Hoy
es un día para tomárselo sin prisa, dejarse de cronómetros y gps y no
preocuparse por si vas el primero o el último. Si un compañero pincha o
tiene cualquier problema mecánico nos paramos todos, para ayudar, pero
también para aprender. Sí, aprender porque muchas de estas bicicletas
tienen más de 40 años y necesitan mimos y cuidados, pero eso no debe
confundirnos, son duras y resistentes por eso estás ahí después de tanto
tiempo.
Son salidas para practicar algo que en los últimos
tiempos, tan competitivos ellos, hemos olvidado: la camaradería. No se
trata de llegar el primero, si no de disfrutar del recorrido admirando
las bellezas que están a tu lado, porque aunque no entiendas mucho de
marcas y componentes como es mi caso, no puedes dejar de admirar esos
elegantes cuadros de acero, sus pulidos cromados o el cuero curtido de
sus sillines. Esas finas manetas de freno que parecen débiles pero que
llevan 40 años esforzándose por detener la bici o esos pedales con
rastrales, que al principio dan un poco de miedo pero que enseguida te
haces a ellos.
Ese
estilo retro de las bicicletas se contagia a sus dueños que también se
convierten en protagonistas ese día. Lucen vestimentas de sabor añejo de
legendarios equipos como Reynolds, Kas, Kelme, Teka y muchos otros,
rescatados del fondo de los armarios, mallots que en su momento nos
resistimos a tirar y que ahora recuperan una nueva juventud. Recuerdos
de una época donde las fotos eran en blanco y negro y el ciclismo se
forjaba con héroes de leyenda, sin pinganillos y donde al director no se
le hacia demasiado caso. Se corría por sensaciones, sin tener en cuenta
vatios y demás zarandajas. ¿Y el avituallamiento? ¡Para hombres! Nada
de geles y barritas energéticas tan en uso. Consumimos alimentos de toda
la vida, bocatas y productos típicos de la zona ¡como estaba la
pipirrana y los pasteles de carne! Hoy nos ha faltado la bota de vino,
pero todo se andará.
Son
apenas las 8,30 y estoy desayunando en el Centro Social de San Pedro, a
pocos metros del punto de salida, hoy realizaremos la segunda parte de
la I Quedada Retrolevantina, la primera fue ayer en Elche. Poco a poco
empiezan a llegar los participantes, la mayoría son amigos. Saludos,
abrazos y miradas de reojo a las máquinas. Arturo trae una preciosa Zeus
2000 que conserva sus cromados dorados. Hoy nos acompañan dos “viejas
glorias” del ciclismo amateur murciano, Paco Bombas y Pepe Reina, este
último monta una vetusta Alan con el desviador comandado por varilla,
que según las últimas noticias, puede pasar a manos de una nueva
aficionada a las clásicas ¡esto engancha! Poco a poco van llegado el
resto de los miembros de la expedición; Carlos de Santander, Arturo de
Soria, Santiago de Madrid, Javi y Fany de Elche junto a un buen numero
de amigos ilicitanos y por supuesto nuestros amigos murcianos.
Nos
hacemos la foto de rigor y comenzamos nuestro itinerario. Mencionar que
lo hemos tenido que variar, porque la administración, no se cual de
ellas, ha comenzado a construir un nuevo puente sobre el río Mula
paralelo al antiguo junto a la Torre Vieja, pero no se la ha ocurrido
mejor idea que derribar el viejo antes de terminar el nuevo,
obligándonos a buscar una alternativa por Alguazas. Esto no nos venía
del todo mal pues así pasaríamos a recoger a nuestro mecánico y coche
escoba de Ciclos Sarabia. Este vehículo tiene una bonita historia, es un
antiguo Volkswagen Passat que usaba mi buen amigo Antonio Sarabia, por
desgracia fallecido, para asistir a las carreras. Hoy su hijo José lo ha
recuperado llevando incluso la misma baca que utilizaba su padre. Por
desgracia un contratiempo inesperado nos privo de su compañía y ayuda.
Tras la sorpresa decidimos continuar la ruta confiando en que las
averías nos respetarán.
Recuperamos
nuestro primitivo itinerario justo en la pasarela peatonal sobre el
Segura. Continuamos por la vía verde del Noroeste para deshacernos del
tráfico que una importante población como Molina genera. Tras esperar un
buen rato en el semáforo, continuamos hacia El Llano por una
carreterilla más tranquila que discurre entre limoneros por el paraje de
la Huerta de Abajo que nos lleva de nuevo el Segura, junto al
recuperado bosque de ribera del Soto de la Hijuela y los Álamos. Un
camino asfaltado nos lleva hasta el Hondón, a las espaldas del museo
etnográfico Carlos Soriano. En 1875, un tal Joaquín Portillo
terrateniente del lugar, vendió al abogado Carlos Soriano unas tierras
en El Llano de Molina con noria incluida situada sobre la acequia
Subirana, y este creo una colonia agrícola poniendo en cultivo las
tierras con olivo y morera -ya había subvenciones en aquella época-. Por
ley estas colonias debían de disponer de viviendas -hasta seis llego a
tener- para los colonos, escuelas para sus hijos, almacenes comunales y
hasta una iglesia que se construye en 1892. El museo como tal surge en
1999 con la adquisición de los inmuebles por parte del ayuntamiento de
Molina. Esta compuesto por la propia ermita y la casa solariega del
abogado. Es un edificio de dos plantas, la baja de servicios y la
superior de dormitorios. Se conservan la cocina original, los tinajeros y
el dormitorio y en las salas habilitadas para exposición hay trajes
regionales, enseres y menaje de la época.
Continuamos
hacia Lorquí, pasando sobre la vía de ferrocarril de Madrid-Cartagena.
Dicen que aquí, en el cerro donde esta asentada la población, se dejo la
vida Cornelio Escipión, cercado y vencido por las tropas cartaginesas
de Asdrúbal Barca, en el 211 a.C. Pueblo huertano, -llego a tener hasta
12 norias-, tuvo una importante industria conservera, hoy venida a
menos. En la plaza, frente a la iglesia de Santiago Apóstol, parte una
calle que tenemos que dejar por la primera que nos sale a la derecha,
-de la noria se llama-, que nos lleva precisamente a una coqueta noria
situado junto a las últimas casas de la población. Es la Noria Vieja
-hoy restaurada-, de hierro y madera que en sus buenos tiempos llego a
regar 300 tahúllas. Esta formada por 14 pares de radios y 84 cangilones
con un diámetro de 4,50 metros, hoy es un mero objeto decorativo tras
haber desaparecido el antiguo canal de riego, aunque se ha sustituido
por otro que sirve para poner la noria en movimiento.
Por
la Algaida nos acercamos a Archena para entrar de lleno morisco valle
de Ricote, una fértil vega rodeada de escarpadas sierras en la que se
intuye con fuerza su pasado árabe. La carretera que recorre esta parte
del Segura por su margen izquierda es para mí, y para muchos de las
participantes, uno de los parajes más atractivos de la ruta. Atravesamos
Ulea, calles adoquinadas, geranios que cuelgan indolentes de los
balcones, la roja y blanca “casa del cura”, probable diseño de la
escuela de Eifiel y una pequeña trampa: empinada rampa que nos
permitirán conquistar el pequeño desfiladero del Salto de la Novia que
nos llevará a la población de Ojós. Cruzamos aquí el Segura y se nos
plantea un pequeño dilema; continuar como teníamos previsto hasta el
desfiladero del Solvente o dirigirnos directamente a Villanueva, esto
nos ahorraba algo de tiempo al evitarnos unos kilómetros y las
correspondientes fotos. El dilema se resolvió por si solo al dirigirse
hacia el Solvente algunos de los miembros de la expedición. Me voy en su
busca, los demás quedan a la espera en Ojos. Aburridos e impacientes
deciden seguirnos. Se equivocan de carretera y comienzan la dura subida
hacia Ricote.
Potentes
gritos -aún estaban a la vista- y la ayuda de los móviles propician a
la reagrupación. En Villanueva nos dirigimos hacia el oeste, hacia
tierras más áridas, subiendo hasta alcanzar el canal del postrasvase
Tajo-Segura. Son tierras duras que el regadío suaviza y el colorido de
los frutales en flor alegran. Campos del Río nos espera con las manos
abiertas, bueno esto es más una licencia literaria, lo que nos espera es
su famosa pipirrana y unos sabrosos pasteles de carne que nos ha donado
nuestros amigos Paco y Antonio de confitería Espinosa, regados con
abundante Estrella de Levante que a estas alturas del recorrido y con la
temperatura que hace; se agradece. Finalizado el tentempié, casi hubo
que azotar al personal para ponerlo de nuevo en marcha, solo nos
quedaban unos pocos kilómetros pero tenían trampa. Ahora nos
introducimos de lleno en los denominados badlans o tierras malas,
terreno yesoso que solo puede colonizar una vegetación rala, resistente a
las extremas condiciones meteorológicas y a la salinidad del terreno.
Cruzamos el río Mula por las colas del seco pantano de los Rodeos y no
nos quedará más remedio que apretar los dientes para salir del cauce
escalando las duras paredes del barranco.
Ahora
sí, superada esta pequeña trampa, todo es ya cuesta abajo hasta el
restaurante el Cortijo donde nos espera una suculenta comida donde las
viandas murcianas serán las protagonistas. No quiero terminar esta
modesta crónica sin dar las gracias a todos los asistentes y en especial
a los que han hecho un soberano esfuerzo para llegar a estas alejadas
tierras levantinas, también a los amigos de Elche y Murcia, más cercanos
pero igualmente importantes. Mencionar asimismo la colaboración
prestada para que todo saliera bien a mis amigos Matías y Ángel
coordinando al grupo y a mis dos bicis-escobas Paco y Antonio. También a
Paco y Antonio Espinosa por sus ricos pasteles de carne, al bar
Deportivo de Campos del Río por su colaboración y al restaurante el
Cortijo de las Torres por el interés tomado para que no nos faltara de
“na”.
Mariano Vicente, marzo de 2020
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