla de las Buitreras, ¡hace años que no la visitamos! Y así fue como me puse manos a la obra, visitaríamos la rambla de las Buitreras, pero en lugar de hacer su cauce alto hacia el campo de Béjar, lo haríamos al revés, subiríamos por la sierra del Gavilán hasta su collado, cruzaríamos la rambla de Béjar para acceder al bonito valle del nacimiento del río Benamor y rodeando la sierra del Pajarejo, entrar al cauce alto de la rambla de las Buitreras para descender hasta el paraje del Corral de la Capellanía donde accederíamos a la carretera y de allí a Archivel, solo que está vez daríamos una vuelta de tuerca más para llegar por la misma rambla hasta cerca del pueblo.
No son las diez de la mañana cuando estamos pedaleando en dirección a la sierra del Pinar Negro, vamos en bajada hasta cruzar la rambla de las Buitreras y comenzar la subida por el barranco del Castillico. Tenemos el cerro de los Moros a nuestra derecha mientras el camino toma altura hacia el collado del Gavilán. El piso es bueno, estupendo en algunos tramos, deja pedalear sin más preocupación que superar el desnivel. El olor a tomillo y romero se deja notar. Se retuerce el camino junto a los cerros del Panadero para ganar altura y lo vuelve hacer cuando se acerca al collado del Gavilán. El pinar se adueña del paisaje. Superado el collado, vertiginosa bajada por buen piso hacia la rambla de Béjar. Hoy estreno una cámara de video, la recibí a últimas horas de la tarde y mi nieta no me dejo leer, ni siquiera un poquito, las instrucciones, solo la puse a cargar y le metí una tarjeta de memoria que tenía por ahí. De todas maneras, solo podré hacer video subjetivo y en solitario porque al personal no hay forma de encauzarlo, salen disparados hasta el siguiente cruce o collado; y uno, que no tiene fuerzas para correr tanto, y que le gusta entretenerse haciendo alguna foto, hace el camino casi en solitario, solo Juan se queda a mi lado, pero los “eléctricos” y Jesús desaparecen hacia las alturas. Mi intención era poner en alguna curva que otra la cámara con un trípode, que para eso me lo había traído, y tomar el paso de todo el grupo. Creo que hubiera quedado bonito, pero fue imposible.
Bajamos por el barranco de la Solana de los Trigueros bordeando las Morras del Gavilán en dirección a la rambla de Béjar. Llegados a la rambla, Antonio nos deja. Creo que se equivoca, el tramo en “malas condiciones” es la parte final de la rambla de las Buitreras y no este que enlaza con el valle del Benamor que es todo pista, incluso asfalto hasta la cabecera de la rambla. No sé lo que pretende; se va por el GR-7.2 en dirección a La Pava y si continua por el Campo de San Juan hasta la carretera del Sabinar a Archivel se va meter un buen puñado de kilómetros. ¡En fin, que haga lo que quiera! Nosotros continuamos por el estrecho valle de la Hoya del Gavilán, un valle precioso y coqueto plantado de almendros y nogales, aguas cantarinas y casas recientemente acondicionadas. Proseguimos por el Paraje del Robledo y la población de Benamor. El casi imperceptible río Benamor pinta de chopos el paisaje en dirección a Moratalla y la sierra de los Álamos, nosotros giramos en dirección contraria por la solana de la sierra de Enmedio y el collado de las Tablas para acceder al Campo de Béjar y a la cabecera de la rambla de las Buitreras.
Sufro con la subida al collado, rampas entre el doce y el quince por ciento me ponen calentito. Llego arriba lo mejor que puedo y me sorprendo agradablemente al cruzarme con el ciclista Fran Pérez acompañado por un par de camaradas. Saludos y bajada hacia el Campo de Béjar y la Rambla de las Buitreras y a la altura de las ruinas del cortijo del Pajarejo de Arriba introducimos en el cauce. Es un tramo precioso; el camino que pronto se transforma en sendero, cruza una y otra vez el lecho bajo impresionantes murallones. Aroman el sendero el romero, el espliego, la ajedrea y el tomillo, algún que otro pino rodeno se deja ver en esta tierra de “montesas”, hasta hay algún corral en los claros. Pero la riqueza faunística de estos farallones rocosos fue mérito del que daba nombre a esta rambla; el buitre leonado, desaparecido en los años setenta del siglo pasado. No se saben los motivos, pero cuentan las malas lenguas que fue una mula envenenada en el cortijo del Pajarejo la que acabo con ellos. Hoy solo hemos visto bandos de chovas piquirrojas, pero creo que anida una pareja de águila real y otra de halcón peregrino. Los cenajos rocosos siguen ahí y las repisas para los nidos también, por lo que se dan las condiciones suficientes para que estas aves necrófagas regresen al lugar.
El recorrido continúa por el interior de este barranco con sus espectaculares pareces calizas, sus cuevas colgadas del abismo y el pinar escalando las laderas entre carrascas, romero y rosales silvestres. Si no fuera por el ruido que producimos al rodar, el silencio solo sería roto por el graznar de las chovas. Se abre el paisaje y se nos plantea un dilema; abandonar la rambla a la altura del corral de la Capillanía o seguir una pista que continúa por la margen izquierda de la rambla. Seguimos esta última unos cientos de metros hasta que desaparece. Regresamos sobre nuestros pasos y cruzamos a la margen derecha, con la idea salir a la carretera que esta escasamente a un kilómetro. Pero nada más cruzar; un camino se insinúa por la margen derecha, consultamos los mapas y parece que continúa a lo largo de la rambla ¡vamos allá!
Craso error, un par de cientos de metros más adelante nos mete de lleno en el barranco del Puerto que desemboca en las Buitreras. No hay camino. Continuamos como podemos por el cauce, arrastrando las bicis, nos subimos, intentamos pedalear, nos bajamos, salimos del cauce, continuamos campo a través junto a la rambla, otra vez al cauce, nos bajamos, empujamos, nos volvemos a montar, nos bajamos, empujamos, hasta que descubrimos lo que parece un camino junto a un sembrado. Aliviados pedaleamos entusiastas intentando recuperar el tiempo perdido, tenemos hambre y sed, y Antonio nos espera en la terraza del Chita con una cerveza en la mano.
Mariano Vicente. Archivel, 21 de abril de 2021
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