De Bacares; a pesar de encontrarse a mil doscientos trece
metros, se sale subiendo. Da lo mismo para un lado que para otro, pero siempre
en subida. La ruta la habíamos planteado para subir al Calar Alto por la Tética
y el Alto de Velefique bajando por Las Menas, o quizás al revés, escogiendo
este último.
Recorrido en un principio reconocible puesto que lo
pedaleamos hace un par de años cuando hicimos la travesía entre Sorbas y
Caravaca de la Cruz, pero no por ello menos indigesto; salir con el desayuno a
medio asimilar, en frío y con porcentajes de escalofrío, no tiene que ser sano,
ha de sentar mal a la fuerza, noto las tostadas flotando, a punto de naufragar,
en las procelosas olas del café. Viene en mi auxilio la pista que nos lleva a
la fuente del Layón, lo que permite a mi estomago afianzarse y cumplir su
cometido con entereza. Comienza aquí la parte más divertida de nuestro
recorrido; primero por lo desdibujado del trazado, apenas insinuado entre la
maleza, a pesar de que el gps se empeña en señalar que ese es el lugar del
camino. Después, porque en algunos puntos era casi impracticable. Y vaya que si
lo era, una senda comprometida por su estrechura y la verticalidad de la ladera,
mezclada con algunos pinos insidiosos que dificultaban el avance.
Llegamos así a una fuente y abrevadero, creo que en el
barranco del Layón, junto al abandonado cortijo de Las Cabañicas; lugar idílico
por su umbría y aislamiento, incluso su abandono le da un aire placentero.
Recuperamos un camino más amplio que rodea, por el norte, el Pozo de la Nieve
en dirección a Las Menas; abandonándolo por otra senda que se dirige a cruzar
el Barranco de la Cañada del Ramal. Senda con vocación de montaña rusa,
pedregosa y estrecha, con el vértigo siempre presente por la empinada ladera.
Al otro lado del barranco; la desolación. Ruinas, ilusiones
rotas, esfuerzo, sudor, representan los restos de las minas abandonadas, con
sus costillares blancos que semejan esqueletos de animales prehistóricos. Se
suman la mala planificación; al no construir tres kilómetros de túnel para
travesar la Sierra de los Filabres y llevar el mineral al puerto de Almería, se
opto por un tendido de cables aéreos que llevaban el mineral hasta Serón y de
allí, por ferrocarril, hasta el embarcadero del Hornillo en Águilas, sistema
más lento y costoso, que junto al costo más bajo del material extraído en
excavaciones a cielo abierto, llevo a su cierre en 1968. Hoy se intentan
recuperar algunas de las edificaciones para su transformación en un centro de
ocio, hotel y camping.
Ahora la pista es ancha y de perfecto firme, pero también
monótona y aburrida, barrida por el vendaval que levanta turbonadas de arena
con escozor los ojos y rechinar los dientes. A veces, cuando subo por una de
estas pistas, anchas y bien niveladas, con fuertes rampas, tengo la sensación
de ser un rudimentario y lento artilugio mecánico al que esta apunto de
acabársele la cuerda. La fuerza ejercida; ora sobre un pedal, ora sobre el
otro, proporciona una renqueante oscilación a un lado y al otro, de tal manera
que consigue recargar el movimiento. Se diría que en ese balanceo, en ese lento
tambalearse a uno y otro lado está la esencia del movimiento, del avance,
proporcionando un nuevo impulso cuando parece que esta apunto de detenerse.
Las blancas cúpulas del sofisticado observatorio
hispano-alemán, se ven desde hace tiempo lejanas e ingrávidas. Densas nubes
comienzan a cubrir el firmamento, cada vez más negras, cada vez más bajas,
hasta posarse sobre la tierra. Las bóvedas albas de los telescopios juegan al
escondite, unas veces ausentes, otras lejanas. Pasado el collado del Conde el
camino está roto, se vuelve áspero y pino, de respiración jadeante, avanza en línea
recta hacia las desvanecidas cúpulas. Llueve, hace frío, el viento aúlla sobre
las peñas y zarandea los pinos, aparece de nuevo el observatorio desdibujado
por la niebla, cerca, casi al alcance de la mano. Hemos llegado, estamos a
2.168 metros.
Mariano Vicente, Calar Alto 16 de septiembre de 2014.
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