Me estoy enamorando. Sí creo que con el paso de los días le
estoy cogiendo cada vez más cariño, me estoy acostumbrando a él y cuanto más
tiempo pasa, más me cuesta bajar piñones. Es cómodo, hace que mis pulsaciones estén
siempre bajas, no me entero de las pendientes y ya no tengo que ponerme de pie
sobre los pedales. Definitivamente me estoy enamorando del 30-30 que lleva la
bicicleta de Don Antonio. Él me lo aconsejo y yo le hice caso. No me
arrepiento.
Previsión meteorológica para este martes 26 de junio; menos
de 0,1 mm para Argelès Gazost a las 8 de la mañana, después; nada. Tras nuestra
rutina diaria de ducha y desayuno, nos ponemos las equipaciones, eso si las
largas, que la temperatura no iba a subir de los 15 grados y en los altos
serian algunos menos.
Salimos en dirección a Aucun y Argelès Gazost nos regala
unas rampas del 11 % para entrar en calor, que se mantienen en el mismo porcentaje
hasta Arras-en-Lavedan. Hasta Arrens-Marsous que es donde oficialmente comienza
el puerto siguen la misma tónica, salvo un trocito en Marsous con menos
pendiente, casi llano. Comenzamos el puerto con su pendiente media del 8.5 %,
que no sé de dónde sale, pues la mayor parte del tiempo te regala pendientes
del 9, 10 e incluso el 11 %. Cada vez hay más humedad, la carretera esta mojada
y pensamos que han sido las nieblas matinales. Pero nos equivocamos, sobre la
mitad del puerto comienza a caer un fina lluvia y las nubes descienden a ras de
suelo; nada que no se pueda solucionar con un chubasquero.
Esta humedad tan pegajosa me está haciendo sudar de lo lindo
y ya no distingo entre las gotas de sudor o las de lluvia que escurren por el
casco. Conforme subimos, lo hace también la intensidad de la lluvia, tengo que detenerme
y proteger la cámara de fotos. Sigue lloviendo, ya solo quedan dos kilómetros
para la cima. Un viento frio hace que empecemos a sentirnos incómodos. Viento
que se incrementa en el último kilómetro, igual que la lluvia.
Encumbramos y corremos al interior del providencial
restaurante que hay justo en la cima del Saulor, 1.474 metros y un desnivel
acumulado de más de 1000 metros. Tomamos un café con leche para entrar en calor
mientras contemplamos incrédulos como la lluvia y el viento siguen en aumento. Se
nos complica la etapa, pues nuestra intención es llegar hasta el Aubisque, diez
kilómetros más adelante.
Seguimos viendo la lluvia a través de los empañados cristales
del ventanal del restaurante, no nos decidimos. La verdad es que hacer veinte
kilómetros más, entre ida y vuelta, subir al Aubisque y subir el trozo de
Saulor hasta llegar aquí bajo esta lluvia y con este frío, se nos está haciendo
un poco cuesta arriba. Nos deciden unos ciclistas, chicarrones alemanes, que
llegan al local empapados igual que nosotros. ¿Continuar hasta el Aubisque? Ni
locos; creemos entender y nos lo confirman dándose la vuelta Saulor abajo. Eso;
y la lluvia, y el viento, y el frío, y el miedo a quedarnos fríos y estropear
el resto de las vacaciones. Decidido. Regresamos al Hotel, mañana será otro
día.
De la bajada que os voy a contar, agua y más agua. Frio y
más frio. Llegamos al hotel empapados y tiritando, le echamos un agua a la
bicis y las ponemos a secar como jamones, colgadas de sus ganchos, ya bajaremos
más tarde, después de una buena ducha de agua caliente, a ponerlas unas gotas
de aceite. Tras la ducha, todos hemos metido la ropa en un cesto y se la hemos bajado
a lavar al señor del hotel; una lavadora cinco euros.
Guantes y zapatillas cuelgan de perchas en la habitación,
cuan jamones a secar. La hemos llenado de papel de periódico y rezaremos para
que mañana estén secas. Probablemente, si no llueve, volveremos hacer el Saulor
y el Aubisque y quitarnos así en mal sabor de boca, pero no sé, son las siete
de la tarde y sigue lloviendo. Hoy creo que tenemos trucha para cenar, pero ya
os lo contaré mañana.
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