Debía ser verano. Media mañana, como maestro de ceremonias: Bienvenido, el más joven de mis tíos.
No sé como ni cuando llego, pero ahí estaba; preciosa con su color gris azulado, esperándome. ¿Qué sentí al verla? No lo sé. Casi todo el mundo lo tiene claro, pues yo no, no sé lo que sentí. Supongo que una mezcla de sentimientos superpuestos entre los que destacaba el nerviosismo. Solo recuerdo que estaba ahí, apoyada sobre la pared del pasillo, con mi padre y mi tío mirándome mientras se rían, debía presentar un aspecto bastante gracioso.
Ahora con la perspectiva que dan los años uno comprende que fui un chiquillo afortunado. A principios de la década de los sesenta, tener una bicicleta de “niño” no era habitual, mis amigos usaban, cuando podían y les dejaban, las de sus padres o hermanos mayores. Pedaleábamos introduciendo la pierna a través del cuadro hasta el pedal derecho, sujetando el manillar por encima de nuestras cabezas y apoyando la axila en la barra superior del cuadro. Afortunado el que tuviera frenos, los demás; introducían, como podían su pie junto a la rueda, para aplicar a fondo la suela contra la cubierta hasta parar la bicicleta, y os puedo asegurar que detener aquellos mastodontes de más de veinte kilos para niños de nuestra edad, no era nada fácil. Mi bici, si era una bicicleta de mi tamaño, y que bonita era.
Aquella mañana, mi tío, decidió, como se hacían entonces estas cosas, que debía aprender a montar en bicicleta. Y nada de ruedecillas auxiliares o tiempo para hacerte a la idea, no; si hay que aprender a montar, pues nada uno se sube a la bici y a pedalear.
Mi tío sujeto la bici y me invito a subir. No las tenía todas conmigo, yo venía del triciclo que era mucho más estable. Mi tío caminaba a mi lado sujetando la bici por el sillín.
- Ves que fácil es, si esto funciona solo, así, ves que bien…
Yo, inocente, pedaleaba alegremente, confiado en la seguridad de que mi tío no me dejaría caer. De pronto todo se viene abajo; mi tío no contesta a mis preguntas, tampoco le oía correr junto a mí. Una idea se abre paso en mi cabeza: estaba solo. El terror me atenaza el cuerpo, sigo pedaleando como un autómata y cada vez me alejo más.
Mi cabeza decía que tenía que volver, pero el cuerpo se negaba. Los brazos, rígidos por el miedo, eran incapaces de moverse. El cuerpo, tieso, formaba un todo con el cuello y la cabeza, lo único que lograba moverse eran las piernas, y lo hacían de forma autónoma inconscientes de pertenecer al resto del cuerpo. Y de mi tío, ni rastro.
Tenia que hacer algo, pasado el campamento, la carretera bajaba hacía la rambla y si algo tenia claro es que yo no iba a bajar. Logro mover el manillar, con tanta brusquedad que doy con mis tiernas carnes en el asfalto. No recuerdo si lloré, probablemente lo hice, pero el problema era como volver.
¿Dejar allí tirada la bicicleta y regresar andando? Imposible, era mi bici y por nada del mundo la dejaría allí. La siguiente posibilidad y la más sensata era volver andando llevando la bici de la mano. Sí, sería lo que haría; levantar la bicicleta del suelo, cogerla por el manillar y regresar con ella andando.
Una vez levantada y cogida por el manillar, sucedió algo que aun no he comprendido, supongo que un chiquillo de esa edad no piensa las cosas antes de hacerlas. Pensado y hecho, me subo a la bici y empiezo a pedalear como un poseso, a toda velocidad hacia mi tío, que seguía allí, en medio de la carretera. Al llegar intento atropellarlo con rabia, cosa que evita a duras penas, me hecho a llorar y escucho estas palabras:
- Ves como no era tan difícil, ya sabes montar en bicicleta.
Palabras que actuaron como un bálsamo, ya no recuerdo si hubo alguna explicación de cómo girar o como hacer esto o lo otro, lo único que tenia claro es que ya sabía montar en bici.
Mariano Vicente, enero de 2011.
CREO QUE TODOS HEMOS TENIDO ESA SENSACION CUANDO ESE FAMILAR NOS SOLTO O CUANDO RECIBIMOS ESA PRIMERA BICI NUEVA.
ResponderEliminarGRACIAS POR COMPARTIR ESTE RELATO.
Mi primer paseo a pelo fue en el patio de un cuartel, donde sino... pero con bici de mayor, yo nunca tuve bici de niño, siempre fuí heredando de mis primos, hasta que me hice una chispa grande.
ResponderEliminarEste blog es ameno y está muy vivo, sigue así Mariano, da gusto pasar por aquí de vez en cuando y ver que hay lectura fresca y chula.
Chemaaaaaaa, un abrazo campeón !!!!!!!
Hola Chema; creo que tienes razón, la gente de mi generación, y creo que las adyacentes, hemos vivido experiencias similares. Eran otros tiempos, pero comunes a todos y por lo tanto las vivencias se parecen mucho unas a otras, pero al fin y al cabo eso significa que hemos vivido y espero poder seguir haciéndolo.
ResponderEliminarLuis; comienzos similares aunque no compartimos generación. Ya menciono arriba que fui un chiquillo afortunado, ser el primer nieto de las dos familias no solo iban a ser responsabilidades, alguna ventaja tenia que tener. En eso de ser afortunado, recuerdo un caballo de esos de cartón, con ruedas, que creo que era el único del pueblo, o al menos de mi zona, al final era yo el que menos montaba pues mis amigos se daban tortas por estar encima.
Si tengo tiempo voy a mirar entre las fotos de mi madre por si hay alguna interesante.