A pesar del título; la
historia da comienzo de noche, entre calles desiertas y la luz mortecina de las
farolas. Un hombre camina presuroso arrastrando una maleta hacia la estación de
ferrocarril, nosotros vamos a la de autobuses. Una pareja furtiva se besa junto
al pretil del río. En la estación de autobuses hay un tenue trajín de viajeros.
Preparo la bici envolviéndola en una mortaja de plástico. Ya en el autobús me
siento en la parte izquierda, quiero ver amanecer. Nos ponemos en movimiento,
la oscuridad lo envuelve todo poco a poco. Aquí y allá pequeños grupos de luces
recuerdan a un gigantesco belén. El autobús devora monótono los kilómetros y a
mi me invade el sopor; cierro los ojos; cuando los abro, se empieza a ver una
línea entre verde y morada que el sol dibuja en el horizonte.
Se ve un mar, pero es
de plástico, un mar de invernaderos. En lo alto de los cabezos se enreda la
niebla. Ahora sí, ahora se ve el mar, quieto, gris como de plomo que al
acercarnos transmuta al azulado. La estación de autobús; la de ferrocarril; una
pasarela y el paseo marítimo, una terraza. Tomo un café; preparo el gps;
selecciono el track, que me llevará a pasar tres días al sol, un sol tibio de
invierno, un sol Mediterráneo. Pretendo recorrer la costa entre Almería y
Águilas ya en la Región de Murcia. Cerca de 200 kilómetros repartidos en tres
días; de Almería a San José en el Cabo de Gata, el segundo hasta Carboneras,
finalizando en Águilas el tercero. La mayor parte del recorrido transcurre en
el Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar, espacio natural
pionero en Andalucía al incluir tanto la parte terrestre como marítima.
Comenzamos nuestra
andadura por el paseo marítimo, por un carril-bici hasta la universidad,
constreñido entre las últimas edificaciones de la ciudad y un mar amigable.
Continuamos por una carretera, en algunos tramos, defendida por muros de la
violencia del mar, que nos llevará hasta Costacabana. Pedaleamos ahora, entre
la arena y la sufrida vegetación de las dunas; en algún punto, la arena
bloqueará las ruedas. Inmutable, la torre del Perdigal contempla nuestro paso.
Sopla un ligero levante otoñal; el mar, al resguardo del cabo, espejea en
calma.
Una amplia playa,
mancillada por miles de diminutas, caóticas pisadas; asustadas decenas de aves
alzan el vuelo. Un puerto en la arena, cabrestantes de madera, barcas
tostándose al sol, sus panzas secas, paisaje que habla de trabajo duro, de
hombres curtidos por el viento y la sal, rudos, humildes. Una rambla y al otro
lado la fortificación de Casa Fuerte. El Retamar, y sus accesos a las playas
por pasarelas de madera que suenan a nuestro paso. En el horizonte la ermita de
Torre Garcia, donde se celebra romería de la Virgen del Mar, patrona de
Almería; a su lado la antigua torre vigía. A su sombra, las ruinas de una
industria romana de salazones.
Cruzamos la rambla de
las Amoladeras donde la erosión ha dejado al descubierto las paredes de un
viejo pozo que asemeja una fantasmal chimenea. Nos aceramos a la desembocadura
rambla Morales, inundada hasta la misma playa, plena de arenas que nos hará
penoso el paso. Las aves se pasean desvergonzadas a escasos metros, aguas
adentro, lejos de nuestras cuitas.
Cabo de Gata,
recuerdos de casas multicolores, casas humildes, menesterosas, a las que han
colocado unos adosados para hacerles compañía. Es buena hora para comer; un
restaurante, el Mediterráneo; los parroquianos, todos "guiris"; no me
apetece, continuo. En las salinas sestean los flamencos y se afanan las gentes
del cine. ¡Prohibido el paso, se rueda! Tengo que buscar una senda que me lleve
a la carretera. En la Almadraba; un bar del mismo nombre. Soy el único cliente.
-Una cerveza por
favor, grande si es posible. Como tapa me ponen una cazuelita de lentejas; no
es mi mejor opción, pero que se le va hacer. Para la segunda ya pregunto.
-Sardinas escabechadas
me contestan. Sea, respondo pues hace tiempo que no las cómo y por esta zona
las suelen hacer sabrosas.
El cabo y su faro.
Dura subida a la Torre de Vela Blanca. Paisaje con cabezos de cabelleras
cenicientas; manchas blancas en laderas rotas; el agua, azul profundo; las
playas, negras. Al otro lado de los cabezos, las virginales playas del Mónsul y
los Genoveses; más allá, puntos blancos de cal nos anuncian San José. Lunes, 30
de noviembre, tiendas y bares cerrados, casi un pueblo fantasma, ni un alma por
la calle. Baja el escudo frío de la noche, entro en el hotel.
Mariano Vicente, 30 de
noviembre 2015
Bonita ruta salina y preciosistas tus palabras.
ResponderEliminarUna ruta en una zona extraordinaria y un cronista de lujo. animo Mariano muy bueno, ojala en breve pueda hacer alguna en tu compañia, un abrazo.
ResponderEliminar