sábado, 29 de febrero de 2020

I Quedada Retrolevantina: Elche




Estoy contrariado, llevo tiempo buscando donde aparcar y no lo consigo. Supongo que en gran parte es culpa mía, no suelo utilizar el coche en ciudad y no me gusta forzar la legalidad. Finalmente lo consigo pero son más de las 9 y tengo que montar la bicicleta, ponerme zapatillas y casco -el punto de encuentro era el polideportivo del Pla precisamente a esa hora-. Estoy casi preparado cuando suena el teléfono; es Javi preguntando donde estoy y la verdad es que no lo sé, me pide una ubicación y me viene a buscar. Pronto nos reunimos con el resto de compañeros camino de la barroca basílica de Santa Maria. Café y foto oficial en la que los actores somos alrededor de 30. Día soleado, sin apenas viento y una temperatura muy agradable que ronda los 20 grados.


Salimos de la población en dirección noreste, junto a la universidad, buscando el paso entre las sierras Grossa y Llarga. Es una subida no excesivamente larga ni demasiado pendiente pero que pondrá a prueba nuestras piernas debido al desarrollo que casi todos llevamos. Son platos que normalmente andan por el 42 y piñones que no superan el 26. Pronto llegamos al collado, todo se suaviza, comenzamos un amplio giro a la derecha bordeando sierra Llarga para, por el oeste de sierra de Sancho, dirigirnos en dirección a Torrellano. No llegamos a entrar dirigiéndonos al este hasta alcanzar el Mediterráneo que ya no abandonaremos hasta Santa Pola.


Ahora es un placido pedaleo junto al mar arrullados por el sonido de las olas. Conversamos amigablemente sobre bicis y componentes, sobre esa pieza que nos falta o esa otra que esta algo deteriorada y que nos gustaría cambiar, y casi sin darnos cuenta llegamos a los Arenales del Sol y a nuestra perdición: bocata pantagruélico en el Veintiséis. ¡No tenemos remedio! Es lo que tiene esto de las marchas de bicis clásicas, que en aquella época no se usaban geles ni barritas y para ser consecuentes no queda más remedo que “pegarle” a alimentos más sólidos. Yo; bocata de tortilla y beicon; cerveza, mucha cerveza. Nos introducimos profundamente en nuestro papel de ciclistas clásicos y si hay que sacrificarse; pues eso, que uno se sacrifica.


El siguiente tramo de la ruta es para mí el más bonito; una carreterilla nos lleva hasta la playa del Carabasi que forma parte del paraje natural del Clot de Galvany. Sigue la carretera por una costa baja que lamen las aguas turquesas del Mediterráneo, vigilada por el viejo faro que a su vez sustituyo a una torre mucho más antigua, de Atalayola creo que se llamaba, construida hacia la mitad del siglo XVI y que aún es reconocible. Desde su mirador se contemplan unas magnificas vistas de la bahía de Santa Pola, de Alicante, y la isla de Tabarca. Me ha llegado información de que en días muy claros se alcanza a ver Isla Grosa por el sur y el Peñón de Ifach por el norte. Sigue la carreterilla uniendo ermitas, torres de vigilancia y viejos cuarteles de la Guardia Civil. Junto al mar, en la estrecha playa, algún cuerpo se dora bajo un sol primaveral que ya calienta lo suyo. Mar adentro, un poco difuminada por la calima, una silueta baja y oscura, refugio de piratas berberiscos, conocida por los griegos como Planesia y Planaria por los romanos, igual que la llamaron los árabes Ablanāșa (Planesia).


Llegamos casi sin darnos cuenta a la villa marinera, blanca de espumas y sales. Cruzamos la fortificación, hoy convertida en museo del Mar y de la Pesca, por su propio centro, entrando por una puerta y saliendo por la contraria, foto de grupo incluida. Atravesamos Santa Pola y buscamos nuestro regreso a Elche. Lo hacemos dejando el Parque Natural de las Salinas de Santa Pola a nuestra izquierda, hasta que una vez dejado atrás el Parque tomamos hacia Vallverda, Las Lomas y La Perlefa, entrando en Elche por el sur. Circunvalamos la ciudad por un carril-bici hasta llegar al ponto de origen, el polideportivo del Pla.


Javi y Fany se han esforzado para organizar esta I Quedada Retrolevantina en su apartado ilicitano y a fe mía que lo han conseguido, todo ha salido a pedir de boca y nunca mejor dicho, porque uno de los apartados a destacar ha sido el gastronómico. Desde el punto de salida -duchas incluidas-, el estupendo recorrido o la asistencia técnica, todo ha sido de diez. El recorrido, muy bien pensado, ha aunado el secano de las tierras del interior donde hemos alcanzado las cotas más elevadas del recorrido, con los tramos de costa bordeando el mar que nos llevan a Santa Pola. Pero lo mejor ha sido la camaradería, los nuevos amigos que hemos hecho y el reencuentro con algunos largo tiempo ausentes como Paolo. De Murcia no éramos muchos, pero bien avenidos, mis amigos Matías y Ángel y mi querida amiga Victoria. También han venido amigos de Soria como Arturo o Madrid como Santiago. Quizá los más lejanos hayan sido Carlos y Luisa que lo han hecho desde Santander; pero reconocido su merito, quiero agradecer a los numerosos ilicitanos su asistencia. Incluso quiero mencionar aquí las ganas y el coraje puesto por la hija de Fany, que sin coger la bici con asiduidad ha sido capaz de realizar todo el recorrido, incluso a mejor ritmo que muchos de nosotros. ¡Y su madre sufriendo por ella! Porque no se trata solo de bicis antiguas y equipaciones de época, deporte o simple amistad, las concentraciones o marchas de ciclismo retro son algo más, son un estilo de vida.


 Mariano Vicente, marzo de 2020

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