El humo ha ennegrecido la bóveda. Fuegos que pudieron
calentar, en las frías noches de invierno, a la partida de Jaime el Barbudo. Antigua
guarida del bandolero que hace doscientos años se convirtió en el más famoso
del Levante. Cuentan las leyendas que los habitantes de la zona le protegían
por repartir parte de sus botines entre los más pobres. Llego a héroe cuando
sus objetivos fueron las tropas napoleónicas, lo que no impidió su ejecución en
la plaza de Santo Domingo, en Murcia y que fuera troceado, frito y repartido
por el territorio de sus fechorías.
Estamos en la cueva de la Excomunión, en uno de los pliegues
de la sierra de la Pila. Macizo montañoso de formas abruptas y escarpadas,
dividida en dos partes por el Barranco del Mulo, la oriental con las cumbres
más elevadas (La Pila 1.264 metros y Los Cenajos con 1.200); la occidental, más
amplia con el Caramucel que se eleva hasta 1.023 metros. Alrededor de este
último; parte integrante del Chorquesado, nos ha acompañado el absoluto señor
de estas tierras, Luis Miguel Chorques.
La Garapacha; nuestro centro de operaciones. Casi a maitines;
nos reunimos, de un lado Luis Chorques y sus dos escuderos, Dámaso y Toni, del
otro Jesús, Ángel y yo mismo. Comenzamos nuestra singladura por el barranco del
Hondo dirigiéndonos hacia el Peñasco de Sanjoy, lugar de asentamiento de gentes
contraculturales, chovas petirrojas y apriscos trashumantes. No sin antes
atravesar el “famoso túnel del Chorques” que comunica el barranco del Hondo con
el de Cerverosa.
Continuamos por la Solana del Caramucel hasta el collado de
las Yeguas. Atravesamos los barrancos del Sordo y el Buitre, antes de llegar al
alberge de Pico Pelado, donde Luis nos ha consentido un pequeño refrigerio
mientras nos explicaba los paisajes que contemplábamos a nuestro alrededor.
Descendemos hasta el llano de las Ovejas por el camino del
Boquerón, para ascender por un roto camino al que Luis llama de la Fe. Según
él, con ella se sube. Yo he puesto toda la que tenía y no lo he conseguido.
Pero antes hemos visitado la cueva de la Excomunión, traspasando las líneas del
tiempo hasta finales del XVIII, época de las correrías de Jaime Alfonso El
Barbudo.
Lugares solitarios, de madroño y enebro, de sabina y lentisco,
de antiguas cortijadas deshabitadas de origen musulmán. Tierras de pino
carrasco, de LIC y Zepas, donde enseñorean el águila real, el halcón peregrino,
o el búho real. Habitad de los escurridizos tejones que conviven con garduñas,
ginetas y gatos monteses, dormidero de musarañas y lirones caretos.
Subimos hasta el mojón de los Cuatro Caras, abortando
nuestra intención de subir a los pozos de la nieve, industria de los siglos
XVII y XVIII hoy en desuso, y bajar por el camino que usaban los arrieros para llevar
el hielo hasta las ciudades. Pero es un poco tarde, el tiempo apremia y aun nos
queda la oreja del Peseta. Nos emplazamos
para otro día, para que Luis nos muestre la zona oriental de la Pila y
descender ese antiguo camino como modernos arrieros de la nieve.
Mariano Vicente, febrero de 2013.
Ruta sin demasiadas dificultades, tanto por duración como en
el apartado técnico, que nos acerca a uno de los entornos más apasionantes y
bellos de la Región de Murcia.
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