jueves, 24 de enero de 2019

Por el Levante Almeriense hasta Águilas



Mientras la mitad de España tirita bajo un espeso manto de nieve nosotros nos disponemos a disfrutar de nuestros cálido invierno y lo haremos con una ruta que abarca parte de la comarca del Levante almeriense y su linde con la Región de Murcia. Nos encontramos en la estación de ferrocarril de Pulpí, en la provincia de Almería, hemos llegado en el tren que comunica Murcia con Águilas y hace una temperatura muy agradable. La Aemet pronostica para hoy en la zona una mínima de 5 grados y la máxima se acercará a los 20, casi el paraíso para estar a 22 de enero. Pienso en estos momentos en mi amigo Carlos, allá por Cantabria o en Alberto en Soria, el frío que deben estar pasado. Pero bueno, ellos son unos chicarrones y están curtidos con las bajas temperaturas.



Pulí es un pueblo agrícola y una potente industria ligada a la misma, pero de escaso atractivo, por lo que sin más dilación atravesamos la vías y por el paso a nivel nos dirigimos hacia Cuevas de Almanzora. La carretera tiene demasiado tráfico para mi gusto por lo que empieza a gestarse una posible alternativa. Pero no hay mucho donde elegir, así que decidimos continuar hasta un par de kilómetros más allá de Los Lobos y desviarnos por una pequeña carretera-ya con mucho menos tráfico- y dirigirnos directamente hacia el mar. Dejaremos Cuevas de Almanzora para otra ocasión.

Nos separa de la costa la sierra de Almagrera, no muy alta, apenas superará los 300 metros y perfectamente definida por el sol de la mañana. La carretera va paralela a ella, a cierta distancia, hasta que nos desviamos hacia la población de La Mulería. Ahora vamos casi perpendiculares a ella, buscando su límite sur, junto a la rambla de Canalejas, que tras desaguar los campos de Almendricos, Pulpí y hasta el este de Huércal-Overa, baja hasta encontrarse con la sierra Almagrera que la obliga a desviarse hacia el sur buscando un mar que no encuentra, por cruzarse antes en su camino el río-rambla de Alamnzora.




En la zona se desato una verdadera fiebre minera tras el descubrimiento de una veta de plata en el barranco del Jaroso en plena sierra Almagrera. Proliferaron las minas y todo tipo de infraestructuras para la extracción y transformación de los minerales, principalmente plomo y plata. Desde la carretera vemos constantes vestigios de esta actividad. A la altura de las Herrerías, bajo las faldas de la Almagrera, nos llama poderosamente la atención una serie de construcciones semejantes a grandes barracones de color rojo y dos pisos que son los restos del poblado minero del Arteal. Conjunto industrial compuesto por el pozo y las instalaciones necesarias para el bombeo, un lavadero de flotación y los edificios destinados a lo obreros. Estuvo en funcionamiento desee 1894 hasta 1912 y posteriormente hasta 1945.

Tanto esta vertiente de la sierra como la que da al mar están cuajadas de viejas instalaciones en ruinas; poblados, túneles, embarcaderos -como el de Marina de la Torre-, o cargaderos -como Cala de las Conchas-, que recuerdan al visitante el esplendor de una actividad que propicio un fuerte desarrollo económico y demográfico del este de la provincia, aunque no a todos alcanzará por igual. Con la llegada del siglo XX la actividad minera e industrial de la plata y el plomo, entra en una profunda crisis que acarea el abandono y la despoblación de la zona. Será a finales del siglo XX y principios de este, cuando otra actividad, esta relacionada con el turismo y la construcción, den una nueva vitalidad a la zona.



Continuamos nuestro pedalear junto a la rambla hasta que se encuentra con el Almanzora, al que seguimos por su margen izquierdo hasta su desembocadura. Comenta Antonio entre chascarrillos, su paso por esta misma carretera, sembrada de guardias civiles, la noche de las famosas bombas americanas. Fue un incidente que se produjo en plena guerra fría, en concreto el 17 de enero de 1966 en el que dos aeronaves americanas, un avión cisterna y un bombardero B-52, colisionaron en pleno abastecimiento muriendo buena parte de los tripulantes y la caída de cuatro bombas termonucleares, tres en tierra y una en el mar. El secretismo de las autoridades franquistas y estadounidenses, la falta de estudios médicos y ambientales en la zona, o al menos su falta de publicación, ha propiciado todo tipo de especulaciones. Aun hoy día hay zonas valladas y restringidas para la agricultura o la construcción, sin que nadie de explicaciones. Solo nos queda para el recuerdo el célebre baño en la playa Quitapellejos, en Palomares, del entonces ministro de Información y Turismo Manuel Fraga acompañado del embajador estadounidense a los dos meses del accidente, con objeto de demostrar lo inocua de la zona y su nula radiactividad. Desde la playa, junto a la desembocadura del Almanzora, se ve la torre de Cristal o de Villaricos. Es una torre de vigía con forma de herradura construida bajo el reinado de Carlos III entre los años 1762 y 1772. Con una altura de 11 metros, se distribuye en dos plantas y culmina con un muro que cierra la terraza provisto de saeteras y troneras. Fue restaurada en los 90, y hoy desempeña la función de oficina de turismo. 



Es buena hora para tomarnos un descanso y lo hacemos en un local que nos recomiendan unos paisanos: El Tiburón, y no nos equivocamos. Reconfortados, con nuevos ánimos, continuamos nuestro pedaleo a lo largo de la costa. Por nuestra izquierda percibimos, diseminados aquí y allá a lo largo de la ladera, los restos de la antigua actividad minera. Por nuestra derecha un mar azul que se tiñe un poco de gris al desaparecer el sol en un cielo sucio de nubes. La costa, de un intenso color negro, entra y sale  en del mar en anárquica simbiosis. La carretera, una cinta negra sobre el negro suelo, discurre ondulada a escasos metros del mar. Casi sin darnos cuenta llegamos al Pozo del Esparto, lugar en el que tenemos previsto comer en un bar-restaurante de nombre La Frontera. Se haya el local junto al mar, solo lo separa un pequeño espacio al que con imaginación podemos llamar paseo marítimo. Desde la mesa, podemos ver el batir de las olas mientras comemos.



San Juan de terreros se encuentra a tiro de albarda. El trozo de costa que nos separa se esta convirtiendo en una urbanización continua. Se nota que se esta reactivando la construcción. Es algo que me resulta desagradable, lo siento como excesivo, pero que no voy a juzgar. Centramos nuestro interés en el castillo de San Juan de los Terreros que tenemos enfrente, buscamos la subida y nos encontramos con unas fuertes rampas que llegan a superar el 17 por ciento, o al menos eso marca el gps y a mí incluso me parece más y es que no hay nada como unas buenas rampas después de comer para bajar la comida. El castillo parece estar en  buenas condiciones, a pesar de algunos desperfectos del enlucido de la fachada marítima. Sobre la puerta de entrada una inscripción; en la parte superior “REIN CARLOS III” y en la inferior “AOD 1764”. Los piratas berberiscos debían de andar como Pedro por su casa por todo el litoral mediterráneo. Para defender la costa se construyeron toda una línea de torres de vigilancia de forma que cada una tuviera a la vista otras dos, algunas de ellas eran también defensivas y estaban artilladas. Estos ataques de los piratas causaban autentico terror en la costa propiciando la despoblación de buena parte de la misma. El principal objetivo de estas razias, a parte del oro y la plata, era la captura de los habitantes de la costa, especialmente mujeres, que eran vendidos como esclavos en las ciudades del Magreb. 

       

Pero continuemos con nuestro itinerario en dirección al limite provincial para entrar en la Región de Murcia, Águilas será ahora nuestro destino. Entramos en la localidad por la playa de poniente y nos dirigimos al castillo. Este, como el de Terreros es del siglo XVIII, aunque parce ser que sus orígenes se remontan a la época cartaginense. Hubo otro musulmán, que tras la expulsión de los árabes cayo en el abandono. Lo reedifico Carlos I -1530-, y Felipe II construyo la Torre de las Águilas y reforzó su seguridad. Carlos III amplio la fortaleza convirtiéndolo en uno de los más fortificados de la época. Por no dejar “abandonadas” las bicicletas desistimos de visitar el interior de la fortaleza, conformándonos con las magnificas vista que nos depara la posición. Por cierto a los pies del castillo se ha instalado un restaurante, que independientemente de su quehacer gastronómico, lo que no defraudará serán las vistas.



No dirigimos ya sin más dilación al embarcadero del Hornillo. Esta peculiar estructura fue construida por la Compañía Británica de Ferrocarriles del Sureste -GSSR- para dar salida por mar al mineral de hierro procedente de las Menas en la sierra de los Filabres. Inaugurado en 1903 cuenta con una longitud de 168 metros y una altura sobre el mar de unos 13. Disponía de varias vías para verter la carga y dos túneles bajo el deposito de mineral. Lo visitamos primero desde la playa, para después, subir por una estructura metálica de nueva construcción que ha modo de rampa nos sitúa sobre el antiguo puente metálico de 42 metros de longitud que libra la rambla de las Culebras y que nos lleva a un punto situado junto al deposito de mineral por encima del embarcadero. Desde él tenemos unas vistas magnificas tanto del embarcadero como de la playa y de la isla del Freile. Regresamos ya para la estación de ferrocarril, pero antes decidimos dar un último vistazo a la población bajo este cálido atardecer y que mejor lugar que la punta de la Cabeza de los Caballos, bajo esa roca que semeja un águila posada de espaldas al mar.



Mariano Vicente, 22 de enero de 2019.

P.D.: En el año 2009 el embarcadero del Hornillo fue declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento. Se suma así a otros que ya posee la localidad: Castillo de los Chuecos, Castillo de Tebar, Fortaleza de San Juan de las Águilas, la Torre de Cope y el Casino. 

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