domingo, 13 de junio de 2021

Retroclásica -The Silent Route-Teruel

 


A pesar de lo que pudiera parecer mis amigos retrociclistas son gente normal. Se les puede perdonar alguna que otra obsesión, en especial por los cuadros de acero y cromo, por los accesorios descatalogados y los mallots viejunos. Gente que llevan el ciclismo debajo de la piel, amantes de un ciclismo en blanco y negro que casi es un estilo de vida, donde prima el compañerismo y los buenos alimentos. Gente que vienen desde cualquier lugar de España para pasar un rato de auténtico ciclismo con los amigos; como Xavier desde Andorra la Vella, Carlos de Santander, Fari, Gerardo y Dani de Soria, Eduardo y Luis Alfonso de Vizcaya, Berrio y Oscar de Madrid, Sergio de Guadalajara, Luisi de Toledo, Álvaro de Alicante, Arturo de Almansa, nuestro organizador y guía, Irra de Zaragoza y hasta yo mismo desde Murcia, aunque he de reconocer que estoy a años luz. Admiro su entusiasmo, su conocimiento de todo lo relacionado con ese ciclismo del que estamos hablando. Creo sentir esa pasión, pero no con la intensidad y magnitud que desearía y que ellos derrochan. Pero noto el “peligro”, cuanto estoy con ellos me siento como una polilla atraída hacia la luz.

Hay una España urbana, pujante, la de las grandes urbes. Pero también hay otra España, rural, despoblada, vacía, olvidada y casi desconocida. Una España a la que se le paró el reloj hace ya muchos años, demasiados. Ejulve, Teruel, para nosotros este fin de semana epicentro de esa España desconocida, que lo será un poco menos. Creará en nosotros un vínculo casi carnal con el territorio de Montaña Vacías y una ruta, The Silent Route, para disfrutar y sufrir de ese ciclismo que nos apasiona. Pero comencemos por el principio, busquemos un culpable: Israel Valero y quizá podamos añadir a Ernesto Pastor, padre de Montañas Vacías (Bikepacking Spanish Lapland). Al maño no se le ocurre otra cosa que citarnos en este pueblo perdido de Teruel, un viernes por la tarde, para hacer una ruta de dos días de retrociclismo por “las comarcas del Maestrazgo, Andorra-Sierra de Arcos y Cuencas Mineras con ese espíritu clásico que tanto nos gusta”, y se queda tan tranquilo, ¡ya está el virus inoculado!

Como no voy a ir, si total de Murcia a Ejulve son menos de quinientos kilómetros de nada. Y allí me presento, llego sobre las ocho de la tarde, gruesos goterones caen amenazantes, el “campamento gitano” medio montado; mesa al centro, las autocaravanas y cámper alrededor, alguna cerveza sobre la mesa, patatas fritas, tortilla…, la cosa empieza a prometer. En menos de media hora ya estábamos todos. Los torreznos sorianos hacen su aparición, junto al embutido y al queso cántabro. Pronto se puso en marcha el horno de la autocaravana de Arturo, una verdadera maravilla; calentó los pasteles de carne murcianos de forma magistral; las pizzas, igual. Hasta apareció una barbacoa y se hicieron hamburguesas…, y para postre quesada y sobaos pasiegos. Lo más duro; la sobremesa en la que aparecieron licores varios, pero el que dejo un recuerdo “más vivo”, vino de Soria, era una especie de orujo con canela, ¡ni les cuento!

Primer día de ruta


 

Sobre las nueve treinta de la mañana estábamos en marcha. Íbamos directos a por The Silent Route. No muchos kilómetros, poco más de cincuenta, pero con tres puertos, Degollaos, Órganos de Montoro y Cuarto Pelado antes de llegar a Fortanete donde haríamos noche. En principio no parece gran cosa, pero si unimos unas pesadas bicicletas clásicas de acero, unos desarrollos que, a los ciclistas de hoy entre los que me incluyo, nos parece inhumanos, cables de freno por fuera del manillar, cambios en el cuadro y pedales con rastrales, tendremos un cuadro bastante completo y si queremos ponerle un buen marco, le añadimos las alforjas con repuestos y herramientas suficientes para gestionar los problemas que estas viejas glorias nos puedan dar.

Como suele suceder en estos casos la carretera comienza picando para arriba. Algunos piensan que esto es bueno para la “leyenda del ciclismo”, pero yo que quieren que les diga, prefiero la filosofía de aquel refrán que dice: “Carrera que el caballo no da, en el cuerpo lo lleva”. Me lo tomé con calma, por algo soy miembro del grupo Ciclismo sin prisa, pero los demás poco más o menos, el paisaje invitaba a ello. Tras seis kilómetros de subida llegamos al emblemático monolito de The Silent Route, una cabra montés enmarcada en un triángulo curvo. Lugar de encuentro motero y ciclista que representa para nosotros el verdadero comienzo de la ruta. Tras unas fotos, comentarios y risas que nada tenían que ver con el nombre de la ruta, comenzamos el descenso que nos llevará hacia uno de los paisajes más espectaculares del día; los Órganos de Montoro, capricho geológico formado por impresionantes agujas calcáreas de más de 200 metros de altura que semejan los tubos de un órgano. Un poco más arriba un mirador con paneles interpretativos nos informan de que el agua, el hielo, el viento, en definitiva, la erosión, ha configurado estas singulares formas del cretácico.


 

Bajamos y subimos entre verticales paredes donde carrascas y pinos se sostienen en difícil equilibrio. Algún caserío sobrevive junto al río Pitarque. Entre estas cosas y la distracción de algún pinchazo llegamos a Villarluengo, lugar en el que no pensábamos parar, pero que si nos descuidamos todavía estaríamos allí. El personal sin prisa, ni ganas de seguir subiendo, hacía calor y las jarras de cerveza fría parecían más atractivas. ¿Hay hambre? No que va si solo llevamos un tercio del recorrido. Pero seguramente no encontraremos mucho más por ahí, y esos bocatas de longaniza tienen un aspecto buenísimo…, así, casi sin darnos cuenta, estábamos sentados a la mesa, en plena calle, con una jarra de cerveza en una mano y un bocadillo en la otra. ¡Somos débiles!

El calor aprieta, y solo el resonar del río en el fondo del barranco refresca un poco. La carretera perfecta, algunas motos se cruzan con nosotros. Seguimos subiendo mientras baja el nivel de agua en el bidón. Llega un lugar precioso que encaja la carretera entre el barranco de paredes a plomo y las no menos verticales del otro lado. El Estrecho creo que lo llaman. Sigue la carretera ciñéndose a lo que llaman Peñas Agujereadas y aprovecho una pequeña cascada a la derecha de la carretera para rellenar el bidón, ¡que fresca está! El paisaje se abre ligeramente y aparecen prados, vacas y Cañada de Benatanduz. Pueblo con lo justo, colgado del monte por su parte este y en el que no nos detenemos. Estamos solo en el kilómetro treintaiocho de la ruta y tenemos que seguir subiendo. El paisaje cambia, sustituye el gris casi blanco de las paredes calcáreas por el verde de los prados que el pinar oscurece a tramos. La carretera cruza el río Cañada mientras divaga por las profundidades de estas montañas olvidadas.


 

En una pequeña explanada, cruce de caminos a los pies de la sierra de la Rocha y dominado el profundo barranco del río Cantavieja, termina el tramo correspondiente a nuestra Ruta del Silencio. Nos reagrupamos. Han sido prácticamente veinticinco kilómetros de constante subida sin sombra alguna y les puedo asegurar que el sol ha pegado fuerte. Los compañeros van llegando como un verdadero rosario. Estamos cansados. No tenemos agua. Algunas fotos, tomadas en el momento, servirán a la noche para recochineo entre el personal, en especial una en la que Luis Alfonso, cabizbajo, está sentado en el bordillo y Luisi parece decirle algo jocoso. Solo quedan unos centenares de metros para coronar Cuarto Pelado, 1.657 metros de altura que nos hemos ganado a pulso. Nos dejamos caer a tumba abierta hacia nuestro ya próximo destino. Solo seis kilómetros nos separan de Fortanete y una cerveza bien fría. ¡Y estos son de los que a mí me gustan “to pa bajo”!

Segundo día de ruta


 

No madrugamos demasiado, hemos quedado para desayunar a las ocho y media. Anoche tampoco trasnochamos mucho, el hotel no se prestaba a ello, los dueños tenían más ganas de irse a la cama que nosotros, así que después de la cena resolvimos con cierta rapidez el concurso de las alforjas más chulas y que al mismo tiempo tuvieran un aire retro, galardón que recayó en Carlos por sus alforjas de mimbre. Álvaro y algún compañero más trajeron regalos que sorteamos entre todos. A mí me toco una gorra del Alfa Lum que me vino muy bien al día siguiente. Hoy también será un día duro, dos puertos de primera categoría; primero el de Villarroya ya de salida y el segundo el de Majalinos al final de la jornada. Es duro comenzar el día así, de subida, aunque hoy tenemos suerte, llevamos coche de apoyo y las alforjas y el peso las lleva él. Los demás, como críos, han salido zumbando, yo me lo tomo con calma, sobre todo tras ver el cartel que anuncia el puerto colocado por el Parque Cultural del Maestrazgo: Longitud 9.3 km. Pendiente media 3,9% y máxima 8%, inicio a 1.336 m., cima a 1.700 m. Para ser los primeros kilómetros de la jornada no está nada mal, así que automáticamente y sin proponérmelo entro en modo supervivencia. Es un modo de pedalear que me sale de dentro, avanzo como un autómata con el mínimo esfuerzo posible hasta superar el obstáculo ya sea en kilómetros o desnivel. A veces me sorprendo cuando lo consigo porque lo he hecho en menos tiempo o esfuerzo del que esperaba.

El día ha amanecido despejado y al igual que ayer hará calor. La carretera asciende por un paisaje de pinar que se va espesando con la altura. No sé lo que tardé, pero cuando llegue arriba todos me están esperando. Nos hacemos una foto junto al cartel y nos dejamos caer hacia Villarroya de los Pinares. En este tramo no soy de los últimos, más bien incluso de los primeros. ¡No hay nada como una buena bajada! En Villarroya hacemos una parada “técnica” y nos “hidratamos” convenientemente. Dejamos la población para entrar por nuestra derecha en el bonito valle del río Guadalope, con prados de amapolas enmarcados por las serpenteantes hileras de los chopos que acompañan al río. En este valle se encuentran las poblaciones de Miravete de la Sierra y Aliaga. Al parecer a Jaime I le gustaba dejarse caer por aquí a la caza del jabalí y no me extraña, la verdad. Miravete tiene pinta de atractivo, pero el cruce hacia Aliaga está unos cientos de metros antes. Dudo. Al principio continuo hacia el pueblo, pero luego lo pienso mejor y doy la vuelta, es posible que más adelante no pueda cruzar el río. Me equivoqué, sí se puede cruzar, y por un sólido puente de piedra. En ese momento en el reloj de la iglesia dan las doce.


 

Me he quedado rezagado entretenido en hacer fotos y ahora pedaleo solo y en silencio. La carretera sigue paralela al río enmarcada por la sierra de la Lastra, mientras la ermita del Calvario nos despide de este bonito pueblo. Para romper el idilio la carretera hace un busco giro a la izquierda alejándose del río y con una fuerte subida librar el cerro de la Cingla volviendo de nuevo al río. Enormes y viejos olmos, ayudados por álamos y sauces, protegen el cauce del río que se desliza indolente formando pequeñas cascadas. Según avanzo descubro a la derecha de la carretera unas extrañas rocas con forma fálica que resulta ser el Parque Geológico de Aliaga. Me salgo de la carretera y me acerco hasta un cartel que me ilustra sobre el tema. Resulta que la susodicha roca tiene nombre; la Morta y es nada menos que del cretácico inferior. El valle se abre y el río se remansa en un pequeño azarbe justo antes de entrar en Aliaga. El pueblo es de origen árabe, límite oriental de la Taifa de Albarracín, que es atacado, conquistado, perdido y vuelto a conquistar por los cristianos, pasando finalmente a la orden militar de los Hospitalarios que establecen en la villa su Encomienda. No veo a los compañeros y continuo el camino. Ya al final de la calle principal decido parar y preguntar a unas paisanas cuando veo el coche de Oscar que viene hacia mí. —Sígueme me dice. Doy la vuelta y le sigo. Cruzamos de nuevo el pueblo y a la salida se detiene. —Por aquí tampoco es, es el camino que está junto al río. Precisamente yo le había visto, estaba inundado y pedregoso a tramos. No me lo pienso y me meto en él, pie a tierra, me subo al prado y vadeo un tramo. Sigo, pie a tierra de nuevo y otra vez al prado, hasta que llego a un viejo puente, pregunto a unos paisanos por el camping. —Si, al otro lado del puente verá usted el Santuario de la Virgen de la Zarza, tire usted a la derecha y enseguida lo encontrará. Efectivamente aquí están todos sentados a la mesa, menos mal que he llegado a tiempo. El personal está animado, corren las jarras de cerveza. Yo, prudente, la rebajo con refresco de limón que además es muy refrescante y sé que van a caer unas cuantas, hace demasiado calor. Algo de aperitivo y de plato fuerte huevos con jamón y patatas. Un heladito de postre.


 

Es medio día y el sol cae a plomo. Nos ponemos en camino. Al principio la carretera se desliza junto al río en ligera bajada hasta un paraje en el que las paredes se inclinan sobre el río obligando a la carretera a encajonarse y hasta horadar la roca en un par de ocasiones. Aparece un embalse y una vieja central eléctrica y se acabó lo bueno. Ahora la carretera se va hacia el norte y se aleja del río y lo peor es que comienza el puerto. ¡Recién comido y con este sol de justicia! Puerto de Majalinos 1ª Cat. Inicio: 979 m. Cima: 1.450 m. Longitud 12.2 km. Pendiente media: 3.8 %. Pendiente máxima: 6 %. ¡”Vamos pa lla”! Supongo que es aprensión mía, pero estas rampas creo que superan con creces ese seis por ciento de máxima que anuncia el cartel. El pinar es sustituido por los campos de labor y estos por los prados, incluso aparecen algunas vacas a lo lejos. Tras unas revueltas el paisaje se abre, incluso la carretera nos da alguna alegría y nos deja descansar un rato. Aparecen algunas masadas aisladas y hasta un pequeño núcleo urbano que no llega a ser pueblo, La Cañadilla y su ermita de San José. Al fondo se aprecia como la carretera forma un amplio arco que hacia la derecha y se eleva con decisión. Miro hacia atrás y veo como Carlos se acerca despacio, pero constante. Al final de la curva, en otra que se va hacia la cima, llega a mi lado y los dos juntos alcanzamos el collado. 


 

De la docena que somos cuatro o cinco ya están arriba, por una vez y sin que sirva de precedente, no soy el último. Uno, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha hecho trampa y se ha subido al coche, en cambio otros, sofriendo lo suyo consiguen llegar arriba, y puedo asegurar que no ha sido fácil, a pesar de un par de descansos el puerto es tendido y te obliga a un esfuerzo constante dejando poco margen para el descanso, no hay sombras y a esta hora del día el sol ha pegado de lleno. ¡Cómo he agradecido el par de cubitos que ha añadido al bidón al salir del restaurante! Ya solo queda dejarnos caer hasta Ejulve y habremos terminado la jornada y este maravilloso fin de semana de ciclismo retro, donde ha predominado la amistad y el compañerismo. Han sido dos días de ciclismo del que me gusta, sin prisa, disfrutando del paisaje cuando ha sido posible y cuando no; sufriéndolo. Sin geles ni barritas, con nuestras bicicletas de acero que cuentan más años que sus dueños. Un bello canto a ese ciclismo en blanco y negro que tanto nos gusta, con toda su dureza y dolor, pero también con su humanidad que no deja margen para la tristeza, que estrecha lazos y engendra amistad. Hasta la próxima, compañeros.

Mariano Vicente, 13 de junio de 2021

 

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8 comentarios:

  1. Gran artículo. Siempre es un placer leerte

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  2. Genial Mariano, muy ameno el relato.

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  3. Apreciado amigo Mariano, me he leído con atención como merece tú aventura en la Retro por tierras del maestrazgo Turulense. No solamente eres un magnífico sufridor en el mundo del pedal, si no que eres un virtuoso en el relato de ésas vivencias en la bicicleta, como describes cada momento, cada episodio, cada paisaje las anécdotas que consigue con todo lujo de detalles que uno se meta en el personaje .Para si quisiera más de un plumilla comentarista

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  4. Una de las frases que mas me gusta es cuando dices me siento como una polilla en busca de la luz. Tu no necesitas ya la luz ya la llevas por donde pasas.Un saludo y muy buena publicación.

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