martes, 31 de agosto de 2010

Un domindo de agosto en el Puerto de Mazarrón

Tic, tic, tic... golpeaban rítmicas las gotas de sudor contra el cuadro. Provenían de la frente y se deslizaban hasta las cejas por el pañuelo que le cubría la cabeza bajo el casco. Allí como en una presa de troncos cruzados en desorden se  detenían unos instantes. Las más audaces, saltaban directamente hasta estrellarse contra el cuadro para descomponerse en cientos de diminutas partículas que acababan evaporándose al llegar al asfalto. Las más prudentes se deslizaban por el parpado para introducirse en el ojo, esto escocia al ciclista y le obligaba a cerrar momentáneamente los ojos. Después, con alguna lagrima de compañera, se deslizaban por la mejilla para desaparecer en el bosque que formaba la barba, terminando irremisiblemente cayendo hasta el cuadro al que golpea con su característico tic metálico para desaparecer en el caliente asfalto.

El ciclista pedalea cansino al ritmo de las chicharras bajo un sol implacable. Los lagartos se esconden con urgencia bajo las matas que pueblan los costados de la carretera. Diez, nueve…seis, cinco, cuatro. ¡Acho, que te vas a caer! Reacciona, se esfuerza por pedalear con ritmo, abre la boca para respirar y no puede. El aire caliente le seca la garganta y apenas consigue tragar. Persevera, sufre y continúa subiendo.

Todo empezó treinta kilómetros atrás, en el Puerto de Mazarrón a las nueve de la mañana. Alerta amarilla o naranja, no esta muy seguro, por altas temperaturas. La ruta, por Morata y Campo López “pica” hacia arriba ya desde la misma salida. Se endurece al pasar Morata con un puertecillo de cinco kilómetros y medio que el sol y la temperatura hacen duro.

Levanta el ciclista la cabeza y se sorprende de ver al fondo el valle del Guadalentín. Ha superado el puerto y no se ha dado cuenta que ha llegado al collado, seiscientos setenta metros tiene de altura. Comienza a bajar para inmediatamente continuar subiendo hacia Campo López. Vuelta a empezar, hasta los setecientos setenta y cinco metros. Entra la carretera en una apartada y solitaria zona, la sierra de Almenara, vigilados a nuestra derecha por el alto de la Carrasca y a nuestra izquierda por el Talayón.

La larga y tendida bajada hasta la N-332 reconforta y refresca al ciclista. Le permite contemplar el paisaje y reponerse de la larga subida, al fondo la línea azul del Mediterráneo. Los cazadores, buen refugio para hidratarse. Continuar hasta el Puerto de Mazarrón ya es un mero tramite, la única dificultad, superar el túnel de la sierra de las Moreras. Cerca de noventa kilómetros de carreteras solitarias y paisajes genuinos, habitad de la amenazada tortuga mora y el búho real.

Mariano Vicente, mientras se hidrata convenientemente en el bar Vivancos, Puerto de Mazarrón. Domingo, 28 de agosto de 2010.

2 comentarios:

  1. Esas sensaciones son desgarradoras cuando se sufren en primera persona pero cuando se agarra la jarrita de cerveza se esfuma como el humo de un cigarrillo.

    Me has obligado a encender mi aparato de aire acondicionado, casi me pongo a sudar de forma espontánea.

    Un saludo Magister.

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  2. La verdad es que hizo mucho calor, y no había casi brisa...salí tarde y eso agravo la situación. Pero bueno en la bici se sufre se disfruta a un tienpo.

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