Hoy es el gran reto, el Veleta me espera. No he querido consultar altimetrías; para que, si yo sufro desde el minuto uno, en el mismo momento que el desnivel se hace positivo. Sé que son más de 50 kilómetros de constante subida, para que preocuparse. Pedaleo en "modo supervivencia" con el mínimo esfuerzo posible. El único método que conozco para superar un reto de estas características es aguantar, aguantar y aguantar. Pasan los kilómetros, lentos, parsimoniosos, voy distraído, haciendo cábalas sobre la marca y el modelo de los vehículos, que camuflados, suben y bajan el puerto. Luego, tomando un tentempié en Prado Llano, me entero de que es una práctica habitual durante los meses de julio y septiembre. Las marcas traen sus nuevos vehículos a probar a esta zona porque reúne unas características muy especiales de humedad, temperatura y altitud, pasando del nivel del mar a los 3.000 metros en apenas 50 kilómetros.
Tengo a la vista la estación invernal de Prado Llano cuando descubro un cartel a mi derecha: Fuente de Don Manuel, que me viene como anillo al dedo, el bidón está en las últimas. Esta fresca, bebo casi con avaricia, queriendo superar inútilmente el cansancio. Llego a la estación de esquí y la carretera se asusta y gira 180 grados, para volver a girar un par de kilómetros después, en el mismo sentido. Se hace monótona, a pesar de contemplar abajo, por nuestra derecha, las infraestructuras de la estación. Al llegar a las últimas instalaciones hago una parada y aprovecho para comer algo. Estoy exhausto, llevo más de 40 kilómetros subiendo ¡con lo mal que se me da!
El camarero del chiringuito, chico cercano y amable, me confiesa que también es ciclista y me pone al día de todo este barullo de coches y camiones. Me alienta a continuar; que solo quedan 11 kilómetros, le confieso que estoy por desistir. Me pregunta que de dónde soy y se sorprende de que venga en bicicleta desde Murcia. Le cuento por encima las vicisitudes para sortear la A-92 y me comenta una anécdota de ayer mismo donde la Guardia Civil tuvo que "rescatar" a un grupo de ciclistas perdidos en la vía de servicio, precisamente entre Baza y Guadix. !Como me alegro de haber tomado el autobús! Tienes suerte me dice, ayer mismo nevó en el Veleta, quedo todo blanco, pero enseguida se despejó en cuanto salió el sol, ha sido la primera nevada del año.
Son solo 11 kilómetros; me ha dicho el camarero en un tono que auguraba una cierta facilidad para superarlos. Pero en esta vida las cosas no siempre son como las deseamos. Yo miraba de reojo al Veleta y no lo veía tan fácil, pero al final comienzo a pedalear confiado y haciéndome algunas conjeturas; llevo más de 40 kilómetros y solo me quedan 11, no puede ser tan duro. ¡Que equivocado estaba! No sé si era la altitud, el cansancio o mi cabeza, pero buscaba constantemente excusas; el paisaje, una foto... para detenerme y recuperar el aliento. Eran solo unos instantes pero me sabían a gloria. Así, uno tras otro, fui superando los kilómetros. El Veleta casi al alcance de la mano, tan cercano y tan lejano al mismo tiempo.
El piso de la carretera se descarna por momentos, voy haciendo eses para librar los agujeros, verdaderos pedregales que me obligan a extremar la precaución. Unos metros delante de mí, acceden a la carretera tres ciclistas, luego descubriré que son franceses, desde un sendero próximo. Para mi sorpresa echan pie a tierra al llegar a una de las zonas pedregosas, llevan dobles suspensiones y desarrollo suficiente y yo paso con un hierro de 15 kilos y ruedas de carretera. Me adelantan mientras pido a unos chavales que me hagan unas fotos. Estoy a los pies del "monstruo", el último kilómetro de tierra, pero más cómodo que el anterior con el asfalto roto. He dicho antes que "descubrí más tarde" que eran franceses; lo demostraron con creces, hicieron gala de todo su chovinismo mientras se hacían una y otra foto, primero con un móvil, luego con el otro, ahora con esta máquina, luego con otra. Mientras espero estoico. Creo ser un hombre paciente y correcto, pero hay momentos en los que uno debe dejar aflorar su personalidad más oscura y en un tono similar al de Marlon Brando en El Padrino les dije: ¡franchutes! ¡fuera!, con una ligera inclinación de cabeza. ¡Dio resultado! Me miraron sorprendidos y abandonaron de inmediato el vértice geodésico que acaparaban desde hacía rato.
Cumplido el objetivo comienzo la bajada. Regreso al mismo chiringuito del medio día, las manos doloridas, 11 kilómetros sujetando los frenos es lo que tienen. Me pido un café calentito, empieza a hacer fresco, relleno el bote con la media botella de agua que me habían guardado al medio día. Me abrigo, quedan 40 kilómetros de bajada. Una verdadera delicia, te dejas caer y no tienes que tocar los frenos hasta entrar en Granada.
Para finalizar, comentar que mi vieja Conor se ha portado estupendamente, ni una queja, ni un reproche, todo a funcionado a la perfección. Lo de vieja es un decir, realmente de la original solo queda el cuadro con la horquilla y dirección. También los guardabarros, todo lo demás es nuevo o vive una nueva juventud.
Mariano Vicente, finales de septiembre de 2016.
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