La escarcha blanquea en las cunetas y el indicador luminoso
del tablero parpadea indicando una cifra inferior a los cero grados. Estamos en
la Almudema, comienzo de nuestro viaje. Queremos seguir el Quipar, el Al
Quipir de los árabes. Este pequeño
río, afluente del Segura, se forma por la confluencia de las ramblas que drenan
por el sur el macizo de Revolcadores y la sierra del Mojantes. Discurre,
placido, entre los campos de Caravaca, formando estrechas e intrincadas formaciones
de olmedas, alamedas, choperas y saucedas, acompañadas de cañaverales, juncales
y zarzales.
Aparece La
Encarnación y el Estrecho, fascinante vado del Quipar y paso obligado en las
comunicaciones entre la Alta Andalucía y el Levante desde los albores de la
historia. En un cerro cercano, se hallan los restos de uno de los templos
romanos más importantes del occidente mediterráneo. Pero hay más; restos argáricos
en la Placica de Armas, ibéricos en los Villares, musulmanes en la Cueva del
Rey Moro, e incluso algún neandertal en Cueva Negra.
El viejo camino que lleva a la Cañada de las Cuevas y al Rincón
de la Bernala, está cerrado. Nuevos terratenientes de hoy, muy modernos ellos,
se comportan como caciques de antaño. Cierran caminos a su antojo, vallan y
prohíben, sin respetar nada ni a nadie. Regresamos para continuar por el camino
de Lorca a Cehegín, casi el único que aún está abierto.
Confluimos con nuestro compañero en la cañada de las Zorras,
igual que lo hace la vereda real de Moratalla y el canal del Taibilla, bajo los
contrafuertes de la sierra del Quipar. Poco antes, nos encuentra Juanfra,
ciclista de Cehegín, que generosamente se ofrece a guiarnos y dejarnos en el
buen camino. Aceptamos y nos lleva a través del camino del Taibilla a cruzar la
autovía del Noroeste. Cehegín, se afana a la sombra de Peñarrubia. Contemplamos
la belleza de su caserío, dominado por las torres de santa María Magdalena y la
Purísima Concepción.
Cruzamos la autovía bajo los cerros de la Cagueta hacia el
cerro de la Fuente del Abad, que bordeamos por el sur, buscando la Vía Verde
del Noroeste (GR-250). Descendemos hacia las ruinas de Begastri, para
desviarnos hacia la carretera del Chaparral por las inmediaciones de la ermita
del Escobar.
Pedaleamos por el asfalto junto a nuestro compañero, que en
este tramo ha horadado las margas yesíferas del terreno formando taludes de
cierta importancia. En el cauce lo acompañan cañaverales, juncos y zarzales en intrincada maraña.
Pensábamos comer en El Caparral, pero el bar está cerrado. Desolados,
buscamos la población de la Copa. Aquí sí. Hermoso bocadillo de sabroso tocino al
que acompaña helada cerveza.
Nos introducimos por una pista de negra arena. Transcurre por
uno de los paisajes más apartados del Noroeste regional. Tierras situadas al
Este de Cehegín, limítrofes a los campos del Cagitán. Pasa por antiguas
explotaciones mineras y pueblos abandonados. Yacimientos agáricos en la
Cabecica del Trigo, magnifico emplazamiento fácilmente defendible, de
escarpadas laderas y cercano a abundantes cursos de agua (Arroyo Hurtado, Río
Quípar, Fuente de la Carrasquilla). En el collado, un magnífico espectáculo. Se
abre ante nosotros los llanos del Cagitán con el pináculo del Almorchón en su
centro. Rodeados de norte a sur por las sierras del Molino, del Oro y Ricote.
Almendros en plena floración hermosean los campos. Viejos
edificios nos hablan de antiguas y decadentes costumbres sociales. Son los
Baños de Gilico o San José en funcionamiento hasta mediados del siglo XX, alberge
de carreteros y trashumantes, hoy explotación ganadera.
Nuestro compañero recorre sus últimos metros antes de
remansar sus aguas en el Pantano de Alfonso XIII, ya en tierras de Calasparra. En las colas, prospera un denso tarayal, sustituido
por carrizal en las zonas inundadas, habitad de buena cantidad de anátidas y
fochas, garcetas, cigüeñuelas y Martinetes e importante área de invernada para
el cormorán.
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