viernes, 17 de septiembre de 2010

Transmurciana, crónica del tramo entre la Unión y el Puerto de Mazarrón.

Aparece esta crónica traspapelada entre viejos legajos –no sé como ha podido llegar hasta aquí- . La rescato para mi propio conocimiento, pues ya la había olvidado, y el de todos aquellos que le pueda interesar.
Mariano Vicente, mediados de septiembre de 2010.

Transmurciana, crónica del tramo entre la Unión y el Puerto de Mazarrón.

Son las 8,45. Estación de FEVE en Cartagena a finales de Marzo. Sobre la mesa, dos tostadas con aceite y unos cafés humeantes. Los viajeros han decidido aprovechar el día para completar su periplo costero de la Transmurciana.


Esta mañana temprano han tomado en Murcia el regional, un pequeño tren color naranja, que los ha traído hasta Cartagena y, aquí están esperando para tomar otro que los lleve a la Unión.
Ya en el tren, el revisor viejo conocido del viajero y compañero de algunas rutas en bicicleta, les recomienda que mejor lleguen hasta el Llano del Beal y deshagan lo que hicieron en veranos anteriores, para retomar la ruta junto al Monte de las Cenizas, a los viajeros les parece bien y así lo hacen.


El día; magnifico, sin nubes. El sol calienta lo justo, muy diferente a la vez anterior, en pleno verano, cuando en estos mismos lugares ni los lagartos se atrevían a salir de sus escondrijos.
Con poco esfuerzo se sitúan junto al Monte de las Cenizas y lugar de obligada visita. Al final, para hacer más atractiva la mañana, bajan por la calzada romana; interesante si se viene sin alforjas, desaconsejable con ellas.

La colmatada bahía de Porman se abre ante sus ojos, brillante bajo el sol de la mañana. En el pueblo se pueden observar numerosos restos de las antiguas explotaciones mineras.
La carretera serpentea por la escarpada costa mediterránea, tan pronto sube como baja bordeando montículos de color oscuro moteados de flores amarillas y blancas. Abajo centellea el mar y en su superficie reverbera el sol dejando una superficie como de plata.


Continúan los viajeros su camino hacia el oeste entre ensenadas y cabos para entrar en el valle de Escombreras. Lugar de atractivo paisaje afeado por la basura -planta de residuos urbanos se le llama ahora- y las instalaciones industriales.
Algunas estructuras impresionan al viajero por su enormidad, se siente insignificante junto a ellas y no muy a gusto. Continúan entre camiones, que eso sí, no parecen tener demasiada prisa y respetan el sosegado andar de los viajeros.
El valle comunica con Cartagena por un túnel que ellos no usarán, saldrán del valle por un empinado y pedregoso camino.
La altura les permite contemplar lo andado y la ampliación del puerto de Escombreras, echa en aras de una mayor competitividad. Pero el viajero añora cuando rodeaba, en crucero o en regata, el islote de Escombreras. Eran otros tiempos; no sabe si mejores o peores, pero a él, más joven, le parecían más bonitos.

Pero aun les depara el camino hermosas vistas de la bahía de Cartagena y de la misma ciudad. El paisaje pleno de contraste; el sol bajo aun sobre el horizonte hace de la bahía una superficie brillante, plateada y clara, mientras la tierra permanece oscura, casi negra en la que solo las plantas prestan algo de color, especialmente los macizos de flores amarillas.
Ya en el puerto, cerca del submarino del insigne Peral, se refrescan convenientemente.


Continúan y salen de la ciudad por un camino “militar”, el de las Escarihuelas, definido a uno y otro lado por una hilera de piedras encaladas que le dan ese aire marcial.
Panorama de contrastes; aun lado, montes escarpados donde predomina el matorral; al otro, abandonados campos de labor en dulce pendiente, que el húmedo invierno ha transformado en verdes prados. Se llega a una carretera; a la izquierda, el Purtús, pionero acogedor del nudismo. A la derecha hacia la barriada de Rincón de Galifa, donde los viajeros deciden reponer fuerzas. Y han echo bien, pues les esperan subidas de fuerte pendiente.


Atravesar la sierra de los Barbastres les va a costar un duro esfuerzo. La subida es dura y constante, de piedra suelta, entre montes calvos y esqueléticos almendros.
A su espalda, los llanos del campo de Cartagena, salpicados por las viviendas de las numerosas poblaciones que se arremolinan al rededor de la ciudad portuaria. Más cómodo por el valle hasta Tallante, aunque más largo eso no significa tardar más. Y en el Rincón de Tallante, junto a la ermita, se enlaza con la que atraviesa la sierra.


Un último esfuerzo para superar, sobre firme de asfalto, el collado de la Cruz y se sitúan en la cabecera de la rambla del Cañar, se dejan caer por este sorprendente cauce, un verdadero oasis entre secarrales, para alcanzar la línea de costa, siempre vigilados por las alturas de Peñas Blancas, la cumbre más elevada de Cartagena -627 m, pared calcárea de un kilómetro de longitud que después de Leyva -Sierra Espuña- es la pared de mayor envergadura de la Región.
Llegar hasta el Puerto de Mazarrón ya es un mero trámite.

Murcia, primeros de abril del año 2010.

2 comentarios:

  1. Estas trabajando duro con este blog, te felicito.
    Ya tenía ganas de leer cosicas chulas de ciclismo de montaña sin trialeras ni enduro.

    Sigue así.

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