lunes, 20 de septiembre de 2010

Subida al Perdigón, Sierra de las Herrerías


Son las 8,25 y José Luís y Juan Manuel están esperando impacientes al otro lado de la verja. Lo tengo todo preparado y estaré listo en unos segundos, se han adelantado cinco minutos.

- Buenos días, ¿Qué clase de válvulas lleváis?

La tarde anterior al preparar la bicicleta compruebo con asombro como la rueda trasera esta totalmente desinflada. Desmonto y compruebo que la válvula se ha despegado de la cámara, pongo la de repuesto y confío en que mis compañeros de recorrido tengan cámaras suficientes.

-Me parece que llevamos una para los tres –contesta con sorna Juan Manuel.

El día, suave y luminoso, nos promete una agradable mañana de pedaleo, José Luís propone subir al Perdigón y a todos nos parece bien, esta vez subiremos por un camino que han arreglado recientemente, descartando la aproximación por la rambla de las Moreras pues trae mucha agua y esta intransitable, continuaremos por la carretera de Morata hasta el comienzo del camino. Un poste de madera con una tablilla en la que se puede leer: Sierra de las Herrerías, y debajo: Llanos de Ifre, nos muestra la dirección a seguir. Este camino esta más al sur, es más largo y con algo menos de pendiente que el que solemos utilizar y coincide en parte con el de bajada.


Juan Manuel, más fuerte que nosotros, marca el ritmo en la subida; le sigue José Luís, y yo como siempre, voy el último, les sigo con dificultad y solo recupero terreno cuando la pendiente se suaviza. El camino serpentea alrededor del Perdigón; primero por el este, para pasar al sur y al oeste. Continúa por el norte para volver al este y al sur siendo este tramo de duro hormigón en sus últimas rampas.

Arriba se percibe cada vez con más claridad la garita del Perdigón, el pasado año solo estaba la estructura de hormigón, ahora cuenta con paredes sin enlucir y ventanas de aluminio.

Abajo, al sureste, se distingue una vieja explotación minera. De oro, nos informa nuestra anfitriona, joven y encantadora guarda forestal que nos recibe con una amigable sonrisa, le pedimos que nos haga y se haga con nosotros una foto. Accede y con los móviles inmortalizamos el momento, nos ofrece agua, más fresca que la de nuestras mochilas, bebemos y charlamos un buen rato.


Se nos ha hecho tarde y el calor se deja sentir. La culpa la tiene José Luís, anoche llego al Puerto algo tarde y no comprobó la bicicleta, esta mañana la cadena en cada vuelta de pedal, producía un chirrido monocorde e irritante que nos estaba poniendo los nervios a flor de piel. Decidimos acercarnos a la gasolinera de Mazarrón y buscar algo para engrasarla, lo conseguimos con los restos del aceite de uno de esos tubos que se utilizan para la mezcla de las motos de dos tiempos.

Comenzamos la bajada acompañados por el sonido monótono de las cigarras y el rodar de las cubiertas sobre la grava del camino, de pronto, un grito extemporáneo seguido de un juramento nos detiene en seco. Juan Manuel se ha dejado el casco en la garita y tiene que regresar a por él. Nosotros, insolidarios, le esperaremos a la leve sombra de un joven pino.

Cuando regresa, comenzamos un vertiginoso descenso hacia los Llanos de Ifre, la carretera de Pastrana y a la N-332, nuestro destino: Los Cazadores, caserío situado en la confluencia con la carretera de Cañada de Gallego, su mayor interés corresponde al bar situado junto a la vía. Dejamos las bicicletas, nos despojamos de mochilas, cascos y demás artilugios, para sentamos en la terraza detrás de tres enormes, húmedas y frías jarras de cerveza. Pronto pedimos otras tres, esta vez acompañadas de ensalada murciana y tapicas de la tierra.


Repuestos, continuamos por la rambla y entre invernaderos alcanzamos la orilla del mar. Seguimos por la costa dejando a nuestra derecha recoletas calas de aguas transparentes que invitan al baño. La zona de la playas nudistas esta más concurrida, lo que obliga a sortear algo de tráfico en el sinuoso camino recalentado por el sol. Abajo, las transparentes aguas dejan ver las oscuras manchas de las rocas sumergidas en vivo contraste con el más claro de la arena. Al desplazar la vista hacia la lejanía, el mar va cambiando del verde al plateado hasta fundirse, ya en el horizonte, en una atmósfera de plomo solo rota por el vuelo de las gaviotas.


Atravesamos las mil veces vistas y siempre cambiantes erosiones eólicas de Bolnuevo, la desembocadura de la rambla de las Moreras y entramos en el Puerto de Mazarrón, fin de nuestro recorrido.

Puerto de Mazarrón, domingo 5 de septiembre de 2010.

P.D.: No se cuando se publicara esto, quedan estas líneas en una llave de memoria a disposición de mi sobrina, intermediaria voluntaria entre el blog y yo. Desde que comencé la rehabilitación de mi vivienda, allá por mes de mayo, estoy viviendo en otro lugar sin conexión a Internet. Espero que esto acabe pronto.

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