A modo de presentación...
Yo era un hombre sedentario. Deporte;
más bien poco. Cuando viajaba lo hacía en coche o en moto. Un día
subiendo La Cuesta, venía de Cartagena con dirección al Puerto de
Mazarrón, me encontré con un ciclista. Era un hombre joven, por la
pinta, extranjero y pensé: hay que estar un poco loco para hacer
esto. Apenas se le veía entre sus grandes alforjas, en el manillar
llevaba atados sacos y mantas. Avanzaba lentamente, pedalada a
pedalada con un esfuerzo enorme.
He de confesar aquí que mi ideal de
viaje en aquellos días, y quizás también ahora sea el de un carro
tirado por un cansino pollino; las sartenes cuelgan de los costados
con monótono golpeteo; los chorizos, a horcajadas sobre una caña,
penden del techo al alcance de la mano mientras yo; tumbado sobre la
tablazón, sombrero de paja cubriendo el rostro, dejo pasar el tiempo
indolente, y el pollino sigue el camino que mejor le parece.
En aquella época viajar dando pedales
me parecía los castigos de Tántalo y Sísifo juntos…
¡Despierta Mariano! Suena la voz
estentórea de Juan.
Ya no cuelgan los chorizos sobre mi
cabeza, la toldilla ha sido sustituida por un aséptico vinilo y el
quinqué por un plástico ovalado con un interruptor gris, tan gris
como mi cabeza en este momento.
-Estamos llegando a Sorbas- oigo decir
a alguien.
-Cuanto falta- pregunto yo tratando de
asirme a algo con lucidez.
Subidos en un furgón hemos escapado de
la ciudad a toda prisa; dejamos nuestra Murcia mediterránea para
dirigirnos a tierras andaluzas. Territorios limítrofes, conocedores
de soles y viejos olivos, de montaraces serranías y hombres
adaptados a su entorno desde antiguo. Hemos venido en coche para
regresar en bicicleta, recorreremos esos viejos y polvorientos
caminos de nuestra querida España. Pasaremos de las ariscas sierras
litorales a los tupidos campos de olivos; de las montaraces trochas
de la Sierra de Cazorla, Segura y las Villas, descenderemos hasta los
llanos de la santiaguista Caravaca y su santuario fortaleza de la
Vera Cruz. Serán días de sosegado pedaleo, de difíciles oteros, de
vertiginosos barrancos, pero siempre con la grata compañía de mis
buenos amigos Juan Bautista Tudela, Antonio Máximo y Pepe Griñan.
Días para el disfrute de la amistad y del paisaje, de la agradable
conversación y la recia gastronomía de estas tierras, en definitiva
de lo que nos ofrezca la vida.
Seguiremos al principio esa estupenda
ruta que nos han regalado nuestros amigos andaluces: La
Trasalandalus, para enlazarla luego con la Transmurciana y Caravaca
de la cruz.
Primer día, lunes 28 de mayo de 2012
Nos encontramos al norte de la provincia de Almería, en el límite del desierto de Tabernas; nuestra intención encaminarnos al encuentro de la sierra de los Filabres situada hacia el norte. Frescas ramblas sombreadas por el cañaveral nos esperan; polvorientos caminos entre marciales ejércitos de jóvenes olivos, que a tramos son sustituidos por jóvenes almendros, nos acercan a nuestra primera meta de la jornada: Uleila del Campo. Serán cerca de veinte kilómetros de suave pedalear que nos preparan para siguientes metas.
Sorbas; pueblo de connotaciones
trogloditas situado en un cerro que la rambla ha recortado a lo largo
de los siglos, nos observa indiferente mientras ensamblamos las que
serán nuestras inseparables compañeras a lo largo de nuestro
recorrido. Visitamos la población, entramos en su Ayuntamiento y
descendemos hacia la rambla comprobando gustosos como las chumberas
resisten la invasión de la cochinilla que ha arrasado gran parte de
las paleras murcianas.
Entre cañas y baladres pasa el tiempo
y sin percatarnos; por un ceniciento camino jalonado de polvorientos
y grises cardos a los que alegran sus flores violetas llegamos a
Uleila, en la que las buganvillas compiten con los geranios en
colorido.
Salimos de Uleila sin dirigirnos
directamente al norte, más bien iremos hacia el oeste, entre ramblas
y lomazos, por viejos caminos que nos llevan a viejos cortijos entre
viejos montes de grises cabezas que, coquetos, lucen las mechas
verdes de los jóvenes almendros. Tras dos leguas y media de pedaleo
aparece Senés acurrucado en los oscuros brazos de los Filabres.
Casas encaladas, de negros tejados rodeando la iglesia, cercadas a su
vez, por diminutas huertas que se esconden junto a los muros,
temerosas de la impresionante mole que se alza frente a ellas.
Comemos y bebemos y, lo hacemos en exceso.
Cruzamos un regato que serpentea entre
oscuras lascas de pizarra que oscurecen el paisaje. Comenzamos una
lenta ascensión que tras rodeos y revueltas va ganando cada vez más
horizonte, agrandando el paisaje, achicándose los detalles, Senés
se reduce, se desdibuja agazapada en los repliegues oscuros de la
sierra.
Pedaleo lenta, calmosamente, intentando
ahorrar fuerzas para más adelante, sé que las necesitaré, pero las
voy dejando poco a poco, perceptiblemente, gota a gota, como ese
sudor que empapa el camino. Fatigado me detengo un momento, el aire
puro vuelve a llenar mis pulmones. Habla Unamuno de la voluptuosidad
de la fatiga. Pedaleo bajo un sol que calcina la tierra, que derrite
el metal en gruesos goterones, ya no me queda nada más que la
voluptuosidad para superar el puerto, se nota que don Miguel era de
Bilbao.
La sierra de los Filabres se recorta
contra un cielo luminoso de un azul profundo. Es un macizo sin la
fama de los Alpes o los Pirineos, pero con alturas superiores a los
2.000 metros como Calar Alto, 2.168, Tetica de Bacares, 2.080 o Calar
Gallinero, 2.049. Parte de cotas cercanas al nivel del mar y asciende
de forma abrupta hasta los confines del firmamento, ese cielo azul
que pinta el cercano mediterráneo.
Nuestra recompensa es la bajada, más
de una legua de negro y liso asfalto y otra de bajada al valle,
jardín donde nos saludan los huertos de frutales. Bacares, se nos
aparece de improviso, sin hacerse notar, blancas casas abigarradas
alrededor de su iglesia, alrededor de su Cristo crucificado, los
paisanos charlan ociosos en la plaza empedrada, mientras el encalado
campanario de cuadradas formas se torna dorado bajo los postreros
rayos de un sol ya agonizante.
El hotel, moderno; la cena abundante y
el precio contenido.
Me despierto y me acerco a la ventana; el cielo tiene ese color sucio entre el negro de la noche y la claridad del día. Pan con aceite y buen jamón nos preparan para el inicio de la jornada, que será dura al principio.
Segundo día, martes 29 de mayo de
2012
Me despierto y me acerco a la ventana; el cielo tiene ese color sucio entre el negro de la noche y la claridad del día. Pan con aceite y buen jamón nos preparan para el inicio de la jornada, que será dura al principio.
El color del paisaje comienza a
cambiar, abandona el negro de la pizarra por un pardo amarillento
tachonado por el verde de los pinos de repoblación. Larga bajada
entre yesos que despiden reflejos multicolores bajo los rayos del
sol. Aparece Serón de improviso; el caserío apretado, caótico se
arremolina alrededor del castillo, lo rebasa y se impone sobre él,
solo por el lado de la vega se permite un poco de amplitud, las casas
entran y salen a cada paso rompiendo el perfil de la calle. Sus
voladizos aleros se estorban unos a otros, las calles se retuercen
ignorando las líneas rectas que ni siquiera contemplan las propias
fachadas con desplomes imposibles y abultadas paredes, pendientes tan
pronunciadas que no se concibe como los vecinos pueden andar por
ellas.
Un vecino me cuenta que cerca de aquí,
en el valle de La Loma, existe una encina milenaria considerada la de
mayor porte y una de los de mayor antigüedad de todos los árboles
catalogados hasta la fecha en la comunidad autónoma andaluza. De
unos 16 metros de circunferencia de base y unos 25 de altura, 'La
Peana', que así la llaman, es un ejemplar imponente superviviente
del antiguo bosque mediterráneo que cubrió la sierra de los
Filabres.
Salimos de la población bajo el saludo
de antiguas instalaciones ferroviarias. La estación, el muelle, el
depósito con el foso de la desaparecida placa donde antaño daban
vuelta a la maquinas, se preparan para una nueva vida de la mano del
ocio, con una nueva forma de uso enfocada al turismo activo, pronto
funcionarán en estas instalaciones locales de hostelería que
ayudarán a recuperar este patrimonio arquitectónico que de otra
manera estaría condenado al abandono y la degradación. Aún queda,
como testigos de otra época, alguna señal avanzada de las que
autorizaban la entrada de los trenes a las estaciones. Este tramo
corresponde a la línea férrea de Gadix-Almendricos y proporcionaba
la salida del mineral de hierro de la Menas hasta el Mediterráneo
por el embarcadero del Hornillo en Águilas.
Pedaleamos por esta recién nacida Vía
Verde hasta las proximidades de El Hijate, pedanía de Alcóntar.
Hemos dejado atrás manantiales de aguas termales como Fuenteperica y
el Aljibe, ermitas como la de Fuencaliente y ramblas como la del
Ramil. El sol está alto, conviene detenerse, descansar e hidratarse
convenientemente, la terraza de un restaurante nos dan la oportunidad
y a fe mía que la aprovechamos.
Cantan las cigarras ebrias de sol y
tomillo; ellas holgan, nosotros nos esforzamos…atravesamos ramblas,
vías férreas, viejas fabricas antes de entrar en Baza.
Baza, recorremos apacibles callejuelas
moriscas con casas a balconadas hasta llegar a la catedral situada en
la Plaza Mayor, al pie de la Alcazaba, construida en el siglo XVI
sobre la antigua mezquita aljama. Nos quedamos sin visitar sus
importantes Baños Árabes de época almohade (s. XIII), unos de los
más completos del país, conservan en buen estado la sala fría, la
templada y la caliente, el vestíbulo, la sala del horno y la leñera.
De Baza son unas de las piezas escultóricas funerarias más
importantes de la cultura ibérica: su famosa “Dama”; urna
funeraria policromada en forma de trono con una cavidad bajo el brazo
derecho en él que se depositan las cenizas, probablemente de una
mujer joven. La otra su “Guerrero”, representando a un guerrero
ataviado con coraza y capa.
El hostal de correcta habitación y
mejor cama. El encargado; también ciclista, con el peligro que ello
entraña de conversaciones interminables y hazañas increíbles.
Tercer día, miércoles 30 de mayo
de 2012
Un importante cinturón montañoso con
sierras que superan los 2000 metros: Sierras de Baza, La Sagra,
Cazorla, Orce, María o Las Estancias, rodean una altiplanicie
situada a unos 1000 metros de altura con Baza y Guadix como centro,
nosotros atravesaremos este páramo de sur a norte en dirección a
Pozo Halcón.
Abandonamos Baza siguiendo la vía
pecuaria que se dirige a las sierras de Cazorla y Castril entre
campos de cereal coloreados por las amapolas. A nuestra izquierda la
pelada mole de la sierra de Jabalcón nos vigila mientras descendemos
al valle del Guadiana, en este caso el menor. Cruzamos el Guardal y
las Cuevas del Negro, “…en ellas viven divinamente sin pagar al
casero, como conejos en madriguera…” escribe Ciro Bayo
refiriéndose a Purchena cuando visito estas tierras a principios del
siglo XIX, frase que podemos hacer nuestra cuando contemplamos estas
singulares viviendas. Salvamos pelados campos, monótonos, secos,
hendidos por la cicatriz verde que el río Castril crea a su paso.
Estos campos sedientos a nosotros nos ha dejado “secos” y que mejor forma de remediarlo que en una ruidosa terraza de Cortes de Baza.
Estos campos sedientos a nosotros nos ha dejado “secos” y que mejor forma de remediarlo que en una ruidosa terraza de Cortes de Baza.
Surgen los pueblos en las laderas –a
veces solo son grandes cortijadas- como eflorescencias de la propia
tierra en profunda simbiosis con ella, estamos aun en la provincia de
Granada, en altiplano de Baza, en los llamados Llanos de Cortés.
Campocámara nos recibe con unos untuosos huevos fritos con patatas y
chuletas de segureño, tinto con gaseosa y sandia.
Olivos en perfecta formación, de
rectas y marciales filas como pertenecientes a un disciplinado
ejército, cubren parte del horizonte, jalonados de desoladas
barrancas en que penan los hombres.
Anduvo por estas tierras, a principios
del XIX, un hijo de la Gran Bretaña; Richard Ford (Londres, 1796 –
1858) (En 1844 vio la luz el voluminoso A Handbook for travellers
in Spain and readers at home (Manual para viajeros por España
y lectores en casa), una confrontación crítica de los tópicos
que sobre España había puesto en circulación el Romanticismo con
la realidad del país. – Wikipedia) que se permitía enjuiciar
nuestra cocina “…ruda cocina de los íberos, que eran tristes
comedores de cabras, como dice Estrabón…” y da alguna referencia
para viajeros intrépidos que recorran estas tierras “…De aquí,
(Purchena) el amante de la historia natural que no tenga miedo a
lanzarse por terreno difícil puede ir hasta Pozo del Alcón, donde
comienzan los bosques de pinos, y seguir hasta Cazorla, que forma un
punto de un triangulo con Puebla de Don Fadrique, que dista quince
leguas. Los caminos no pueden ser peores en estos espesos bosques.
Los robles y los pinos son muy buenos…”.
Hay quien piensa que los andaluces son
unos holgazanes, pero basta contemplar estos campos para percatarse
de que trabajan y bien. Quizás su ancestral forma de ver la vida,
unido a algunos tópicos interesados, ha creado de ellos en otras
partes de España esa imagen de pandereta, de paisano acodado en el
mostrador sosteniendo un vaso de manzanilla mientras las aceitunas se
momifican en el plato.
Encontraremos un trozo no muy bueno que
nos obligara a echar pie a tierra pasado el cortijo del Entredicho y
el depósito de aguas, abajo unas cabricas (recuerdos para mis amigos
de rutasMTBmurcia) sestean entre los pinos.
El embalse de la Bolera nos detiene de
momento, el hotel en el que pensábamos pernoctar está cerrado
(Hotel rural Dehesa del Rincón). Una llamada lo abrirá para
nosotros; María, la dueña se ofrece a ello y nosotros encantados.
Tras una breve espera, mientras el generador enfriaba nuestras
cervezas, nos aposentamos en este bonito hotel, al que solo achacamos
la falta de altura en el baño de las habitaciones superiores (son
las que constan de dos camas), lo que obliga a ducharse algo
encogido. María nos preparo en exclusividad una magnifica cena de la
que dimos buena cuenta bajo un limpio cielo estrellado.
Cuarto día, jueves 31 de mayo de
2012
Larga jornada que atraviesa de sur a
norte, por su parte oriental las ceñudas sierras de Cazorla y
Segura. Remontaremos la cuenca del Guadalentín y dejaremos a tras
las altas cumbres de Cazorla, primero por la cañada del Mesto,
después por la de Santiago de la Espada; nos adentraremos en los
Campos de Hernán Perea, meseta semi-ariada de lapiaces calizos en
plena sierra de Segura. Seguiremos por el camino del puerto de Lezar
y Rambla Seca con el Banderillas vigilante a nuestra izquierda;
continuaremos por el de los Charcones y Hoya Maranza para cruzar el
arroyo del Cuervo antes de llegar a la Matea.
La intención era salir temprano, pero
no ha sido así, pedaleamos por una pista que atraviesa la dehesa,
cruza barrancas y quebradas, se eleva mientras la luz del cielo se
adensa y cuaja, endureciendo las sombras en este día de esfuerzo, de
sudor empapando nuestros cuerpos, la abrupta pendiente tensa nuestros
músculos hasta el dolor, mientras allá abajo el embalse ya ha
desaparecido y solo la línea negra de la garganta se adivina, los
enormes pinos parecen diminutos elementos de un enorme diorama,
mientras; nosotros adivinamos el camino entre viejos cortijos
abandonados de los que solo queda en pie algunos trozos de lienzo
semiderruido.
Nuestro conocido hijo de la Gran
Bretaña escribe sobre estos montes “…El bosque de Segura, Saltus
tigiensis, se extiende hasta unas ochenta leguas por sesenta…” y
habla de un informe oficial con el recuento de los arboles aptos para
la construcción naval “…Según un informe oficial de 1751, había
dos millones ciento veinte un mil ciento cuarenta árboles aptos para
la construcción naval asignados al arsenal de Cádiz, y trescientos
ochenta millones asignados al arsenal de Cartagena…” -Debe de
haber una errata en el texto y ser 30.000.000. Posteriormente
menciona y concreta el numero con un expediente de Martín Fernández
“(…El “expediente” de Martín Fernández Navarrete, Madrid,
1824, de un numero de cuarenta y dos millones doscientos noventa y
siete mil ciento ocho…” para continuar con su correspondiente
juicio de valor “…El bosque está ahora escandalosamente
abandonado y mal usado, como la mayor parte de los de España; abunda
la caza de todo tipo y los lobos son tan numerosos que apenas se
pueden tener ovejas...), nosotros no los vimos ni oímos, tampoco a
otros elementos de la fauna si descartamos algunos pájaros y una
veloz jabalina que cruzo el camino seguida de media docena de
rayones.
El cielo dibuja las montañas con su
añil luminoso mientras nosotros pedaleamos entre pinos hasta
alcanzar el vado de las Carretas y comenzamos a subir de nuevo.
Crujen las piñas que tapizan el camino aplastadas por las ruedas de
nuestras bicicletas, los pájaros rompen el silencio con un estrepito
impropio de algo tan pequeño. Superamos los collados de Fuente
Bermejo y la Zarza, siempre escoltados a levante por las abruptas
paredes de la sierra de la Cabrilla y la cuerda de las Empanadas. Nos
cruzamos con unos jinetes apoyados por mulos para el equipaje.
Nos detenemos bajo el patriarcal pino
Félix Rodríguez de la Fuente, momento que aprovechamos para dar
cuenta de un suntuoso bocadillo, eso sí, sin despojarnos del casco,
continuamente las piñas golpeaban contra el suelo y no con poca
fuerza.
Continuamos ya por terreno más favorable hacia el control de Rambla Seca. En mi cabeza se agolpan recuerdos de ocasiones anteriores; de largas charlas con pastores trashumantes que desde Córdoba se llegaban hasta estas sierras para aprovechar los pastos durante el verano; de noches pasadas en el alberge de Rambla Seca al calor de la lumbre; de comidas recias con los pastores de Pontones y Santiago de la Espada, que andaban seis meses por aquí y otros tantos por los campos cordobeses atravesando por las Lagunas de Ruidera para llegar hasta allí.
Continuamos ya por terreno más favorable hacia el control de Rambla Seca. En mi cabeza se agolpan recuerdos de ocasiones anteriores; de largas charlas con pastores trashumantes que desde Córdoba se llegaban hasta estas sierras para aprovechar los pastos durante el verano; de noches pasadas en el alberge de Rambla Seca al calor de la lumbre; de comidas recias con los pastores de Pontones y Santiago de la Espada, que andaban seis meses por aquí y otros tantos por los campos cordobeses atravesando por las Lagunas de Ruidera para llegar hasta allí.
En los Campos de Hernán Pera reina un
silencio que oprime, solo roto por el rodar de las ruedas en la
gravilla y el viento azotando el rostro. Los Campos se imponen, ya no
hablamos, solo pedaleamos; ni un solo árbol, solo pequeños espinos
se atreven a alzarse desafiando al páramo. Blanquean los lapiaces
calizos entre ralas hierbas. Continuamos pedaleando. Pero el
Banderillas apenas se mueve, parece estar siempre en el mismo sitio.
Seguimos pedaleando. Poco a poco se agranda Las Palomas y entre
tornajos descendemos hacia la seca laguna de Cañada de la Cruz punto
en el cual dejamos este trazado que nos ha traído hasta aquí; la
Trasandalus para dirigirnos a la Matea, a la izquierda nos queda
Pontones y Fuente Segura, lugar donde nace el río que nos da la vida
a los murcianos.
Continuamos por el camino de la Hoya
Maranza, pista que a la sombra de un pinar va cogiendo altura con
mesura hasta llegar a un antiguo aeródromo bajo la Peña del Cuervo.
Tomamos aquí un pedregoso y viejo camino de herradura paralelo al
arroyo del Cuervo que se irá desdibujando entre pinos caídos,
derrumbes y maleza. Juan Bautista lo recorrió hace años, y aunque
no era ciclable en algún tramo, si era practicable. Hoy está
prácticamente desaparecido; descendimos como pudimos hasta el cauce
del arroyo donde las zarzas convirtieron el paso en un Vía Crucis,
varias semanas después aun conservo las marcas de tamaña hazaña.
Logramos encontrar la traza de antiguo camino, parcialmente remozado
debido a la instalación de una tubería que recoge las aguas del
arroyo para llevarlas al valle contiguo, por él logramos salir de la
encrucijada y ya sin mayor problema llegar a la Matea.
El hotel, de sosa fachada, ocultaba un
interior más interesante con decoración estilo rustico, buenas
camas y peor baño, por la manía que tienen algunos hosteleros de
instalar esas opresoras mamparas circulares para la ducha. El comedor
y la cocina presentaban un aspecto saludable. Durante la cena se fue
animando el comedor con una fiesta a la que no estábamos invitados;
los asistentes, mayoritariamente, hermosas muchachas con sus mejores
galas. Huimos del bullicio y sugerimos al encargado trasladarnos a
las habitaciones del piso superior, cosa que nos fue concedida sin
mayor problema. Ya estamos muy mayores para fiestas ajenas.
Salimos a dar un paseo tras la cena,
las calles están desiertas, silenciosas. Un perro atraviesa la
plaza, también silencioso, melancólico. Regresamos, el pueblo
reposa ya en un profundo sueño, un perro aúlla en las afueras.
Quinto día, viernes 1 de junio de
2012
Amanece, el sol dibuja las montañas de
un gris brumoso y la luz forma extraños cuadrados luminosos en el
suelo de la habitación. Excelente el desayuno, chorizo, jamón,
queso, zumo de naranjas recién exprimidas, café, supertostadas,
abusamos, la carne es débil.
Desde la Matea y tras atravesar Las
Nogueras y el Zumeta nos dirigiremos hacia la Puebla de Don Fadrique,
a la que no llegaremos, para desviarnos apenas un kilómetro pasada
la pista asfaltada que conduce a Pedro Andrés y el Nerpio y faltando
otros dos para el puerto del Pinar, por una pista que sigue la umbría
del Majal en el Calar Blanco y nos conduce a través de un coqueto
valle hacia la Hoya del Espino de Arriba. Pedaleamos por solitarios
parajes encajonados por sierras que rondan y hasta superan los mil
ochocientos metros; Cerro del Oro, El Calar, La Yegua, Majar…
El cortijo de la Hoya del Espino de
Arriba, aun en uso, emana soledad y abandono, está situado en la
confluencia de tres barrancos, el de los Melgares por el norte, el de
la Cañada Real por el sur y el de los Canalizos por el sureste. Por
la unión de los tres pasa el antiguo camino de Fuente Carrasca que
tomamos hacia el este, vamos dejando atrás antiguas tinadas y viejos
cortijos abandonados bajo una enorme sensación de soledad, la sierra
de las Cabras se dibuja contra un cielo limpio y luminoso, los picos
de Las Atalayas, Las Cabras o el Cagasero se alzan frente a nosotros
orgullosos de sus más de dos mil metros.
Desde el collado de los Losares y según descendemos hacia el poblado de la Fuente de la Carrasca, el paisaje se abre. Hacia el este se extiende la dilatada llanura en la que nace el Quipar, lejos esfumadas en el llano que se pierde en lontananza se confunden, brumosas con el horizonte, poblaciones como Cañada de la Cruz o el Hornico. La Sagra y su blanco penacho va quedando a nuestra espalda. Atrás dejamos también la áspera y bravía sierra de las Cabras, que cicatera nos ha ocultado las cumbres señeras de los Obispos y Revolcadores, al otro lado del llano, solemnes, enmarcadas por la luz tamizada de la mañana, desdibujadas por la bruma, Lavia, Burete y Cambrón, más allá las sierras de Lorca.
Desde el collado de los Losares y según descendemos hacia el poblado de la Fuente de la Carrasca, el paisaje se abre. Hacia el este se extiende la dilatada llanura en la que nace el Quipar, lejos esfumadas en el llano que se pierde en lontananza se confunden, brumosas con el horizonte, poblaciones como Cañada de la Cruz o el Hornico. La Sagra y su blanco penacho va quedando a nuestra espalda. Atrás dejamos también la áspera y bravía sierra de las Cabras, que cicatera nos ha ocultado las cumbres señeras de los Obispos y Revolcadores, al otro lado del llano, solemnes, enmarcadas por la luz tamizada de la mañana, desdibujadas por la bruma, Lavia, Burete y Cambrón, más allá las sierras de Lorca.
Poco a poco nos vamos sumergiendo en el
llano de la cuenca fluvial que forman los ríos Argos y Quipar, paso
natural entre el Levante español y la Alta Andalucía. Con un
pedaleo fácil, van pasando sin hacer ruido, Cañada de la Cruz, el
Hornico, Tartamudo, Las Noguericas, Archivel. Comemos en este último
por recomendación de Antonio y no nos equivocamos, bueno y barato
que de pocos sitios se pueden decir ya estas cosas. Pedalear después
de la comida cuesta algo más pero la cercanía del destino nos anima
y antes de lo previsto cruzamos el Argos para entrar en Caravaca.
Tomando un café en la plaza del Arco finalizamos nuestro recorrido.
Murcia, mediados de junio de 2012.
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