Antonio tiene pánico a las subidas, terror a los caminos en mal estado y un miedo atávico a los senderos, aun así se atreve a embarcarse en este tipo de recorridos, porque la carretera tampoco le gusta en cuanto tiene un poco de tráfico, pero las utiliza como tabla de salvación. A la salida de Xativa, desde la fuente de los 25 caños empezamos una fuerte subida que en el camino de Bixquert se hace casi vertical hasta encontrarse con la N-340. En frente, el camino continua con otra que promete no desmerecer de la anterior, Antonio dice basta y sigue por carretera. Con esta decisión nos perdemos uno de los tramos más interesantes del camino; la garganta del río Albaida.
De Bellús a Guadasséquies retomamos el camino y Antonio vuelve a sentirse incomodo, mira una y otra vez el gps para terminar diciendo:
-No sé porque tenemos que dar toda esta vuelta cuando tenemos una carretera que nos lleva en línea recta hasta Alfarrasí
De Ontinyent salimos por camino, pero regresamos de nuevo a la carretera de Villena, de seguir por el camino terminaríamos en la senda del Alba que lleva al Pou Clar, zona de pozas en el lecho del río aptas para el baño, pero que te obligan a subir unas escaleras que conducen a un aparcamiento y a la carretera. Un poco más adelante se encuentra el Barranco de Tarongers, el camino sigue una profunda garganta que hay que abandonar por un pedregoso sendero que asciende en zig-zag hasta la carretera, obligando al “empuging” en este tramo, cosa que con la Super-Epic-Electrica de Antonio, a lo que hay que añadir el peso del equipaje, nos hace desistir casi sin pensarlo. Continuamos por la carretera, pero esto provoca que sean muchos kilómetros de asfalto y la jornada se hace algo monótona, ya nos hemos perdido dos tramos interesantes, el del río Albaida y este.
Y ya metidos en faena nos perdemos también el de Bocairent y su puente de Darrere de la Villa. Más asfalto, encajados entre vallas metálicas que impiden la huida, nos saltamos la salida hacia Banyeres de Mariola y Beneixama. Inmersos en esta demencial vorágine de tráfico y asfalto llagamos a Cañada y Villena. Parada para reponer azucares y buscamos la salida hacia el Vinalopo, río que intenta serlo sin conseguirlo, diluyéndose hacia un mar desconocido. Camino polvoriento en un paisaje estepario y feo, un oasis y en él una colonia agrícola; Santa Eulalia. Entre montes pelados con alguna mancha de pinar, aparece por sorpresa tras un altozano, equilibrista y altivo, el castillo de Sax. El pueblo se desparrama al otro lado de la ladera hasta acabar constreñido por el cauce seco del río. Nos alojamos, cenamos y salimos a pasear por el pueblo a la fría luz de las farolas, caminamos entre calles de casonas encaladas que ciñen escalonadas la ladera.
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