Cuarto día, jueves 31 de mayo de 2012
Larga jornada que atraviesa de sur a norte, por su parte
oriental las ceñudas sierras de Cazorla y Segura. Remontaremos la cuenca del
Guadalentín y dejaremos a tras las altas cumbres de Cazorla, primero por la
cañada del Mesto, después por la de Santiago de la Espada; nos adentraremos en
los Campos de Hernán Perea, meseta semi-ariada de lapiaces calizos en plena
sierra de Segura. Seguiremos por el camino del puerto de Lezar y Rambla Seca
con el Banderillas vigilante a nuestra izquierda; continuaremos por el de los
Charcones y Hoya Maranza para cruzar el arroyo del Cuervo antes de llegar a la
Matea.
La intención era salir temprano, pero no ha sido así,
pedaleamos por una pista que atraviesa la dehesa, cruza barrancas y quebradas,
se eleva mientras la luz del cielo se adensa y cuaja, endureciendo las sombras
en este día de esfuerzo, de sudor empapando nuestros cuerpos, la abrupta
pendiente tensa nuestros músculos hasta el dolor, mientras allá abajo el
embalse ya ha desaparecido y solo la línea negra de la garganta se adivina, los
enormes pinos parecen diminutos elementos de un enorme diorama, mientras;
nosotros adivinamos el camino entre viejos cortijos abandonados de los que solo
queda en pie algunos trozos de lienzo semiderruido.
Nuestro conocido hijo de la Gran Bretaña escribe sobre estos
montes “…El bosque de Segura, Saltus tigiensis, se extiende hasta unas ochenta
leguas por sesenta…” y habla de un informe oficial con el recuento de los
arboles aptos para la construcción naval “…Según un informe oficial de 1751,
había dos millones ciento veinte un mil ciento cuarenta árboles aptos para la
construcción naval asignados al arsenal de Cádiz, y trescientos ochenta
millones asignados al arsenal de Cartagena…” -Debe de haber una errata en el
texto y ser 30.000.000. Posteriormente menciona y concreta el numero con un
expediente de Martín Fernández “(…El “expediente” de Martín Fernández
Navarrete, Madrid, 1824, de un numero de cuarenta y dos millones doscientos
noventa y siete mil ciento ocho…” para continuar con su correspondiente juicio
de valor “…El bosque está ahora escandalosamente abandonado y mal usado, como
la mayor parte de los de España; abunda la caza de todo tipo y los lobos son
tan numerosos que apenas se pueden tener ovejas...), nosotros no los vimos ni
oímos, tampoco a otros elementos de la fauna si descartamos algunos pájaros y
una veloz jabalina que cruzo el camino seguida de media docena de rayones.
El cielo dibuja las montañas con su añil luminoso mientras
nosotros pedaleamos entre pinos hasta alcanzar el vado de las Carretas y
comenzamos a subir de nuevo. Crujen las piñas que tapizan el camino aplastadas
por las ruedas de nuestras bicicletas, los pájaros rompen el silencio con un
estrepito impropio de algo tan pequeño. Superamos los collados de Fuente
Bermejo y la Zarza, siempre escoltados a levante por las abruptas paredes de la
sierra de la Cabrilla y la cuerda de las Empanadas. Nos cruzamos con unos
jinetes apoyados por mulos para el equipaje.
Nos detenemos bajo el patriarcal pino Félix Rodríguez de la
Fuente, momento que aprovechamos para dar cuenta de un suntuoso bocadillo, eso
sí, sin despojarnos del casco, continuamente las piñas golpeaban contra el
suelo y no con poca fuerza.
Continuamos ya por terreno más favorable hacia el
control de Rambla Seca. En mi cabeza se agolpan recuerdos de ocasiones
anteriores; de largas charlas con pastores trashumantes que desde Córdoba se
llegaban hasta estas sierras para aprovechar los pastos durante el verano; de
noches pasadas en el alberge de Rambla Seca al calor de la lumbre; de comidas
recias con los pastores de Pontones y Santiago de la Espada, que andaban seis
meses por aquí y otros tantos por los campos cordobeses atravesando por las
Lagunas de Ruidera para llegar hasta allí.
En los Campos de Hernán Pera reina un silencio que oprime,
solo roto por el rodar de las ruedas en la gravilla y el viento azotando el
rostro. Los Campos se imponen, ya no hablamos, solo pedaleamos; ni un solo
árbol, solo pequeños espinos se atreven a alzarse desafiando al páramo.
Blanquean los lapiaces calizos entre ralas hierbas. Continuamos pedaleando.
Pero el Banderillas apenas se mueve, parece estar siempre en el mismo sitio.
Seguimos pedaleando. Poco a poco se agranda Las Palomas y entre tornajos
descendemos hacia la seca laguna de Cañada de la Cruz punto en el cual dejamos este
trazado que nos ha traído hasta aquí; la Trasandalus para dirigirnos a la
Matea, a la izquierda nos queda Pontones y Fuente Segura, lugar donde nace el
río que nos da la vida a los murcianos.
Continuamos por el camino de la Hoya Maranza, pista que a la
sombra de un pinar va cogiendo altura con mesura hasta llegar a un antiguo
aeródromo bajo la Peña del Cuervo. Tomamos aquí un pedregoso y viejo camino de
herradura paralelo al arroyo del Cuervo que se irá desdibujando entre pinos
caídos, derrumbes y maleza. Juan Bautista lo recorrió hace años, y aunque no
era ciclable en algún tramo, si era practicable. Hoy está prácticamente
desaparecido; descendimos como pudimos hasta el cauce del arroyo donde las zarzas
convirtieron el paso en un Vía Crucis, varias semanas después aun conservo las
marcas de tamaña hazaña. Logramos encontrar la traza de antiguo camino,
parcialmente remozado debido a la instalación de una tubería que recoge las
aguas del arroyo para llevarlas al valle contiguo, por él logramos salir de la
encrucijada y ya sin mayor problema llegar a la Matea.
El hotel, de sosa fachada, ocultaba un interior más
interesante con decoración estilo rustico, buenas camas y peor baño, por la
manía que tienen algunos hosteleros de instalar esas opresoras mamparas circulares
para la ducha. El comedor y la cocina presentaban un aspecto saludable. Durante
la cena se fue animando el comedor con una fiesta a la que no estábamos
invitados; los asistentes, mayoritariamente, hermosas muchachas con sus mejores
galas. Huimos del bullicio y sugerimos al encargado trasladarnos a las
habitaciones del piso superior, cosa que nos fue concedida sin mayor problema.
Ya estamos muy mayores para fiestas ajenas.
Salimos a dar un paseo tras la cena, las calles están
desiertas, silenciosas. Un perro atraviesa la plaza, también silencioso,
melancólico. Regresamos, el pueblo reposa ya en un profundo sueño, un perro
aúlla en las afueras.
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