miércoles, 26 de noviembre de 2014

Fortalezas de Cartagena



 
Introducción

Desde siempre; Cartagena ha estado ligada a su situación geográfica; estratégica en el mediterráneo, circunstancia que llevo durante siglos a la fortificación de la ciudad. De los cartagineses nos quedan algunos restos de muralla, únicos que quedan en Europa. Los romanos también dejaron su impronta, al igual que los árabes, pero sería en el siglo XVIII cuando Felipe V decide crear los departamentos marítimos de Cádiz, El Ferrol y Cartagena que dará a la Ciudad su configuración actual. Según María Pelñalver, doctora de la UPTC, en su tesis  'Génesis y materialización de la dársena del puerto de Cartagena a lo largo del siglo XVIII”, manifiesta que la construcción de la dársena significo “un reto sin precedentes para las técnicas de construcción portuaria y el conocimiento científico del momento”.

El ingeniero militar Antonio Montaigut de la Perille será el encargado de iniciar el proyecto. Posteriormente Esteban Parnón, proyecto los sistemas defensivos de bocana con nueve baterías; San Fulgencio, Punta de la Podadera, Fuerte de Navidad, Espalmador, San Leandro, San Isidoro y Santa Florentina, Fuerte de Santa Ana, y Trincabotijas.

En 1765 el Conde de Aranda como Capitán General de los reinos de Valencia y Murcia consideró insuficientes las defensas de la ciudad, por lo que propuso a Carlos III su ampliación, de la que se encargaría el brigadier e ingeniero militar Pedro Martín Zermeño y su sustituto Francisco Llobet. Desde 1755 hasta final de siglo se construyeron: La Muralla; castillos de los Moros, de la Atalaya y Galeras; Hospital Real de Marina; Parque de Artillería de la Maestranza y el Cuartel de Antiguones, potenciándose las baterías de bocana.

A principio del siglo XX las baterías de costa de Cartagena se habían quedado desfasadas ante los modernos acorazados, por lo que se puso en marcha el Plan de Defensa de Costas de 1912 que llevo a cabo la II Republica, artillando de nuevo las existentes y construyendo otras nuevas, Monte Roldan, Atalaya, Sierra Gorda, Aguilones y Cabo del Agua con nuevas piezas Vickers de 38.1 cms. 15.24 cms y 10.5 cms, estos últimos antiaéreos, con un alcance de 35.000, 21.000 metros respectivamente y un techo de 7.000 para los antiaéreos.





Crónica

Una niebla blanquecina, casi transparente, invade las cumbres cuando “desembarcamos” en el puerto de Cartagena. Buena temperatura para estar en el último tercio del mes de noviembre y alta humedad. Comenzamos nuestra ruta bajo el Castillo de los Moros, a las puertas del barrio de Santa Lucia. Pasamos junto al mural que dio comienzo a nuestro CaminoMurciano del Sureste, que a principios del 2007 nos llevo a Compostela y nos introducimos entre los cabezos de Gallufa y San Pedro buscando la subida al Castillo de San Julián. 



Los músculos están fríos; duelen, apenas rinden, pedalada tras pedalada, vamos ganando terreno y altura comenzando a vislumbrar, entre la bruma, la bahía de Cartagena. Se empina aún más el camino que se retuerce en busca de la cumbre. Por fin hemos llegado, solo estamos a 294 metros, pero las vistas de las que disfrutamos son magnificas, a pesar de la ligera niebla que difumina y envuelve el paisaje convirtiéndolo en algo vaporoso e ingrávido. Solo lo más cercano; las puntas de San Antonio, Santa Ana y Trincabotijas, a nuestros pies, se distinguen con claridad; Escombreras y Los Aguilones se diluyen en el horizonte. Al otro lado de la bahía; la punta del Aire y el fuerte de Navidad aún se distinguen; Galeras es solo una mancha gris que oscurece el albo firmamento.



Desandamos lo andado para descender hacia la fortificación de Trincabotijas por un viejo y empedrado camino. Cala Cortina viene a continuación, subimos por una escalera y pasamos junto a las antiguas defensas de Santa Ana, San Isidro y Santa Florentina. Cerca del muelle de San Pedro; la batería de San Leandro. Bordeamos el puerto pasando junto a la Muralla, bajo el castillo de la Concepción, hasta el Arsenal, para dirigirnos por el cauce de la rambla de Benipila al fuerte de Navidad. 



Desde aquí arriba, se ven gentes por los caminos, andando unos detrás de otros como fila de hormigas. Se ven gentes como puntitos, que curiosos, rodean el pequeño faro de Navidad; cuerpo blanco y linterna roja. Se ven estelas de lanchas de un crucero enorme, haciendo maniobras. Se ven barcos de guerra, tristes, que no han luchado en batalla alguna amarrados en el Arsenal. Se ven submarinos; flotando unos, en dique seco otros. Se ven… 


   
Bajamos por escalones rotos hasta un camino antiguo pero en buen estado. Subimos a Galeras. Está cerrado. La hiedra reviste sus muros umbríos, neoclásicos, que fueron prisión y semáforo. Último reducto defensivo de la plaza, en él se proclamó la Revolución Cantonal de 1876. Una estela mercante divide en dos la lámina plateada de este mar lácteo que se confunde con un horizonte igualmente lechoso.



Barrio de la Concepción, entre sus calles un muro casi infranqueable: la subida a las Atalayas. Cumbre y castillo a una cuota de 242 metros alcanzable en tan solo 1.325. Porcentajes escalofriantes en un camino cementado. Las piernas por un lado, la cabeza por otro. Pasan segundos eternos; metros interminables; sin horizonte, angustiosos, hasta que la mente lo acepta, poco a poco, como algo necesario, inevitable. Entonces todo parece más fácil, el pedaleo se acompasa, dejan de doler músculos y articulaciones y los metros avanzan parsimoniosos uno detrás de otro. Casi al final, en un recodo, miro a tras y solo me sigue Antonio que va andando empujando la bicicleta, a los demás no los veo. Por fin estoy arriba; llega Antonio. Rodeamos esta obra de estilo neoclásico del ingeniero militar Pedro Martín Zermeño, construida con el objetivo militar de burlársela al posible enemigo y que desde ella pudiera bombardear la ciudad y cubrir los posibles desembarcos en las Algamecas. Comenzamos a bajar; David esta en el mirador, seguimos juntos, los frenos sufren, ya abajo alcanzamos a Ángel y José Luis; no han subido.



Vuelta bajo el castillo de los Moros, que nada tiene que ver con ellos; es del XVIII, también neoclásico como los anteriores y comunicaba con la ciudad por un camino cubierto. A sus pies un antiguo restaurante, muy conocido en la ciudad, en el que reponemos fuerzas; almejas, mejillones y fritada de pescado, arroz con leche, café y unos chupitos de orujo para ayudar a la digestión.



Mariano Vicente, noviembre de 2014   

algunas fotos               el track  

lunes, 24 de noviembre de 2014

Canal del Taibilla. Recorrido completo del ramal principal



El track se ajusta, donde ello ha sido posible, con bastante fidelidad al trazado del canal, con algunas salvedades:
- El canal se adapta a la difícil orografía del terreno; para salvarlo, utiliza numerosos túneles y viaductos, que nosotros solventaremos de la mejor forma posible.
- Siempre que ha sido posible se ha utilizado el propio camino de servicio, con la salvedad de unos kilómetros antes de Casas Nuevas, que por error, el track se va hacia la izquierda cuando debería hacerlo hacia la derecha por el GR-252.
- Entre Cehegín y Bullas se ha utilizado la Vía Verde del Noroeste. Recorrido totalmente ciclable sin demasiadas dificultades, salvo las propias de la orografía. El camino de servicio presenta en numerosos tramos un piso bastante incomodo con piedra suelta y en algunos puntos como las sierras de la Muela y Espuña, fuertes pendientes. 

Hay suficientes poblaciones a lo largo del recorrido. El tramo más solitario se presenta entre Socovos y Moratalla –Sierra de la Muela y Los Cerezos-. 

Cualquier tipo de bicicleta puede ser apta para realizar el recorrido, con la excepción de las puras de carretera. Muy recomendable la utilización de bicicleta de montaña.
- Dos bicicletas se han utilizado en el recorrido; una vieja compañera del viajero, la Cannondale F 500 con suspensión delantera (Fatty) y alforjas, los dos primeros días. Cannondale Russ de doble suspensión para las jornadas 3 y 4. 

En este recorrido realizado en cuatro días se ha pernoctado el primer día en Letur (Hostal Rural Letur 687 70 57 13), y las otras dos noches en su domicilio. Para lo que se utilizo autobuses (Líneas Costa Cálida Teléfono: 968 298 927) entre Cehegín, Murcia y viceversa para el segundo día. El tercer día el ferrocarril de cercanías entre Totana y Murcia. Tanto autobuses como cercanías tienen una frecuencia aproximada de uno cada hora, entre la 7 y las 22 horas.

martes, 18 de noviembre de 2014

El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Cuarto día de viaje: Totana-Cartagena





En la calle hacía algo de fresco, pero en el tren se está muy bien. Durante el trayecto duda el viajero que será lo más conveniente, desayunar en Totana o hacerlo en El Paretón -pequeña población a 17 kilómetros de Totana y en la que conoce un par de establecimientos-. Se le eriza el vello al bajarse al andén, no hace frío pero la diferencia con el tren se nota, de todas maneras se le pasa nada más comenzar a pedalear. Desde la ventanilla ha visto a su compañero junto a las vías; las cruza para continuar a su lado, entre lechugas, brocoli y algún olivo, hasta el Guadalentín. Aquí al viajero no le queda más remedio que buscarse la vida, pues su compañero vuela entubado sobre él, lo hace por el propio cauce hasta una carreterilla que se encuentra a un centenar de metros a su derecha. Continua por ella, va paralela al canal guardando la distancia. A ratos lo ve y otros desaparece, pero él sabe que está ahí.



Hasta El Paretón sigue la carreterilla ahora convertida en vereda de ganados, la que une Lorca y Cartagena. Nada más entrar en la población se dirige al bar; bocadillo de tortilla de patatas y magra con tomate desayuna el viajero, cerveza y café, quizá no se lo más adecuado pero a él le gusta. Repuesto busca la calle de la Fragua que lo llevará al cementerio y a la que quizá, algún día, llegue a ser la Vía Verde del Campo de Cartagena. 



De pronto se lo encuentra; ahí está, olvidado y abandonado, con las entrañas pudriéndose al sol. Mudo testigo de la desidia de un pueblo -el español-, cafre y analfabeto. Ciudadanos y políticos -dignos representantes de su pueblo-, dejan perderse elementos insustituibles de nuestra cultura, de nuestras tradiciones. Pero él aún se mantiene en pie, orgulloso de su pasado; digno a pesar de haber perdido la techumbre y que las aspas yazcan desmanteladas a sus pies. Su otrora potente maquinaria, que molió el trigo para calmar el hambre de tantos hombres, se pudre lentamente a merced de los elementos. Sí ahí está, esperando el milagro que lo salve del destino al que esta inexorablemente abocado.


Entre estas y otras disquisiciones llega el viajero a la antigua plataforma ferroviaria y recuerda cuando le llamo Carmen Aycart, antes y ahora, presidenta de la Fundación de las Ferrocarriles Españoles dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, a mediados de los años 90, para preguntarle sobre el estado de esta infraestructura y del ramal de la Pinilla a Mazarrón. En inmejorables condiciones, le contesto. Salvo algunos almendros plantados por los agricultores en plena plataforma, y una fábrica de plásticos en plena construcción, por lo demás está bien. Vino, comprobaron lo expuesto y elevaron la propuesta de convertirla en vía verde al ministerio, comunidad autónoma y ayuntamientos. Después de 20 años todo esta... mucho peor. ¡País!


Demasiado tiempo ha pasado y el viajero pedalea por esta plataforma con cierta tristeza por lo que pudo haber sido y no fue, pero como es de natural optimista no pierde la esperanza. Los conejos también se han empeñado en contribuir, a su manera, en destrozar esta antigua infraestructura ferroviaria, en algunos puntos tan horadada, que hay que extremar la precaución para no caer en sus agujeros. Igual pasa con las trincheras, innumerable galerías las socavan hasta su derrumbe. Al final de una de estas trincheras, junto a la carretera E-11 de La Carrasca, gira el viajero a la izquierda siguiendo la Vereda de Venta seca para reencontrarse con su compañero, aunque por poco tiempo, la finca de los Cánovas se lo impide. Las fincas de vallan, se cierran, no importa si se incumplen leyes y costumbres, sus dueños hacen alarde de su talante y sensibilidad, demuestran así a todo el mundo que la finca es suya, mientras quienes tienen que velar por la legalidad, se pliegan ante los hechos consumados o miran para otro lado.


Rodea el viajero vallas y cadenas hasta volver a encontrarse con su viejo amigo; lo seguirá, de aquí en adelante, bien a su lado, bien sobre él. Se suceden los cultivos y algunos pueblos a los que no entran, lo que hace que el trayecto se transforme en solitario. Pedalea el viajero sobre el lomo del canal, y tras cruzar una rambla, se da de bruces con la valla de la autopista Cartagena-Vera. Afortunadamente hay un puente a su izquierda.


Domina el paisaje el esparto acompañado por algunos almendros escuálidos. El camino, ahora, es aún más solitario. Se vislumbra un caserío desperdigado en lontananza, unos perros ladran. Las casas y el terreno se confunden; ocres los campos, ocres los tejados, ocres las paredes, ocres los perros. No hay nadie; las casas, cerradas, parecen vacías. Y sin embargo, cientos de ojos lo observan. Inmóviles, siguen su paso en silencio, solo algún valido les delata. Al viajero le queda poca agua y busca a un ser humano que se la dé, pero no lo consigue. 


Continua y llega a los Puertos, lugar más civilizado y que conoce el viajero; Perín está  cerca y decide seguir su camino. Llega al pueblo y se detiene junto a la ermita, mira la hora y piensa que es buen momento para comer y el centro social un buen lugar. No se equivoca, entra la bicicleta hasta el patio interior y se acerca a la barra. En un extremo un parroquiano, palillo en mano, se entretiene en mondar sus diente uno a uno con empeño. Detrás un hombre de aspecto afable parece ser el camarero.

-Buenos días. ¿Para comer?
-De lo que ve usted aquí.

El viajero mira y ve, entre otras cosas, una apetitosa sangre frita con cebolla y piñones. Se la pide. Y también una cerveza bien fría y unas olivas. Continua con unos calamares a la romana sabrosísimos y un bonito en escabeche para chuparse los dedos; el postre un rico flan de piña. Termina el viajero con un café y un vasito de orujo de hierbas para ayudar en la digestión. Descubre que la artífice de de tales manjares es la señora del camarero, a la que ruega que felicite encarecidamente.


Sale de la diputación cartagenera para reencontrarse con su compañero, encarnado en un magnifico acueducto que salva la rambla. Sigue hacia La Corona y cruza la carretera de Isla Plana, incorporándose a la colada del Cedacero que discurre hermanada con el canal. Atraviesa alguna rambla entre pitas y baladres antes de llegar a Canteras, junto al antiguo depósito de aguas de los Ingleses, anterior a la llegada del canal. Sabe que su recorrido llega a su fin, en Tentegorra están los grandes depósitos del canal que proveen de agua a Cartagena. Al viajero poco más le resta por hacer, salvo buscar la estación de ferrocarril y un tren que le lleve a su casa y terminar así esta aventura que le ha hermanado con esta magnífica obra que es el Canal del Taibilla.
Mariano Vicente, noviembre de 2014.        

lunes, 17 de noviembre de 2014

El Canal del Taibilla; un viaje en bicicleta. Tercer día de viaje: Cehegín-Totana





Es temprano, ha madrugado el viajero para tomar el autobús que le llevara de vuelta a Cehegín para reanudar su singladura por el canal del Taibilla. Amodorrado, a través de la ventanilla, contempla el paisaje, sin verlo, decide que se apeará en Bullas. El tramo Cehegín-Bullas, a pesar de su belleza -río Argos, la ciudad tardo-visigoda de Begastri, arroyo del Burete o el entrono del Carrascalejo-, lo ha realizado en numerosas ocasiones, además, el canal es invisible en este tramo, por lo que comenzará en esta población, así gana algo de tiempo que no le vendrá mal.



El día es frío, pero el sol se insinúa ya con fuerza, es lo bueno de esta Región, que el sol alumbra todo el año y en invierno la temperatura es envidiable. Un dédalo de carreteras y caminos esperan al viajero que deberá estar muy atento para no errar su dirección. Atraviesa Bullas en busca del río Mula y del canal; al primero lo encuentra pronto, pero al segundo, esquivo, no lo encontrará hasta el paraje de Rosique, a una docena de kilómetros del comienzo. Bonito puente que salva el barranco; resuelve incertidumbres, y confirma la buena dirección. Pedalea por ondulados campos de almendros, vides y olivos bajo un sol que empieza a dejarse notar. Se introduce en la rambla del Guapero para darse de bruces con uno de los acueductos de mayor longitud del recorrido. Momento adecuado para el relax, para extasiarse con la contemplación de un paisaje espectacular; entorno solitario y aislado, que mezcla la vegetación propia las ramblas, con un frondoso pinar. Como sublime telón de fondo, la sierra de Pedro Ponce y su escudero, Peñarrubia, recortándose bajo un cielo azul y luminoso.



Ha hecho bien el viajero en cambiar de bicicleta, se ha traído la que tiene doble suspensión que le facilita el tránsito por estos pedregosos caminos; tortura que el viajero lleva bien, aunque no tiene tendencias masoquistas, simplemente porque le gustan estas aventuras. Supera algunas rampas fuertes y se encuentra con Sierra Espuña en el horizonte. Se distrae el viajero, y sin saber cómo yerra el camino, tomó a la izquierda cuando debía hacerlo a la derecha, llega igualmente a Casas Nuevas, pero por donde no debía. Se ha "perdido" buena parte del pedregoso camino de servicio y el puente trazado sobre la rambla del Huérfano que hay antes de esta población. Lo siente el viajero, pero no en demasía, ya que pasó por el lugar en otras ocasiones y pudo contemplar con detenimiento estos lugares. 



De Casas Nuevas no cuenta nada el viajero, salvo que ha parado un rato a descansar, antes de afrontar la subida hacia la zona de la fuente de la Portuguesa. Retoma el camino de servicio y descubre complacido que lo han arreglado y ahora forma parte de los Itinerarios Ecoturísticos de la Región de Murcia. Se sorprende el viajero con las fortísimas rampas que encuentra, no las recordaba tan pronunciadas. Conforme se adentra en la sierra bajo el Morrón de la Cabra, comprende que este no es el camino que ha seguido en otras ocasiones; después de lo subido, decide continuar y ver que le depara el recorrido. Más rampas que le llevan a descubrir algunas construcciones del canal. Encumbra, para comenzar una vertiginosa bajada que le llevara a la pista que él ya conocía; ¡para este viaje no se necesitan tantas alforjas! Recomienda el viajero tomar la vieja pista que un centenar de metros antes de la cancela de entrada al Parque, continua por la izquierda, es más corta y evita las fuertes rampas de la nueva; considera que para un viaje de este tipo, de varios días y con alforjas, es mejor la otra, pero el viajero no quiere imponer su voluntad y que cada uno haga lo que le dé la gana.



De nuevo a subir, esta vez con más fundamento, hacía la Fuente de la Portuguesa, área recreativa a la que no entra y sigue por el camino de servicio hasta que este desaparece en la carretera de Pliego a Alhama. Toma hacia esta última, pues quiere recuperar el canal a la altura de El Berro. Después de entrar en la población, decide que es buena hora para comer, entre en el bar y pregunta.

-Claro que sí, potaje y lomo con salsa de pimienta verde.
-Por mi estupendo -contesta el viajero con entusiasmo ante la perspectiva de un plato caliente.
-Pero mientras póngame una cervecica con olivas.    

 

Come a gusto, y para terminar toma arroz con leche y café. Mientras tanto entran dos ciclista, a lo mismo que ha hecho el viajero y como no podía ser de otra manera entabla conversación con ellos. Se entera así, que son de Valencia y que han pasado la mañana recorriendo Sierra Espuña, que el mayor es nada menos que Aníbal (Wikiloc), experimentado y docto cicloturista; hace buenas migas con él y quedan en mandarse unos correos para posteriores aventuras por la Región. Abandona la población para continuar con su búsqueda del canal y lo encuentra bajando las Cuestas del Marqués, un cartel indica "Rápidos de los Molinos-Dispositivo de Cabeza", cree el viajero que lleva a la salida del túnel de Cueva Luenga que conduce las tuberías de la subestación de Carmona. Continua por la carretera hasta contactar con otro canal, el del Tajo, que tanto él como el Taibilla, seguirán hasta el término municipal de Totana, disfrutan ambos de una magnifica panorámica del valle del Guadalentín. En el paraje de Las Lenticosas los canales se separan y el viajero sigue al Taibilla hasta Totana, entre campos de almendros, olivos, vides, casas de recreo, otros cultivos y los arrabales del pueblo. Ya en Totana, el Taibilla circula junto a la línea de ferrocarril, hecho que aprovecha el viajero para tomar un tren que lo lleva a Murcia, podrá así descansar en su casa.