Hoy la etapa va ser un poco diferente a las anteriores,
saldremos Argelès Gazost por la vía verde de los Gaves que discurre por la
margen derecha de la Gave de Pau con bonitas vistas sobre el río hasta Lourdes.
Desde aquí nos dirigimos hacia Bagnéres de Bigorri en pleno valle de Campan,
superando antes el alto de Leucrup. Seguimos por el valle de Campan hacia la
población cabeza de comarca. El perfil comienza a picar hacia arriba hasta
llegar Sainte Marie de Campan, donde se supone que comienza el puerto que pretendemos
hollar; nada más y nada menos que el Tourmalet; “El Puerto”, hasta para los más
profanos en ciclismo.
Ya habíamos llegado a su cumbre en nuestro primer día en los
Pirineos, lo habíamos hecho por Luz-Saint-Sauveur, más largo y con más
desnivel, pero al que le falta la épica del otro lado, quizá auspiciada por encontrarse
a continuación del Col d'Aspin. Beber agua de su famosa fuente es un ritual
casi mágico para cualquier cicloturista que se precie, aunque creo que a mí no
me ayudo mucho. Comienza el puerto en ligero ascenso, que se mantiene más o
menos hasta la población de Gripp, a partir de aquí la cosa se pone seria, ya
no bajara del 8%.
Sigue esta tónica a lo largo de todo el valle, con ese 8%,
que casi nos parecerá un falso llano, mientas sufrimos largas rampas de mayor
porcentaje. La carretera sigue de forma rectilínea la solana del valle hasta la
población de Artigues, donde comienza a retorcerse en amplias curvas de fuertes
porcentajes. La pendiente, de forma artera y traicionera, se incrementa casi
imperceptiblemente, pero nuestras piernas lo notan; cada vez más torpes, cada
vez más lentas. Avanzo despacio, la carretera es ancha, de buen asfalto, lo que
incrementa mi sensación de no progresar. No hay descanso, paso bajo las
construcciones antiavalanchas. Pasan los metros, que no los kilómetros,
pedalada tras pedalada, interminables, dolorosas, perpetuas.
Desaparecen las sombras. Tras una curva, allá en lo alto,
parecen distinguirse algunas edificaciones, debe ser la estación de esquí de La
Mongie. Parece que queda poco, pero ¡ay iluso!, te quedan tres kilómetros con
un porcentaje del 13% y además con los obreros echando asfalto, caliente, pegajoso,
sofocante. La bicicleta se pega al asfalto, las cubiertas se rebozan de
galipote y gravilla que dificultan el avance. Sigo adelante con dolor, medio asfixiado
por los efluvios del asfalto. Ya en la estación, con la escusa de las fotos,
descanso un momento junto a un horrible monumento de pizarra.
Continúo con mi ritmo de supervivencia. Me alcanza un
ciclista, me adelantan como a cámara lenta, retorciéndose sobre la bicicleta, balanceándola
a uno y otro lado, desencajada la cara, goteando el sudor sobre el asfalto,
apenas avanza unos metros. Yo, gracias a mi desarrollo, subo relativamente cómodo,
eso sí, despacio, muy despacio. No puede más, echa pie a tierra, se convierte
en peatón. Lo adelanto, me mira incrédulo, sigo con mi ritmo de supervivencia,
molinillo arriba. Esto es duro, la media no debe bajar del 10%. Ya falta poco,
la carretera desaparece bajo la niebla, sobre el asfalto, se distinguen las
pintadas animando a los ídolos del ciclismo actual. Entre la bruma, en lo alto
de una trinchera, aparece difuminada una figura familiar, la última rampa, el
último esfuerzo, ya estoy arriba. Lo he conseguido; a mi aire, pero he conseguido
superar por segunda vez el Tourmalet, ya nadie me lo tendrá que contar.