domingo, 2 de abril de 2017

Camino Santiaguista de Caravaca: De lo acontecido el primer día



Faltan diez minutos para que el tren inicie la marcha desde la estación del Carmen. Lo hace con puntualidad ferroviaria y eso está muy bien porque tengo que enlazar con otro en Alicante. Este segundo tren tiene una ventaja, lleva un departamento especial para las bicicletas lo que te da algo de tranquilidad al no tener que estar constantemente pendiente de ella. Es un pequeño departamento que conforma el pasillo del coche central, está provisto de tres ganchos para colgar las bicicletas por la rueda delantera, la trasera se encaja en unas chapas en forma de "u" que impide que se desplacen y están provistas con una cerradura y candado que funciona con monedas como las taquillas de los supermercados. Otra de las ventajas es que dispone de maquinas de bebidas, lastima que solo contengan refrescos, me hubiera gustado algo más fuerte porque he comprado en el "Bar de Pepe el de los Jamones" un completo. Los bocadillos de este local, como su nombre indica, son de jamón con un chorrito de aceite, solo que al completo se le añade también tocino y es que en está época del año en la Mancha hace mucho frío y de alguna forma hay que combatirlo. Lo comeré antes de Manzanares disponiendo así de más tiempo a la llegada para visitar el pueblo.



El monótono rodar del tren induce a la melancolía, los recuerdos se agolpan en mi mente, van y vienen sin orden ni concierto hasta confundir pasado y realidad. Sobresaltado abro los ojos mientras la planicie se desliza por las ventanillas. Fuera debe de hacer frío, un manto gris lo cubre todo uniformando el paisaje. Es lo malo de tener días libres en está época del año, desistí de hacer el recorrido a primeros de febrero por las bajas temperaturas, pero ahora a últimos de marzo la situación es más o menos la misma, solo que los días son algo más largos. Desde mi asiento contemplo lo que pudiera haber sido la típica pareja manchega y del resto de las zonas rurales españolas de los años 60. Él boina calada hasta las cejas, pelliza negra y pantalón de pana que en algún tiempo fue también negro pero ahora es de un color indefinido; ella envuelta en media docena de suéter que una toquilla cubre pudorosa, las medias, opacas y gruesas, recogidas bajo la rodilla, en los pies unos botines en los que el borreguillo asoma por el borde, las manos cruzadas sobre el regazo y la mirada indiferente, algo muy alejado de los sofisticados diseños del modisto Manuel Piña en su museo de Manzanares. Un poco más atrás un chico escucha música, con los auriculares a tal volumen, que desde mi asiento puedo escucharlos perfectamente, creo que será un firme candidato al audífono, otra chica se ha situado junto a mi bicicleta y lleva más de dos horas hablando sin parar, los auriculares puestos y el móvil frente al rostro. Habla de amores y desamores, con aquél chico y con no sé cuantos otros, la pobre debe estar en un sin vivir con tanto ajetreo. Pasado Socuellamos sigo con el plan y doy cuenta del bocadillo, eso si, solo con el agua del bidón, no me gustan los refrescos, que le voy a hacer.



Aun no he contado que pinto yo en un tren con dirección a Manzanares. Todo empezó con un artículo sobre las Ordenes Militares, al contemplar en el mapa su ámbito de influencia comprobé como la de Santiago se extendía desde Murcia hasta los confines de la provincia de Ciudad Real donde era sustituida por la de Calatrava, si a eso le unimos que tenía unos días libres y que en Caravaca es Año Jubilar obtenemos la "tormenta perfecta". Si añadimos la facilidad para llegar allí en tren desde Murcia y gratis, -soy ferroviario-, que más se puede pedir..., quizá unos días de buen tiempo..., concretando que me voy por las ramas, el objetivo en este viaje es peregrinar a Caravaca de la Cruz a través de los territorios de las Ordenes Militares de Calatrava y Santiago que en el siglo XII dominaban el territorio fronterizo conquistado a los moros en una franja que con clara orientación sureste que iba desde Toledo hasta el reino de Murcia.



Faltan unos minutos para la una y media cuando el tren se detiene en la estación de Manzanares. Bajo y sujeto el equipaje, pongo en marcha el gps y trato de orientarme hacia el centro del pueblo. Por la avenida de la estación puede ser una buena forma de hacerlo. Llego a la plaza de la Constitución y al Ayuntamiento de llamativa fachada bermeja, en frente, se encuentra la Iglesia de la Asunción, un enorme edificio de un solo cuerpo y fachada plateresca en el que pretendo sellar la credencial sin conseguirlo por estar cerrada, algo que logro en el Ayuntamiento. Continuo callejeando entre antiguas casas blasonadas, la mayoría de dos alturas con balcones de filigrana y grandes portones de gruesa madera, para finalizar el recorrido en la Plaza de San Blas, donde se encuentra el Castillo de Manzanares. Es una fortaleza del siglo XIII con una maciza torre del homenaje y una hospedería, el sitio ideal para tomar un café antes de lanzarme a recorrer la inclemente llanura. De personal amable me invitan a visitar el local y hacer cuantas fotos me vengan en gana, cosa que hago con gusto y hasta me sellan la credencial: Castillo de Pilas Bonas. El pueblo se fue edificando a su alrededor; situado en estrategia confluencia entre los caminos de Andalucía y Castilla por donde pasaban importantes calzadas romanas o grandes cañadas reales como la Soriana. Este castillo pertenecía a la Orden de Calatrava, que se fundo tras una curiosa historia. A la muerte Alfonso VII le sucede en el trono Sancho III; mientras, la frontera con el Islam vive una situación critica y los caballeros del Temple que defienden la fortaleza de Calatrava consideran la situación insostenible, por lo que la devuelven al rey. El abad Raimundo de Fitero ve la oportunidad y da un paso al frente, acepta la oferta del rey Sancho III para hacerse cargo de Calatrava. Junto a Frey Diego Velázquez, viejo soldado, y otros monjes y mercenarios se instalan en Calatrava terminando por organizarse como Orden Religiosa del Cister. Muere el abad convertido en santo e insigne estratega en 1163 por lo que el rey concede a la Orden amplios territorios. Un año después la Orden queda convertida en milicia bajo Bula del Papa Alejandro III. 



Nosotros, para dirigirnos a nuestro destino, vamos a utilizar uno de los caminos más antiguos de la península, el que usaban los caballeros para unir los bastiones principales de las órdenes militares de Calatrava y Santiago. Desde Mazanares, en la planicie manchega, nos encaminamos en dirección sureste por los Campos de Montiel a Villanueva de los Infantes para continuar hacia la noble villa de Alcaraz. Entraremos en la sierra a la que da nombre para atravesarla por Bogarra y Ayna hasta Elche de la Sierra. Nos introduciremos por el noroeste murciano hasta alcanzar nuestro objetivo, que no es otro que la villa de Caravaca de la Cruz, inmersa en pleno Año Jubilar, ganando de paso algunas indulgencias que buena falta nos hacen, pues desde el 9 de enero de 1998, la Santa Sede concedió a Caravaca la celebración cada siete años y a perpetuidad de un Año Jubilar. 



San Carlos del Valle es una iglesia; la del Cristo y su imagen milagrera. Descomunal en la llanura, las cuatro cúpulas de sus torres refulgen doradas al sol a pesar de su negra pizarra. Nunca he entendido muy bien, ni siquiera por las afluencias devotas, como surgen en estos pequeños pueblos manchegos sus impresionantes iglesias. La portada está formada por un arco en cuyo interior hay una imagen de Santiago Matamoros, que por algo era el Patrón de la Orden. En la fachada oeste otro arco presidido por una imagen de Cristo crucificado acompañado de dos ladrones. La Plaza Mayor no es más que el atrio de la Iglesia; desmesurada, bella y extraña a un tiempo, decenas de columnas toscanas sostienen dos pisos de galerías corridas de madera que forman un rectángulo casi perfecto en el que la luz se refleja en sus cientos de cristales induciendo en mi la misma sensación de irrealidad que cuando la vi por primera vez. Sello la credencial en el contiguo ayuntamiento y continuo pedaleando en dirección a Villanueva por tendidos campos de cereal donde las encinas ponen el contrapunto a la uniformidad del terreno. Campos que traen recuerdos de otras rutas, de otros momentos. Más de diez años hace ya, fue en el año del centenario de la publicación del Quijote, realicé este tramo en sentido inverso hasta acabar en la Solana. Viaje alforjero por caminos de tierra, de frío y viento, mucho viento, que por algo la Mancha es famosa por sus molinos. [1]



Desde San Carlos estamos ya en tierras de la Orden de Santiago, existen sospechas de que su existencia es anterior al año de su confirmación en 1175 por la Bula del Papa Alejandro III. Algunos la suponen luchando junto a Ramiro I en la batalla de Clavijo, donde gracias a la ayuda del Apóstol los cristianos derrotan a los moros, e incluso que en el año 1030 tenía Maestre y Comendador en el reinado de Fernando I de Castilla. Pero lo más probable es que surja en 1170 bajo el reinado de Fernando II de León. Entre sus funciones estaba el defender las fronteras de la cristiandad, proteger a los peregrinos y procurarles hospitalidad, esto les hizo adherirse a la regla de San Agustín. Sus principales centros estaban situados en las provincias de Albacete, Cuenca y Cáceres. Villanueva aparece casi por sorpresa. Al principio solo es una iglesia maciza y oscura recortándose en el horizonte, después, poco a poco, el caserío se dibuja a su alrededor. Ciudad santiaguista, enclave barroco y renacentista, en sus calles se respira historia y cultura. Casonas, palacios, escudos nobiliarios. Su Plaza Mayor, de amplias balaustradas de madera y arcos de medio punto, la iglesia de San Andrés, el Ayuntamiento. Calles de sabor añejo, de caserones como la Casa-Cuartel de los Caballeros De Santiago, o la de Don Diego de Miranda, la del Caballero del Verde Gabán en la que Cervantes da cobijo a Don Quijote. Calles con sabor a cultura, por las que anduvo Quevedo enseñando poética, viniendo a morir en el convento de Santo Domingo. Sellar la credencial en la iglesia de San Andrés me cuesta una misa que doy por bien empleada en mi preparación para ganar el jubileo. El párroco, hombre cordial y nuevo en la iglesia, pues solo lleva en ella seis meses y no es el titular, no tiene muy claro dónde está el sello aunque cree que está en el camerino de la Virgen y tiene miedo de “romper” la puerta de entrada atascada entre gruesos muros de piedra, algo que conseguimos con la ayudad de un feligrés. Tras el sellado hablamos largo rato del Mundo, la sociedad, las costumbres y las tradiciones, pero se hacía tarde y debía cenar y regresar a mi alojamiento. A la tarde, cuando llegué, busqué donde pernoctar y reponer las fuerzas perdidas. Para lo primero encuentro un local que parece reunir las condiciones que pido, y no me equivoco es el hostal La Gavilla, uno de sus propietarios es también ciclista. Para el segundo deambulo un poco por las calles, pregunto a algún paisano y sin mucho convencimiento acabo otra vez en el hostal y nada de platos típicos manchegos; macarrones y chuletas de cerdo. 



Me recriminaba una amiga, profesora de literatura en Lorca, que a mis crónicas les faltaba "calor humano", "intimar con otros viajeros o peregrinos" ¡como si eso fuera tan fácil! Uno se monta en la bicicleta y se aísla en su pequeño mundo, circula por carreteras o caminos apartados, muchas veces por entornos deshabitados y cuando llegas a un pueblo, es difícil comunicarse con los demás que están a otras cosas. Normalmente tampoco tienes demasiado tiempo, preguntas para obtener alguna información, te detienes en algún bar, pronuncias palabras amables en respuesta al fingido interés del camarero por el viaje que estas realizando y poco más, en especial en los pequeños pueblos en los que no ves a casi nadie, menos si es pleno invierno o entre semana, ¡no se planta el personal en mitad de la calle a charlar contigo así como así! Al finalizar la jornada, llegas cansado, buscas un local para dormir, si es un hotel o similar, ahí se acaba toda comunicación con los demás. En un albergue, cuando hay otros viajeros o peregrinos en tus mismas circunstancias, tienes algo más de margen, pero tampoco es seguro que lo consigas. A la hora de cenar puedes tener alguna oportunidad, pero lo más probable es que cenes solo. En las mesas de alrededor, personas como tu, solas también, pero con las que no tienes ningún nexo en común salvo la soledad y con las que es muy improbable que establezcas una conversación que os interese a ambos. 

[1] Ruta de Don Quijote (http://www.bicimur.murcia-region.com/espanaenbicicleta/donquijote/index.htm)
algunas fotos... (https://flic.kr/s/aHskS4qENn)
Libro de bitacora: 27-03-2017
Temperatura: 13 º
Nubosidad: Cubierto, amenaza tormenta
Viento: Fuerte del suroeste
Distancia: 55,48 km
Desnivel+: 337 mts.
Desnivel -: 122 mts.

track: https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=17048006

Mariano Vicente de Haro, 27 de marzo de 2017
 

4 comentarios:

  1. Tutearme puedes, Mariano. Enhorabuena, te seguiré en el preciso relato tan bien escrito. Y quizás dentro de poco tu recorrido, también en solitario. Me temo. Paco Marzal

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  2. Mucho ánimo Mariano, que yo te vigilaré los caudales, Antonio

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  3. Buen relato hermano, se agradece los datos históricos para centrarnos en el lugar y el porque de sus monumentos, estoy de acuerdo contigo que es difícil intimar con esas circunstancias adversas, nos quedamos con la gana de algunos datos de tu conversación con el pater seguro interesante.....esperamos el siguiente capitulo.

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  4. Bien trabajada la crónica en todos los sentidos, estructurada, documentada, narrada...
    Como alforjero (últimamente minimalista, cepillo, tarjeta y cargadores, poco más), coincido que es difícil ver a alguien con quién charlar y que los días son contrarreloj, vuelan las horas, es una ocupación constante, de logística, planos, mecánica, fotos, crónicas, alimentación...
    En mi caso la cena es mi momento para organizar la tertulia con todo lo que se mueve por allí dentro...

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