El cielo está sucio. Tiene un color raro. No sabría decir que color es, pero va desde gris al ocre, creo que es cosa de la calima que viene desde el Sahara para fastidiarnos dejándolo todo perdido. Estamos en Bullas y queremos hacer una ruta que mezcle un poco de todo, pero sin abusar; asfalto, grava, y otra vez asfalto, disfrutar o padecer según se mire a mi amigo Antonio que me acompañará hoy, y lo digo más que nada por la comida, nunca tiene ganas, justo lo contrario que me pasa a mí, pero que le vamos a hacer hay que aceptarlo como es, aunque, y esto no se lo digas a nadie, jode un montón.
Poco después de las nueve estamos aparcando el coche y sacando las bicicletas para irnos a desayunar. Ya subidos en nuestras monturas nos dirigimos hacia el ayuntamiento y por la fachada de la iglesia del Rosario nos encaminamos a la salida del pueblo por su lado oeste, rodeando el cerro de la Atalaya por el sur, queremos coger el camino viejo de Bullas a Vélez Blanco. Circulamos por una carreterilla asfaltada que recorre el bonito valle que forma el río Mula entre las estribaciones de la sierra de Lavia por el sur y los montes del Coto de la Marina por el norte, entre plantaciones de almendros que han perdido la flor y se están vistiendo de verde con hojas nuevas. Las vides parecen esqueletos oscuros pegados a la tierra; sin ramas; sin hojas.
Pierde el río Mula su nombre y lo sustituye por el de rambla de Ceacejo. El valle se cierra un poco más y la carreterilla pierde su asfalto. Estamos en la antigua Venta del Pino, recibimos por nuestra derecha la rambla del Charco y nos vamos por la pista que remonta su margen derecho. Los campos de almendros empiezan una desigual pelea con el pinar hasta que este le gana la batalla. Circulamos ahora entre pinos, algunos de gran porte, con las morras del Manzano por un lado y la del Ratón por el otro. Llevo un rato observando una cosa curiosa, casi todas las piedras del lado izquierdo del camino se encuentran cubiertas de excrementos de un color negro, son más bien pequeños, como un dedo meñique y en grupos de tres o cuatro por piedra. Desconozco de que bicho serán pues no estoy muy puesto en estos temas, pero me inclino quizás por un zorro. ¡De improviso desaparecen!
Casi sin darnos cuenta llegamos al collado del Charco, ahora el camino cambia a cuesta abajo y el valle se abre, entramos de lleno en el Coto Real de la Marina en plena sierra del Burete. Dejamos atrás la subida a la Garita del Pino de la Virgen, lugar de referencia para los ciclistas de la zona. Seguimos bajando pasando junto al albergue del Coto. Nos detenemos, unas fotos y continuamos ya con la pista convertida en carretera asfaltada. Unas cuantas revueltas más y desembocamos en la carretera que viene de La Paca y Doña Inés y se dirige a Cehegín. La seguimos en esta última dirección, lo que nos sitúa en un paso elevado sobre la autovía del Noroeste. Continuamos por la vía de servicio en dirección a Cahegín hasta que un kilómetro después la abandonamos para dirigirnos hacia yacimiento arqueológico de Cabezo Roenas, donde se encuentran las ruinas de la ciudad tardo romana de Begastri.
En este momento decidimos prescindir de la visita a Cehegín, uno de los pueblos más bonitos de la Región de Murcia, pero que nosotros hemos visitado en numerosas ocasiones y optamos por seguir al río Quipar en su deambular hacia su encuentro con el Segura. Se dirige indeciso, configurando numerosos meandros, en dirección noreste. Nosotros lo acompañamos por un tiempo, incluso lo atravesamos en un par de ocasiones, aunque más que verlo lo intuimos, no hay agua, solo carrizo y algo de vegetación de ribera, en algún meandro prospera el pinar. Pasamos junto a pequeñas ermitas como la de la virgen de las Nieves en el Escobar y atravesamos profundos barrancos que sorprenden por estos parajes de monte bajo. Sé que hay vestigios del antiguo complejo minero del Chaparral o de Caneja, pero yo no los veo desde la carretera. En estos cotos mineros se extraía la magnetita, uno de los minerales de hierro que más porcentaje presenta. Estuvieron en funcionamiento hasta finales del primer cuarto del siglo XX y un cable transportaba el mineral directamente hasta la estación de ferrocarril de Calasparra. También he oído de viejas graveras en esta misma rambla lo que me ofrece la excusa perfecta para un nuevo recorrido.
Ya es medio día cuando entramos al Chaparral, le propongo a Antonio tomar algo, por la hora y porque llevamos ya tres cuartos del recorrido. Preguntamos a unos paisanos y nos recomiendan el único local que ha quedado vivo tras todo este lio de la pandemia, bar La Pulga.
-Ahí les hacen a ustedes lo que quieran, embutido, carne a la brasa, conejo al ajillo, arroces, vamos lo que ustedes quieran…
Se me hace la boca agua pensando en el homenaje que nos vamos a dar.
Pero como siempre Antonio no tiene ganas, él nunca las tiene. Yo solo tomaré un Belmonte; me dice, dejándome la moral por los suelos. Trato de convencerlo, de explicarle que es bueno tomar algo, que nos puede dar una pájara, que voy a llegar deshidratado, que me tocará arrastrarme de mala manera hasta bullas…, pero nada, él impasible, tu tomate lo que quieras -me dice-, pero ¡cómo me voy a poner “morao” mientras él solo mira! Nos hacemos una foto en la ermita de Nuestra Señora de la Asunción, visitamos el lavadero y nos encaminamos hacia la Copa, otro lugar del que han desaparecido los bares. Pero yo recuerdo haber comido aquí un bocadillo monumental, de lomo con tomate, con mi amigo Ángel mientras descendíamos el Quipar.
La vida da demasiadas vueltas y cuando llegas a cierta edad corres en peligro de vivir de los recuerdos, así que adelante, hacia Bullas, ya comeremos algo allí, pero me temo que yendo con Antonio no será para tirar cohetes. Los murcianos no sabemos vendernos ni valoramos nuestras cosas en la medida que deberíamos de hacerlo. Bullas, ciudad del vino y denominación de origen y te tienes que pelear con los camareros para poder tomarte uno. Ni saben ni quieren. Falta profesionalidad y así nos va, terminas tomando una cerveza -que tampoco está mal-, y un bocadillo de jamón en una terraza.
Mariano Vicente, 1 de abril de 2021
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